jueves, 27 de diciembre de 2012

Día 221: El Deseo

Cuando cerré los ojos para pedir el deseo antes de apagar la vela de mi torta, me costó creer que pedí:
"Que todo siga igual, por favor"

domingo, 23 de diciembre de 2012

Día 220: El Reemplazante

El reemplazante es un tipo de mirada sincera y sencilla. Me saludó fijándome una inquisitiva mirada, con un sutil apretón de manos, queriendo decir "Sé quién eres" Yo le sonreí disimulado, diciéndole "Yo sé también quién eres tú"
Durante la velada le clavé tres cuarto de mi mirada. Caballero se acerca. Delicado la toca. Sensual le dice algo al oído. Debería haber saltado sobre su cuello como el mejor ninja y debería haberle rebanado la yugular, tomar su cabeza y llevarla a la mesa, pero algo me detiene. El verla a ella me detiene. Casi un año después noto que la historia cambió y regreso atrás no hay. Ella es feliz. Él la hace feliz. Y eso me deja tranquilo. 
Algunas historias terminan. Otras empiezan. Emilia se queda dormida en mi pecho.

Me llama tarde al celular. Se da trescientas mil vueltas para preguntarme "¿Hubo alguien?"
Con un dolor en el alma le digo "No. No vi a nadie"

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Día 219: Una Nueva Especie

Día 16, Parte 6


Ágil e inteligente fueron las dos únicas palabras que mi mente pudo almacenar. Manejaba el vehículo de forma instintiva.
"Eliseo" escuché a Sara a los lejos tratando de hacerme reaccionar.
Me era imposible. El miedo se apoderaba de mis huesos. De mi ser. Y es que de golpe me sentí solo en el mundo. De golpe sentí que era una hormiga arrancando del ineludible pies de un niño. Estaba a punto de ser aplastado.
"Eliseo" la voz de mi amada ahora era clara.
Al frente, saltando a toda velocidad de la horda participante del festín que se estaban dando con los soldados del puesto de mando, apareció un infectado de cuerpo atlético (recuerdo con precisión cada uno de sus tonificados músculos), corriendo veloz, sincronizando a la perfección el movimiento alterno entre sus brazos y piernas. Juro que lo vi observando al grupo de infectados alimentándose. Estaba de pies, observando. Deja que los perros coman, el maestro sólo mira. Entonces un vehículo, elemento que vieron en gran cantidad al principio de la expansión, se acerca amenazante. Hay que detenerlo. No deben quedar sobrevivientes.
"Está corriendo" tartamudeó Sara.
"Agáchate cuando te diga" le ordené decidido y aceleré el vehículo.
Ella ni siquiera preguntó. Tan sólo espero el momento. El infectado, notando que el automóvil aceleraba, inyectó más energía a su carrera, dándose arenga con un grito infernal. Su corpulento cuerpo desnudo se contraía y se expandía en una maraña de sudor, sangre ajena y músculos. Su misión era derribarnos. La mía; pasar. Entonces llevé el velocímetro hasta los cien. El casco del vehículo retumbaba de potencia y velocidad. Fue cuando sucedió lo que imaginé. El infectado dio dos pasos cortos y saltó preparándose para caer sobre nosotros. Obviamente no notó que antes de dar el brinco, reduje la velocidad hasta los cincuenta kilómetros por hora y luego nuevamente aceleré. Si el infectado pensaba en caer sobre el capó (¿pensaba?), ahora lo iba a hacer sobre el parabrisas. Y así fue.
"¡Agáchate!" le dije a Sara.
Los segundos se precipitaron sobre la escena. Un fuerte estruendo se dejó sentir; el parabrisas sucumbió bajo el impacto del hombre infectado, el cual ingresó al vehículo a tan alta velocidad que fue dar con el parabrisas trasero y salió proyectado del automóvil. Sobre la misma, recordando que a pocos metros estaba el puesto de control, me levanté y activé el freno de manos. El vehículo comenzó a girarse paulatinamente sobre su eje, soltando toda la potencia que llevaba sobre sus ruedas hasta que se detuvo por completo. Me bajé y de un combo en el rostro derribé al primer infectado que trató de atacarme. No duraría mucho en el suelo. De una patada bajé al segundo. Los demás inmutables seguían comiendo. Sin perder el tiempo tomé una ametralladora y le di mejor vida al primer infectado que me había enfrentado. El arma de alto calibre y efectividad, en pocos segundos, me permitió asesinar a todos los infectados presentes el lugar, los cuales alertados por los bombazos de las balas disparadas, corrían buscando darme muerte.
"¡Eliseo!" de pronto escuché a la pelirroja.
Me giré de golpe hacia su ubicación. Ella asustada miraba hacia el oeste desde donde nuevamente el infectado corredor emprendía un nuevo ataque. Su blanco era Sara en el auto. Tomé una pistola. Respiré hondo y relajé la mano. Apunté esperando la mejor oportunidad. El infectado parecía no verme. Esperé el momento. Esperé a que estuviera más cerca. Y el disparo se dejó sentir. Mi brazo se sacudió con la energía del tiro. La bala salió recta y precisa. El infectado se desestabilizó por el impacto. Su cabeza dio un agresivo giro. El impacto había sido certero. Trastabilló y por la velocidad contenida en sus piernas fue caer con violencia sobre la puerta del copiloto.




FIN

sábado, 15 de diciembre de 2012

Día 218: Itata

Día 16, Parte 5

Procuré que Sara  no me notara, pero vez que podía trataba de sacudirme la atrofia que me colapsaba los músculos cuando el miedo se hacía de mi consciente. Concepción había sido totalmente vulnerada por la incalculable fuerza de la población infectada. Habían roto el cordón de alta seguridad y no había arma que los pudiera detener. Eran indestructibles. Poseedores de razón o no, se habían hecho de el poder más omnipotente sobre la tierra; la multitud. Entonces, conduciendo a toda  velocidad por las calles de la ex nueva capital, supe que el igual a igual ya no existía. La expansión de lo que sea que tenía a esas personas así había quebrado todos los límites. Eramos minoría. Y más allá de los limites de la visión, los infectados seguían llenando la ciudad. A lo lejos, bombazos de desesperados ciudadanos eran el eco de un lucha con un fin conocido. 
"¿A dónde vamos?" me preguntó de pronto Sara.
Era raro a veces escuchar su voz. Habían sido dos semanas. Dos eternas semanas.
"Hacía la ruta 5" le dije.
Quizás vio en mi mirar los destellos de la lucha de mis pensamientos. Tenía que darle seguridad. Tal vez no había enfrentado tan de cerca la situación. Quizás tampoco no sabía cómo disparar un arma. Entendí que no podía dudar en los minutos que veloces se aproximaban. No podía trastabillar. Tenía que ser su guardián. Entonces me tuve que liberar de los miedos y busqué ser un sobreviviente. Concepción había regalado estabilidad, pero vino un viejo y le quitó el dulce al niño. Ya no había nada. Conduje el vehículo por donde mismo habíamos ingresado hace unos días, la autopista del Itata, esperando encontrarme con el puesto de vigilancia y de ahí tomar algunas armas. 
Con el acelerador a fondo, atravesando las calles, recordé a John. Recordé a Silva. Estaban en La Serena. Ese era el próximo destino. El norte. El sur había sucumbido. Había sido un digno soldado. Su muerte sería recordada. 
Estúpido y tonto, nuevamente pensando en el desastre en desarrollo, mi vista se topó con el puesto de control... atestado de infectados tomándose de desayuno a los soldados que no alcanzaron a escapar. Descendí la velocidad. Sara se arrimó al asiento.

Continuará...

