domingo, 27 de mayo de 2012

Día 169: Sara Rojas


Día 6, Parte 3


John, nombre del piloto que seguía sentado al lado de mi cama, me explicó todo lo que sucedió los cinco días que habían transcurrido desde el minuto en que la catástrofe se desató. Sin embargo, tratando de pensar cómo había llegado aquel mensaje a mi puerta, tengo sólo lagunas de la fascinante historia, que creo incluyó a un supermercado en Puente Alto, bloqueos militares, Valparaiso invadido y a la Nueva Capital.
Yo le conté mi penosa y tropezada historia; mi encuentro con los infectados, el despertar en mi departamento y la muerte de Joan. También le declaré que no tenía idea de quién podía haber puesto el escrito "Capitán Manuel Avalos Prado" en mi puerta.
"Es obvio" dijo el uniformado, con esa maldita sonrisa de actor estadounidense en el rostro.
No entendí a donde iba.
"Alguien que sabía que usted iba a estar trabajando en el supermercado" dijo.
Alguien. Y de golpe recordé a Sara.
"Si trabajo esta noche, tendré una semana de vacaciones" le contaba tirado en mi cama. Era la tarde de la víspera de año nuevo. Ella sonrió entusiasmada.
"Entonces podremos ir a Isla Negra" me dijo.
Asentí.
Se posó en mi pecho y la abracé. El aroma de su pelo se coló en mi nariz. Luego me miró, apoyando su pera sobre sus finas manos.
"Me quiero ir contigo para siempre"
Sonreí. John me notó.
"¿Sabe quién?"
Lo miré con el recuerdo aún en mis ojos.
"Quizás" le dije, pero luego recordé que hace cinco días que no la veía y que en mi fatídico viaje no había visto rastro de ella. Si fue Sara, el escrito lo había dejado la misma noche de año nuevo, según lo que me contó el piloto. Entonces ¿Por qué no me fue a buscar? Como sermoneandome, mis memorias hicieron correr el recuerdo de mi humanidad borracha sobre el pasillo de las galletas. Quizás no la había escuchado golpeando la puerta de acceso para empleados.
"Pero desde que todo esto sucedió, no he sabido nada de ella. Sara tenía padres, debe haber escapado con ellos" le dije, nombrándola inconscientemente.
"¿Cómo se llama?" me preguntó John.
"Sara" repetí, como revelando mi mayor secreto.
Entonces el piloto tomó un montón de hojas que estaba al lado de la bandeja del desayuno y comenzó a mirarlas.
"¿Sara cuanto?" preguntó, concentrado en lo que había en los papeles.
"Rojas" le dije "Sara Rojas"
John guardó silencio para concentrarse al máximo en su búsqueda.
Yo estaba en medio de la nada, esperando a que terminara de hacer lo que estaba haciendo, sintiéndome casi inútil. Él afanado no dejaba de hojear los papeles. Hasta que de pronto se detuvo.Un silencio oscuro y frío inundó el lugar. Tan sólo quería saber qué estaba mirando.
Me miró.
"¿Sara Andrea Rojas Altamiro?" me preguntó.
Asentí sintiendo como un quemante escalofrío me recorrió la garganta lentamente.
"Desde la hora cero, siete vuelos han partido de aquí hacia Nueva Capital. Ella viajó en el tercero" declaró.




