lunes, 18 de febrero de 2013

Día 236: Los Diarios de Eliseo

Gracias a ti que diste algunos minutos de tu tiempo para leer esta historia que, cómo dije hace algunos capítulos, cumplió en su final más de un año. Es  extraño dejar a Eliseo y Sara. De alguna forma u otra representaron eventos en mi vida que la cambiaron para siempre. A veces sucede, eventos catastróficos te cambian la vida. Depende de nosotros hacernos mejores o peores personas.
Como dato, esta historia se compuso de 59 capítulos. Larguísima. 
Sin embargo, aquí estoy terminando uno de mis proyectos más largos y orgulloso le pongo fin. Espero disfrute.


Día 67, Parte Final

"La vacuna, derivada de la misma que detiene el avance de la meningitis, ya que el virus es una mutación de ésta, sólo elimina el proceso de floración en el cerebro y lo drena por completo" explicaba Ana a los presentes "El deterioro que sufre el cuerpo por la debilitación de los sistemas y la piel debe ser controlado con un tratamiento paralelo. Sara estaba en casi perfecto estado, a pesar de su desnutrición, situación opuesta a la que vive la población infectada que sobrevivió en Santiago y la que pulula en la zona centro y sur del país"
"¿Por qué no despierta?" preguntó el capitán.
"El virus es nocivo. Posiblemente deterioró o aniquiló varias células en el hipotálamo y cerebelo, que es donde se alberga. A demás de poseer una característica que nunca imaginamos adquiriría; logra crear dependencia de él en el cuerpo. Para la infección lo difícil es al principio: sobrevivir a los anticuerpos y al sistema inmunologico. Pero después el mismo cuerpo la provee de sangre y nutrientes para coexistir. Se vuelven uno. Es un solo ser"
Estuvimos frente a un evento de extinción. Quizás nadie nunca le había tomado real peso a la crisis que aún se vivía. Se preocuparon de lo social y de abrir fuego contra los infectados, pero son pocos los que saben a qué se enfrentaban.
"Se puede vacunar a los soldados que vayan al frente" dijo la doctora "Mientras tanto tendremos que seguir buscando un tratamiento que sane las células muertas en el cerebro. Y más allá, buscar qué células son las que perecen"
Entonces todos se silencian. Están esperando. Me están mirando. No hay nada que hacer con Sara. El virus, los días que estuvo en la cajuela del asiento trasero del jeep, se fue comiendo poco a poco sus células nerviosas. Poco a poco la fue volviendo loca. Poco a poco le fue quitando la vida. Quizás si hubiese llegado antes... Quizás.
De pronto siento una fina mano posarse en mi hombro derecho. Me giro. Es Ana.
"Eliseo--"
"¿Cómo se desconecta?" le pregunté.
Joan había muerto en mis manos. No era él. Era un infectado. Había caído una bomba atómica sobre Santiago. Encontré a Sara. Concepción fue invadida. Sara fue rasguñada por un agil zombie que trató de atacarnos. Fui prisionero de la dictadura en Coquimbo. John me rescató. John murió. Ana encontró la cura. Sara murió... Sara está muerta. Es una víctima más de lo que sucedió. Que yo la amara no iba a evitar que muriera. Todos vamos a morir, más tarde que temprano, pero lo vamos a hacer. Sara yace muerta en la cama en donde experimentaron y buscaron una cura para una de las infecciones más letales de todos los tiempos. Eso entendí. La mujer de mi vida murió y yo no era nada, ni nadie para poder detener la situación. Es más, había muerto hace varios días. ¿Qué esperábamos? Sus restos, al igual que su alma, tenían que descansar.
"¿Cómo se desconecta?" volví a preguntar.
"Debes presionar ese botón" me enseñó Ana.
Asentí, sintiendo como el corazón se me iba.
"Te esperamos a bajo" me dijo la doctora.
Levanté el rostro para mirar a Enrique. Había sido un infiltrado entre los infiltrados. Había esperado el momento justo para revelar todo nuestro plan. Había dicho "Esa es la casa" y pusieron explosivos y los hicieron volar. Él también me miró, avergonzado.
Todos se retiraron. Volví a estar solo, como aquella noche en el supermercado. Que lejana escena. Sin embargo podía sentir el olor del ron en mis narices y el sonido de las sirenas pasando "No vayan. Son infectados. Van a morir"
"Creo que nadie en la vida se conoce tanto como uno mismo. Sabemos qué cosas son las que nos duelen y cómo hacer para sanar. Sabemos los caminos que hay que tomar, pero porfiamos la situación y la alargamos. Conocemos nuestras actitudes, aptitudes y características  Somos un cristal ante nuestros ojos, pero nos hacemos los tontos. A veces no nos queremos reconocer" le dije a Sara entre lágrimas y sollozos  Alcé la vista y sin meditarlo mucho, presioné el botón. El respirador mecánico se apagó lentamente, como el sonido de su respiración. No pude aguantar el momento. Mis piernas cedieron y caí arrodillado a su lado. Tomé su mano izquierda y comencé a besarla en reiteradas ocasiones. Estaba fría.
"Yo me conozco, Sara. Te lo juro. Sé quién soy aunque a veces me pierda. Y estoy seguro que nunca jamás voy a amar a nadie como te amé a ti. Nos vemos pronto"
Silencio. Que profundo silencio.
Me quedé algunos minutos así, arrodillado, colgado de su mano. El tiempo se detuvo. Entonces fue cuando los delicados dedos de una mano fueron a tocar mi mejilla derecha. Qué suavidad. En algún momento creí haber muerto también y mi alma estaba cayendo en las manos de un ángel. Era así el paraíso  me pregunté. Oscuridad y una fuerte presión en el pecho, la mano me tomó del mentón y me levantó la cabeza. Era Sara. Sus ojos negros y redondos me miraban dudativos. Estaba sentada sobre la cama, respirando, mirando, dudando, viviendo. El corazón me dio un vuelco.
"¿Por qué estás llorando, mi amor?" me preguntó.