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Día 217: Caravana de la Muerte

Día 16, Parte 4

La carretera era una peligrosa y cercana opción de escape. Iba a estar atestada de infectados, pero los riesgos de quedar atrapado eran menos que si cruzaba el pastizal. Entonces forjé el camino hacia el este, pensando en la berma como vía de salida, cruzando la seca vegetación. Fue cuando Joel y Liliana se cruzaron entre mis pensamientos. Teníamos que ir a rescatarlos.
“¿Recuerdas el camino de vuelta? Volveré a salir por la carretera que llegamos” le dije a Sara.
“¿Volver?” me preguntó descolocada.
En eso un joven infectado se dio de bruces contra el parachoques del vehículo, haciendo sacudir toda su estructura.
“Joel está en la ciudad” y Liliana también, pensé.
“Si volvemos, quizás no tengamos oportunidad de sobrevivir” me refutó “Eliseo, eran tal vez miles los infectados que habían en la carretera. No lo vamos a lograr. Él ya no lo logró”
Su temple y decisión me hicieron estremecer.
“Pero..”
“Mi amor. Esto es lamentable. Es un lamentable accidente. Dime tú si realmente se puede hacer algo. Dime tú que podemos volver y saldremos vivos, y te juro que creeré y volveré” me dijo “Hazme creer que esto es sólo casualidad. Convénceme de que es mera coincidencia del destino el que un día antes de que Concepción cayera tú te encontraras con Joel entremedio de un millón de posibilidades que impedían tal suceso…”
Recordé el choque entre el camión y la micro en donde iba. Recordé que si Leandro no se hubiese tomado la toxina, no habría entrado a Concepción. Entonces no me habrían llevado a la casa de Liliana, una mujer que cedió su confianza cinco días después de conocernos, porque quizás si hubiésemos caído antes en las garras de la lujuria, tal vez aquella noche no me habría acostado con ella. Y no habría salido más tarde al punto de abastecimiento. No habría tomado la micro, que fue impactado por un chofer desconcentrado como el que asesinó a mis padres. Joel no me habría visto. Sara tampoco. Ella no habría decidido que yo era todo lo que le hacía falta y no habría ido al living en donde trataba de dormir. No habríamos arrancado como lo hacíamos siempre y no habríamos hecho el amor toda la noche en las parcelas que rodeaban la periferia de la ciudad. No nos habríamos salvado de la nueva invasión.
Fue cuando vi el milagro.
Salí a la carretera. Tengo que haber atropellado a una docena de infectados. Tomé la berma y camino al norte rodee la caravana de la muerte.

Continuará...





domingo, 9 de diciembre de 2012

Día 216: Rastreador

Día 16, Parte 3

Instintivamente se arrimó a mi cuerpo y me afirmó las manos.
“No lo vi” dijo con la voz en un hilo.
“No grites. No llores. No te muevas” le pedí “Si nos detecta como humanos, comenzará a gritar y en minutos no será uno, si no cien los que rodeen el auto”
Más me apretó la mano. Tenía que advertirle de los riesgos para que supiera a qué nos enfrentábamos, aunque eso implicara que se derrumbara en miedo.
El zombie, una mujer de edad incalculable, con mandíbula dislocada, un rostro ahogado en profundas heridas y sus pelos secos en una salmuera de sangre, se aferró el vidrio de la puerta derecha. Sus movimientos eran pausados; no estaba buscando comida. No nos notaba aún. Entonces fue cuando algo llamó mi atención. Su nariz estaba totalmente rebanada, dejando ver los huesos de las fosas nasales. Aún así, la infectada estaba oliendo la ventana, buscando el aroma de la mujer que había detectado. Estaba buscando a Sara. Su aroma tenía que estar impregnado en la ventana, en mínima cantidad, pero lo estaba. Pequeños cartílagos y venas se contraían y soltaban al momento de oler. Entonces recordé a la infectada que me había seguido. Nuestro primer encuentro fue netamente reconocimiento. Me olorosó. Me marcó. Su cerebro era capaz de recordar olores de mínima esencia. Eran verdaderos buscadores. Detectores. Fue cuando me pregunté ¿Lo hacen por instinto? ¿Lo hacen a causa de la infección? ¿Se mueven en manadas y cumplen el papel de buscar la comida?
La mujer no se movía. Estaba empecinada en encontrar la presa que había logrado escapar. Nosotros no dejábamos de mirarla, sin realizar movimiento alguno. Hasta que de pronto se detuvo y se quedó mirando fijamente a Sara. Un silencio inmortalizó una imagen que nunca podré olvidar. La infectada la había encontrado. Lentamente, como queriendo que la comida no escapara, comenzó a abrir su fracturada mandíbula, para luego emitir un ensordecedor grito.
“Los está llamando” dije y sacándome a Sara de encima, salté hasta el asiento del piloto.
“¡Eliseo!” gritó la pelirroja.
Y se escuchó como el vidrio se quebraba bajo un potente golpe de la mujer.
Torcí con fuerzas la llave sobre el contacto y el motor encendió al instante. Solté el embriague y le di a todo lo que dio el acelerador.
Continuará...

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Día 215: Invasión

Día 16, Parte 2
Sara y yo no cruzamos palabra alguna. Me hizo subir al auto que Joel había “tomado prestado” los primeros días de su estancia en Concepción y comenzó a conducir. Condujo por las penumbrosas calles de la ciudad penquista, concentrada y focalizada en lo que quería hacer. Yo no era capaz de preguntar nada. En esos instantes no me atreví a ser nadie. La pelirroja había tomado una decisión y era mejor no cruzarse.
Quince minutos después los edificios, los supermercados, los departamentos municipales, las casas y las grandes autopistas habían quedado atrás. Al frente no había más que pastizal siendo alumbrado por los focos del auto, un cielo estrellado y un frío silencio. Tan sólo quería saltar sobre ella y hacerle el amor o llorar en su pecho. Pero algo nos detenía a ambos.
“Pensé que habías muerto” dijo de pronto. No me miraba.
“Por lo menos pensabas en mí” dije yo. Era lo único que podía hacer: bromear.
Ella aún reía con mis estupideces. Ella aún me miraba en forma sostenida, penetrante. Ella aún me amaba y no hacía falta que me lo dijera. Entonces hizo que las dos semanas que no habíamos tenido contacto se tradujeran en esos quince minutos de sueño que nos tomamos cada vez que nos quedábamos toda la noche amándonos. Se aferró desesperadamente a mis ropas y me derrumbó a besos, entre jadeos y lágrimas. Aquellas dos semanas habían sido algo terrible. Algo que de seguro nunca más queríamos vivir.

Traspuesto entre mi somnolencia y mi conciencia, di gracias por las horas de sueños concedidas. No recordaba la última noche que había caído en un descanso tan profundo y reponedor. De golpe había desaparecido ese incomodo y turbio estado de alerta. Y aunque no estaba del todo cómodo en el asiento trasero del auto, no había nada más exquisito que dormir ahí. 
Fue cuando la puerta del lado derecho se abrió de golpe. De un salto me repuse y vi como Sara entraba rauda y asustada. Con otro golpe cerró la puerta y me miró con terror.
“¿Qué te pasó? ¿Dónde estabas?” le pregunté.
Antes que dijera palabra alguna, noté que ya la mañana había poblado los cielos de Concepción, con un sol que vanidoso se iba cubriendo por bancos de nubes.
“Infectados…” murmuró
Me sobrecogí por completo.
“Fui a hacer pipi y alcancé a ver la carretera que va a la ciudad” me comenzó a explicar “Eran cientos y cientos, Eliseo” me dijo y comenzó a llorar, para contenerse a los segundos después “Tienen que haber cruzado el cordón de seguridad” dedujo.
“¿Alguno te vio?” le pregunté quedándome totalmente quieto.
“No”
“¿Segura?” le pregunté, indicándole al infectado que lento y torpe venía caminando hacia el auto.


