lunes, 27 de febrero de 2012

Día 142: Héroe


No le gustó escuchar que le dijera que ese día quería salir con sus amigas. No entiende bien de donde viene ese explosivo sentimiento. No entiende de dónde salió. De pronto siente que tiene que dejar salir una incontenible ira al ver los ojos de aquella repugnante mujer, cuando le contradice algún deseo. 
Partió por la pequeña mesita del té, esa que compraron hace cuatro años, dos días antes que le entregaran el departamento. Ella se soltó de su mano cuando la vio en la fábrica de muebles y saltando en felicidad le rogó que compraran aquella.
La mesa dio dos giros en el aire, cayendo al suelo estrepitosamente después que las tazas, los platos, los cubiertos, el frasco de azúcar, el contenedor de la mermelada y el mantel de flores campestres. Fue una potente explosión sobre el piso, en donde fragmentos de loza y té se desparramaron hasta la sala de estar. 
Adán se acercó temerario hasta el frente de Diana, la cual acurrucada en su silla y con los brazos protegiendo su cabeza, esperaba el momento en que su novio se descargara contra si por haberle dicho que prefería salir con sus amigas en vez de acompañarlo al cumpleaños del primo. 
Él, de un metro ochenta y gruesos brazos, no entendía por qué tenía que incrustarle los puños o tirar de su pelo. Lo único que sabía era que la sensación de satisfacción se desbordaba por su cuerpo cuando veía sucumbir el frágil cuerpo de la muchacha bajo los impactos de sus golpes. Entonces, bajo imperiosos gritos, alzó su brazo izquierdo. Pero algo increíble ocurrió.
Entre los dos, de la nada, apareció un sujeto. Ser un hombre fue lo primero que percibieron del intruso, quién vestido de camisa blanca, pantalones negros, zapatos y cubierto con una pasamontañas de lana, detuvo en el momento preciso el golpe de Adán. El hombre, un tanto más bajo que el agresor, se giró hacia Diana y le penetró una inquisidora mirada. La muchacha por dos segundos creyó reconocerle.
En eso ambos, agresor y salvador, desaparecieron. La joven quedó sola en el departamento.

Genova ardía bajo las agresivas y contantes erupciones de mega volcanes. Su atmosfera estaba recién fecundando aire respirable. Y poco faltaba para que el oxigeno pudiera participar de la creación de vida. Adán y el misterioso hombre aparecieron de pronto sobre un terreno alejado de la lava, pero que no se salvaba de los terremotos protagonista en aquella era.
El agresor no se pudo sostener debido a que el aire era casi irrespirable, cayendo en cuatro patas al piso. El enmascarado, sin mirarle, le aclaró:
"El aire está en su pleno génesis. El planeta está terminando de formarse. Si quieres respirar, debes hacerlo lentamente"
El joven, no logrando encajarse la extraña idea, hizo caso del consejo y pudo sentir como el aire, aunque un poco mezquino, lentamente comenzó a llenar sus pulmones. Luego observó al tipo que se había cruzado en la discusión. ¿Quién era aquel misterioso hombre?
"Ella te ama ¿Sabes? Siempre te ha amado. Y tú... tú eres un maldito bastardo, prisionero del miedo a que te deje" le dijo, tomándolo de sus ropas para levantarlo "Te dejaría aquí, esperando a que tus pulmones se llenen del dióxido que expele aún esta joven tierra, pero está el riesgo de cambiar la historia y causar un caos en el Universo. No es plan de nadie tu presencia aquí. Así que escúchame bien. Si vuelves a tocarla, me voy a encargar de que tu alma y mente desaparezcan de esta realidad. Te llevaré a vivir a un lugar en donde no hay espacio ni tiempo, en donde caerás constantemente hacia la nada. Y amigo, te juro que tu mente no va a poder soportar vivir así en eternidad... ¿Entendido?"
Adán sintió como el miedo le hacía trizas las entrañas, no dudando que aquel hombre no fuera a cumplir su promesa. Sólo pudo asentir.
Ambos, nuevamente, desaparecieron.

Esmeraldas estaba sumida en los tibios aires de una tarde próxima. La inmersión del tiempo y el espacio hizo que se produjera una fuerte explosión antes que Adán y su compañero de viaje aparecieran ahí. En las cercanías no había nadie.
El enmascarado, soltando al joven, caminó dirección al sur, alejándose de él.
"¿Quién eres?" le preguntó el muchacho.
"Alguien que la ama con el alma" contestó el héroe y desapareció.
Adán quedó solo en aquella baldía playa. 
A las horas después, luego de pensar en todo lo que había vivido, caminó hacia las calles de Esmeraldas, averiguando que aquella hermosa bahía se encontraba en el norte de Ecuador. 
Sólo pudo sonreír al pensar en cómo iba a llegar a su departamento en Concepción.