Para Emilia, que se atrevió a sobrevivir.
Se atrevió a saltar sin importar que había
del otro lado.
FIN



Los Diarios de Eliseo


viernes, 15 de febrero de 2013

Día 235: El Ultimo Grito

Día 67, Parte 5

Pido disculpas por no tener las palabras para explicar lo que me sucedió. Debe ser lo más cercano a ser atropellado por un camión. Debe ser parecido a impactarse contra el suelo después de lanzarse del piso quince. 
"Su pulso es bajo y respira con ayuda de una maquina, Eliseo" dijo de pronto Ana "Si bien el virus abandonó por completo su cuerpo, su cerebro no volvió a funcionar"
De fondo se escuchó un enfrentamiento a tiros.
"Ya llegaron" dijo uno de los doctores.
"¿Sigue viva?" le pregunté observando su angelical rostro.
Estaba durmiendo. Estoy seguro. Tan sólo dormía y no se había despertado. Estaba en mi pecho, con la boca medio abierta, durmiendo. Descansando. Las cortinas aleteaban sobre el viento y el sol daba sobre su rostro. Faltaba poco para el año nuevo. Estaba cansada. Habían sido días de arduo trabajo. De largos regresos a casa. Yo le cuidaba el dormir. Yo cuidaba sus sueños. Despertaría y me miraría. Sonreiría y luego me besaría. Me sacaría los pantalones y se colaría con mi cuerpo. Se dejaría sentir tibia sobre mi. Se agarraría los pechos de la desesperación. 
"Si, pero posiblemente muera en las siguientes horas. La oxigenación no basta y lo más seguro es que sufra un colapso multisistemico" vaticinó la profesional. 
Sara B2 fue el nombre que le dieron a la vacuna. Le dieron el nombre de la mujer que vivió hasta el final para dar vida a millones de personas que no conocía. El nombre de la mujer que hizo sobrevivir a toda una especie, pero que consigo se llevó mi alma. 
De golpe se abrió la puerta y un grito cortó todo el aire.
"¡Todos al piso!" 
Yo no me pude mover. Los soldados habían llegado hasta el laboratorio. Armados y con sus rostros encapuchados, tomaron detenidos a los médicos y a Ana. Como no obedecí, uno de ellos me derribó dándome con el fusil en las piernas. Luego me jaló de los brazos y me apresó con fuerzas.
"¡Tenemos la cura!" gritó Ana cuando se la llevaban.
"Esperen" dijo el uniformado que se había encargado de mí.
Hubo un silencio. El hombre se quedó estático pensando. Luego ordenó.
"Sabemos que tienen a una infectada en la universidad, lo cual estaba prohibido doctora. Eso es traición al país"
"Tuvimos, soldado. La infectada está curada" dijo Ana, apuntando a Sara.
Los seis soldados se giraron al mismo tiempo. Un silencio mortalizó por algunos momentos el laboratorio. El soldado que me tenía custodiado le plantó una mirada a otro que franqueaba el lado izquierdo de la cama en donde la paciente yacía. El soldado asintió.
"Soldados, descansen"
El uniformado, aparente capitán de la misión, me soltó y acto seguido se quitó el pasamontañas que cubría su rostro. También lo hizo el soldado que había asentido a una orden o confirmación, al cual reconocí al instante. Era Enrique.