Continuará...

sábado, 1 de diciembre de 2012

Día 214: Desvelado

Gracias por el tiempo. Por las letras leídas. Les dejo la octava parte de esta historia. Espero disfruten

Día 15, Parte 4

Me comí tres cigarros. La puerta se abrió. Recordé el momento en que alcancé a atajar a Sara. Mi presencia la había descompuesto. Joel se sentó al lado mío. También prendió un cigarro. Por algunos segundos nos quedamos callados.
“Desde que partió toda esta hueá, Sara ha cambiado mucho” comenzó a decir de repente. Luego se quedó en pausa pensando. Entonces corrigió su declaración “En realidad estaba rara desde antes que todo esto sucediera. Estaba callada. Distante. Esto sólo terminó por separarla de mí” le dio una aspirada a su cigarro y luego sonrió. En realidad Joel no sospechaba de lo nuestro “Ni siquiera hemos hecho el amor, compadre. Me siento como la mierda”
Fue cuando una frase en la historia del novio de Sara rebotó en las paredes de mi cabeza “Llegué a la casa. Sara estaba sentada esperándome. Me dice que tiene que hablar conmigo. No la tomé en cuentaLa pelirroja quería hablar con él. ¿Qué quería hablar con él? ¿Hablar del por qué parecía tan distante y callada?
En eso pasaron tres helicópteros por sobre nuestras cabezas, dirección al norte. El poderoso sonido de los motores nos obligó a silenciarnos por algunos segundos.
¿Cómo está? le pregunté.
Está bien me contestó Fue sólo el shock de no haber visto ningún rostro conocido en tanto tiempo
Definitivamente Joel no tenía ni siquiera sospechas de que Sara y yo éramos amantes.


Día 16, Parte 1

Dieciséis días desde que la historia de un país entero se quebró. Debería estar tirado en mi cama viendo el resumen del fútbol del día domingo, pero en vez de eso me estoy quebrando el cráneo tratando de adivinar que le sucedió a Sara y qué estaba pensando ahora, aferrado a una frazada de un dudoso olor, escuchando como los helicópteros pasaban sobre la casa. Entonces me acuerdo que el día doce noté que la presencia militar en las calles había descendido considerablemente, sin explicación alguna. La ciudad parecía estar más tranquila; algo favorable. Sin embargo, me pareció incómodamente inusual la poca cantidad de uniformados, considerando que la situación de la infección no parecía mejorar.
A los dos días se inició el incontenible sobrevuelo de helicópteros que van hacia al norte, sobrevuelo que hasta estos momentos persiste y aumenta.
A los lejos el tránsito de vehículos es el único sonido presente. La nueva capital duerme y sobrevive una noche más.
Fue cuando el crujido de una tabla en el pasillo que daba a la escalera y la pieza de la dueña de casa me puso alerta. Dos helicópteros pasaron sobre el techo de la morada. Ahora son varias las tablas que suenan. Alguien parecía venir. Quizás la anciana aletargada por el insomnio. Me acomodé sobre los codos para tener una mejor visual. La persona parecía venir tanteando el terreno. Su lentitud me desesperó. Entonces otra idea me hizo recogerme en un aterrorizante escalofrío. Y si lo que venía no era una persona, si no un infectado. Diez y cuarto de la noche, acceso sur de la ciudad. Un vigilante se descuida y una horda logra penetrar el cordón de seguridad. Silenciosos los infectados recorren la ciudad y van esparciendo su virus de terror y muerte. Un padre de familia, técnico paramédico, cincuenta y tantos, abre una puerta de cocina que su dueña no cerró y se mete a la casa. Huele el olor de un hombre sudoroso y nervioso, y siente que sus carnes y piel serían una buena cena. Pero nota que las presas arrancan o tratan de atacar, así que lento va a su encuentro por el pasillo de la escalera.
En eso Sara aparece al principio del pasillo. Instintivamente me siento en el sillón en donde trataba de dormir y siento como el aire va desapareciendo de mi pecho. Mi cerebro no asimila la idea de que ella estaba ahí, vestida con buzo y chaqueta, o por lo menos no se esperaba la escena en donde se levanta de su cama y llega al living en donde trataba de dormir. Ojalá pudiera describir con mejores palabras lo único y omnipotente que se siente verla. No entendía cómo la amaba tanto. No entendía en qué momento de pronto entiendo que dejaría todo por ella, no importando lo que venga más adelante. Literalmente saltaría al vacío. Y no me importaba si perdía todo, si perdía mi dignidad, si la perdía a ella. Estaba viviendo el sublime y puro acto de saber amar y no iba a retener nada adentro. Mi alma hablaba alocada.
Acompáñame me susurró, tendiéndome la mano.

Continuará...

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Día 213: Esta Noche

Esta noche me acuesto titulado legalmente en el sistema de educación chilena. Poco emotiva ceremonia. Mis viejos sentados en las filas de sillas de más padres que orgullosos o no esperaban a que sus hijos bajarán con el cartón. Me pregunto en estos momentos si ese es el sentido de la vida, recibir un cartón, ser aludido por tus pares, ser reconocido. No es  sentido de la vida. Entonces arriba del metro voy buscándole el sentido a todo esto. Terminaban dos años y medio de qué. ¿Son dos años y medio? ¿No serán catorce años de camino? No me quiero dejar atrapar por las encrucijadas del ser, del a dónde vamos. No soy así. Me relajo esta noche. Me tiendo sobre la cama. Después de serlo todo, soy nadie. Después de darlo todo, no tengo qué dar. Termina un ciclo larguísimo. Es algo parecido a saltar del avión ¿Abrir o no el paracaídas?
Es cuando recuerdo que estos dos años y medio sólo son la piedra de una muralla que recién comienzo a levantar. La verdad me trae tranquilidad. 
Al frente varias puertas por abrir. En mi mano no hay llave alguna. Ya llegará.
  

viernes, 16 de noviembre de 2012

Día 212: Pedazos de Tiempo

Viejos recuerdos. Antiguos momentos. El hombre en la etapa senil es cuando más los experimenta. ¿Por qué? Será que el cerebro seco comienza a tocar lo que está en el fondo del basurero. Las primeras experiencias. Las guerras que cambiaron el mundo. El primer amor. El largo camino a la escuela por el barrial y los pajaros que van volando hacia la cordillera. Desde la persepción hasta los confines de los baules sucios de la memoria, caminos van conectandose con resistencia hasta edificar el recuerdo, sus sonidos y los aromas, las sensaciones y las voces.
Yo soy bueno en eso como terrible para recordar lo que hice hace quince minutos.

Pasó por mi lado, me deslizó una desinteresada mirada y siguió con su paso. Me giré para ver en qué asiento de la micro se sentó, recordando y sintiendo que nuestro lazo había sido de alguna manera especial. Miré hacia el frente procurando olvidar su presencia, ya que como me ha ocurrido el último tiempo, ella no me había recordado. Lo primero que se me vino a la mente fue su rostro sin igual. El terrible momento de un accidente o la tragica consecuencia de una mal formación en el periodo de su gestación le habían dejado una hendidura en su mejilla izquierda, afectando el ojo y el pomulo del mismo costado y parte de su mandibula superior. Sin embargo, tal falencia en su cara no impedían que el brillo y calidez de sus ojos despidieran el reflejo del alma de una mujer con un corazón y bondad gigantescos. Algo me hizo bajar de mi asiento.
Caminé siempre observandola, esperando tocar alguna fibra de su memoria, pero nada. Entonces me pregunté si era yo el que había cambiado mucho o tenía que esperar poco de una mujer que todos los años graduaba a más de cien hombres. La segunda opción era la más aterrizada. Me senté al frente de ella. Comenzó a incomodarse. Yo no sabía cómo hablarle. Quizás pensaba que me estaba fijando en su falla facial, admirandome de algo tan horrible. Pero no era así, estaba observando la ternura en sus ojos que no se degradaba con el tiempo y el del cómo una mujer lograba verse bella con solo destellar un aura de paz.
"Disculpe ¿Usted fue profesora del Borgoño, cierto?" le pregunté.
De inmediato me sonrió.
"Todavia" me contestó.
"Yo fui alumno suyo" le dije "En tercero y cuarto medio"
Su sonrisa se dulcificó más. Sus ojos se rebalsaron en ternura.
"No me acuerdo" declaró.
Sonreí para mis adentros. No podía pedir recordar memorias de pedazos de tiempo perdidos en los millones de segundos que separaban a la escena en donde ibamos viajando con la de ella enseñandome castellano.
"Inclusive fui ayudante suyo" le lanzé para ver si picaba el recuerdo.
"Generalmene los alumnos que son mis ayudantes son muy sobresalientes." exclamó.
Entonces tampoco recordaba que confabulé en contra suya para boicotear una de sus pruebas semestrales.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Día 211: Diosas y Mortales