viernes, 24 de febrero de 2012

Día 141: Siete Mil Infectados

Día 0, Parte 6

Luces de Emergencia. Fue lo que todos pensaron. Lamentablemente, para darle más rareza a la situación, el encargado de mantención descartó la idea, confirmando que el equipo de petróleo que abastecía de electricidad al hipermercado en caso de corte de luz, no estaba funcionando. María Angélica no tenía que saber que el equipo de emergencia no estaba funcionando. Sabía muy bien que aquellos cuatro puntos de luz no eran las luces de emergencia. Es más, recordaba no haber notado la presencia de aquellos paneles de acero apostados en forma de cuadro sobre la cabeza de todos. La estructura era un encuadramiento de fierros que servían como soporte para los focos de luz y para seis galones de gas ubicados detrás de los últimos. Estos, posiblemente, contenían el combustible que permitía que los focos pudieran estar encendidos, ya que presencia de cables eléctricos no se podía observar
¿Luces de emergencia alternas? La opción era más tranquilizadora.
Fue entonces que todos escucharon el siseo de los movimientos de engranajes metalicos provenientes de las estructuras de luz. Algo se movía allá arriba. ¿Qué cosa? Todos quietos trataban de averiguarlo. Luego hubo un nuevo movimiento de circuitos y pequeñas estructuras. Quizás brazos metálicos. Era todo incierto.
Lo único que supieron fue que de pronto los 24 galones de gas se descargaron completamente de forma sorpresiva, llenando con una infatigable rapidez todo el lugar con un éter de incontenible expansión. Sólo algunos trataron de escapar para no inhalar la sustancia contendía en aquel blanco gas. El resto de la multitud inamovible se fue perdiendo en la penumbra de la nube que los cubrió.
En pocos segundos todo el supermercado quedó inmerso en una cegante niebla, acompañado de un profundo silencio.

El gas se consumió a los 4 o 5 minutos después. Las luces continuaban encendidas. El silencio aún era conquistador. Lo único diferente fue que al disiparse la nube blanca, se pudo divisar la escabrosa escena de las siete mil personas aparentemente fallecidas sobre el piso. Todos, desde el niño más pequeño hasta el empleado más antiguo, uno sobre otro, como apilados a su propia suerte, estaban tendidos sin moverse ni quejarse. El gas les había brindado una rápida y efectiva muerte.
Esparcidos se quedaron por todos los pasillos, sin indicios de algún sobreviviente.
Se quedaron ahí, hasta que el primer infectado despertó, emitiendo un quejido de dolor y muerte, aletargado y torpe. Era el primero, un ser de carne, hueso y una fracción de cerebro que con dificultad y lentitud controlaba sus movimientos primarios, como el des los brazos y las piernas. El resto de su encéfalo estaba totalmente apagado. No había conciencia dentro de aquel ser. Sólo movimientos y un terrorífico ente irracional.


Y lo peor de todo era que el único pensamiento que disparaba la pequeña porción de cerebro encendida, era de estar hambriento de algo que no podía entender.



Fin Segunda Parte

martes, 21 de febrero de 2012

Día 140: Encerrados

Día 0, Parte 5

Había siete mil almas queriendo una sola cosa. Habían siete mil voces pidiendo lo mismo. Los unos se los exigían a los otros, presas de el no entendimiento de toda aquella inusual situación. Entonces las amenazas y los gritos se desparramaban venenosas como el virus por la sangre. Los clientes, aferrados a las manos de sus hijos y en la otra con las bolsas de las compras, exigían la apertura inmediata de las puertas de acceso. Por otro lado, los guardias y empleados del hipermercado trataban en conjunto de calmar a la furiosa multitud, buscando algo que no tenían: una explicación.
En la puerta uno, la primera puerta que se cerró, había una gresca entre tres indignados hombres, padres de familia, y dos jóvenes guardias que los trataban de controlar. Los primeros exigían la presencia de un superior, la apertura de la puerta y una explicación. A lo que los otros les contestaban que estaban haciendo todo lo posible por realizar las aperturas de las puertas. El problema era que después de cinco minutos de un hermético y escalofriante encierro, el "hacer todo lo posible" ya no les servía a los enardecidos hombres, que más alzaban la voz bajo la exigencia de una solución, apoyados por hombres entremedio de la multitud que tenía temerariamente rodeados a los ya asustados guardias.
A unos cinco metros de ahí, frente al lineal de cajas registradoras, otro grupo de hombres y mujeres encaraba al que era el encargado de seguridad, junto a tres guardias, los cuales desesperados por el creciente e incontenible caos, buscaban explicaciones por radio y celular a lo que estaba sucediendo, siempre buscando calmar a los clientes.
La situación en la puerta número dos era similar.
"Don Andrés no contesta, señora María" le dijo la funcionaria.
"Esto no es un accidente" susurró María Angélica, observando desde el segundo piso como toda la masa de personas se había contenido fuera de la sala de ventas, creyendo estar en un estadio de futbol repleto hasta las gradas al escuchar ese efervescente murmullo de gritos y reclamos. Supo que si no mantenía la calma de aquel gentío, la situación podía empeorar más de lo que estaba. Entonces discando el número de carabineros y bomberos, caminó en dirección hacia la entrada número uno.

