martes, 29 de noviembre de 2011

Día 112: El Profugo

Parte Cuatro

Inexperto era quién viniera subiendo las escaleras. Hacía demasiado ruido al posar los pies sobre los escalones, los cuales crujian tras cada toque. Ni mencionar el modo en que abrió la puerta de la cocina; quizás introdujo algún alfiler y escudriñó mucho hasta desajustar los engranajes de la perillas. Emilia había despertado cuando saltó la reja y desde entonces tenía su arma bien afirmada escondida bajo la almohada. Se puso de espalda a la puerta y frente al rincón, para así darle la sensación al ladrón que estaba durmiendo. Fue entonces cuando el intruso lentamente abrió la puerta de su pieza. Ese vacío en el estomago la abordó como siempre antes de un procedimiento, pero lo anulaba con un sock de adrenalina salida de sus duros riñones. Después de unos pasos y esa incomoda sensación de una presencia detrás, vino el silencio previo al ataque. Era el momento en que el ladrón o lo fuese que era la analizaba para decidir de qué forma atacar. Es el momento que hay que aprovechar, le dijeron en la escuela. De golpe sacó su arma, girandose noventa grados sobre si en su cama y dejó la punta de su revolver en la frente del intruso sumido en la oscuridad. Para su sorpresa, el sujeto no realizó ningún movimiento. Tal vez no se esperaba la instintiva reacción. Fue en eso que la lampara del velador se encendió y bajo la luz apareció el demacrado rostro de Eder.
"Me asuste, agüeonao" exclamó la joven dando un gran suspiro y cayendo de bruces en su cama. Pero de golpe su mente le avisó que era extraño que Eder haya cruzado todos los accesos de su casa, en silencio. Lo más parecido a un ladrón.
"¿Por qué no me llamaste para bajar a abrirte?" le preguntó extrañada.
Y su extrañéz pasó a preocupación cuando notó que la cara de su amigo estaba distorcionada por algún grave suceso concretado hace poco tiempo. Sus ojos de angustia reflejaban el temor alojado en su corazón.
"¿Qué pasó?"
A Eder le costó hablar. El hecho de decirle a Emilia todo lo que sucedió era aterrador para él. Por lo mismo el habla no le salía. Pero tuvo que obñigarse a botar todo. El tiempo no se detenía porque él tenía miedo.
"Eduardo lo supo todo" dijo tragico.
A su amiga se le dio vuelta el corazón y dejó sucio todo el lugar. Su quijada casi se dislocó de la impresión y su espalda pareció ser estrellada por una pared de hielo antartico.
"Perdoname" le dijo Eder acercandose. Emilia retrocedió como si de un desconocido escapara.
"¿Dónde está ahora?" le preguntó.
El muchacho no pudo contestar. Sólo dar a entender con su rostro que aquella respuesta era mucho peor que la noticia que le había dado.
Emilia se tapó la boca para que su corazón no saliera expulsado por ella de la impresión de lo que dedujo su mente quebrada.
"Tuve que silenciarlo" se atrevió a decir el joven.
Dos lágrimas cayeron de los ojos de la muchacha. Y recordó las pocas veces que se vio con Eduardo después de la muerte de Caroline. Lo acompañó en el cruel luto de de pronto descubrir que verdaderamente amaba a la fallecida adolescente y que la extrañaba con dolor y angustia, arrepentido cada día de haberla engañado con la que se suponía era la amiga del grupo.
Pero Eder había hecho que todo eso ya fuera cuento viejo. Tiempo para perder pensando que las cosas se pueden reparar no había. Entonces esa parte de su mente que enfría todo hizo su trabajo y pensó en cómo salir de tan precaria situación.
"¿Dónde está?"
"En mi pieza" contestó Eder.
"Vamos a buscarlo"

El silencio y la oscuridad eran dueños de la casa de Eder. Con sigilo observó si sus padres aún dormían. Así era. Entonces en puntillas caminó de la mano con Emilia hasta su pieza. Como él iba de los primeros, sería el primero también en entrar a la pieza y se encontraría nuevamente con la escalofriante imagen de su amigo asfixiado en el suelo. Detrás, la joven se preparaba para recibir el duro golpe de ver a su amado sin vida, mientras que se armaba de ideas para saber qué hacer con el cuerpo.
Fue cuando Eder quedó frente al umbral de la puerta, observando con los ojos desorbitados algo que lo dejó congelado.
"¿Qué..." le iba a preguntar su amiga cuando se encontró con la verdad.
El cuerpo de Eduardo no estaba.