Cuando la tuvo entre sus brazos, se dio cuenta que momentos así suceden sólo una vez en la vida. Entonces parece que la mente humana no sabe cómo reaccionar, porque no se nos enseñó como ser reactivos frente a los milagros... frente a los instantes que se saben que nunca más se van a vivir. La mujer estaba tibia. Estaba poseída. Su cuerpo retumbaba glorioso, gozoso, airoso. Sus manos buscaban volver a la realidad, jalando de su mismo cabello, de la piel de su blanco cuello. De sus labios vivos y tiernos. Y gritaba porque no le quedaba más que hacer. Cosas que se desconocen y jamás se sabrán hervían por sus nervios hasta su boca que jadeante gritaba de lujuria y amor.
Escena difícil de olvidar. Trascendental. La luz se coló por de bajo de la puerta y traviesa subió por los contornos de su piel. El hombre se retorció bajo la diosa que condescendiente le hizo el amor. Las cinturas se quebraron. Los dientes se quemaron. Las manos se tomaron.
Él nunca más volvería a sentir lo que sintió por otra mujer y ese sería su maldición.

martes, 6 de noviembre de 2012

Día 210: Karina

Karina se despide con un beso apretado.
"Mañana conversamos" me dice
Decidida toma su chaqueta y su cartera y se retira del lugar. De sus dedos cuelga su cigarro fiel.
Entonces me pregunto a dónde va. Dónde pierde los pasos y la razón. Dónde queda lo que no quiere, pero disfruta. Goza. Ama. Dónde queda ese paraíso que tan luminoso se ve bajo olas de alcohol, del roce, del apetito caníbal de otros labios, que al amanecer se rebalsa en un tormentoso infierno que la aleja millones de años luz de la persona que busca ser. Persona que se pierde en cada auto que toma. Persona que muere tras cada perdida de conciencia. 
Karina toma el tren que llega a la estación que sirve para sanarse. El problema fue que Karina no sabía que las medicinas en excesos se convierten en adicción, y lo que curó las heridas profundas se convierte en la gangrena del corazón.
Karina camina sin mirar atrás. Que ganas de correr tras ella. 
No escucharía razones.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Día 209: El Intento

Jack:

Querido Jack. ¿Por dónde parto? Quiero partir contándote que a continuación te relataré la triste y penosa historia de un experimento, de un intento, de una teoría, de una hipótesis. 
¿Cómo partió? Partió a base de dos pensamientos. El primero y el que tiene directa conexión contigo, era el de probar salir y relacionarme con otro circulo totalmente diferente al que habíamos creado los dos. (A la mierda el vocabulario correcto). Carretear y compartir con personas diferentes a las que venía viendo hace tantos años. Y el segundo, más que un pensamiento, era una espíritu de escape. Quería borrar algunos malos sucesos del día.
El lugar del intento fue en la casa de Elen ... ¿Te acuerdas de ella? Supongo que sí. La wueá es que llego con dos botellas de cerveza. Naturalmente te conviertes en el "observado". Los ojos del pequeño grupo te recorren el cuerpo, la sonrisa, la forma de hablar y el modo en que miras. Se genera la primera impresión, acompañada del tono de voz. No hablo como hablaba contigo. Es decir, no digo "culiao", "maricón", "saco wuea" y todo el resto de garabatos que te decía a ti. Sonrío como siempre eso si. Tampoco hay que aparentar ser de otro planeta. Ser nuevo significa también contar pedazo de tu historia personal. En eso se gasta tiempo. Hay más miradas serias y contemplativas que risas y tallas. Y hay que ser reciproco. O sea, preguntar qué hacen los que te preguntaron a ti. Y mientras van pasando los minutos, los deseos de tenerte al lado con un vaso del mismo copete que yo estoy tomando van creciendo. Tener de la mano a Emilia. Escuchar la risa de Isabella. Pero nada de eso está. Entonces busco no desconcentrarme en el momento de integración. El círculo ya no es tan desconocido, pero aún así me siento un extraño.
La anfitriona pasa y me baila un rato. A esas horas el carrete ya está más poblado. Personas que no saludaste comparten cerca tuyo. Yo voy en el vaso no sé cuanto de no sé qué. Ya he compartido más risas, más vivencias y más anécdotas. Bailo con otras personas. Río más. Pero cosas tan buenas tienen como destino un rápido final. De pronto me encuentro sentado en un silla, escuchando temas que no me interesan y ya el círculo deja de importar. Fue un buen intento.
Tomo mi chaqueta. La dueña de casa borracha se cuelga de mi cuello y se despide. Me dice que la llame cuando llegue. Con vergüenza te declaro que son las tres de la madrugada. Debería estar contigo arreglando el mundo aferrado al borde una mesa y un vaso de chela. Pero no, voy bajando avenida El Peral. Voy solo. A mi derecha casas se pierden en la inmensidad de las calles y los techos. A mi izquierda parsimonioso un océano de grillos  se hace presente como el único sonido perceptible. Voy pensando en las tamañas estupideces que a estas horas deberíamos estar conversando.
En estos momentos me siento un tanto patético. Y me río, me río de mí.

Fue un buen intento. Por lo menos las imágenes se van quedando pegadas cuando muevo los ojos. Eso quiere decir que llegué lejos.

martes, 30 de octubre de 2012

Día 208: Graves Encuentros

Día 15, Parte 3

Me tuve que sobreponer a mi mismo. Me tuve que anular, escondiéndome en algún lugar de mi mente. Tuve que desprenderme. La puerta la abrió una sonriente y dulce anciana que recibió con un caluroso abrazo a Joel. Era la inquilina que les había dado hospedaje. Yo lo único que podía hacer era peinar disimuladamente todo el fondo de la antigua casa, esperando encontrar a Sara. Pero ni rastro de su ser.
"Pase. Pase. Pase" me dijo la dama, dando una pequeñas palmadas en la espalda.
Nervioso y casi sin palabras me apronté al interior. Joel había torcido su caminar en la primera puerta que cortaba el pasillo. Ahí había ruidos que denotaban la presencia de otra persona. Antes de girar con él, escuché como iba dejando las bolsas del pack de comida sobre el suelo, para luego escuchar la voz de ella.
"Te demoraste, Joel"
Quise caer al sentir como un eléctrico escalofrío me rompió todo el sistema nervioso.

Las puertas del metro se abrieron en estación La Cisterna. Dejé que la gente bajara. Al final lo hice yo.

"Es que me encontré con un conocido en el super" le dijo Joel torciéndose para cerrarme un ojo.
Sara concentrada estaba lavando la loza del desayuno. Tanto así, que no se detuvo para saludar a su novio.

Sonriente y nerviosa me esperaba con las manos cruzadas detrás de la espalda. Sonriendole, demostrándole con la mirada que pensaba que era una loca, también me acerqué.

"Que bueno ¿Era de tu trabajo o algún compañero de universidad?" le preguntó ella.
"No" contestó él "Es un conocido de ambos"
Sara se detuvo de golpe, pero no se giró.
"¿De dónde?" continuó con el interrogatorio.
"Salúdalo tu misma, pues" le dijo Joel.
Sara ahora se giró de golpe para descubrir el misterio del conocido.
Por primera vez, desde hace dos semanas, nuestras miradas se volvieron a topar.

Cuando estuvimos a centímetros el uno del otro, no fuimos capaces de decir nada. Tan sólo nos mirábamos, sonriendo estúpidamente.
"No puedo más" rompió el hielo la pelirroja, abransadome con fuerzas y sellando meses de un exquisito tira y afloja con un apasionado beso.

De pronto noté que Sara comenzó a respirar de forma agitada, hasta que su mente y cuerpo no pudieron más de concebir el estimulo de verme ahí y estalló en un doloroso llanto.