"¡Sólo deben abrir la puerta!" gritaba uno de los hombres en la puerta uno, con la jineta de protagonista de la fuerte discusión.
"Caballero, estamos haciendo todo lo posible por abrirla..."
"¡Eso es una mentira!" saltó otro de más atrás "Esto es un condoro de ustedes. Se les activó el sistema de seguridad y ahora no saben cómo abrirlo" agregó casi asfixiándose de tanto esforzar la voz.
La multitud lo apoyó.
"Si supiéramos cómo abrir las compuertas, ya lo habríamos hecho" intervino el encargado de seguridad del local "¿Creen que los queremos tener retenidos?"
"Queremos al gerente del local, ahora" gritó una mujer sepultada en la masa.
Muchos asintieron la solicitud.
"Estamos haciendo lo posible por resolver rápido todo este problema. La presencia del gerente no solucionará nada"
"¡Tráiganlo ahora!" exigió un joven que de un salto emergió del gentío y con una botella de cerveza noqueó al encargado de seguridad, lanzándolo al suelo. Después de la explosión del vidrio y la cebada fermentada, el bullicio se acrecentó, aclamando la voz de la máxima autoridad en el lugar. Un guardia salió en defensa del malogrado funcionario, ya que al caer, el agresor lo remató de una patada en la cara. El joven le conectó un derechazo al irresponsable que había comenzado la pelea, haciéndole perder el equilibrio. Sin embargo, el funcionario fue inmediatamente reducido por dos clientes, que sin lugar a dudas comenzarían a descargar su rabia contra él.
"¡¡¡SILENCIO!!!" se escuchó decir la voz de una mujer arriba de un mesón. Era María Angélica "No van a resolver nada sacándose la cresta"
La multitud increíblemente se tranquilizó, disponiendo atención a lo que la mujer tenía que decir. Tal calma, permitió a otros empleados del supermercado llegaran a socorrer al guardia y al encargado de seguridad.
"En estos momentos les soy sincera al decir que lamentablemente no tenemos ni la más mínima idea de lo que sucedió. No sabemos qué tipo de sistema de seguridad se ha activado. Pero si sé que como supermercado estamos dando todo lo que tenemos para resolver rápido todas las incógnitas que ustedes y nosotros tenemos, para poder salir lo más pronto posible de aquí. Si gritan, se desesperan y golpean al personal, lo único que van a conseguir es perder el tiempo y una demanda por agresión. Y estoy completamente segura que ninguno de ustedes quiere pasar la noche de año nuevo en la comisaria. Nosotros también tenemos familia y también queremos pasar las doce en casa. Así que si se calman, se los agradezco mucho, porque así más nos ayudan.
En estos momentos bomberos y carabineros está afuera del local, disponiendo de todos los recursos necesarios para poder ingresar. Así que en muy pocos minutos salir de aquí va a ser un hecho..."
Fue cuando la electricidad se cortó en todo el recinto y la oscuridad fue reina. El caos explotó en todo el lugar, generando un griterío ensordecedor y estampidas de desesperadas personas queriendo echar abajo las gruesas y negras compuertas que les impedían el salir. Se podían escuchar los gritos de mujeres llorando, niños perdidos y hombres pidiendo la apertura de los accesos. La multitud era un monstruo oscuro y gigantesco, yendo de allá para acá, arrasando con todo lo que se le interponía en el camino. 
A medida que el tiempo transcurría, se comenzaron a hacer presente la asfixia de personas por aplastamiento, sobre todo en el intento desesperado de todos por echar a bajo los bloques de metal. En la oscuridad y los bruscos movimientos, los niños perdieron las manos de sus padres que se esmeraron por no soltarlos. Los gritos conformaban lo que era un tempestuoso mar capturado por una horrible pesadilla.
En eso, cuatro puntos del techo proyectaron un potente torrente de luz, dejando el supermercado totalmente iluminado. El silencio, paulatinamente, fue inundando el lugar otra vez.


Continuará...