Continuará...

martes, 12 de febrero de 2013

Día 234: Sara B2

Día 67, Parte 4

Al bajarme no apago el motor de la motocicleta, la que sigue andando y fue a parar donde no sé dónde. El frontis del majestuoso edificio universitario está intacto y oscuro. Pareciera que no hay resistencia o defensa. ¿Dónde están los doctores? Parapetados no sirven de nada. Le doy un tiro a una de las cadenas que bloquean la apertura de las puertas. Se escucha el disparo. La cadena cortándose e ingreso al frontis de la universidad. En eso, desde la nada, aparece un hombre vestido de cotona y me apunta con un revolver listo para derribarme. Al reconocerme, se arrepiente y baja el arma.
"Eliseo" balbucea.
Es uno de los médicos participantes de la investigación.
"Ana... ¿Dónde está Ana?" le pregunto.
"Arriba, en el laboratorio" me dice otro de los médicos, cubierto detrás de un pilar. Ambos estaban esperando dar una sorpresa. Que inteligentes. 
"Ya vienen los milicos" les grito y emprendo la carrera.
La oscuridad no me impide recordar el camino a los centros de investigación del edificio. Están en el cuarto piso. ¿Por qué me llamó Ana? ¿Qué tenía, con tanto apuro, que contarnos? Tan sólo quiero llegar. Tan sólo quiero que todo esto acabe. Dios, ayúdame. 
Llego al cuarto piso. Corro por los pasillos y veo la luz emergiendo desde el laboratorio tres, cuarto en donde Sara era examinada. Entro en él  y mi mirada se topa con una fotografía. Dos doctores me observan al llegar. Más atrás veo a Ana mirándome preocupada. Y a su lado Sara tendida en la camilla en donde yacía hace unos cinco días. Habían encontrado una vacuna resistente y habían comenzado las pruebas en la paciente. Detrás de su cabeza, los monitores de su pulso y lo que parecía ser un respirador artificial la vigilaban. Me acerco hasta Ana y con la mirada le suplico que me explique. Pero Sara se adelanta y con su cuerpo intacto me dice que hay buenas noticias. Está durmiendo, albergada en los maravillosos sueños que despide su mente. 
"Encontramos la vacuna" me dice la doctora, posando su mano sobre mi hombro. 
Sonreí y casi me quiebro. Que sensación más extraña. Quise abrazar a Ana. Besar sus manos. Agradecerle hasta desmayarme. Estaba despertando de la larga pesadilla. La normalidad encontraba la luz entre tanta insomnia. 
"Su sistema pareciera estar totalmente recuperado" siguió la médico "Su hígado y pulmones funcionan sin problemas y su actitud caníbal ha desaparecido hace tres horas. Sin embargo, por algo que aún nos cuesta explicar, su cerebro está muerto" declaró. 


Continuará...