FIN

domingo, 28 de octubre de 2012

Día 207: Evacuación

Día 15, Parte 2

Joel hablaba y hablaba. Yo, en cero, no podía sacar palabra. Mi estomago aún se revolvía en un caldero ardiente de recuerdos y tensas sensaciones. Con la mirada gacha, esperando a que todo se acabara, o en su efecto empezara, caminé junto a él hasta su vehículo.
“Como llegamos en los primeros comboys, y todo era una revolución, los autos quedaban tirados en las calles. Así que para desplazarnos, tomé prestado uno” me explicó. “El nuestro quedó en las afueras de la base aérea, en Santiago”
Adentro del Chevrolet no había rastro de Sara ¿Había sucedido algo con ella? ¿Lo esperaba en algún otro lugar? Temblando, pero sin que él lo notara, me senté en el asiento del copiloto. Joel encendió el contactó y con precaución comenzó a recorrer las calles de la ciudad. Yo no iba atento al camino. 
“Es increíble” me dijo “De verdad que no lo puedo creer. De todos, tú eras el que meno esperaba fuera a sobrevivir. Y aquí estás, en contra de todas las leyes, rompiendo todas las reglas”
Su admiración ya comenzaba a molestarme. Sirvió por lo menos para olvidarme un poco de que quería saber qué había sucedido con Sara.
“Disculpa mi impresión” me dijo. Mi rostro tiene que haber denotado molestia “Es todo esto tan extraño. Hace dos semanas estaba en mi oficina, esperando la hora para salir. De pronto una mina dice que pasó algo en Puente Alto. No le puse atención. A los quince minutos varios se paran para ir a puestos de trabajos de compañeros que tienen puesta la radio. Dicen que tiraron a los milicos a las calles, porque los pacos no pudieron con una situación de revelación de un grupo de personas. A los diez minutos nos ordenan retirarnos a nuestros hogares. Puente Alto y La Florida estaba acordonados por la fuerza armada. Se hablaba de personas atacando violentamente a otras, pero se desconocían las causas. Pesqué el auto y me fui a buscar a Sara. Camino a la casa, escuchando la Cooperativa, decían que el presidente había ordenado evacuar la ciudad. Imagínate, era víspera de año nuevo y por una situación descontrolada estaban ordenando desalojar la capital. Teníamos que dirigirnos a Valparaiso. Había un taco horrible. La gente estaba desesperada. Entonces estoy a unas cuadras de la casa y por la radio dicen que el ejército sitió toda la zona sur de la capital. No se podía entrar. Llegué a la casa. Sara estaba sentada esperándome. Me dice que tiene que hablar conmigo. No la tomé en cuenta. Corrí al segundo piso, abrí un par de bolsos y eché algo de ropa. Ella no sabía lo que pasaba. Le dije que encendiera la tele. Ahí dijeron que ya no había que ir a Valparaiso. Temían que la infección se propagara a la costa. Había que llegar a la base aérea Capitán Manuel Avalos Prado. Entre todo el alboroto, ella se comunicó con sus papás. Habían escapado a Los Andes. Los míos iban camino al norte. Entonces empezó a pedirme que te fuéramos a buscar a ti, a Antonia y a Joan. Le dije que era imposible rescatar a Joan y Antonia. Estaban dentro del perímetro sitiado. Y me insistió ir por ti. Fuimos. Fuimos a tu departamento. Llegamos. Estaba desesperada. La entiendo. Quizás no quería irse sin primero haber intentado ubicarte. Entonces golpeamos a tu puerta y no contestaste. El tiempo corría. Le dije que nos fuéramos.  Ahí fue cuando sacó su lápiz labial y casi llorando escribió en tu puerta Capitán Manuel Avalos Prado.”
No lo pude creer. Era imposible. Era algo que no debía suceder. Sara sabía que estaba en el supermercado. Cuando supo que el local estaba dentro del perímetro cercado por el ejército, tiene que haber pensado en mil maneras de dejarme algún mensaje. Entonces recordé cuando me mandó el mensaje de texto aquel día en Octubre. El texto rezaba “La Cisterna”. Así, nada más. Me entregaba un acertijo y yo tenía que ser capaz de resolverlo. El problema fue que de forma instintiva tomé mi chaqueta y salí a buscarla. Sabía bien donde estaba.
Me sentí culpable de no haber pensando en ella cuando vi el mensaje en la puerta.
“Te emocionaste” me dijo de repente Joel.
Avergonzado noté que una lágrima rebelde se había asomado de mi ojo derecho.
“Ese mensaje me salvó la vida” le dije.
“¿Te dirigiste a la base?”
“No precisamente” contesté.
“Bueno, si le quieres dar las gracias, acompáñame. Ya llegamos a la casa” declaró.

Continuará...

miércoles, 24 de octubre de 2012

Día 206: Accidentes

Día 15, Parte 1

Iba en una micro camino al local de abastecimiento por las calles de Concepción, cuando un camión impactó la parte frontal del transporte.


Liliana era el nombre de la mujer con un desprecio en el rostro. La entendía. De pronto el ejército sitió su ciudad y la comida, el agua y la electricidad estaban siendo racionados hacia los interiores. Cerraron los centros comerciales, los cines. Cortaron el transporte público. No había accesos a las playas. Entonces de pronto la ONU interviene la ciudad y hay montón de soldados de todas las naciones circundando las calles.
De pronto Concepción tuvo que asumir el puesto de Nueva Capital. Fue un momento convulsivo.
Entonces la mujer asiente a todos los datos que le da el milico sin decir palabra.
“Acompáñeme” me dice cruzándose de brazos.
La ONU obligó a los pobladores a ceder sus hogares para recibir a los refugiados que estaban emigrando desde todos los puntos del sur del país. Hubo conflicto en un principio, pero a los penquistas no les quedó de otra.
Me dejó en una pieza con una ventana sucia y una cama destartalada. Salió y no me dijo nada.
A las nueve tomábamos el desayuno. El primer día le consulté por alguna lista de ingreso a la ciudad de los refugiados, compartiendo una taza de leche.
“No sé nada yo de esas cuestiones. No me interesan”
Liliana era una mujer de unos treinta y cinco, quizás. Su rostro demacraba cansancio y ansias muertas de que aquella invasión terminara. Su delgadez ayudaba a darle la imagen de una mujer que se esforzaba sin resultados. Su boca denotaba rastros de alguna vez haber sido una muchacha llena de luz.
Le pregunté a un soldado que me pillé una vez por las calles de la capital, pero tampoco tenía información. Inclusive fue más categórico declarando que dicha lista no se había escrito.
Entonces Sara estaba más lejos de mí. Sara era más imposible. Recordé el día que la llevé a conocer el departamento.

No me pasó nada. Fue el puro susto. Me bajé de la micro y consulté por otro punto de abastecimiento. Con la información me dirigí al lugar. Era un supermercado a los interiores de un centro comercial.

La primera vez que vi sonreír a Liliana fue el martes de la segunda semana del año. Estaba lavando su ropa, cuando me pidió si podía ir a buscar los packs de comida que la ONU estaba distribuyendo. Me quedó mirando con ternura y no con desprecio como siempre lo hacía al momento del desayuno, el almuerzo y la cena.
Los días que siguieron, fueron más gratos y cómodos. Me contó que su marido e hijo partieron a la región de O’Higgins, al frente. Ambos eran militares. Y que la invasión tan repentina de tanta gente le había acarreado desconfianza y temor. Por eso la pared puesta.
Agradecí el gesto de confianza. Era más llevadera la situación. Sin embargo no le comenté de mi búsqueda, que hasta el momento era infructuosa, y de la muerte de mis padres y hermano. Yo seguía siendo el mismo de siempre.

Estaba a punto de irme del supermercado, cuando mi vista se topó con la de un hombre que me observaba totalmente desconcertado y boquiabierto.
Al observarle por algunos segundos, mi mente choqueada no pudo asimilar a quién estaba viendo.

La noche del día 14, como tantas noches, la luz se había cortado. Me llevé el plato de tallarines con salsa al sillón y ahí cené. Liliana tomó una vela y la dejó encima de la mesa de centro. Vestía una sugerente blusa blanca, que terminaba en un glorioso escote. Sus pelos crespos ahora brillaban más. Sus ojos ahora tenían luz y sonrisa. Conversamos largo rato de la vida, de lo tragicómico de la situación. Hasta que alguna mirada se quedó deliciosamente suspendida. Una sonrisa coqueta y decidimos perder la vista en la oscuridad. Fue inevitable no recordar a Sara. Fue inevitable pensar que estaba muerta o que nunca más la iba a volver a ver. Entonces me giro y Liliana está a centímetros de mi boca, observándome en silencio, esperando a que el momento se quebrara.
Aquella noche hicimos el amor.