Continuará...

sábado, 26 de noviembre de 2011

Día 111: Ahogame

Parte Tres

Eran las zapatillas que Eder llevaba puestas aquella terrible noche. Cuando se iba a cambiar ropa para acompañar a Emilia a la entrevista en la escuela de investigaciones, notó que sus deportivas estaban todas salpicadas de fragmentos de craneo, cuero cabelludo y sangre. Temblando y recordando el sonido de la cabeza de Caroline quebrandose bajo el peso de la roca, se las quitó y procuró lanzarlas en el último y más oscuro rincón de su closet, donde mamá no las pudiera pillar. El problema fue que se olvidó de ellas y nunca las sacó de ahí.
En la tarde había caído una triste y tenue lluvia. Eduardo buscó alguna que le acomodora, mientras le contaba el sueño que había tenido y fue cuando las encontró.
"¿Te acuerdas de las pesadillas que te contaba?" le preguntó a Eder quebrandose en llanto al dejar que su intuición dedujera todo lo que había sucedido la noche en que su novia desapareció "Pensaba que era mi mente perturbandome por lo que le había hecho a Caroline ¿Te acuerdas?"
Eder paralizado se puso entre él y la cama en la pieza, observandole mirar las zapatillas negras de la sangre necrotica y uno que otro pelo seco. Atormentado en escalofríos buscó saber qué era lo que posiblemente iba a suceder ahora que su mejor amigo se enteraba de todo y frente a eso, tomar una decisión.
"La veía quemarse, mientras me gritaba que bajara a salvarla. Y yo no podía hacer nada por que sombras negras me lo impedían" seguía diciendo Eduardo como en trance. No podía dejar de hablar.
Eder comenzó a llorar con él. Quizás alguna parte de su cuerpo se arrepentía del lamentable hecho. Su otra parte disimuladamente cogió con los dedos una almohada.
Su amigo, con los ojos sumidos en reflejos de luces generados por las lágrimas, levantó la vista para mirarle.
"¿Sufrió?" le preguntó quebrándose.
"Mucho" le dijo Eder, asintiendo.
Hubo un silencio. Un largo silencio. Y el asesino de Caroline, en un acto casi instintivo y sin previo aviso, tomó entre sus manos la almohada  y saltó sobre la cara de Eduardo, comenzando a asfixiarle. Eder decidió que si su mejor amigo seguía vivo, lo más probable era que trataría de atentar contra su vida comandado por el odio de haberle quitado de su lado a la mujer que verdaderamente amó. Tal vez lograría dejarlo muy mal herido y luego le haría hablar. Emilia iba a salir perjudicada si lo dejaba vivir.
Eduardo trataba por todos los medios de sacarase de encima a su verdugo, pero la fuerza que poseía éste eran inmensa y las oportunidades de poder respirar iban muriendo poco a poco.
"Caroline trató de golpear a Emilia" comenzó a explicarle Eder, a medida que más apretaba la almohada contra su nariz. "Fue un accidente. Ella cayó desde el barranco detrás de la Ándes"
Eduardo aún forcejeaba, pero con menos intensidad que hace unos segundos. Y gradualmente fue dejando de hacerlo más y más. Hasta que en un momento sus brazos se estremecieron bajo un espamo, luego se quedaron tiesos sobre el espacio para finalmente caer al suelo.
Más silencio.