FIN TERCERA PARTE

lunes, 21 de mayo de 2012

Día 168: Coincidencias



Día 6, Parte 2


He muerto. El blanco de la escena es acompañado por una luz que parece venir desde mi pies. Estoy sumido en paz y tranquilidad. En mi mente no hay nada. Sólo paz. De fondo pájaros cantan a los lejos. Es el único sonido perceptible. Quizás es el edén esperando a que cruce sus parajes y comience a transitar el largo camino hacia la eternidad. Pensé en mis padres. Pensé en mi hermano. Pensé en Sara, pero algo me impidió perderme en el verdor de sus ojos y los recuerdos de la última tarde.
De golpe me senté sobre la cama y giré el cuello hacia la derecha. Mi mirada se encontró con la de un atento joven sentado a mi lado. Por algunos incómodos segundos nos quedamos viendo sin decir nada. Detrás los pájaros seguían cantando.
"¿Estamos muertos?" le pregunté. Me sentí estupido.
"Estuvimos a punto... pero no. Estamos vivos" contestó con una risita de ternura.
Quizás me creía un loco. No lo culpaba.
"¿Se encuentra bien?" me preguntó
Asentí observando mi rededor. Parecía estar en lo que era un hospital de guerra. Camas con frazadas estiradas se enfilaban en dos hileras de perfecta alineación. Paredes altas y blancas encerraban en un cuadrado al lugar. Y dos puertas ubicadas en los extremos permitían el ingreso y el acceso.
"¿Quiere comer?" me interrumpió de mi análisis el muchacho.
"No, gracias" contesté extrañado al sentir el estomago apretado.
Había un penumbroso y perturbador recuerdo de la noche anterior rondándome la cabeza. Nada claro, debido al shock en el cual me encontraba inmerso. Era aquella situación la que me tenía tenso y sin apetito. Me desesperaba el tener una película con escenas cortadas corriendo por mi mente. No podía recordar con exactitud lo que había descubierto.
"¿Cómo me encontró?" le pregunté al joven, buscando salir de mi confusión.
"Gracias al GPS ubicado en el jeep que tomó" me contestó.
Ahora lo miré de golpe. No había notado, en absoluto, su uniforme militar de color azul marino, con manchas azules más oscuras. Ojos tranquilos. Barba afeitada. Y el tipico y exacto corte de tipo militar. Estaba frente a un uniformado de las fuerzas armadas. Era él el que había entrado a mi pieza y había dado muerte a la infectada... ¡Eso era! Algo tenía conexión con la infectada que había estado a punto de atacarme.
"Nos íbamos anoche. Pero al detectar el vehículo en movimiento en nuestros mapas digitales, decidimos realizar una expedición para dar con la persona que lo estuviera conduciendo" siguió explicando.
Yo sólo podía pensar en la infectada ¿Por qué? Lo único que sentía era que había sacado una conclusión esclarecedora al verla. Pero no podía recordar.
"¿Por qué no vino hacia acá?" me interrumpió el militar.
"¿Para dónde?"
"Acá. Fue la orden que se le dio a la ciudadanía. A demás que lo tenía anotado en su libreta de apuntes" me dijo, indicando mi libreta apostada sobre mis ropas a los pies de la cama.
No entendía de que hablaba. Obviamente, él no sabía que cuando sucedió todo, yo me encontraba borracho dentro de un supermercado.
"¿Dónde estamos?"
"En la escuela de aviación Capitán Manuel Avalos Prado" declaró energico.
El corazón se me volcó y el aire se congeló dentro de mis pulmones.


Continuará...
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miércoles, 16 de mayo de 2012

Día 167: Te encontré

Día 6, Parte 1

Todo es oscuridad. Neta oscuridad. El tiempo avanza como una tortuga sobre la arena. A veces, a penas, logro distinguir difusos y distantes destellos de luces. A veces puedo oír lejanos e indescriptibles sonidos. Nada tiene sentido. Joan murió. Sara murió. Mis padres murieron. La ciudad desapareció. Yo sólo soy un accidente dentro de todo el plan.
Estoy sentado sobre la cama de los padres de mi amigo, esperando a ser parte del plan.
Una masa oscura se mueve en la tranquilidad de la escalera. Trato de arrancar, pero no puedo. El saber que de ponto todo perdió el sentido, me dejó sin fuerzas de luchar, de seguir. La masa se mueve con sigilo, como examinándome. Sabe que estoy ahí. Parece decir "Te encontré". Ahora se acerca más decidida. Está frente a mí. Y algo me dice "Aún no es el momento" La pistola en mi espalda fría espera.
De pronto una luz poderosa es enfoca desde la escalera. Sorprendida, la infectada se gira alertada y gime. Un disparo mudo la lanza al suelo. Un rocío de sangre queda suspendido en el aire. John habla por su radio y luego me habla a mí. Yo no le respondo. No tengo fuerza. No puedo seguir.
Se cuelga su rifle del hombro y luego me cuelga a mí en el otro.

Oscuridad otra vez.

Ahora parezco ir en el jeep militar en el que me transporté a la casa de Joan. Vamos a alta velocidad. Los militares hablan entre ellos.
"Debe ser el último" dicen.

Oscuridad y silencio otra vez.