El hombre se acercó y casi llorando me abrazó con fuerzas.
“Eliseo” susurró.
Se alejó para mirarme otra vez. Yo no sabía cómo aguantarme el vomito.
“Joel” le susurré.

Continuará...

sábado, 20 de octubre de 2012

Día 205: Caminos

Día 9, Parte 4

Leandro agonizó dos minutos. Luego dejó de respirar. John dejó su mano sobre el asfalto y con paso firme se dirigió al capitán, no temiendo a la latente orden de abrir fuego en contra nuestra.
"Déjenos llevar ese estanque a Concepción" le pidió.
El capitán, boquiabierto, no pudo soltar palabra.
"Teniente" dijo de pronto Silva.
El uniformado se giró y pudo ver porqué el cabo había detenido su caminar. El muchacho que había sobrevivido a la zona cero, el que había llevado consigo el estanque de gas, el que había salido en el último avión desde Manuel Avalos Prado y había escapado de una matanza ejecutada por desesperados pobladores, ahora estaba de pies, respirando agitadamente, mirando con ojos completamente negros el cuerpo del teniente, jadeando hilos de sangre por sus labios... infectado.
Leandro había optado por la muerte para dar vida. Había sacrificado su existencia para salvar la de los demás. En ese momento, el capitán ya había decidido dejarnos pasar.
"Traigan una soga" le dije al soldado enmascarado "Hay que amarrarlo"
En eso, el joven comenzó a avanzar deseoso de devorarse a John. Nosotros tres no supimos qué hacer. Fue imposible no recordar el momento en que Joan se abalanzó sobre mi ser y trató de asesinarme. Sólo había que pensar que no había Leandro. Era únicamente carne, huesos y una insaciable hambre caníbal.  Aún así, teniendo todos esos antecedentes en mano, John no podía moverse. Parecía no formular la idea de tener que matar al infectado que se le estaba acercando.
Pero no fue necesario. Un francotirador puso una certera bala en la cabeza del muchacho, haciendo que un pedazo de cráneo y algunos sesos explotaran y cayeran en el suelo junto al cuerpo del infectado.

El cuerpo del sobreviviente fue lanzado a una fosa común, en donde otros cuerpos de infectados cazados ardían bajo un fuego eterno. John y Silva serían los encargados de llevar el estanque a La Serena en el comboy que saliera lo más pronto posible. Allá explicarían todo con lujo de detalle, acompañado del informe del capitán que vio como un chico saludable se convertía en zombie después de beber la toxina. Yo sería re ubicado en alguna casa de Concepción. De pronto todo por algún momento fue luz. Parecía que pronto despertaríamos de la pesadilla.
"Gracias por rescatarme" le dije a John después del abrazo.
"Algún día te contaré en detalle la historia de tu rescate" me dijo sonriendo "Ahora debes seguir buscándola"
Sara apareció durmiendo la tarde de la víspera de año nuevo. Sara me estaba esperando a la bajada del metro. Sara me dijo que me amaba la última vez que la vi.
Asentí esperanzado.
John y Silva se alejaron de mí en un jeep, portando el tanque de gas rescatado de la zona cero. Iban con un pedazo de luz en medio de toda la oscuridad.
Yo seguiría con mi búsqueda.


Continuará...

lunes, 15 de octubre de 2012

Día 204: Morir para Vivir

Día 9, Parte 3

"Hay miles de historias con el origen de la zona cero" trató de defenderse el capitán "La tuya es una más, hijo"
"Yo estuve ahí" dijo Leandro, convencido de que no quería volver "Sobreviví escondido en una cámara de frío, escuchando cómo todo esto partió. Yo tomé uno de los galones de gas que liberó la toxina, el cual aún contiene unos litros de ésta"
El capitán ahora no dijo nada. De hecho, se quedó de pies escuchándolo.
"He viajado muchos kilómetros con el secreto, por miedo a que mis compañeros se descoloquen por tamaña noticia. Necesitaba llegar con el virus hasta acá. Quizás están llevando a cabo investigaciones o que sé yo. Quizás entregar este tanque de gas ayude a detener esto--"
"Todos quieren que esto se detenga" le interrumpió el soldado "Todos. Están tan desesperados porque todo esto acabe, que hasta inventan historias de cómo pudo haber partido esta catástrofe. Hay miles de teorías dando vueltas por ahí, pero el gobierno no se puede dar el lujo de gastar tiempo y recursos en investigar cada historia"
"¿Y qué saben?" pregunté yo.
El capitán quedó descolocado. No supo qué responder.
"La comisión investigadora se asentó en La Serena, lejos de la zona de catástrofe" me explicó el uniformado "No hemos tenido noticias positiva. Lo único que se sabe es que las personas infectadas contagian a otras mediante contacto de fluidos o mordeduras"
"¿Y lo de la evolución?" contraataqué.
"No es momento" me atajó John.
Me era difícil dejar pasar el hecho de la infectada que me había seguido hasta la casa de Joan y del infectado que corrió tras nosotros con perfecta sincronización. Dentro de todo lo inusual de la situación presente, aquellos dos sucesos rompían todos los límites. Si estábamos presenciando un proceso de evolución del virus, era tan importante que se supiera como también lo era la investigación de su origen.
"¿Entonces no saben qué gallina puso el huevo?" continuó Leandro.
Por fortuna, mi intervención pasó desapercibida.
El capitán negó a la pregunta del muchacho.
"Pero no porque digas que traes muestras de la toxina, los vamos a dejar pasar" agregó "Tienen tres minutos para retroceder, si no daré la orden de la apertura de fuego" dijo y dándose media vuelta se dirigió al jeep.
Leandro hizo lo mismo, pero camino al furgón. No sabíamos qué pretendía.
"¡¿Necesita una prueba, capitán?!" gritó el muchacho, abriendo la puerta lateral del vehículo, para luego bajar el tanque de gas.
El uniformado se detuvo. En ese momento sentí que era mejor salir de ahí. El soldado se estaba impacientando. Los francotiradores no tardarían en derribarnos a todos.
En eso, Leandro abrió una pequeña tapa de un tubo alojado a un costado del estanque de gas. Luego nos miró a todos con una extraña sonrisa en su boca y una mirada tranquila. Parecía ser un hombre entregado y dispuesto a dar todo por la causa que defendía. Estaba dispuesto a entrar, inclusive si eso envolvía el hecho de no hacerlo él.
"Encuentren la cura" nos susurró y levantando el tanque de gas, le dio dos tragos a su contenido.
Acto seguido, lo bajó y se secó los labios.
En ese instante nadie dijo nada. Todos estábamos esperando ver algo que nadie había visto que sucediera. Leandro en cualquier momento tenía que ser golpeado por el virus, convirtiendo lo en el enemigo.
"Capitán, yo no sé nada de mi familia" comenzó a decir el muchacho "No sé si están aquí, en Nueva Capital o murieron infectados en Santiago. Debería estar buscándolos para salvarlos de esta terrible catástrofe que afectó al país. Y le prometo que cada día quisiera estar con ellos y poder abrazarlos, protegerlos, porque cuando los tuve a mi lado, nunca ni siquiera les dije que los amaba. Pero tiene que haber un accidente de estas características para que nos demos cuenta que perdimos el tiempo en problemas estúpidos, pensando cosas horribles cuando hay tantas cosas bellas por las cuales perder la razón. Tienen que suceder cosas así para que nos demos cuenta que no hemos valorado ningún gramo al... qué está.. al lado--"
Leandro no pudo seguir articulando letra. Penosamente cayó al suelo, lentamente, hasta quedar completamente tendido.
John corrió en su auxilio...


Continuará...

martes, 9 de octubre de 2012

Día 203: El Virus

Que he recorrido camino con esta historia. Al frente tiene la séptima parte. Espero les agrade y la sigan. Queda poco para el final de esta narración. 
Disfruten.

