sábado, 29 de septiembre de 2012

Día 200: Pasión

Mi vieja me cuenta que cuando tenía cuatro años, me escondía en mi pieza y en voz alta relataba historias que se me venían a la mente.

Si no es pasión ¿Entonces qué es?

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Día 199: Fuentes

Eran esos días que en los momentos de quietud lograba imaginarme cayendo lenta y parsimoniosamente sobre mi cama, en una mañna tibia, con la lluvia pegando en la ventana. La cara enterrada en la almohada y la espalda exquisitamente contraida, con las vertebras crujiendo, soltando el estrés. Me voy quedando lentamente dormido. No tengo trabajo. No estudio. Me levanto sólo a comer y ver tele, tirado en el sillón. Entonces recuerdo que tengo que llamar a Antofagasta para revisar los teléfonos desconfigurados, la pistola de Radio Frecuencia en El Monte, la instalación del enlace de fibra optica en Puente Alto 1, el problema de la música centralizada en toda la cadena, los puntos de red sin rotular en la oficina, el teléfono de Hector que no encuentra el router, los móviles malos en la zona norte. El pique a la casa. Volver en la mañana. Contestar correos que había contestado. Perder correos que nunca abrí.
La lluvia en la venta y mi almuhada son escenas vagas de una mala pesadilla. La realidad un tanto cruda. Estaba sentado en una silla dura. Estaba un tanto derrotado. Agotado.
Hasta los que tenemos más energías, a veces carecemos de ella.
Llega el tren. Se abren las puertas. La gente pasa tan rapido e indiferente. Me giro y viene ella. La lluvia comienza a darse con fuerzas contra la ventana. La almohada esta deliciosamente fría. La abrazo. Está durmiendo. Me sonrie y me lleno de vida. De energías. De esa pasión que me come por tenerla. En temple descansa entre mis brazos. Me encanta verla dormir.
Cuando me ataja con un beso, sonriente, feliz del instante, me quedo sin palabras. Debería decirle que es mi fuente de energías, mi razón para deslizar una sonrisa, pero no es necesario. Bien lo sabe.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Día 198: Extraño

Encuentro absurdo y contradictorio ese llano deseo de querer que las cosas sean como antes. Es como decir "No estoy contento con lo que estoy viviendo" Algo parecido a embellecer el sentimiento de arrepentimiento con algún suceso especifico de la vida. Creo que es mejor decir que a veces extraño momentos e historias que se escribieron de forma natural. Echo de menos aquellas situaciones que nacían de buenas intenciones y de problemas fortuitos. Tardes de libertad, llenos de energía, de risa. Noches eternas hasta el amanecer y con ganas de más. No había barreras.
Entonces de pronto crecimos y en cinco años sucedieron tantas cosas, que creo que nos costó darnos cuenta. Nos subimos al tren de la vida, sin frenos, apostando a acertar o a equivocarnos. 
Y hoy, hoy se va deteniendo y al final ya podemos ver cuanto camino hemos recorrido.

Emilia tocó esos recuerdos que se extrañan y que con ganas se quieren volver a vivir. Mientras dormía, yo me quedé pensando que hermoso sería volver a escuchar a Isabella. Quizás no lo recuerda, pero una vez me la pillé en un carrete de dueños desconocidos y estuvimos horas hablando de los problemas, colgados de un vaso de ron, buscando darles solución.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Día 197: Tradición

Fiestas Patrias 2009

Entrando a Septiembre, pensé que la tradición no iba a ser tradición. Jack a miles de kilómetros en Arica iba a dejar de ser participe, y con él ya no iba a ser tan tradición. Iban a ser cuatro años de las fondas en Calera y al parecer Isabella y yo íbamos siendo los únicos miembros vivos de la instancia. Pero Bonita, tan terca y porfiada, siempre en contra de las leyes, realizó una congregación y compró los pasajes de avión que traen a mi amigo de vuelta.
Ahora juntos salen a comprar una bebida para acompañar el almuerzo del 19, día de las glorias de las fuerzas armadas.

De mil hoja fue la torta que compré junto a Emilia para celebrar el cumpleaños de mi vieja. Y aunque escondió como media hora la vela para que no le cantáramos los 47, al final igual disfrutamos del manjar de pastel. Entonces mi madre se pilla con esa etapa en que le avisan que está pronta a cumplir la mitad de siglo y que de ahí para adelante es sólo una cuenta regresiva y un aviso; es corta la vida y hay que disfrutarla.

Jack llegó a eso de las ocho de la noche a Santiago. Su vuelo sufrió un desperfecto técnico en Iquique. Estuvo dos  horas esperando a que se resolviera. Lo saludo con el mismo apretado abrazo de hace tres meses. Ahora está más compuesto. Más presente. Victima de un cansancio obvio y de un tostado característico del norte de nuestro territorio.
Y aunque costó, pero salió, a eso de las once de la noche junto a Isabella, su madre y su hermana, Jack y su madre y Emilia y sus dos hermanas, nos encontramos compartiendo el tan amargo Terremoto con algo de granadina para suavizar. Iba terminando así un fin de semana largo algo necesario. Un respiro en medio de la historia que tan rápido se precipitó. Una regresión exquisita a los origines del grupo, con la importante presencia de mi ángel.
Al final de la noche, después de compartir un té con los pollos, fuimos a caer a la cama en un merecido descanso. Las horas pasaron. La luz volvió a cubrir Santiago. Emilia estaba de nuevo ahí. No necesitaba nada más.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Día 196: Déjalo