La camioneta frenó. Eder le quitó la boca a la botella de vodka que venía bebiendo. De repente el mundo dejó de darle tanta vuelta. Las risas se escuchaban por doquier. Liz lo llevaba abrazado. Afuera se escuchaba el vibrar de música encajada.
"¿Dónde estamos?" preguntó el drogado muchacho.
"En la Bola" le dijo Liz.
El motor se apagó. Las puertas del piloto y copiloto se abrieron y ambas rubias bajaron.
"¿Vamos?"
De golpe Eder recordó que su mejor amigo yacía muerto en la pieza de su casa. De repente recordó que todo estaba realmente jodido y que no era momento de ir a la disco. Era el momento de actuar, antes que todo siguiera jodiendose más.
"Me voy a quedar aquí" le dijo a su amiga "No estoy bien"
"¿Seguro?"
El joven asintió.
Liz de pronto supo que haberse encontrado aquella noche con él le había causado demasiadas exquisitas sensaciones. Nunca lo había mirado de aquella forma, como en la que se desea a un hombre. Eder estaba ahí, drogado y masculino, corpulento y deseable. Entraría con sus amigas y volvería a la camioneta para emprender camino por la carretera hacia el sur junto a él y doblaria por algún camino no viable hacia la oscuridad de una parcela y se revolcarían juntos hasta el amanecer, dejando que el alcohol y el extasis los hiciera hacer cosas de un alto nivel de suciedad. Pensarlo hizo que su entrepierna experimentara un leve cosquilleo.
"Voy y vuelvo"dijo plantadole un beso en la boca "Esperame" y cerró la puerta.
Y todo lo que quería en el mundo se convertía en realidad. Un beso y lo más importante de todo, ser deseado por Liz. Pero era la noche equivocada. Lo que más importaba era Emilia y nada más.
Se pasó al asiento del piloto. Encendió el motor y arrancó del lugar.


Continuará...

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Día 110: Zapatillas Sucias

Parte Dos

"¿Estai bien?" le preguntó Liz.
La velocidad que llevaba la camioneta hacía que su imagen del frente del camino se distorcionara. Eso lo llevaba un tanto mareado.
"Sí. Tranquila. Sólo estoy un poco aturdido y adolorido por el topón. Pero nada más" declaró Eder.
"Ibai super rápido" agregó la joven, que lo acompañaba en el asiento trasero del vehículo "¿Arrancabas de algo?"
De golpe el recuerdo de la almohada y los aleteos de su amigo se hicieron presente antes de contestar una mentira bien fabricada. Entonces la miró a sus grandes ojos cafés y recordó aquellos días que le gustaba demasiado estar con ella y verle sonreir. Aún le costaba trabajo olvidar que la forma en que sus labios se abrian tiernamente para sonreir era algo que lo transportaba a otro universo. La pensó por mucho tiempo, pero ella nunca lo hizo por él. Entonces se escondió bajo el personaje de un amigo consejero y que estaba ahí cuando las penas de amor la atormentaban. 
Liz era tan imposible como un atardecer eterno.
Entonces sólo le pudo sonreír y así hacerle entender que no le diría nada, ya que mentirle era una tarea difícil.
La joven notó que lo que le sucedía a su amigo era sumamente grave como para sonreir y tragarse la situación. Entonces le tocó el hombro a la chica que iba de copiloto en su camioneta y le pidió una pastilla.
"Güeona, quedan justo tres" le advirtió la rubia que se giró hacia ellos con una pequeña bolsa en la mano derecha.
"Pasame una. Yo hoy día paso" le dijo Liz.
La piloto, otra rubia, la tuvo que mirar por el espejo retrovisor para ver en su mirar que hablaba con decisión. La joven era de salir y olvidarse literalmente de quién era, perdiendose en la noche que tenebrosa se la llevaría a donde se le antojara. Y para lograr tal punto de inicio era necesario ingerir drogas y mucho alcohol. El último ya viajaba por todo su cuerpo. A la primera se la puso en la punta del dedo índice y se la ofreció a Eder.
El muchacho retrocedió con recelo.
"Tomatela. Te relajará" le dijo Liz, sonriendo.
A eso no se podía aguantar. Mirandola a los ojos, envolvió con sus labios la punta de su dedo y se tragó la pastilla blanca.