domingo, 19 de febrero de 2012

Día 139: Intencional

467 días antes, Parte 2

Una extraña calma se apoderó del lugar. Habíamos quedado boca abajo. El cinturón de seguridad no me dejó destrozarme el cuerpo dentro del casco del automóvil, dejándome colgada al revés en el asiento del piloto. Instintivamente, mareada por los golpes que me había alcanzado a dar, busqué a Juan dentro del vehículo, encontrándome con lo que ocasionó el brutal accidente. Como mi cuerpo aún no se acostumbraba a la posición en la cual estaba, en vez de mirar hacia el asiento del copiloto, me giré hacia la ventana de mi puerta, la cual rota completamente me dejó ver una suerte de rampa posicionada a la mitad del camino. Era una estructura compuesta por una tabla de unos tres metros como base y un fierro en pendiente ascendente sostenido por pequeños remaches adosados a la tabla. No supe qué pensar. No sabía si lo habían puesto con intención o algún irresponsable chofer lo había dejado caer de su camión. Daba igual. Me giré hacía el otro lado y la historia empeoró de forma abruta. Los ojos dilatados y punzantes de Juan me miraban inertes. Su cabeza estaba escabrosamente doblada en contra el techo del auto, mientras que su espalda se torcía con fuerzas en dirección al parabrisa, denotando una columna totalmente quebrada. Sin dudas, aquello le había causado la muerte. El problema fue que algo no me dejó aceptarlo. Había sido por algún tiempo mi novio y unos meses más yo su amante. Hace cinco segundos estábamos conversando y ahora un estupido accidente le había quitado la vida. Un calor me recorrió el cuerpo, acompañado de un llanto doloroso. Lo quise abrasar, pero la adrenalina del momento ya había abandonado mi cuerpo y fuerzas para moverme no me quedaban. En eso fue cuando la historia dio un giro inesperado al incorporar la aproximación de dos decididos zapatos en dirección hacia nosotros… hacia mí. Me giré nuevamente hacia la ventana, encontrándome de frente con dos piernas al revés. Se trataba de un hombre de pies, vestido con zapatos de alto costo y un pantalón de tela negro. Su presencia, extrañamente, no me causó tranquilidad. No sentí esa sensación de socorro por parte de su persona. Y estaba en lo cierto. Se hincó sobre sus rodillas para poder encontrar su mirada con la mía. Era don Pedro Miranda, vestido de terno y no de militar como lo había visto hace unas horas. Por fin comprendí todo. Con sólo ver nuevamente aquella sonrisa pude encajar todas las piezas del puzzle.
“Muy inteligente para intuir que no me llevaría al cabo segundo para darle una pronta mejora. Pero no tanto como para deducir que la íbamos a estar observando” dijo.
En ese momento entendí que mi final era tan inevitable como haber esquivado la rampa que él había puesto. Cuando vi sus grandes y huesudas manos acercarse hacia mi cabeza, un miedo espeluznante y nunca antes vivido me desbordó las venas, pero reprimí el llanto. Hubiese llegado unos minutos más tarde, quizás mis músculos ya habrían tenido la suficiente fuerza como para defenderme o por lo menos luchar por mi vida.
Envolvió entre sus dedos mi cráneo y con fuerzas lo giró…


467 días antes, Parte 3
Un cerrado crujido se escuchó al dislocarse el cuello de la columna de la doctora. Pobre estupida. Tenía un físico atractivo y una espectacular carrera por delante al servicio de la comunidad. Lastima que su intromisión pudo con ella, llevándola a donde estaba. Sus brazos cayeron presa de la gravedad y sus ojos lentamente se cerraron. En eso llegó el camión que se iba a llevar el vehículo, secundado por las camionetas del ejército que se llevarían los cuerpos.
Me fue imposible recordar las palabras de don Exequiel.
“Sé que eres el mejor para realizar este trabajo” me giré sobre mí y vi el automóvil destruido a la orilla del camino “El silencio es una virtud tuya. Yo necesito ese nivel de silencio en esta misión. Tú eres el único que lo tiene” Los soldados pasaron corriendo por mi lado, dispuestos a limpiar el desastre “Ya serviste una vez a este país para salvar su republica. Hoy, una vez más, el país necesita de ti”…




Continuará...

viernes, 17 de febrero de 2012

Día 138: La Duda


467 días antes, Parte 1

Nunca había sentido arrepentimiento. Tal vez un par de veces en la universidad cuando salía con chicos que no debía. Pero no era tanto como ahora. Sentía que frente a mis narices se estaba llevando a cabo algo más que una injusticia y yo no había hecho nada para impedirlo. Lo peor era que sabía a ciencia cierta que mi espíritu no se iba a quedar tranquilo al no saber qué iba a suceder con aquel uniformado ¿Efectivamente se lo habían llevado al hospital regional militar?
“No te metas. Es por tu bien”
Sin pensarlo dos veces, cogí el celular y de memoria digité el número  de Juan.