Día 9, Parte 2

No era opción volver. Detrás del camino que iba dejando la furgoneta, no había nada para nosotros. No teníamos a dónde volver. No teníamos historia de la cual aferrarnos. Todo lo que nos podía llegar a pertenecer estaba al frente, escondido en alguna parte del penumbroso futuro.
Entonces John comenzó a descender la velocidad del vehículo en el que íbamos, estacionándose frente a la barrera que impedía el paso en la carretera. Más adelante, a unos treinta metros, un jeep militar venía a encontrarnos, alejándose del puesto de control. La situación comenzaba a tensarse; no sería fácil entrar a la Nueva Capital.
De pronto el camino se había convertido en un cuello de botella. Lugar propicio para dejar aparcado un puesto de control.
"No es opción volver, chicos" dijo John y se bajó de la furgoneta.
Concepción estaba tras los frondosos cerros que llenaban la escena. Del jeep se bajó un soldado con una AK-47 en las manos. El piloto, ambos cubiertos con sendas mascarillas de oxigenación, lo franqueó camino a nuestro encuentro.
Fue inevitable no ponerse nervioso. Parecía estar experimentando una situación a punto de estallar. Una mala palabra y cualquiera de los dos bandos abriría fuego. En eso, alterado Silva comenzó a mirar las laderas de los cerro. Imité su acción encontrándome con otra preocupante situación; francotiradores, quizás unos siete, esperaban con los dedos en los gatillos a que la historia colapsara.
John estuvo a un metro del primer soldado que había bajado. La barrera era lo único que los separaba.
"Teniente" se cuadró el enmascarado, al cual sólo se le podían ver los agitados ojos.
"Capitán" lo saludo Benavides.
"Voy a ser claro y conciso con ustedes" comenzó a decir el hombre del otro lado, dándose una pausa para mirarnos a todos "Están prohibidos los accesos a la ciudad vía terrestre. Sólo un permiso del capitán de plaza puede dejarlos entrar"
"No lo tenemos" dijo John.
"Entonces tengo que pedir que se devuelvan. Tengo estrictas ordenes de impedir el acceso por esta entrada" repitió el hombre, tenso y deseoso de que el dialogo terminara.
"Necesitamos entrar" dijo el piloto "Traemos una carga preciosa"
Y ahí estaban otra vez utilizando una jerga que no podía entender.
"Lo siento. yo--"
"Venimos desde la zona cero" saltó Leandro desde atrás "Traemos lo que podría ser el virus que inició todo esto"
Un silencio inmortalizó el lugar. John tuvo que girarse a mirar al muchacho, con sus ojos desorbitados. El soldado que acompañaba al capitan se acercó y ambos se intercambiaron unas fugaz mirada. Silva y yo hicimos lo mismo. Sólo sabíamos que en el furgón traíamos un tanque de gas utilizado para liberar la toxina que infectó a más de dos mil personas a dentro de un supermercado. Pero nunca, en todo el trayecto hasta Concepción, Leandro había declarado traer la toxina propiamente tal...




Continuará...

viernes, 5 de octubre de 2012

Día 202: El 14

Cuando me bajo del taxi, el primer recuerdo que me detiene es el de la escena de ella corriendo lejos de mí. Moría por tener un auto y romper las calles para ayudarla, pero lo único que tenía en mi billetera era el pase de básica de Pablo. Debería estar tomando la micro, pero prefiero verla hasta que se pierda de mi vista. Prometí nunca más dejarla sola.
Ahora camino medio ansioso, medio apurado, con su regalo colgando de las manos. La noche me acompaña cómplice, como Isabella al celular. Hace unas dos horas había terminado de cruzar todo Santiago para llegar ahí. Hace media hora la había llamado para asegurarme que no se durmiera.
Me senté en una banca en la plaza de la esquina de su pasaje. Está medio dormida, medio despierta, esperando a que llame. Esperando a que coma. Esperando a que descanse. Esperando a verme, porque el miércoles había sido un día medio raro, pero por raro que sea, se queda. En una moto scooter llegan dos hombres. Se escabullen en la oscuridad y comienzan a perderse en el vicio.
Yo estoy a unos diez metros de ella, tratando de explicarme porqué la amo tanto, recordando que ella ya había dejado de hacerse esa pregunta. Ella está en el sillón pensando que estoy a cincuenta kilómetros. Hoy es una noche dulce, de sorpresa, una noche para olvidar que somos humanos. Es una noche para pensar que somos algo más.
Marco su número en el celular.
"¿Por qué no sales a la calle? Estoy afuera de tu casa" le digo.
Ella no me creyó... hasta que llegó a la reja.

martes, 2 de octubre de 2012

Día 201: Cabro Chico

Y para llenar el vacío de las Navidades, me compro cosas por internet con despacho a domicilio.

No hay sensación más exquisita que pasar el día entero esperando a que el regalo llegue a la casa.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Día 200: Pasión

Mi vieja me cuenta que cuando tenía cuatro años, me escondía en mi pieza y en voz alta relataba historias que se me venían a la mente.

Si no es pasión ¿Entonces qué es?

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Día 199: Fuentes

Eran esos días que en los momentos de quietud lograba imaginarme cayendo lenta y parsimoniosamente sobre mi cama, en una mañna tibia, con la lluvia pegando en la ventana. La cara enterrada en la almohada y la espalda exquisitamente contraida, con las vertebras crujiendo, soltando el estrés. Me voy quedando lentamente dormido. No tengo trabajo. No estudio. Me levanto sólo a comer y ver tele, tirado en el sillón. Entonces recuerdo que tengo que llamar a Antofagasta para revisar los teléfonos desconfigurados, la pistola de Radio Frecuencia en El Monte, la instalación del enlace de fibra optica en Puente Alto 1, el problema de la música centralizada en toda la cadena, los puntos de red sin rotular en la oficina, el teléfono de Hector que no encuentra el router, los móviles malos en la zona norte. El pique a la casa. Volver en la mañana. Contestar correos que había contestado. Perder correos que nunca abrí.
La lluvia en la venta y mi almuhada son escenas vagas de una mala pesadilla. La realidad un tanto cruda. Estaba sentado en una silla dura. Estaba un tanto derrotado. Agotado.
Hasta los que tenemos más energías, a veces carecemos de ella.
Llega el tren. Se abren las puertas. La gente pasa tan rapido e indiferente. Me giro y viene ella. La lluvia comienza a darse con fuerzas contra la ventana. La almohada esta deliciosamente fría. La abrazo. Está durmiendo. Me sonrie y me lleno de vida. De energías. De esa pasión que me come por tenerla. En temple descansa entre mis brazos. Me encanta verla dormir.
Cuando me ataja con un beso, sonriente, feliz del instante, me quedo sin palabras. Debería decirle que es mi fuente de energías, mi razón para deslizar una sonrisa, pero no es necesario. Bien lo sabe.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Día 198: Extraño

Encuentro absurdo y contradictorio ese llano deseo de querer que las cosas sean como antes. Es como decir "No estoy contento con lo que estoy viviendo" Algo parecido a embellecer el sentimiento de arrepentimiento con algún suceso especifico de la vida. Creo que es mejor decir que a veces extraño momentos e historias que se escribieron de forma natural. Echo de menos aquellas situaciones que nacían de buenas intenciones y de problemas fortuitos. Tardes de libertad, llenos de energía, de risa. Noches eternas hasta el amanecer y con ganas de más. No había barreras.
Entonces de pronto crecimos y en cinco años sucedieron tantas cosas, que creo que nos costó darnos cuenta. Nos subimos al tren de la vida, sin frenos, apostando a acertar o a equivocarnos. 
Y hoy, hoy se va deteniendo y al final ya podemos ver cuanto camino hemos recorrido.