Recordó la asquerosa sensación del corte del profundo sueño por el vibrador dentro de su celular. Como pudo se liberó de las sábanas y cogió el movil entremedio de la oscuridad.
"Aló" dijo aún durmiendo.
"Disculpa que te llame tan tarde" le dijo Eduardo desde el otro lado de la línea.
"¿Pasó algo, güeón?" preguntó Eder despertando de golpe al escuchar a su amigo en el teléfono.
"Es una de esas noches, hermano" dijo el joven desde el otro lado "¿Me dejai entrar?"
"¿Dónde estai?"
"Afuera de tu casa" dijo con voz de niño travieso.
Eder se quedó tendido asimilando la idea de ver a su amigo de pies en la calle humedecida por la lluvia de la tarde. Se levantó y le dijo que bajaría a abrir la puerta.
Quizás Caroline hizo llover, pensó cuando recordó decirle a Eduardo que se quitara las zapatillas embarradas.
"Vai a dejar la alfombra pa' la historia si no te sacai esas zapatillas" lo retó aún medio dormido "Y mi vieja le va a poner cualquier color"
Su amigo de toda la vida se quitó las malogradas zapatillas y las dejó afuera de la puerta. Le pidió que le prestara un par. No había vuelta atrás para que todo el desastrate se desencadenara. Eder, olvidando el destructivo secreto que guardaba, le dijo que buscara un par dentro de su closet, mientras que él se lavaría un poco la cara para poder así despertar por completo. El muchacho, buscando las deportivas, le contaba porqué había aparecido afuera de su casa.
"Soñé que encontraba a Caroline, Eder. Corría a la puerta de entrada a mi casa porque alguién golpeaba y era ella" 
Su amigo omitía comentarios, envuelto por el calor del recuerdo del cuerpo de la ex polola de su amigo calcinandose a la orilla del río, diciendose así mismo que todo había sido por Emilia y que todo lo demás no importaba. Tenía que ser así; siempre lo más importante era su felicidad por sobre todas las cosas.
"Raro" fue lo único que comentó.
Y después de su palabra, hubo un silencio demasiado aterrador. Era como si de repente hubiese quedado solo en la casa.
"¿Eduardo?" llamó, pero no hubo respuesta.
Salió del baño y entró a su pieza. Su amigo estaba encorvado e inmovil a lado de su closet, observando algo que le impedía moverse...


Continuará...

sábado, 19 de noviembre de 2011

Día 109: Caroline Le Pont

Yo no creo en las secuelas de las historias. Cuando la historia es buena y justita, hay que dejarla ahí. ¿Para qué sacarle el juego? No vale la pena. La historia misma se puede echar a perder. Entonces pasó que hace un tiempo subí una historia que fue del gusto de muchos. Sin embargo escuchaba una frase que se repetía al final de cada comentario que me hicieron llegar "Gusto a poco" ¿Le faltó algo a la historia? Me decían que le faltó algo al final. Algo así como una continuación. 
Leí la historia y decidí que sí, que algo le faltó. Es el relato de una fatídica y extraña noche que tuvo como consecuencia la muerte de Caroline, a manos de Eder, el mejor amigo de Emilia ¿Se acuerdan? Si no, les dejó los link's de la historia. Es rápida y audaz. Algo lacerante y fiel reflejo de la realidad de una juventud que adora los momentos de extasis.


He aquí el primer capítulo de su continuación. Espero les guste.



Parte Uno

Eder nunca había sentido esa sensación en las piernas. A veces no estaban. En otras ocaciones se movían como dos largos jamones de jalea de limón. Y era lo único que su mente le dictaba. Correr y no atreverse a hacer otra cosa. El cielo teñido en un marrón amanazante de una torrencial lluvia, se movía en silencio junto a él. La oscuridad de las calles lo alentaba a seguir y no a detenerse. El aire celoso se escapaba del espacio y riendose lo dejaba solo. 
Al cruzar la calle, alcanzó unicamente a ver dos fuertes puntos de luz acercandose a él.