Diez minutos más tarde, estacioné mi automóvil a un costado de la calle que conectaba a la autopista que iba camino a Puerto Octay. Faltaban quizás unos pocos minutos para que dieran la una de la madrugada. La garuga helada ya empezaba a empapar la superficie de zinc y tablas de las casas aledañas.
“¿Usar como excusa a un paciente para vernos? Sólo podrías haber dicho que querías conversar” me dijo Juan irónico.
Segundo arrepentimiento de la noche.
“Súbete” le dije.
Abrió la puerta del copiloto y se sentó a mi lado. Su pelo brillaba bajo la inmersión de luz en las diminutas gotas de agua que colgaban de sus pelos.
“¿Dónde estaban realizando el acto conmemorativo cuando fue el accidente?” le pregunté.
Sabía que no existía tal acto, pero me sentiría más aliviada de saber que me habían mentido en el momento en que él ratifique la información, en vez de yo aclarar donde había sido realmente el accidente. Juan era el chofer de ambulancia del hospital de Frutillar. Junto a su equipo habían asistido en el lugar de los hechos al carabinero herido, decidiendo llevarlo a mi posta para socorrerlo.
“Eres la única médico que me da confianza” me decía siempre.
“No fue un acto conmemorativo” dijo.
¡Bien!
“CENCO hizo el llamado y la ruta especificada en donde había sido el accidente quedaba desde Puerto Octay, cordillera adentro. Muy adentro. Así que subí en la camioneta a prestarle primeros auxilios. Cuando llegué allá, estaba tirado y muy mal herido a un costado de un camino rural…”
“¿Dijo que había sucedido?” le interrumpí.      
“Bea, el tipo no podía hablar. Estaba semiconsciente. Sus heridas eran graves y de lo que menos nos preocupamos fue de preguntarle qué le había pasado” me dijo “Camino a la posta, logrando despertar un poco, logró decir que había sido embestido por un caballo, pero nada más”
El coronel había mentido. El coronel lo había secuestrado. Entonces ¿Qué cosa sucedió en los interiores de la cordillera que con tanto recelo ocultó? En vez de tranquilizarme por la información confirmada, más intrigada quedé. Más creció en mí la impotencia por haberme quedado de brazos cruzados. Y es que la presencia y carácter de ese hombre rígido y altivo me dejó sin fuerzas para poder hacer cualquier tipo de movimiento. La invasión experimentada había sido nociva.
“¿Qué te pasa?” me preguntó Juan.
Lo observé, sabiendo que me iba a tratar por loca o paranoica. Sin embargo, su desplante era de aceptación y de entendimiento frente a mi injustificada preocupación. Estaba dispuesto a escuchar cualquier disparate con tal de verme mejor
“Horas después de atender al uniformado, un escuadrón del ejercito llegó a buscarlo. Me dijeron que el accidente había sido en un acto conmemorativo. Eso es mentira. Me hicieron firmar un acta de alta y simplemente lo sacaron de ahí” le dije derrotada.
“¿Sabes a dónde se lo llevaron?” me preguntó sorpresivamente Juan.
“Al Hospital Militar de la región” le contesté.
“Vamos a verlo” me dijo.
“¿A verlo?”
“Sí. Mira como estás. Vamos y sólo decimos que la doctora que piensa que se lo raptaron para hacerle alguna clase de experimento, quiere ver su estado de salud” bromeó.
Fue imposible no reír.
“Toma la local hacia Frutillar. Así llegaremos más rápido” me indicó.
Encendí el auto y emprendí camino.
“Antes de que se lo llevaran, alcancé a hablar con él” le dije a Juan, tomando la calle local que nos conectaba a Frutillar, atenta a una vía inhóspita de vehículos “Me dijo que los habían enviado a esa zona de la región a desalojar presencia mapuche”
“¿Mapuches?” me preguntó extrañado.
“Eso fue lo que me dijo. Pero al parecer todo se salió de control y los desalojados fueron ellos” expliqué, al mismo tiempo que reducía la velocidad del automóvil para tomar la curva que se aproximaba.
“¿Ellos? Es decir que habían más carabineros”
“Fue lo que él me dijo. Estaba anestesiado. El shock fue invasivo. Podría haber estado alucinando. Pero sí sé algo, ese hombre hablaba con verdad. Su mirada era la de una persona que recordaba perfectamente lo que había sucedido” le dije convencida de la versión del cabo segundo.
“Beatriz, he subido decenas de veces por la ladera en donde encontramos al carabinero, y nunca…”
Todo fue rápido. De pronto el vehículo se volcó de golpe hacía su lado derecho. No alcancé a ver qué habíamos impactado. Luego todo fue violentas vueltas, explosión de vidrios, golpes de lata, Juan yendo de un lado a otro, la estructura completa de mi auto dándose de lleno contra el asfalto y mi cabeza azotándose en todas direcciones. Tenemos que haber dado unos cinco vuelcos, antes de impactar de lleno contra un árbol a la orilla del camino...


Continuará...

sábado, 11 de febrero de 2012

Día 137: La Mujer detrás de la puerta y la Escopeta escondida

628 días antes, Parte 2

En frente sólo se podía divisar la hilera de luces del gran Santiago aproximándose. El jueves y viernes habían sido feriados, así que tomaron el auto y partieron a Con-con a pasar el fin de semana. Leonardo los esperaba en casa.
“Anoche soñé que se acababa el mundo” dijo Pablo.
Su padre y su madre lo miraron por el espejo retrovisor.
“Fue raro” agregó.
En eso el silencio se hizo parte del cuadro y nadie hizo comentario alguno al relato. Quizás fue porque al despertar aquella mañana de domingo, papá y mamá habían soñado lo mismo. Una extraña coincidencia.
En eso papá notó que el vehículo que iba adelante suyo viró bruscamente hacia la derecha. Al fijarse en su movimiento repentino, no se percató que desde la pista que iba dirección a la costa un camión venía desbarrancándose a toda velocidad. Sí lo hizo mamá, la cual con un espantoso grito alertó a su esposo que desde la vía contraria un pesado vehículo los iba a pulverizar si no se movía pronto. Pero el padre de Leonardo no logró reaccionar y en conjunto lo último que vieron fueron las potentes luces del camión que los aplastó.