domingo, 10 de febrero de 2013

Día 233: Carretera al Norte

Día 67, Parte 3

Seis minutos después, acelerando a todo lo que daba la motocicleta, me encontré manejando por la autopista que conectaba a Coquimbo con La Serena. Qué hubiese dado porque la maldita motocicleta fuera más rápido. Qué hubiese dado por poder teletransportarme para llegar primero que el escuadrón que iba a la caza de Ana María, Sara y el resto de médicos partidarios de la investigación. El tacometro marca ciento veinte kilómetros por hora, pero pareciera que voy caminando en una mala pesadilla, esas en donde algo te impide mover las piernas con libertad. Coquimbo quedó atrás. Al frente solo una maldita carretera oscura y luces de vehículos que van desapareciendo de la vista. La Serena queda a unos quince minutos, pero algo detrás me dice que está a cinco horas y que los militares ya están llegando.
"Espérame, Sara"
Es cuando un par de vehículos llama mi atención. De golpe todas las malas sensaciones se espantan y me pongo alerta. Disminuyo la velocidad hasta los cien. Y noto que mis sospechas se convierten en pruebas reales. A unos tres minutos de distancia tres jeep's del ejercito, entre ellos los dos que estaban frente a la casa en donde alojaba, van en caravana camino a La Serena. Nada los apura. Al parecer van a por una presa segura. Poco a poco comienzo a acercarme. Entonces es cuando tengo que decidir qué hacer. Al costado de mi dorso va colgando en una correa un revolver. Podría alcanzar al primer jeep del comboy y hacerlo estrellarse contra los demás. Pero y si el de atrás logra esquivarlo; los uniformados se bajarán y me ametrallarán junto con la motocicleta. Entiendo entonces que voy con desventaja. Apagué mis luces y me hice imperceptible frente a sus ojos. Los voy franqueando, pensando qué hacer. Tratar de detenerlos no era opción. En eso los médicos y Ana María se me cruzaron claros entre tantos oscuro pensamiento. Estaban advertidos ¿Podrían frenarlos? Era claro que el dialogo no era un arma. Sin embargo me tranquilizo un poco al recordar que John les proporcionó armas en caso de cualquier emergencia. Una pistola más podría hacer la diferencia. Acelero hasta ponerme al costado del primer vehículo militar. Lo adelanto un metro y enciendo las luces. El chófer se asustó y se lanzó de golpe hacia la berma. Los que venían atrás se vieron obligados a frenar. Fue en aquellos ventajosos segundos que aproveché el descuido y le exigí a la moto dar toda la velocidad que pudiera. Iba camino a la universidad.


Continuará...

sábado, 9 de febrero de 2013

Día 232: El Golpe

Día 67, Parte 2

Corrí riendo por las calles de la Segunda Nueva Capital. Corrí no importando la presencia de los milicos en las calles. Corrí porque después de sesenta y siete días posiblemente había una opción, un camino... una cura.
Sin en veinte minutos llegaba a la casa en donde nos escondíamos con John, Silva y Enrique, el mismo trazo lo cubrí en diez minutos. La noche ya había cubierto casi por completo los cielos nortinos. Iba corriendo, ya un poco agitado, doblando en la esquina del pasaje en donde estábamos alojando, mirando la casa, cuando una explosión violenta me hizo frenarme en seco. Tres o cuatro segundos, dos bombazos y mucho fuego fueron suficientes para que la casa en donde nos refugiábamos estallara en mil pedazos. Mis compañeros sagradamente llegaban antes de las ocho de la noche a la morada. Ya faltaba poco para las diez.
Quedé estático, inmóvil  inútil  no sabiendo qué hacer. Una parte de mi quería correr y sacarlos a como diera lugar. La otra me decía que ya poco había que hacer. Fue cuando vi avanzando en forma sigilosa a dos vehículos. Eran jeep militares. Estaban estacionados en la otra esquina del pasaje y pasaron a una velocidad que les permitió verificar que la explosión le haya quitado la vida a todos los moradores. Instintivamente retrocedí y me cubrí en las sombras de las rejas de una casa. Los todo terrenos pasaron por mi lado sin detectarme. En cambio yo logré observar a todo un contingente militar en sus interiores, armados y protegidos. Avanzaron con mesura y precaución hasta que estuvieron a unos cincuenta metros del incendio que ellos mismos había provocado, y luego aceleraron dirección al norte... ¡Al Norte!
Corrí en dirección hacia la costa. Saqué el celular y disqué el último número que me llamó.
"Ana, fuimos atacados. Nos atacaron--"
"¿Quiénes?"
"Militares. Hicieron volar la casa en donde estábamos  No sé si John y los demás están vivos. Deben refugiarse. Escapar. Yo voy en camino" le terminé de decir y colgué.
No quería gastar oxigeno explicando todo lo que vi y sentí.
Comencé a zigzaguear las calles. Pero ¿A dónde iba?... Tenía que viajar a La Serena. El coraje y la adrenalina no me darían para llegar corriendo hasta allá. Entonces comencé a buscar en los jardines de las casas algún vehículo vulnerable. Fue cuando entre todas las vueltas que me di, casi llegando a la carretera costanera, me topé con un almacén abierto y afuera una motocicleta encendida.
A los cinco segundos sólo escuche rugir el motor de la moto bajo mis pies y el "¡MARICON!" del conductor afectado que trató de perseguirme detrás.