Continuará...

sábado, 12 de mayo de 2012

Día 166: Contacto

620 días antes, Parte 1


Mis padres y mi hermano murieron instantáneamente, dijo el forense a cargo de la investigación. También dijo que el chofer que perdió el control del camión que llevaba gas, arrojó 3.2 en su examen de alcoholemia. Iba totalmente borracho, a más de 150 kilómetros por hora, con un camión de más de 10 toneladas, en una carretera llena de vehículos que regresaban de un fin de semana largo. Pero los accidentes son así. El vehículo de mi familia había sido el único malogrado. Su defensa abocó problemas psicológicos y alcoholismo, lo cual lo invalidaba de cualquier juicio. La sentencia dictaminada por la joven magistrada fue de un año de presidio domiciliario, con firma mensual en la fiscalía más cercana. Golpeó la mesa con su martillo de madera, y el sonido de personas cerrando carpetas y otras saliendo por la puerta, invadió de inmediato mis oídos.
Me quedé solo en la sala de juicios, buscando darle lugar a la efervescente ira que fue subiendo caliente por mis venas hasta mi cabeza.


Día 5, Parte 1


Desperté con la mañana del quinto día. La luz del sol tenue y débil se colaba entre las cortinas de la pieza, dejando notar tan sólo el color azul del cielo abierto.  En ese instante, sin poder evitarlo, la presencia de otra persona en la pieza me heló la respiración. Sin embargo, la ausencia de ruidos extraños me obligó a liberarme del inusual sentimiento. Quizás era mi subconsciente alerta y atento a la situación actual. Entonces recordé la puerta del dormitorio; no la había asegurado.
No esperé más. Había algo conmigo en la pieza. Me levanté girando hacia la puerta de acceso al dormitorio, encontrándome con los desorbitantes ojos negros de Joan, acercándose sin obstáculos hacía mí. Sólo alcancé a levantar los brazos y tratar de detener su ataque agarrándolo de su camisa, pero la fuerza brutal del infectado era mayor, y me hizo caer a un costado de la cama.
Mi primera acción fue recordar la pesadilla de los dos, estando en la misma posición. Luego todo lo que hice fue defenderme de mi muerte próxima. Joan pesaba unos noventa kilos, y en peso muerto parecía pesar el doble. Sumado al repentino calambre que atacó a mis brazos, todo lo que podía hacer era mantenerlo alejado de mi cara, la cual con desesperación quería mascar.
Mi infectado amigo gritaba con rabia, dándose más fuerzas, acercándose cada vez más. Yo sólo quería quitarme el miedo que me impedía dotarme de poder para quitármelo de encima. Fue entonces en aquellos terroríficos segundos, que pude notar su cuello todo magullado con una herida que le cruzaba la piel de derecha a izquierda. Recordé su gesto de negación y entendí.
No estaba negando. Estaba cortando la soga con su cuello. Fue la forma que encontró de escapar. Giraba su cuello para que con la fricción los hilos de la cuerda fueran poco a poco cediendo. Pero eso no había sido su deducción. Sólo fue cuestión de instinto. O quizás, gracias a la infección, había logrado dar con la respuesta a cómo escapar de su prisión.
Joan estaba más cerca, muerto y hambriento, no recordando quién era yo, buscando mis labios, mi nariz y mis mejillas. Entonces, sintiendo como mis brazos tiritaban como jalea bajo la presión causada por su cuerpo, entendí que él no era Joan. Mi amigo había muerto la noche de año nuevo. Aquel era un cuerpo con órganos y sistemas podridos, buscando nada más que alimentarse. No había Joan dentro de él. Tenía que matarlo.
Saqué mis manos de su pecho y se las coloqué en el rostro. Él trató de hacer lo mismo, aferrándose a mis hombros. Entonces, nutriéndome de fuerzas bajo el alelo de un grito desesperado que me desgarró la garganta, lo levanté y azoté su cráneo contra la pared. Al instante, varias heridas se abrieron paso por su cuero cabelludo, acompañado de un ruido sordo. El infectado perdió fuerzas después del ataque, regando con su sangre negra la blanca pared. No había sido suficiente. Volvería a por mí. Entonces inyecté más fuerza al segundo golpe, azotándolo sin pensar que lo que estaba haciendo se lo estaba haciendo al cuerpo de mi amigo. Ahora su cráneo crujió bajo el desgarro de varias fracturas. El infectado dejó de moverse. Mi teoría del daño craneal y/o cerebral se volvía ley. Y entonces di el último ataque. Quería que todo terminara de una vez por todas. El tercer golpe terminó con sus sesos filtrándose por la herida de su cráneo abierta, cayendo de bruces a mi lado, por fin muerto.
Yo me quedé ahí. El shock y el saber de haberle dado muerte a una persona con mis propias manos, me despojó de todo tipo de fuerzas. Después todo fue oscuridad.