Día 1, Parte 3

Me desmoroné vomitando en la taza del inodoro. Al cerrar la puerta, quise no creer lo que había visto en la calle; una mujer aparentemente muerta, caminando en dirección a mí, deseosa de mi carne, y no en el sentido sexual, por desgracia. Me quise reír cuando la sensación de estar protegido me envolvió el cuerpo y me pude relajar, teniendo que apoyarme en la pared del oscuro pasillo para calmar a mi corazón que descontrolado latía en mi pecho. Pero nuevamente volví a sentir ese terror que te anula las piernas y el aire al escuchar como aquella mujer se golpeó contra la puerta de metal con fuerza descomunal. No había sido un corto circuito en mi mente a causa del ron. No. Al otro lado había una mujer descontrolada queriendo entrar. Recordé las sirenas. Las ambulancias. Los bomberos. A carabineros. Algo grave y terrible había sucedido la noche de año nuevo, mientras que yo me había estado emborrachando en vez de estar trabajando. Me iban a despedir… ¿Quién? Me acordé de la radio. Definitivamente no era un problema de batería el que tuvo mi supervisor. Debe haber escapado junto a su familia en lo que fue el posible Apocalipsis de la humanidad. Mi sensación de soledad absoluta no se había equivocado. Estaba solo en quizás unos buenos kilómetros a la redonda. Recordé a mi compañero. Tal vez andaba caminando medio muerto por ahí. Recordé a Sara. El viento le ondulaba el vestido y serpenteaba con fineza los rayos del sol rey en el cielo. Siempre soñaba lo mismo cuando dormía a su lado. A veces pensaba que era más feliz durmiendo y esa aura de total satisfacción lograba transmitirla a mi cerebro, dejándome entrar en su mundo oculto. No la desperté para despedirme. No escuché su voz por última vez. Aquello me hizo perder la razón.
Embestí la puerta de la pequeña oficina de administración “Hay una cerámica falsa. De bajo una escopeta cargada” Tenía las llaves, pero con toda la conmoción de las sensaciones al saber que estupidamente había sobrevivido a lo que fuese que había sucedido afuera, me sentía incapaz de tener la motricidad en mis manos para girar una cerradura. Encendí la luz. Un foco de emergencia iluminó el lugar. No había electricidad en el minimarket. Observé el piso y busqué con una forzada tranquilidad alguna paleta descolorida. Había una delante del escritorio del dueño del recinto.
“Ahora es mío este supermercado” balbucee.
Caminé y con la planta del pie le di un par de golpecitos. No estaba pegada al piso. Era el escondite. Me puse en cuclillas y con la uña de los dedos logré retirarla. Al introducir la mano para sacar el arma, me imaginé a la mujer agarrándome con su fría y retorcida mano el brazo y jalando de él hacia abajo. Maldita sea mi imaginación. Nunca había estado tan creativa. Tomé el frío cuerpo de la escopeta, retirándola de su escondite. Jamás en mi vida había tenido semejante armamento en mis manos. ¿Qué chucha iba a hacer con ella?... Defenderme para salir de ahí. Busqué el seguro para abrir el compartimiento en donde iban las municiones. Tiré de una dura perilla que encontré y el cañón cedió hacia delante. Ahí estaban. Dos municiones gordas y rojas, listas para hacer volar la cabeza de alguna hambrienta mujer y no de un ladrón que quería asaltar el local. Cerré el compartimiento y cargué las municiones. Había que solo apretar el gatillo…


Continuará...

jueves, 9 de febrero de 2012

Día 136: Hechos Inusuales

He aquí la segunda parte de esta serie. Desde ya, les agradesco el apoyo. Espero la disfruten.