Les ocurrió eso que nadie se explica. De repente sus miradas se conectaron absorbidas por las millones de posibildades que existen de que entre las más de cien personas que bailaban bajo la oscuridad y los aces de luz de la disco sus ojos justo choquen a la misma altura, latitud y longitud. Pero sucedió. Y vuelta atrás no había. Las horas fueron avanzando y las ganas de saber a que olía y cómo bailaba el otro eran agoviantes. Llegaron a olvidar la forma de la cara de sus compañero y compañera de baile. El objetivo de uno era el otro. Entonces Caroline le dijo a su acompañante que iba al baño. Eduardo no le dijo nada a su compañera y la dejó bailando sola en medio da la pista. 
Se encontraron en la zona VIP del recinto, ubicada en el tercer piso. La muchacha peinaba con el mirar a la masa de gente moviendose al ritmo de la retumbante música, buscando al hombre que le había cambiado la forma de pensar en las coincidencias. Eduardo le dejó una vaso de ron y bebida sobre la barra en donde estaba apoyada. Caroline nerviosa y un poco impactada, le sonrió y miró el trago ofrecido.
"¿Cómo sabes que me gusta el ron?" le preguntó al oler el aroma del licor tostado.
"Cuando te vi, tuve una visión" dijo Eduardo, con una pequeña sonrisa alojada en sus labios "Vi que llegariamos acá y al invitarte a tomar algo, me dirías que te gusta el ron. Entonces, para no perder el tiempo, te lo compré altiro"
Caroline rió. Las sensaciones que los invadía crecían garrafalmente segundo a segundo. Intenciones de volver con sus parejas de baile no habían.
"Entonces estoy siendo acosada por un brujo" dijo ella.
"Mejor no diré que otras cosas vi" dijo el joven.
Ahora ambos rieron. 
Si Caroline hubiese sabido que meses más tarde terminaría calcinada al final de una cuesta por culpa del amor que nacía en esos momentos por Eduardo, quizás habría arrancado. Pero imaginación o persepción para saberlo no tenía, entonces se quedó ahí, en la barra, compartiendo con él.
"¿Por qué subiste?"
Eduardo se encogió de brazos.
"Quizás quería saber cómo se escuchaba tu voz o qué sentiría al estar a un metro de ti" agregó al gesto.
La muchacha le quitó la vista. Se sonrió y sorbió un poco de su ron.
"Yo creo que es lo único que vas a querer saber de mí" le dijo.
"¿También eres bruja?" le preguntó Eduardo.
"No. No es una visión. Es una certeza"
El joven no entendió. Su expresión en el rostro le dijo a Caroline que no sabía a donde quería llegar.
"Soy Caroline Le Pont" le dijo "Hija de Juan Le Pont"
Eduardo disimuló el escalofrió de terror que le recorrió la espalda al escuchar el apellido que acompañaba su nombre. Es más, logró fingir una cara de normalidad frente a la revelación.
"Valla" logró articular "¿Entonces le conoces?" bromeó.
Caroline le sonrió levemente. Pero quizás una broma con la identidad de su padre, el narcotraficante más peligroso y rico de Chile, no eran algo tan malo en ese momento que se suponía Eduardo debería haber salido corriendo.
"No es un atributo ser hija de él" comentó.
"Pero no creo que sea un impedimento para hoy día llegar un poco más tarde a casa" dijo Eduardo, tendiendole la mano.
La joven le observó los ojos y juró perderse en ellos. Sintió el frescor de la mano suave de el muchacho al tomarsela entre sus finos dedos y le dio un pequeño apretón de confianza.
"Llavame a donde quieras" le quiso decir, pero habría sido fuera de lugar.
Eduardo se dio la media vuelta y la invitó a perderse en la oscuridad de la disco.

Eder quedó arriba del capó de la camioneta que, antes que lo atropellera, le pareció conocida. Al frenar ésta, por efecto de la inercia, su cuerpo cayó al suelo y el dolor de la situación se hizo presente en toda su contextura. No le alcanzó ver venir. No fue lo suficientemente atento para detenerse. Tampoco rápido para esquivarlo. Sólo pudo quedarse de pies cuando vio que ya no podía hacer nada más.
En eso, desde la luz de los potentes focos delanteros del vehículo, una mujer asustada emergió y le ayudó a pararse. La chofer alcanzó a quitarle la velocidad que llevaba la carrocería, logrando así sólo botar al joven que despavorido cruzaba la calle corriendo.
"¿Eder?" le preguntó de repente la muchacha.
El joven, un tanto aturdido todavia, la observó más detenidamente y supo porqué la camioneta le era conocida.
 "Liz"...