Continuará...

viernes, 8 de febrero de 2013

Día 231: La Revolución Muda

Día 51, Parte 1

El furgón dejó atrás Coquimbo. Poco a poco nos fuimos alejando de lo que parecía ser un panal de luciérnagas estáticas. Al frente la oscuridad sucedía al corto trazo de carretera que era alumbrado por los focos del vehículo. De piloto iba Silva. A su lado Enrique. Conmigo John. Íbamos a buscar a la doctora Ana María Torres, la creadora del virus.
“El virus no fue creado para infectar a la población, fue lo que la científica declaró. El pedido fue por parte del gobierno del presidente derrocado para fines que aún no conocemos, pero se habla mucho de operaciones secretas en el sur del país. Buscaban detener o liberarse de algo. El punto es que el ejército, en su calidad de gobernador, no ha iniciado las investigaciones para detener a los mandos que estuvieron al frente de las campañas que dieron vida a esta infección. Únicamente se preocuparon de construir un fuerte, cortar el país en dos para evitar la expansión del virus y crear un imperio que está todo el día mostrando los dientes…”
Sara fue rasguñada por el infectado que se nos metió al auto. Pasó como un proyectil y salió eyectado por el parabrisas traseros, pero las uñas de una de sus manos alcanzaron a tocar su brazo izquierdo.
“Todo lo que estamos presenciando en estos momentos, el afán de control, la negativa a recibir ayuda extranjera, la adquisición de más poder y ser propietario de una defensa que nunca en Latinoamérica se había visto, son el reflejo fiel de lo que en algún momento se quiso obtener. De pronto tenemos satélites con tecnología de punta cruzando nuestros cielos, bombas atómicas capaces de borrar el continente en pocos minutos y una economía tan sólida como la de los países del primer mundo, la cual les permitió construir una muralla de diez metros de altura, que atraviesa el territorio desde el límite con Argentina hasta el borde costero de Coquimbo…”
No había cura. Fue lo que Enrique me dijo después de contarles que traía a Sara hasta la capital del norte para sanar su terrible mal. El grupo de cinco investigadores, entre los que estaba la mismísima creadora del virus, estaba limitado a experimentar con los datos que tuvieran en su poder, escasos obviamente, y no salir de la universidad en donde alojaban y trabajaban. Como toda investigación virológica y médica necesitaba de individuos para llevar a cabo pruebas de las posibles vacunas, los científicos y doctores solicitaron traer infectados para avanzar con el cometido, situación a la que el ejército se negó tajantemente. Habían construido un bunker de seguridad impenetrable. No iban a ser ellos mismos los que meterían un Caballo de Troya en sus dependencias.
Sara representaba un riesgo. Pero también podía ser producto de un avance explosivo en las investigaciones.
El soldado y los pilotos aceptaron reunirse con Ana María y contarles lo que acontecía.
“Nos infiltramos buscando un bache… un punto ciego para buscar respuestas a tanta incógnita. Quizás Sara dé las respuestas que el planeta está esperando, pero las que nosotros queremos como país aún son esquivas de encontrar” terminó de explicar John


El general del ejército chileno pedía cada quince días una audiencia con la directora del programa que investigaba la cura para la infección. Ana María se subió al comboy que la llevaba desde La Serena hasta Coquimbo. Nosotros la transportamos aquel caluroso día de Febrero. Le contamos lo que sucedía y de inmediato accedió a recibir a la paciente.


Día 60, Parte 1

Sara fue alimentada como a un perro. La dejábamos cada dos días en una pieza y le tirábamos cerdos y conejos para que recuperara el peso que había perdido durante los 27 días que estuvo encerrada en la cajuela bajo el asiento del jeep. Aunque el virus no dejaba que el cuerpo se detuviera (se detuviese la actividad cerebral), el deterioro dejado por la nula exposición al oxígeno y la no ingesta de “comida” se hizo notorio. Sus huesos se vieron muy demarcados bajo su delgado y necrótico pellejo. Así que le desatábamos las sogas que nos aseguraban el que no nos atacara y le tirábamos comida. Poco a poco volvió a recuperar su corpulencia normal y sus sistemas se fueron alimentando de los nutrientes que le entregaban la comida. Ana María y su equipo se encargaron de equilibrar el exceso de carne con verduras y frutas que le dieron vía intravenosa. Y mientras se estabilizaba su débil cuerpo, las investigaciones comenzaron a avanzar de forma apresurada.
En una de mis visitas a la universidad, le comenté a la doctora lo que había visto en Concepción y en Santiago cuando venía viajando hacia el norte. Más que comentarle, le conté con lujo de detalle las características de los infectados y sus nuevas actitudes. La profesional estuvo de acuerdo conmigo en que estábamos frente a un proceso de evolución, pero que no sacábamos mucho con dar reporte al ejército. Lamentablemente, había batallas que tendríamos que seguir librando dentro de probetas y microscopios.