Día 0, Parte 3

"¡¡¡Muy, pero muy buenos días Santiago de Chile!!! Aquí comienza un programa más de Camino a la Pega, viviendo la última mañana de este 2011. Quedan unas quince horitas para que el reloj marque las doces de la noche y por fin llegue el tan esperado 2012... Esperado ¿Cierto? Qué dices tú Carolina" dijo el locutor.
"¿Se acaba o no se acaba?" dijo y se rió "Lo único que sé es que esta mañana y todas las que vienen en el 2012 van a ser muy calurosas. En estos momentos ya hay 18°. Así que valla preparando el gorrito, el bloqueador y la botella con arta agüita, porque para ir a comprar la carne pa' la noche y no morir en el intento los va a necesitar"
"La gente ya estaba haciendo cola en las entradas a los supermercados para ir a comprar"
"Pero si los supermercados pasan llenos todo el día"
"Hay que recordar que hoy todo el retail cerrará sus puertas a las 18 horas. Así que si todavia le falta la papita o el arróz, valla bien tempranito, porque ya a eso de las diez de la mañana todo será un verdadero caos" dijo el locutor.
"Oiga, y si usted mañana mismo sale de vacaciones, pesque las maletas y vallase directo al sur" dijo Carolina.
"¿A dónde?"
"A Puerto Oasis, por supuesto. A unas tres horas desde Puerto Octay, dirección cordillera, se encuentra este balneario inagurado hace unos meses. Cuenta con laguna artificial, hospedería, cocinería de primer nivel, cabalgatas, aventura y montañismo. O sea, todo lo que usted necesita para quitarse el estrés de este 31 de Diciembre. Rodeado de bosques milenarios, Puerto Oasis se presenta como la oportunidad para volver a recuperar todas las fuerzas para empezar este 2012 como Dios manda..."



Día 0, Parte 4

Todo comenzó con algo inusual, con algo que no debe suceder. Don Julián iba tranquilo con su carro de supermercado y las compras para la noche. Tranquilo iba aproximandose a la salida del hipermercado, cuando eso inusual sucedió: la puerta electrónica no se abrió. El anciano se dio de bruces contra la manilla del carro y quedó bastante adolorido. Las personas que querían entrar notaron el extraño suceso y espectantes se quedaron mirando el acceso bloqueado. Los que estaban adentro y escucharon el golpe del choque, poco a poco se fueron acercando para ver qué había pasado.
"¿Qué te pasó, viejo?" le preguntó la señora Alejandrina, llegando a su lado.
"Iba saliendo y estar porquería no se abrió" dijo don Julián refunfuñando "Parece que no sirve"
Cuando algo no se mueve, los ancianos piensan que ya no sirve más. Entonces el murmullo de lo sucedido fue creciendo inusitadamente. La gente que venía saliendo desde el lineal de cajas registradoras se fue agolpando rapida y preocupantemente en la entrada al supermercado, en donde los que iban quedando atrás no entendían que sucedía adelante. En eso entremedio del gentió se abrió paso con voz de comando un guardia flacuchento y alto, alertado por el operador de las cámaras de seguridad al notar que algo extraño ocurría.
"¿Qué pasó?" preguntó, observando la puerta cerrada.
"Esta cuestión no abre po'" dijo un enfadado don Julián.
"La puerta uno no abre" dijo el hombre por su radio portatil.
Acto seguido, metió los dedos lo más que pudo en la ranura que dividía a los dos critales y trató de separarlos. Sus esfuerzos fueron inutiles. Entonces se dirigió al extremo superior derecho del sistema electrónico de apertura y cierre y buscó desconectarlo manualmente. Al hacerlo, la puerta quedó donde mismo. Nuevamente se dirigió a intentar abrirla con las manos y no pudo separarla.
"10-20. La puerta no abre" dijo, viendo como la gente ya no dejaba ver hacia el otro lado de lo acumulada que estaba frente al acceso.
Desde el otro lado una mujer golpeó el vidrio y pidió que abrieran "la güeá" para poder entrar. El guardia le indicó que habían problemas con la compuerta y que tenía que esperar.
Fue cuando algo más inusual sucedió. De golpe y con fuerzas una segunda puerta de metal negro salió desde el umbral de la puerta electrónica y dejó totalmente bloqueado el acceso principal. El bullicio de la impaciencia por salir fue silenciado violantamente por el choque del pesado metal con el suelo. Hasta las cajeras dejaron de pasar los productos por los escaner de códigos y la gente desesperada por llegar a preparar el asado dejó de hablar y se giró hacía la puerta principal. Entonces una segunda puerta de solido metal bloqueó el acceso del lado sur del supermercado. Lo mismo ocurrió con las dos entrandas al estacionamiento. En la trastienda del hipermercado, el guardia que registraba la salida y entrada del personal notó la alteración de las comunicaciones radiales en su móvil y dejando de escribir notas en su cuaderno, puso atención. Sin embargo, tuvo que ser participe del chicharreante movimiento de voces metálicas debido a que una puerta de las mismas caracteristicas que nombraban por radio bloqueó la salida que tenían los empleados. Lo mismo vieron frente a sus ojos los hombres que recepcionaban la mercaderia del recinto en las bodegas. Una a una gigantescas puertas de acero fueron callendo desde lo alto del techo y aislaron por completo la poca luz del sol que se estaba marchando. Todas las salidas y accesos sellados, por último fue el turno de los colosales ventanales que dejaban bañarse de luz a la sala de ventas. Sin que nada las pudiera detener, placas indestructibles de metal dejaron en penumbras a la muchedumbre que inmovil observó como quedaba atrapada. Era el silencio de unas siete mil personas. Silencio que se quebró cuando la desespareción las abordó y todo se convirtió en un caos...