Afuera, la presión causada por el peso de más de cien infectados, hizo que el portón metálico del acceso al condominio cayera…


Continuará...

miércoles, 9 de mayo de 2012

Día 165: La Lista



Día 4, Parte 7



“1.-Todo tipo de daño craneal y/o cerebral, les causa la muerte inmediata” 

El soldado no volvió a ponerse de pies



“2.-El ruido los atrae”

El infectado escondido en la caravana de vehículos abandonada. La multitud de infectados que comenzó a agruparse en el portón del condominio, después de la poderosa explosión de la casa-trampa.



“3.-Enfermedad – Cura”

Joan amarrado como un perro con tiña en el último palo de la parcela.



“4.-Capitán Manuel Ávalos Prados, escrito con lápiz labial color café”

El extraño mensaje en la hoja de la puerta de mi departamento.



“5.-El agua no es foco de contaminación”

Bebí unos buenos tragos antes de salir.



“6.-Proveerse de comida”

Fue lo último que escribí en mi lista de notas, en la libretita que encontré entre las cosas de mi amigo. La cerré y salí en la búsqueda de comida. En lo primero que pensé fue en comida envasada; arroz, fideos, conservas, congelados y agua mineral. Era lo que más iba a durar en caso de tener que hacer un viaje largo…¿Viaje? ¿A dónde? La pregunta se desparramó en mi cabeza, mientras veía con un extraño temor a los infectados que se amontonaban con una preocupante rapidez en todo el frente cercado del condominio. La explosión del galón de gas y la granada se había escuchado más de lo que me hubiese gustado, convocando a una peligrosa horda de unos cincuenta entes, hambrientos del único alienígena con vida dentro del perímetro enrejado. Desesperados, estiraban con entusiasmo los brazos, gritando y gimiendo ruidos sin sentido.



"7.-No tienen conciencia y raciocino”

Anoté observando que no sabrían cómo cruzar la cerca y seguí inspeccionado las casas.

Lo encontrado, lo reuní con lo que había en casa de Joan. Todo eso lo guardé en el jeep, con miras a mi supervivencia en los días venideros. Entonces nuevamente la pregunta se asomó ¿A dónde?

“¿A dónde?” le pregunté a Joan.

Mi amigo seguía negando.

“¿Tampoco sabes?” le pregunté.

Seguía diciendo que no.

La noche ya había caído. Decidiría mañana.

Tuve que hacerme de unas velas porque la luz eléctrica era la gran ausente de la jornada. Cocí un paquete de tallarines para la once, untándolos en la mantequilla que comenzaba a derretirse en el refrigerador. Fue ahí, entre cucharadas y silencio, que Sara se fue a posar nuevamente en mi mente. No recordaba su voz ni su aroma. La metralleta de sensaciones me había quitado esas memorias. Pero si recordaba su sonrisa y la forma tierna que tenía de besarme.

¿Alcanzó a escapar?

Lavé la olla en la cual me serví los tallerines y subí al segundo piso a darme un merecido descanso.




Continuará...