Continuará...

martes, 15 de noviembre de 2011

Día 108: Lo que no Escribimos

¿Qué he hecho? 
Rara vez somos capaces de hacernos esa pregunta.
¿Qué hemos dejado plasmado para decir "Esta es mi historia"?
¿En qué momento dejamos de ser el factor sorpresa en los cuentos de los demás?
¿Cuando dejamos de escribir nuestra propia historia?
Quizás en algún momento perdemos la fe en que las cosas pueden ser como las imaginamos y simplemente nos dejamos llevar por la corriente de la vida y el tiempo. Olvidamos por un tanto el significado de dignidad y nos invade el sabor dulce de los vicios y los deseos falsos de la mente. Nos mentimos para fingirnos una realidad que parece ser buena, pero que al fin y al cabo no nos llena.

Como dijo un cantante, todas las noches son como una tarde de domingo por llover.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Día 107: El Informe

¿Has tenido esos sueños con mil historias? Esos que empiezan con un paseo en la playa y después una muerte en Alameda con Vicuña. Así de raro. Bueno, si pensamos bien las cosas, la realidad no se diferencia tanto de los sueños. En la mañana eres cuerdo y moral, y en la noche estás metido en grandes problemas. En la mañana tienes el control y al atardecer te has desbarracando del camino.

"La guatona Candy" me pidió hacer un informe de proporciones universales. De eso hace unos tres meses. El informe vio la luz y se convirtió en la página informativa de la administración del local. 
Cuando llegó María de sus licencias, tomamos la decisión de enseñarle a rellenar el informe para así entregarselo a los jefes temprano en la mañana. De eso hace tres días y aún está practicando.
Hoy como es el inventario general, entraré a las dos. Pero entrar a las dos no me salva de trabajar a distancia. Sí, soy de esos a los que llaman si es que hay alguna emergencia en el sistema del supermercado, no importando la hora y si estoy sentado en el baño. 

Entonces hoy estaba soñando que tenía sexo cuando en escena apareció don Alex preguntandome con el seño fruncido de dónde había sacado la información que había puesto en el informe. No le alcancé a explicar, cuando desperté y la tenue luz del día nublado me golpeó la cara. Como pasa hace días, ningún recuerdo se posó en mi mente. Estaba en blanco, como un vegetal, tirado en la cama. Fue cuando el celular encima de mi velador comenzó a vibrar. "Por la cresta" pensé. Lo tomé y vi el número. Desconocido. Y desconocido significa pega. Contesté. Era María.
"Karev, disculpa que te moleste" me dijo timida desde el otro lado.
"No te preocupes, Mari. Dime que te pasó"
"Lo que pasa es que estoy haciendo el informe de ventas para los jefes y parece que me equivoqué en algunas ventas" me dijo con voz temblorosa.
Entonces recordé a don Alex con el seño fruncido.
"¿De dónde sacaste esta información, Karev?" me preguntaba al mismo tiempo que la mujer entre mis brazos desaparecía.
Me sonreí. Sólo pude sonreirme.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Día 106: De Adrede

Uno no se imagina como los hechos que quebrarán tus creencias te chocan de golpe y en el momento menos esperado. Codiciosa y feroz se escabulló entre la oscuridad y me ató con su baile y sensualidad. Siempre me gustaron sus ojos coquetos, acompañados de sus pecas naranjas, pero nunca se lo pude decir. Tampoco se lo mencioné a Jack. Menos a Isabella. Sólo sabía que me gustaba caer cautivo en el verdor de sus pupilas que exquisitas me penetraban el alma y algo me querían decir. Pero fui tonto y en cinco años nunca pude predecir sus señales. Jugaba a que su atención sólo caía en la voz de su novio y en nadie más. Jugó a ser la mujer fiel. Intocable. Perfecta. Y yo me hice el tonto y nadie notó que la miraba cada vez que su cuerpo quedaba abandonado en la oscuridad de la fiesta. 
Esa noche, como nunca en los últimos cinco años, fue sola. Ella y yo aprovechamos la oportunidad para escribir la primera letra de la primera palabra de esta historia.
"Te conosco Karev" me susurró al oido.

Emilia me dijo que qué era lo quería. Sabía bien que quería su boca, pero para darle suspenso al inevitable momento, me hizo la pregunta. La Cisterna se congeló. Se dio la media vuelta y no la vi más. Y el carrete se veía como el primer capítulo de la historia. De eso hace unos nueves meses. Nueve meses esperando a ese extraño y exquisito momento en que me hizo saber que lo que más deseaba era tocar mi boca. 

