Día 51, Parte 1
El furgón dejó atrás Coquimbo. Poco a poco nos fuimos alejando de lo que parecía ser un panal de luciérnagas estáticas. Al frente la oscuridad sucedía al corto trazo de carretera que era alumbrado por los focos del vehículo. De piloto iba Silva. A su lado Enrique. Conmigo John. Íbamos a buscar a la doctora Ana María Torres, la creadora del virus.
“El virus no fue creado para infectar a la población, fue lo que la científica declaró. El pedido fue por parte del gobierno del presidente derrocado para fines que aún no conocemos, pero se habla mucho de operaciones secretas en el sur del país. Buscaban detener o liberarse de algo. El punto es que el ejército, en su calidad de gobernador, no ha iniciado las investigaciones para detener a los mandos que estuvieron al frente de las campañas que dieron vida a esta infección. Únicamente se preocuparon de construir un fuerte, cortar el país en dos para evitar la expansión del virus y crear un imperio que está todo el día mostrando los dientes…”
Sara fue rasguñada por el infectado que se nos metió al auto. Pasó como un proyectil y salió eyectado por el parabrisas traseros, pero las uñas de una de sus manos alcanzaron a tocar su brazo izquierdo.
“Todo lo que estamos presenciando en estos momentos, el afán de control, la negativa a recibir ayuda extranjera, la adquisición de más poder y ser propietario de una defensa que nunca en Latinoamérica se había visto, son el reflejo fiel de lo que en algún momento se quiso obtener. De pronto tenemos satélites con tecnología de punta cruzando nuestros cielos, bombas atómicas capaces de borrar el continente en pocos minutos y una economía tan sólida como la de los países del primer mundo, la cual les permitió construir una muralla de diez metros de altura, que atraviesa el territorio desde el límite con Argentina hasta el borde costero de Coquimbo…”
No había cura. Fue lo que Enrique me dijo después de contarles que traía a Sara hasta la capital del norte para sanar su terrible mal. El grupo de cinco investigadores, entre los que estaba la mismísima creadora del virus, estaba limitado a experimentar con los datos que tuvieran en su poder, escasos obviamente, y no salir de la universidad en donde alojaban y trabajaban. Como toda investigación virológica y médica necesitaba de individuos para llevar a cabo pruebas de las posibles vacunas, los científicos y doctores solicitaron traer infectados para avanzar con el cometido, situación a la que el ejército se negó tajantemente. Habían construido un bunker de seguridad impenetrable. No iban a ser ellos mismos los que meterían un Caballo de Troya en sus dependencias.
Sara representaba un riesgo. Pero también podía ser producto de un avance explosivo en las investigaciones.
El soldado y los pilotos aceptaron reunirse con Ana María y contarles lo que acontecía.
“Nos infiltramos buscando un bache… un punto ciego para buscar respuestas a tanta incógnita. Quizás Sara dé las respuestas que el planeta está esperando, pero las que nosotros queremos como país aún son esquivas de encontrar” terminó de explicar John
El general del ejército chileno pedía cada quince días una audiencia con la directora del programa que investigaba la cura para la infección. Ana María se subió al comboy que la llevaba desde La Serena hasta Coquimbo. Nosotros la transportamos aquel caluroso día de Febrero. Le contamos lo que sucedía y de inmediato accedió a recibir a la paciente.
Día 60, Parte 1
Sara fue alimentada como a un perro. La dejábamos cada dos días en una pieza y le tirábamos cerdos y conejos para que recuperara el peso que había perdido durante los 27 días que estuvo encerrada en la cajuela bajo el asiento del jeep. Aunque el virus no dejaba que el cuerpo se detuviera (se detuviese la actividad cerebral), el deterioro dejado por la nula exposición al oxígeno y la no ingesta de “comida” se hizo notorio. Sus huesos se vieron muy demarcados bajo su delgado y necrótico pellejo. Así que le desatábamos las sogas que nos aseguraban el que no nos atacara y le tirábamos comida. Poco a poco volvió a recuperar su corpulencia normal y sus sistemas se fueron alimentando de los nutrientes que le entregaban la comida. Ana María y su equipo se encargaron de equilibrar el exceso de carne con verduras y frutas que le dieron vía intravenosa. Y mientras se estabilizaba su débil cuerpo, las investigaciones comenzaron a avanzar de forma apresurada.
En una de mis visitas a la universidad, le comenté a la doctora lo que había visto en Concepción y en Santiago cuando venía viajando hacia el norte. Más que comentarle, le conté con lujo de detalle las características de los infectados y sus nuevas actitudes. La profesional estuvo de acuerdo conmigo en que estábamos frente a un proceso de evolución, pero que no sacábamos mucho con dar reporte al ejército. Lamentablemente, había batallas que tendríamos que seguir librando dentro de probetas y microscopios.
Día 67, Parte 1
No hay comentarios:
Publicar un comentario