Día 67, Parte 1

No es facil ser fugitivo dentro de un regimén militar. Te mezclas con millones de personas en las calles de una ciudad-refugio, situación que te entrega ventaja dentro de una persecución, y es dificil ser detectado por algun soldado que miró de reojo tu foto y salió de mala gana a buscarte. Aún así, en el fondo de tu consciencia, sabes que eres un profugo y eso, lo quieras o no, te da inseguridad y dudas. Te sientes perseguido y piensas que todos te miran a ti. Entonces quise ser más invisible a los ojos de esos militares vestidos de civiles que mes buscaban y decidí cortar por completo el pelo en mi cabeza.
Un accesorio más para el personaje.
Y a eso le sumaba, para matar las ansias de la espera y de una latente detención, paseos de horas en las tardes frente a las playas de Coquimbo. Que costa más tranquila y hermosa, anexa e ignorante de toda la crisis que estaba viviendo su ciudad, una ciudad que más rápido que lento comenzó a experimentar grandes cambios. La cantidad de gente obligó al gobierno militar comenzar la construcción de poblaciones en los rededores, como también la elevación de grandes edificios para optimizar el espacio. Era como un cáncer benigno que poco a poco iba tragandose a todos los organos de un cuerpo que en algún momento fue sano.
Fue la tarde del día sesenta y siete, sentado frente a la puesta de sol y el mar, cuando el celular que John me había entregado para mantenerme comunicado comenzó a sonar.
"Eliseo. Necesitamos que vengan de inmediato a La Serena. Tenemos noticias de Sara" me dijo Ana María contenta y apresurada.
Continuará...


miércoles, 6 de febrero de 2013

Día 230: Ella es Sara

Día 43. Parte 3
“Pero no eres un soldado” le dije al hombre.
Sonrió ampliamente y luego negó.
“Ya pasaron tus diez minutos. Arriba te espera el jeep en el que llegaste desde Concepción, ese que con tanto anhelo deseas ver otra vez. Es lo que dicen tus pruebas de imágenes” me dijo cómplice.
Mis rescatistas estaban en contra del régimen militar presente. De eso no tenía dudas. Y también supe que estaban infiltrados en sus mismos recintos. Aquel hombre sabía de mis pruebas psicológicas. Había vulnerado los bloqueos de seguridad y había logrado llegar a los archivos.
En eso me entregó las llaves del jeep. En eso también comenzó a sonar una alarma. La doctora dio la alerta de que su paciente había escapado.
“Ya saben que no estás en la consulta” dijo el anciano sonriendo. A pesar de su edad, parecía ser un adicto anónimo de la adrenalina. “No olvides acelerar. Piso 1”
Tomé las llaves. Se abrieron las puertas del ascensor e ingresé en él.

