De repente algo dentro me dijo "Si no la vas a dejar, te arrepentirás de no hacerlo toda la vida. Porque hoy quizás es la única oportunidad que tengas de verla... y las vas a dejar ir?... ¿Vas a seguir siendo el mismo cobarde?"
La gente me chocaba, porque el metro había abierto sus puertas y con su pito de sonido digital alentaba a las abuelitas a correr para tener un lugar en el expreso que iba a Baquedano y no a Santa Ana como en algún momento de la reunión mi cerebro había decido, porque estúpidamente trasladé la combinación de la línea 2 con la 5 entre Plaza de Armas y Baquedano. Imposible; entre el kilómetro cero y plaza Italia sólo estaba Bellas Artes... ¿En qué estuve? El metro cerró las puertas. El de ella iba dirección al sur, quizás llegando a la combinación. No puedo dejarla ir. Debo ser lo suficientemente valiente para tomarla de la mano y saber qué es no TEMER. Me alejé de la multitud y la llamé.
"Pensé que Santa Ana estaba entre Plaza de Armas y Baquenado" le dije.
"No te escucho bien" acusó.
"¡Pensé que Santa Ana venía después de Plaza de Armas y que por lo mismo tomaríamos el metro juntos!" le dije. No podía creer lo que estaba haciendo "¿Aún estás en Santa Ana?"
"Sí"
"Esperame ahí. Te iré a dejar a La Cisterna" le dije.
Una que otra persona me miró correr por las escaleras, saltando de a dos los escalones, no logrando entender donde había sacado el coraje para llamarla. Crucé el cambio de andén y llegué al otro lado. El metro tardó dos siglos en llegar. Llegó. Me subí. No entendía nada. Iba a quebrar meses de un tira y afloja exquisito, y es que las causas y las coincidencias habían fluctuado de tal manera que aquella tarde estaba destinada para los dos. Así de cursi conchetumare. Maldito metro que iba más lento que la cresta. Me decía a mí mismo que me iba a bajar y chantaría manso ni que reclamo en algún libro preparado para recibir el ardor de mis lacerantes letras "Servicio lento, con tendencia a hacer perder maravillosas oportunidades... aunque igual en la mañana, con toda la cosa de las rutas, me dejó llegar más temprano"
"Estación Santa Ana"
Ni me preguntí si el chofer era hombre o mujer. Mi mente bloqueó ese recuerdo. No puedo ser descriptivo de mi entorno en estos momentos. Aún alucino. La llamé otra vez y le pregunté donde estaba. En el mar de gente que se había convertido la combinación al vaciarse el tren, ella estaba esperando atenta apoyada en un pilar de ladrillos naranjos oscuros. Se había puesto los audifonos de su MP3. Algo la dejó escuchar el celular o por lo menos sentirlo vibrar.
Un desgarro nervioso me cortó el estomago en dos. Habíamos reído y dejado en el aire penetrantes miradas camino a casa. Morían así cuatro meses. Inconscientes del momento que se acercaba sin que nada lo pudiera detener, dejamos que la gente bajara, caminando lentos y haciéndonos los tontos. Ya afuera, el andén estaba temerariamente solitario. Una luz tenue nos acompañaba. Quizás eran los nervios que me estaban haciendo perder la visión. Se giró y me miró. Esta vez no se despidió de golpe.
"Me voy a ir en el ascensor" dijo.
"Floja" la descriminé y la abracé.
Fue el mejor abrazo que me han dado en el año. En ese momento me di cuenta que era lo único que quería. No había nada más. Era eso. Su cuerpo junto al mío.
"Me tengo que ir"
"Bueno" le dije y le besé su blanca mejilla.
No se quiso salir. Yo tampoco. Jugamos a que era divertido seguir tirando y aflojando. No podía creer lo que estaba pasando y a la vez sabía que en algun momento tenía que suceder. Toqué sus labios como si fueran la última puerta a la eternidad.
Emilia caminó lento por la escalera. Quizás no la vea nunca más.
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