Emilia tocó esos recuerdos que se extrañan y que con ganas se quieren volver a vivir. Mientras dormía, yo me quedé pensando que hermoso sería volver a escuchar a Isabella. Quizás no lo recuerda, pero una vez me la pillé en un carrete de dueños desconocidos y estuvimos horas hablando de los problemas, colgados de un vaso de ron, buscando darles solución.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Día 197: Tradición

Fiestas Patrias 2009

Entrando a Septiembre, pensé que la tradición no iba a ser tradición. Jack a miles de kilómetros en Arica iba a dejar de ser participe, y con él ya no iba a ser tan tradición. Iban a ser cuatro años de las fondas en Calera y al parecer Isabella y yo íbamos siendo los únicos miembros vivos de la instancia. Pero Bonita, tan terca y porfiada, siempre en contra de las leyes, realizó una congregación y compró los pasajes de avión que traen a mi amigo de vuelta.
Ahora juntos salen a comprar una bebida para acompañar el almuerzo del 19, día de las glorias de las fuerzas armadas.

De mil hoja fue la torta que compré junto a Emilia para celebrar el cumpleaños de mi vieja. Y aunque escondió como media hora la vela para que no le cantáramos los 47, al final igual disfrutamos del manjar de pastel. Entonces mi madre se pilla con esa etapa en que le avisan que está pronta a cumplir la mitad de siglo y que de ahí para adelante es sólo una cuenta regresiva y un aviso; es corta la vida y hay que disfrutarla.

Jack llegó a eso de las ocho de la noche a Santiago. Su vuelo sufrió un desperfecto técnico en Iquique. Estuvo dos  horas esperando a que se resolviera. Lo saludo con el mismo apretado abrazo de hace tres meses. Ahora está más compuesto. Más presente. Victima de un cansancio obvio y de un tostado característico del norte de nuestro territorio.
Y aunque costó, pero salió, a eso de las once de la noche junto a Isabella, su madre y su hermana, Jack y su madre y Emilia y sus dos hermanas, nos encontramos compartiendo el tan amargo Terremoto con algo de granadina para suavizar. Iba terminando así un fin de semana largo algo necesario. Un respiro en medio de la historia que tan rápido se precipitó. Una regresión exquisita a los origines del grupo, con la importante presencia de mi ángel.
Al final de la noche, después de compartir un té con los pollos, fuimos a caer a la cama en un merecido descanso. Las horas pasaron. La luz volvió a cubrir Santiago. Emilia estaba de nuevo ahí. No necesitaba nada más.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Día 196: Déjalo

Estoy despierto en medio de una noche fría y silenciosa. Son quizá la una de la madrugada. Concentrado en el notebook me encuentro, cuando escucho a Ignacio quejarse lenta y prolongadamente del frío. Le pongo atención al sonido que, aunque normal, me pone en estado de alerta. 
Sin perder el tiempo, el camarote en donde duerme comienza a azotarse de menos a más, como si de un terremoto se tratara. Mas alerta me puse, esperando sentir a que mi cama comenzara a moverse con el vaivén del sismo. Pero nada de eso sucede. Es sólo el camarote de Ignacio que se sacude con violencia y energía. Es sólo él. Es él. 
Lanzo el notebook para quitarme las tapas de la cama. Salto de la cama. Abro la puerta. El camarote se golpea con fuerzas contra la pared y el closet. Cuando voy cruzando el pasillo, le doy un grito a mi mamá. Abro la puerta, enciendo la luz. El cuerpo de Ignacio me da la espalda. El cuerpo de Ignacio parece estar sufriendo una descarga eléctrica de alta energía. Me subo a la cama de Pablo y lo tomo de los hombros. En ese llega mi papá y dice 
"Dios mío" lo dice quebrándose al final.
Mi viejo no se quiebra. Eso no existe. Mi viejo no se cae. Mi viejo no se derrota. Mi viejo es puro fierro y hierro. Una muralla impenetrable. No conoce la palabra "perder". Esto es una maldita pesadilla de Lovecraft, pienso. Y como todo está en el piso, lo único que puedo hacer es salirme y llegar mi pieza. Pablo me toma de la mano y me acompaña.
"Tranquilo, hijo" le dice mi padre.
Mi padre nunca nos dice "hijo". Por primera vez siento que estoy en un mundo paralelo. 
Entonces vuelvo a la pieza. Ahora la convulsión es más leve, pero sostenida. Me acerco y le observo los ojos. Su mirada esta fija, perdida en algún error de su cerebro. Es cuando noto algo terrorífico. No respiraba.
"No respira, papá" le digo
Mi viejo asiente. Hay que esperar.
Llévate mi vida, pienso. Llévate mi vida, que él no se merece esto. Déjalo respirar. Para con esto. Por favor, para con esto. Suéltalo. Déjalo respirar.
Pablo me mira y asustado se pone a llorar. El camarote aún temblaba. Ignacio aún no podía respirar. Todos estamos esperando, esperando a que el siguiente segundo decidiera qué iba a suceder con él. Yo no puedo resistir. Me tapo los oídos y decido que el desenlace que pienso no es el que quiero.
En eso se escucha una manguera succionar los fragmentos de una limpieza bucal en una clínica dentista. En eso se escucha una cañería mal tapada. En eso se escucha una aspiradora tratando de tragar mucho polvo. En eso, alguna parte consiente del cerebro de mi hermano decide que aún no es tiempo y que hay que respirar. Entonces su vía aera se abre y el aire comienza a pasar.
El camarote se dejó de mover. Sus sistema muscular se soltó. 
La noche se silenció más. 

sábado, 8 de septiembre de 2012

Día 195: Anarquía

Día 9, Parte 1



Don Adrián le pasó las llaves de la furgoneta a John. Nos despedimos con un cálido abrazo e iniciamos nuestro último viaje hacia Concepción. 
Camino hacia el sur, recorriendo la costa, recordé los casi doscientos metros que nadamos para escapar de la masacre. Al tocar tierra, logramos observar como aún una flota de botes pesqueros y otros de la marina nos seguían buscando. 
"Al parecer la república desapareció. El presidente fue destituido de su cargo por lo sucedido ayer. Y la ONU intervino el país" nos contaba don Andrián, el hombre que amablemente nos dio refugio en su morada, junto a su mujer "Los hombres poderosos en los pueblos y ciudades se apoderaron de ellos. Algunos para hacer el bien, otros para ejercer la tiranía. La comida escasea. No tenemos luz. Y pronto ocurrirá lo mismo con el agua. Entonces lo que más quieren es proteger a las comunidades de la infección. ¿Qué esperaban que hicieran cuando por la radio escucharon que un avión de la fuerza área, proveniente desde Santiago, estaba a punto de estrellarse en las costas?"
Quedarnos en la playa era mala idea. Subir al camino con el estanque, dos civiles y dos uniformados también era mala idea. Así que empezamos a caminar por la orilla costera. El sol de ese séptimo día ya estaba aclarando los parajes silenciosos y penumbrosos de niebla. 
A las dos horas de caminata, una bocina nos hizo detenernos. Un anciano venía caminando desde la carretera costera. John se preparó para disparar, envolviendo con sus dedos la pistola que traía en la parte de atrás del pantalón. Nosotros nos quedamos esperando a lo peor. Sin embargo el desenlace sería distinto. Detrás del hombre, una mujer apareció siguiéndole. Era su esposa. El teniente soltó su arma.
"Yo les paso mi furgón. Si llevan con ustedes una puerta a la respuesta a todo este problema, yo les cedo mi vehículo. Tenemos el auto de Josefina. Nos podemos arreglar. Pero créanme cuando les digo que Concepción está sitiada. No dejan que nadie entre y que nadie salga. Sólo dicen que han visto salir y llegar aviones. Pero por tierra nada. Los que han tratado de cruzar, han sido heridos" nos contaba don Adrián cuando con mucho cariño doña Josefina había puesto platos con una herviente cazuela sobre la mesa.
Habíamos caído al sur de Constitución, en un pueblo llamado Las Cañas. Con el furgón de Adrián nos dirigimos hacía la ruta 5 sur. Entraríamos por la vía legal a Concepción. Íbamos con una misión entre las manos. Creíamos que no nos iban a recibir con disparos.

Bellos son los bosques que serpentean los bordes de la carretera que nos llevó hasta la Nueva Capital. Allá no había rastro de guerras, infectados y muerte. Era un golpe anímico a los espíritus. Lo que más necesitábamos. 
Al final de la carretera, esperanzados pudimos observar el primer puesto de control.


FIN SEXTA PARTE