Día 43, Parte 4

Fue todo demasiado rápido. En un minuto tres patrullas de carabineros me iban persiguiendo por una vía principal, esquivando vehículos y personas, y al otro instante tres carabineros infiltrados derribaron desde sus motocicletas el cuadrante y se subieron al jeep. Me obligaron a pasarme a los asientos traseros y uno de ellos me pidió disculpas por lo que me iba a hacer.
Desperté a los quince minutos, mareado por el golpe eléctrico que me dio. Estábamos estacionados en lo que parecía ser un estacionamiento subterráneo. Al frente mío la silueta de un hombre observándome se fue aclarando pasando los segundos. Era mi rescatista quizás. O el soldado que me atrapó esperando a que despertara. Fue cuando mi vista se normalizó y pude ver a quién tenía al frente.
“Dime que esto no es un sueño y que tu nombre es John Benavides” le dije al piloto.
Sonrió cómplice.
“Esto no es un sueño, Eliseo. Y mi nombre es John Benavides” respondió.
A su lado apareció otro conocido.
“Silva” saludé al técnico, el cual me tendió la mano y apretó fuerte la mía.
De pronto estuve flotando sobre un mar de tranquilidad. Mis rescatistas eran viejos camaradas. Ya poco tenía que temer. En eso un tercer hombre se unió al grupo. El hombre, de mirada sencilla, cejas gruesas y una nariz gorda, amable tendió la mano.
“Disculpa por lo del cuatazo” me dijo.
Recordé cuando hizo lo mismo hace algunos minutos atrás y me toco con un fierro paralizante, después de ponerme un cilindro de goma entre los dientes.
“Cuando llegaste aquí te inyectaron un diodo con un chip para estar ubicable las 24 horas del día” me explicó John “Tuvimos que dejar inhabilitado el dispositivo para que no nos siguieran”
“¿Electrocutándome?” les pregunté.
Se miraron unos a otros un tanto culpables.
“El chip es pequeño. Antes de encontrarlo en tu cuerpo, ya habrían dado con nuestra ubicación” se defendió Silva “El golpe eléctrico lo quemó al instante”
Era un mal necesario. A demás, poco les podía reclamar. Ellos habían estado más de tres semanas infiltrando gente en la clínica en donde me tenían prisionero y lograron rescatarme. Inclusive habían logrado adueñarse del vehículo militar requisado. Estaban llevando a cabo una lucha en contra del actual gobierno instaurado, lucha que más adelante podría entender.
“¿Llegaste solo acá?” me preguntó de pronto John.
De golpe recordé a Sara. El vehículo había estado 27 días en poder del ejército y obviamente no le habían dado uso y tampoco una nueva revisión. Si hubiesen encontrado lo que traía, habrían llegado de noche a mi cuarto y me habrían dado muerte. Ni siquiera habrían preguntado por qué.
“¿Sucedió algo antes de llegar a Coquimbo?” siguió el piloto frente a mi silencio.
“No llegué solo” dije de pronto.
“Llegaste solo, Eliseo” saltó Silva sorprendido “Yo revisé el jeep. Estaba en el grupo que te rescató”
“Revisaron mal” le dije, poniéndome de pies, caminando a la maleta del jeep.
Los tres uniformados mudos me siguieron con la mirada hasta el momento en que me detuve. En esos segundos sentí el peso de lo que iba a suceder y de lo riesgoso que era. La sensación de protección se fue desvaneciendo por mis piernas. Toda la confianza que tenía con aquellos hombres podría cambiar drásticamente de un momento a otro. Cabía la gran posibilidad de que el fin de la historia se escribiera en aquel instante, conmigo cayendo al suelo con un hoyo de bala en el cráneo.
Abrí la cajuela y me subí a la zona de equipaje. Tomé los asientos desplegables y los deslicé hacia adelante. Ahí un compartimiento oculto quedó al descubierto. A dentro, en medio de una débil oscuridad, yacía un bulto largo y grueso, envuelto en una frazada oscura, amarrado con precaución. Lo tomé con ambos brazos, inyectando mucha fuerza. El bulto se movió quejosamente, como despertando de una larga siesta. Retrocedí dos pasos y lo dejé sobre la puerta de la maleta. Me giré hacia los tres hombres que expectantes y quietos esperaban, notando que Enrique disimuladamente se había hecho de un revolver. Me devolví hacia el bulto, el cual parecía esperarme. Con cuidado tomé la amarra que envolvía su cabeza y la desaté. Sentí como la delicadeza en las acciones les extrañó mucho. Entonces llegó el momento de la verdad. Me los podía cargar como enemigos que era lo más probable. Pero no sentí que rendirme podría ser una opción. Es más, hasta pensé en cómo saltar sobre Enrique para quitarle el arma y buscar defenderme. Inhalé hondo, escuchando las respiraciones de los espectadores. Tomé la frazada entre mis manos y descubrí el rostro de la infectada.
“John, te presento a Sara” le dije.


