sábado, 19 de noviembre de 2011

Día 109: Caroline Le Pont

Yo no creo en las secuelas de las historias. Cuando la historia es buena y justita, hay que dejarla ahí. ¿Para qué sacarle el juego? No vale la pena. La historia misma se puede echar a perder. Entonces pasó que hace un tiempo subí una historia que fue del gusto de muchos. Sin embargo escuchaba una frase que se repetía al final de cada comentario que me hicieron llegar "Gusto a poco" ¿Le faltó algo a la historia? Me decían que le faltó algo al final. Algo así como una continuación. 
Leí la historia y decidí que sí, que algo le faltó. Es el relato de una fatídica y extraña noche que tuvo como consecuencia la muerte de Caroline, a manos de Eder, el mejor amigo de Emilia ¿Se acuerdan? Si no, les dejó los link's de la historia. Es rápida y audaz. Algo lacerante y fiel reflejo de la realidad de una juventud que adora los momentos de extasis.


He aquí el primer capítulo de su continuación. Espero les guste.



Parte Uno

Eder nunca había sentido esa sensación en las piernas. A veces no estaban. En otras ocaciones se movían como dos largos jamones de jalea de limón. Y era lo único que su mente le dictaba. Correr y no atreverse a hacer otra cosa. El cielo teñido en un marrón amanazante de una torrencial lluvia, se movía en silencio junto a él. La oscuridad de las calles lo alentaba a seguir y no a detenerse. El aire celoso se escapaba del espacio y riendose lo dejaba solo. 
Al cruzar la calle, alcanzó unicamente a ver dos fuertes puntos de luz acercandose a él.

Les ocurrió eso que nadie se explica. De repente sus miradas se conectaron absorbidas por las millones de posibildades que existen de que entre las más de cien personas que bailaban bajo la oscuridad y los aces de luz de la disco sus ojos justo choquen a la misma altura, latitud y longitud. Pero sucedió. Y vuelta atrás no había. Las horas fueron avanzando y las ganas de saber a que olía y cómo bailaba el otro eran agoviantes. Llegaron a olvidar la forma de la cara de sus compañero y compañera de baile. El objetivo de uno era el otro. Entonces Caroline le dijo a su acompañante que iba al baño. Eduardo no le dijo nada a su compañera y la dejó bailando sola en medio da la pista. 
Se encontraron en la zona VIP del recinto, ubicada en el tercer piso. La muchacha peinaba con el mirar a la masa de gente moviendose al ritmo de la retumbante música, buscando al hombre que le había cambiado la forma de pensar en las coincidencias. Eduardo le dejó una vaso de ron y bebida sobre la barra en donde estaba apoyada. Caroline nerviosa y un poco impactada, le sonrió y miró el trago ofrecido.
"¿Cómo sabes que me gusta el ron?" le preguntó al oler el aroma del licor tostado.
"Cuando te vi, tuve una visión" dijo Eduardo, con una pequeña sonrisa alojada en sus labios "Vi que llegariamos acá y al invitarte a tomar algo, me dirías que te gusta el ron. Entonces, para no perder el tiempo, te lo compré altiro"
Caroline rió. Las sensaciones que los invadía crecían garrafalmente segundo a segundo. Intenciones de volver con sus parejas de baile no habían.
"Entonces estoy siendo acosada por un brujo" dijo ella.
"Mejor no diré que otras cosas vi" dijo el joven.
Ahora ambos rieron. 
Si Caroline hubiese sabido que meses más tarde terminaría calcinada al final de una cuesta por culpa del amor que nacía en esos momentos por Eduardo, quizás habría arrancado. Pero imaginación o persepción para saberlo no tenía, entonces se quedó ahí, en la barra, compartiendo con él.
"¿Por qué subiste?"
Eduardo se encogió de brazos.
"Quizás quería saber cómo se escuchaba tu voz o qué sentiría al estar a un metro de ti" agregó al gesto.
La muchacha le quitó la vista. Se sonrió y sorbió un poco de su ron.
"Yo creo que es lo único que vas a querer saber de mí" le dijo.
"¿También eres bruja?" le preguntó Eduardo.
"No. No es una visión. Es una certeza"
El joven no entendió. Su expresión en el rostro le dijo a Caroline que no sabía a donde quería llegar.
"Soy Caroline Le Pont" le dijo "Hija de Juan Le Pont"
Eduardo disimuló el escalofrió de terror que le recorrió la espalda al escuchar el apellido que acompañaba su nombre. Es más, logró fingir una cara de normalidad frente a la revelación.
"Valla" logró articular "¿Entonces le conoces?" bromeó.
Caroline le sonrió levemente. Pero quizás una broma con la identidad de su padre, el narcotraficante más peligroso y rico de Chile, no eran algo tan malo en ese momento que se suponía Eduardo debería haber salido corriendo.
"No es un atributo ser hija de él" comentó.
"Pero no creo que sea un impedimento para hoy día llegar un poco más tarde a casa" dijo Eduardo, tendiendole la mano.
La joven le observó los ojos y juró perderse en ellos. Sintió el frescor de la mano suave de el muchacho al tomarsela entre sus finos dedos y le dio un pequeño apretón de confianza.
"Llavame a donde quieras" le quiso decir, pero habría sido fuera de lugar.
Eduardo se dio la media vuelta y la invitó a perderse en la oscuridad de la disco.

Eder quedó arriba del capó de la camioneta que, antes que lo atropellera, le pareció conocida. Al frenar ésta, por efecto de la inercia, su cuerpo cayó al suelo y el dolor de la situación se hizo presente en toda su contextura. No le alcanzó ver venir. No fue lo suficientemente atento para detenerse. Tampoco rápido para esquivarlo. Sólo pudo quedarse de pies cuando vio que ya no podía hacer nada más.
En eso, desde la luz de los potentes focos delanteros del vehículo, una mujer asustada emergió y le ayudó a pararse. La chofer alcanzó a quitarle la velocidad que llevaba la carrocería, logrando así sólo botar al joven que despavorido cruzaba la calle corriendo.
"¿Eder?" le preguntó de repente la muchacha.
El joven, un tanto aturdido todavia, la observó más detenidamente y supo porqué la camioneta le era conocida.
 "Liz"...

Continuará...

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