Jack me dice que corra. Que tengo la oportunidad ahora. Que el tren sin regreso aún no parte. Guzt me dice que no lo escuche. Y yo no quiero escuchar. ¿Por qué? No sé. Joselyn me dice que es la adrenalina de saber que la situación es ilegal y que uno a eso se vuelve adicto. Es ahí cuando miro hacia atrás y veo todos los momentos que tratamos de dejarnos. Las discuciones y los momentos en que nos quedamos hasta las tres de la madrugada conversando. No importaba si hacía frío o teniamos sueño. La hora en el Shopdog. Su sonrisa. La vez que me dio de su perfume en la muñeca, arriesgando toda una vida... No la puedo dejar. Y el blog regresa a su temática. Que divertido.

Le dije a Isabella que me avergonzaba pasar de crítico a criticado. Me dijo que no me preocupara. Que a ella no le importaba. Yo le dije que a mí sí.
"El sábado hablamos" me escribió.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Día 105: Maldita Santa Ana

De repente algo dentro me dijo "Si no la vas a dejar, te arrepentirás de no hacerlo toda la vida. Porque hoy quizás es la única oportunidad que tengas de verla... y las vas a dejar ir?... ¿Vas a seguir siendo el mismo cobarde?" 
La gente me chocaba, porque el metro había abierto sus puertas y con su pito de sonido digital alentaba a las abuelitas a correr para tener un lugar en el expreso que iba a Baquedano y no a Santa Ana como en algún momento de la reunión mi cerebro había decido, porque estúpidamente trasladé la combinación de la línea 2 con la 5 entre Plaza de Armas y Baquedano. Imposible; entre el kilómetro cero y plaza Italia sólo estaba Bellas Artes... ¿En qué estuve? El metro cerró las puertas. El de ella iba dirección al sur, quizás llegando a la combinación. No puedo dejarla ir. Debo ser lo suficientemente valiente para tomarla de la mano y saber qué es no TEMER. Me alejé de la multitud y la llamé.
"Pensé que Santa Ana estaba entre Plaza de Armas y Baquenado" le dije.
"No te escucho bien" acusó.
"¡Pensé que Santa Ana venía después de Plaza de Armas y que por lo mismo tomaríamos el metro juntos!" le dije. No podía creer lo que estaba haciendo "¿Aún estás en Santa Ana?" 
"Sí"
"Esperame ahí. Te iré a dejar a La Cisterna" le dije.
Una que otra persona me miró correr por las escaleras, saltando de a dos los escalones, no logrando entender donde había sacado el coraje para llamarla. Crucé el cambio de andén y llegué al otro lado. El metro tardó dos siglos en llegar. Llegó. Me subí. No entendía nada. Iba a quebrar meses de un tira y afloja exquisito, y es que las causas y las coincidencias habían fluctuado de tal manera que aquella tarde estaba destinada para los dos. Así de cursi conchetumare. Maldito metro que iba más lento que la cresta. Me decía a mí mismo que me iba a bajar y chantaría manso ni que reclamo en algún libro preparado para recibir el ardor de mis lacerantes letras "Servicio lento, con tendencia a hacer perder maravillosas oportunidades... aunque igual en la mañana, con toda la cosa de las rutas, me dejó llegar más temprano"
"Estación Santa Ana"
Ni me preguntí si el chofer era hombre o mujer. Mi mente bloqueó ese recuerdo. No puedo ser descriptivo de mi entorno en estos momentos. Aún alucino. La llamé otra vez y le pregunté donde estaba. En el mar de gente que se había convertido la combinación al vaciarse el tren, ella estaba esperando atenta apoyada en un pilar de ladrillos naranjos oscuros. Se había puesto los audifonos de su MP3. Algo la dejó escuchar el celular o por lo menos sentirlo vibrar.