Continuará...

lunes, 6 de febrero de 2012

Día 135: Nos veremos... pero aún no, aún no

La tarde se oscureció bajo la tempestad de la angustia y la agonía de la espera. Los segundos avanzaban lentos, desformando los rostros ahogados en un grito de suplica. "Quedate" pensabamos. "Vuela alto". En el momento que se tenía que hablar, quedamos sin palabras. El cuerpo y el corazón, dolido por una herida que costará sanar, no aceptaban tal difícil situación. Era un complicado domingo en la tarde. Quedaban pocas horas para que Jack partiera rumbo al norte.
Estuvimos toda la noche del sábado con él, compartiendo con amigos de la infancia, su prima y los padres de Isabella. Bebimos hasta las cinco de la mañana. Luego vino el merecido descanso. Al otro día en la mañana, partimos dirección al centro de Santiago a comprar lo último que quedaba de la lista que le habían pedido en la escuela de Carabineros. Calcetines color verde olivo y forros de cuaderno del mismo tono.  

A esos de las seis la casa había quedado desprovista de visitas. Su familia partía rumbo a sus hogares y al final de la batalla en la cual se habían convertido las últimas horas, sólo quedamos Bonita, su madre, Ignacio y yo. Sólo quedaba el tan aborrecido adiós. Había que partir. Entonces Isabella fue la primera en irse. No queriendo interrumpir lo que para ambos fue una dolorosa despedida, me quedé en el living recordando lo vivido los últimos cuatro años, preguntandome si las cosas podían ser diferentes.
"Obvio que sí" me dijo Dones. "El problema fue que ninguno se atrevió a cambiar las cosas"
Tenía toda la maldita razón. Entonces me hice la misma pregunta, pero con respecto a mí ¿Las cosas podían ser diferentes?... Dones no tuvo que responder.

Media hora más tarde, me mojaba el pelo en el baño de la casa, para después ocultar la mirada tras los lentes de sol. A medida que iba guardando mis cosas, más iba creciendo ese incomodo e infaltable nudo en la garganta ¿Qué chucha hay ahí que duele cuando se experimenta la pena o el dolor? Siempre me ha intrigado. Ignación tomó su bolso, yo el mío y salimos a Lo Martinez a esperar la micro.
En el paradero no dijimos nada. No podiamos decir nada. No habían palabras.Tal vez no lo sentimos como un adiós, si no como un hasta luego. El sol avisaba que el día ya terminaba. En eso la micró llegó a la avenida.

Nos paramos. Nos abrasamos. Y nos dijimos que nos veriamos pronto... pero aún no, aún no.

domingo, 5 de febrero de 2012

Día 134: No Sano

Verla besandolo, es como si lo apuñalaran sin darse cuenta. Después viene un amigo y nota su camisa manchada con un extraño color rojo marrón. Se revisa y se ve la escabrosa herida rebalsada en sangre. Se le contrae el pecho por la desesperación. Su presión sanguinea sube. El dolor se quema a fuego lento sobre su costado. Y luego cae. 
Los ve y no le pasa nada. No le da pena. No le da rabia. No le da impotencia. Nada. Su cerebro parece estar entrenado para fingir ser nadie en toda la incomoda escena. "Lo quiere más a él" le dice. Pero no se mueve. Soy nada. Soy un espacio en el espacio. 

Los rayos del sol atraviesan con intención la ventana. Se despierta con la cabeza partida en dos por la resaca. Y es en aquel momento que se da cuenta que le destrosa el alma viendo como se quieren.
"Me siento raro" le dice a Guzt
No le dice nada. Sólo niega con la cabeza.

jueves, 2 de febrero de 2012

Día 133: Últimos Días

"Es nuestro últimos carrete" me dijo Jack.
Isabella pareció escucharlo y prefirió darle una aspirada a su cigarro, observando la pista de baile.
Lo abracé sobre sus hombros y le sonreí. Me miró incapaz de poder decir algo. Quedaban nueve días para que fueran las ocho de la mañana del que va a ser un inolvidable lunes, cuando suba al bus que lo lleve a Arica y no lo traiga de regeso en un par de meses. Pude sentir su temor y angustia, sus dudas y nostalgia. Bebí del vodka de Emilia y se lo entregué.
"Esto es tuyo. Isabella y yo no hemos conseguido dar un paso tan importante como el que estás dando tú ahora. Esto lo conseguiste con tu esfuerzo y perseverancia. Lo quisiste y aquí está, al frente tuyo, esperando a que lo tomes. Los demás no importamos. Vamos a estar aquí cuando vuelvas. Sólo hazlo. Ve por él" le dije casi gritandole para que mi voz pudiera superar los decibeles de la potente música de la disco.
No dijo nada, como siempre. Se quedó mirando al frente.
"Es extraño. No puedo imaginar estar tan lejos" logró modular.
"Obvio que es extraño. Pero luego lo va a dejar de ser"