Continuará...

lunes, 4 de febrero de 2013

Día 229: Fuga

Día 43, Parte 2

Marisa me preguntó lo de siempre. Las pesadillas, la irritabilidad, el apetito y las ganas de salir. Al principio no me dejaba ningún segundo a solas. Mi diagnostico era el de un hombre con posible cuadro de estrés psicótico. Había vivido momentos nocivos para mi salud mental.
Cuando la persona exacta supo de mi presencia en las dependencias de la clínica, comenzaron poco a poco a llegar los mensajes en la comida. Envueltos en una pequeña bolsita de papel, insertos en el arroz o el puré(dependiendo de lo que tocara), fueron apareciendo los mensajes. Recuerdo claramente el primero, el que ahora yace en mi bolsillo: “EL CONTROL ES LA FUERZA QUE PARECE TENERNOS A SALVO. PERO EN REALIDAD EL CONTROL NOS CIEGA, NOS PARALIZA Y NO NOS DEJA AVANZAR. EL CONTROL NO TE DARÁ OPORTUNIDADES. NO PODRÁS ESCAPAR. APARENTA MEJORAS Y LAS OCASIONES COMENZARÁN A LLEGAR”
Un día le dije a Marisa que las pesadillas habían dejado de ser tan oscuras. Después le comenté que me sentía mejor. Luego le mentí diciéndole que mi hambre comenzaba a aumentar. Y cuando llegaban las horas de su visita, dejaba de recordar que Sara estaba por ahí. Y digo estaba por ahí, porque si la hubiesen encontrado, posiblemente me habrían acusado de terrorista y me habrían puesto una bala en la frente. Sonreía más y sociabilizaba más. Creé un personaje. Marisa se lo comió.
Hace cinco días me deja alrededor de diez minutos solo. Le informé de eso a mí rescatista y en la comida de ayer me dejó en el puré la orden de escape y un mapa de los pasillos que tenía que seguir.
Minuto uno. Me paré de la camilla y lentamente abrí la puerta del cuarto. Entre marco y plancha, el soldado que escoltaba mi camino desde mi pieza hasta la consulta de la doctora y viceversa, esperaba distraído. Estaba a la derecha. Mi camino, por suerte, partía hacia la izquierda. Sin emitir sonido, notando que se entretenía con un celular, abrí la puerta lo suficiente para poder pasar sin hacer ruido. En cuclillas, silencioso, siempre observándole estúpido e ido, notando que nadie más apareciera en el largo pasillo, me desplacé hasta otra pieza. Ahí me quedé unos treinta segundos. Mis niveles de adrenalina habían subido peligrosamente en mi sangre. Si me atrapaban, me detendrían y registrarían, encontrando los mensajes enviados por mi rescatista. Si contaban con especialistas forenses, podrían examinar en profundidad los papeles, dar con él y también lo atraparían. Era un escape y dos opciones. Así de simple. Fue cuando vi una cotona blanca colgada en un perchero.
Minuto cuatro. Salgo de la pieza. Ahora más natural, pero de inmediato dándole la espalda al soldado. Siento como nota mi salir un tanto apresurado. Me tiene que estar clavando la mirada en la espalda. Pero la doctora no ha vuelto, así que aún cree que estoy en la consulta. Le quito velocidad a mi escape. Me aprendí de memoria el mapa. Tengo que doblar a los treinta metros hacia la derecha. ¿Qué veo? El final del pasillo y otro conectado a él. No sé si voy hacia el norte o el sur y el ir así me angustia. Pero sigo sin titubear. A los siete segundos estoy dando la vuelta a la esquina. Me pierdo de la vista del soldado. No sabía si sentir más terror o tranquilidad.
Minuto ocho. Nadie ha notado que soy un internado. El personaje de un hombre feliz y cuerdo resultaba. Es más, hasta me saludaban. Es cuando por fin llego hasta el punto en donde el mapa terminaba, después de recorrer pasillos interminables y escaleras altísimas. Pero la desgracia me atormenta otra vez. Pasé por el lado de un anciano que con trapero humedecía las cerámicas del piso con una parsimonia y tranquilidad admirables. El punto termina en un lugar donde quedan aún cinco metros de pasillo para llegar al final, acompañado de un ascensor. No hay más instrucciones. No hay más a donde ir. Todo termina aquí.
“Si yo hubiese sido un soldado y te hubiese visto así de desorientado, habría sospechado de que traes algo extraño entre manos” me dijo de pronto el anciano “Te habría preguntado qué te tenía por estos lugares y no habrías sabido qué responder. Entonces te habría pedido tu credencial de funcionario, pero tampoco la tienes. Habría deducido que eres un infiltrado y te habría tomado detenido”



Continuará...