Uno no se imagina como los hechos que quebrarán tus creencias te chocan de golpe y en el momento menos esperado. Codiciosa y feroz se escabulló entre la oscuridad y me ató con su baile y sensualidad. Siempre me gustaron sus ojos coquetos, acompañados de sus pecas naranjas, pero nunca se lo pude decir. Tampoco se lo mencioné a Jack. Menos a Isabella. Sólo sabía que me gustaba caer cautivo en el verdor de sus pupilas que exquisitas me penetraban el alma y algo me querían decir. Pero fui tonto y en cinco años nunca pude predecir sus señales. Jugaba a que su atención sólo caía en la voz de su novio y en nadie más. Jugó a ser la mujer fiel. Intocable. Perfecta. Y yo me hice el tonto y nadie notó que la miraba cada vez que su cuerpo quedaba abandonado en la oscuridad de la fiesta.
Esa noche, como nunca en los últimos cinco años, fue sola. Ella y yo aprovechamos la oportunidad para escribir la primera letra de la primera palabra de esta historia.
"Te conosco Karev" me susurró al oido.
Emilia me dijo que qué era lo quería. Sabía bien que quería su boca, pero para darle suspenso al inevitable momento, me hizo la pregunta. La Cisterna se congeló. Se dio la media vuelta y no la vi más. Y el carrete se veía como el primer capítulo de la historia. De eso hace unos nueves meses. Nueve meses esperando a ese extraño y exquisito momento en que me hizo saber que lo que más deseaba era tocar mi boca.

Le dije a Isabella que me avergonzaba pasar de crítico a criticado. Me dijo que no me preocupara. Que a ella no le importaba. Yo le dije que a mí sí.
"El sábado hablamos" me escribió.
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