Un desgarro nervioso me cortó el estomago en dos. Habíamos reído y dejado en el aire penetrantes miradas camino a casa. Morían así cuatro meses. Inconscientes del momento que se acercaba sin que nada lo pudiera detener, dejamos que la gente bajara, caminando lentos y haciéndonos los tontos. Ya afuera, el andén estaba temerariamente solitario. Una luz tenue nos acompañaba. Quizás eran los nervios que me estaban haciendo perder la visión. Se giró y me miró. Esta vez no se despidió de golpe.
"Me voy a ir en el ascensor" dijo.
"Floja" la descriminé y la abracé.
Fue el mejor abrazo que me han dado en el año. En ese momento me di cuenta que era lo único que quería. No había nada más. Era eso. Su cuerpo junto al mío.
"Me tengo que ir"
"Bueno" le dije y le besé su blanca mejilla.
No se quiso salir. Yo tampoco. Jugamos a que era divertido seguir tirando y aflojando. No podía creer lo que estaba pasando y a la vez sabía que en algun momento tenía que suceder. Toqué sus labios como si fueran la última puerta a la eternidad.

Emilia caminó lento por la escalera. Quizás no la vea nunca más.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Día 104: Los Hijos de los Hombres que no Volveran

Capítulo Doce y Final
Parte 2

"¿Crees que asesinandome vas a conseguir espantar a los que liderarán el día de mañana el negocio?" preguntó un desnudo Heriberto Piña, amarrado al capó de su camioneta por las muñecas, viendo como el conscripto chileno sacaba de entre los pantalones una cuchilla de un porte nada despreciable.
"Estás equivocado" siguió el narco, buscando apelar por una oportunidad para vivir "Mi muerte no será nada. Es más, vas a despertar la furia de mis socios y familia y van a venir por este pueblucho. Gracias a ti y por la estúpida pena de la muerte de una niñita condenarás a El Muerto y el pueblo entero desaparecerá. Porque por aquí vendrán mis hijos y los hijos de ellos también y tus acciones no cambiarán nada. Esto nunca terminará. Así son las cosas en esta parte del mundo"
Ángelo le atravesó la mirada con la suya y acercándose dejó que la punta de la hoja del cuchillo tocara el final de su garganta.
"Tus hijos se mearán del miedo cuando les nombren la frontera y El Muerto" exclamó el conscripto.
El sol asomó su primer haz de luz por sobre la Cordillera. Majestuosa escena.
Y el soldado chileno dejó que el cuchillo se fuera abriendo paso por la piel del boliviano, desde el medio de las claviculas hasta debajo del ombligo, perseguido por un hilo de sangre que bajó hasta la cintura, mientras que Heriberto se desgarraba la garganta en un dolido grito. Angelo procuró ser cuidadoso con lo que hacía y es que no quería que el narco muriera o cayera en shock. Procuró ser cuidadoso para que  Heriberto sintiera todo el umbral de dolor que su cuerpo podía sentir.
Javier se olvidó que tenía que apuntar con su rifle al chofer de la camioneta. Pero no importaba. Su prisionero, al igual que él, atonito observaba el brutal  y lento homicidio, con tintes de tortura, quemando con un fierro caliente en su mente cada imagen de la piel desprendiendose del cuerpo y los gritos del pobre boliviano. Quería correr a detenerlo, pero el miedo y algo invisible lo tenía pegado como una llave a un imán al arido desierto nortino. No quería seguir escuchando y viendo lo que sucedía. Era demasiado para lo que podía soportar. Pero nadie lo detuvo. Así que lo único que se escuchó por algunos minutos fue el escabroso sonido de la piel de Heriberto rajandose bajo el paso del cuchillo de Angelo que lento y hambriento juró darle dolor y hacerlo lento... muy lento.

Heriberto río antes de dejar de respirar. Después de tanto sufrimiento y gritos, fue lo único que su mente pudo hacer. Sonreir y mirar el cielo celeste, sintiendo el frío dentro de sus entrañas abiertas al aire. Angelo se acercó a su chofer, que impactado al ver a su jefe todo destrozado no podía ni siquiera ponerse de pies.
"Llevenselo en la camioneta" fue lo único que Angelo le dijo. 
Una fuerza desconocida levantó al peón y seguido por el narcotraficante que lo acompañaba, levantaron lo que quedó del boliviano y lo echaron arriba.
El conscripto se giró hacia sus compañeros. Jadeaba de lo sucedido. Le había costado trabajo igualmente. Dar muerte no era cualquier cosa. Darla de esa manera tampoco. Los miró, uno por uno y no dijo palabra. Ellos tampoco, pero no porque no tenían nadar que decir. Algo se los impedía.
Angelo dejó el cuchillo en el medio del desierto antes de subirse al camión.