viernes, 4 de mayo de 2012

Día 164: El Ahorcado

Día 4, Parte 6


Pensé que era un imbécil. Un cobarde imbécil. A través de la cuerda su vida había huido de la catástrofe, pero su cuerpo sufrió las consecuencias. Sus pies yacían carcomidos por el hambre insaciable de los infectados en la casa. Tiene que haberse visto acorralado por la horda y no vio otra salida. Su corpulento cuerpo no le habría dado para saltar la pared que colindaba con la casa de atrás, como para optar a otro escape. Entonces decidió que tampoco quería vivir la experiencia de ser devorado por aquellos seres.
Cobarde. Por lo menos deberías haber escapado, fue lo que pensé antes que tratara de alcanzarme la cabeza. Joan gimió como los otros, eterna y quejosamente, buscando comer de las carnes de quién lo miraba. Había vuelto de la muerte, mientras que yo caía de espaldas al suelo al querer escapar del sorpresivo ataque.
No me reconoció. Tal vez tampoco sabía quién era él. Entonces todo cambiaba. La horda entró. Él cerró el ventanal de acceso al patio. Trató de saltar la pandereta, pero no pudo. Y fue cuando supo que escapatoria ya no había. Tomó la soga y sacó la silla. Mientras que su tráquea luchaba contra la fuerza de la cuerda, uno de los infectados logró abrir el ventanal y se abalanzó sobre sus pies, al momento que la vida le abandonaba el cuerpo. Tiene que haber sentido como le atravesaban las carnes con los dientes.
Decidí quitarle el sufrimiento, apuntándole con el arma. Joan aún seguía con los brazos estirados, gimiendo infectado por el misterioso mal, no temiendo que estaba a punto de incrustarle una bala en la frente. Era obvio; no entendía la amenaza que tenía frente a él. Carecía de todo tipo de raciocinio.
“No tiene sentido vivir” me decía en la pesadilla.
“Yo nunca habría dejado que te tiraras al vacío” pensé.
Bajé el arma. Con un cuchillo corte la cuerda y lo dejé caer. Cayó aparatosamente en el suelo, tratando de incorporarse para atacarme otra vez, pero los huesos carcomidos lo hicieron volver al piso. Tomé la cuerda y lo amarré a uno de los pilares del cobertizo.
Lo tendría ahí, en vez de dejarlo verse como un ahorcado rehabilitado, estirando sus brazos a mi presencia, quejándose penosamente por comida. En ese momento pensé en que si había enfermedad, había cura.
“Vamos a encontrar esa cura, maldito cobarde”
Siempre encontrábamos la cura.
Él tampoco me habría dejado caer.
Joan aún se mantenía erguido, con sus brazos al frente, buscando escapar de lo que le impedía atraparme. Una persona normal había tratado de desamarrar la cuerda. Él tan sólo tiraba de ella, esperando a que lo soltara. Pero la soga no se iba a cortar. Era gruesa y larga. No había forma de que escapar.
Entonces, después de mantenerse unos minutos así, bajó los brazos y extrañamente comenzó a negar. Giraba la cabeza en dirección horizontal, de derecha a izquierda, pausadamente. Era el gesto de negación. Me estaba diciendo que no. Pero ¿Por qué?
No era algo lógico. No estaba tratando de decirme nada. Quizás era un reflejo de su cerebro podrido. Nada más.
Me di media vuelta y salí de ahí...




Continuará...

miércoles, 2 de mayo de 2012

Día 163: Los Malditos

Declaro hoy, enérgico, que me niego tajantemente a aceptar el destino de la situación. Karina tiene razón y quizás se lo hiciste saber en sueños y epifanías, y lo acepto. Asumo que venimos con una misión predestinada, como hay otros que sólo vienen a vivir. Somos los guías o conductores, como quieras llamarnos, de los perdidos y de los que a veces no encuentran la solución. Y me entrego en cuerpo y alma a servir a los que no ven las líneas del camino hacia ti.
Somos la luz y la voz en el túnel oscuro. Somos la esperanza y el coraje en la guerra. Y mirándote a los ojos te digo que no me rehusó a la misión. Sin embargo, tajante y celoso me niego a seguir la ley del fin.

Destino escrito, es casi una profecía “Los perdidos no podrán encontrar respuestas ni alivio al dolor que viven. Sólo hallarán el susurro de ustedes, los malditos, ángeles condenados a amar pero no ser amados. Los guiarán a través de la siembra penumbrosa, hasta encontrar el amanecer. Esa es su misión. Luego deben volver y esperar por otra alma perdida. Los perdidos, ahora caminantes, deben seguir solos”

Entonces hoy día descubro el plan y alcancé a darme cuenta que Elizabeth era una maldita y yo un perdido, así como Karina y quién escribe somos malditos, y el resto de las bellas historias más perdidos. Pero no. Me rehusó a soltar la mano de la mujer que me acorrala al camino cada vez que me desbanco de él.
Entiendo claramente que la naturaleza misma me obliga a separarme de mi guía y debo seguir sólo. Es la ley del fin. Pero declaro revelarme frente a todo lo escrito y establecido, y juro no soltaré su mano.

Eran las cuatro de la madrugada del miércoles.
“Quiero estar contigo hasta que me muera”