Estoy despierto en medio de una noche fría y silenciosa. Son quizá la una de la madrugada. Concentrado en el notebook me encuentro, cuando escucho a Ignacio quejarse lenta y prolongadamente del frío. Le pongo atención al sonido que, aunque normal, me pone en estado de alerta. 
Sin perder el tiempo, el camarote en donde duerme comienza a azotarse de menos a más, como si de un terremoto se tratara. Mas alerta me puse, esperando sentir a que mi cama comenzara a moverse con el vaivén del sismo. Pero nada de eso sucede. Es sólo el camarote de Ignacio que se sacude con violencia y energía. Es sólo él. Es él. 
Lanzo el notebook para quitarme las tapas de la cama. Salto de la cama. Abro la puerta. El camarote se golpea con fuerzas contra la pared y el closet. Cuando voy cruzando el pasillo, le doy un grito a mi mamá. Abro la puerta, enciendo la luz. El cuerpo de Ignacio me da la espalda. El cuerpo de Ignacio parece estar sufriendo una descarga eléctrica de alta energía. Me subo a la cama de Pablo y lo tomo de los hombros. En ese llega mi papá y dice 
"Dios mío" lo dice quebrándose al final.
Mi viejo no se quiebra. Eso no existe. Mi viejo no se cae. Mi viejo no se derrota. Mi viejo es puro fierro y hierro. Una muralla impenetrable. No conoce la palabra "perder". Esto es una maldita pesadilla de Lovecraft, pienso. Y como todo está en el piso, lo único que puedo hacer es salirme y llegar mi pieza. Pablo me toma de la mano y me acompaña.
"Tranquilo, hijo" le dice mi padre.
Mi padre nunca nos dice "hijo". Por primera vez siento que estoy en un mundo paralelo. 
Entonces vuelvo a la pieza. Ahora la convulsión es más leve, pero sostenida. Me acerco y le observo los ojos. Su mirada esta fija, perdida en algún error de su cerebro. Es cuando noto algo terrorífico. No respiraba.
"No respira, papá" le digo
Mi viejo asiente. Hay que esperar.
Llévate mi vida, pienso. Llévate mi vida, que él no se merece esto. Déjalo respirar. Para con esto. Por favor, para con esto. Suéltalo. Déjalo respirar.
Pablo me mira y asustado se pone a llorar. El camarote aún temblaba. Ignacio aún no podía respirar. Todos estamos esperando, esperando a que el siguiente segundo decidiera qué iba a suceder con él. Yo no puedo resistir. Me tapo los oídos y decido que el desenlace que pienso no es el que quiero.
En eso se escucha una manguera succionar los fragmentos de una limpieza bucal en una clínica dentista. En eso se escucha una cañería mal tapada. En eso se escucha una aspiradora tratando de tragar mucho polvo. En eso, alguna parte consiente del cerebro de mi hermano decide que aún no es tiempo y que hay que respirar. Entonces su vía aera se abre y el aire comienza a pasar.
El camarote se dejó de mover. Sus sistema muscular se soltó. 
La noche se silenció más. 

sábado, 8 de septiembre de 2012

Día 195: Anarquía

Día 9, Parte 1



Don Adrián le pasó las llaves de la furgoneta a John. Nos despedimos con un cálido abrazo e iniciamos nuestro último viaje hacia Concepción. 
Camino hacia el sur, recorriendo la costa, recordé los casi doscientos metros que nadamos para escapar de la masacre. Al tocar tierra, logramos observar como aún una flota de botes pesqueros y otros de la marina nos seguían buscando. 
"Al parecer la república desapareció. El presidente fue destituido de su cargo por lo sucedido ayer. Y la ONU intervino el país" nos contaba don Andrián, el hombre que amablemente nos dio refugio en su morada, junto a su mujer "Los hombres poderosos en los pueblos y ciudades se apoderaron de ellos. Algunos para hacer el bien, otros para ejercer la tiranía. La comida escasea. No tenemos luz. Y pronto ocurrirá lo mismo con el agua. Entonces lo que más quieren es proteger a las comunidades de la infección. ¿Qué esperaban que hicieran cuando por la radio escucharon que un avión de la fuerza área, proveniente desde Santiago, estaba a punto de estrellarse en las costas?"
Quedarnos en la playa era mala idea. Subir al camino con el estanque, dos civiles y dos uniformados también era mala idea. Así que empezamos a caminar por la orilla costera. El sol de ese séptimo día ya estaba aclarando los parajes silenciosos y penumbrosos de niebla. 
A las dos horas de caminata, una bocina nos hizo detenernos. Un anciano venía caminando desde la carretera costera. John se preparó para disparar, envolviendo con sus dedos la pistola que traía en la parte de atrás del pantalón. Nosotros nos quedamos esperando a lo peor. Sin embargo el desenlace sería distinto. Detrás del hombre, una mujer apareció siguiéndole. Era su esposa. El teniente soltó su arma.
"Yo les paso mi furgón. Si llevan con ustedes una puerta a la respuesta a todo este problema, yo les cedo mi vehículo. Tenemos el auto de Josefina. Nos podemos arreglar. Pero créanme cuando les digo que Concepción está sitiada. No dejan que nadie entre y que nadie salga. Sólo dicen que han visto salir y llegar aviones. Pero por tierra nada. Los que han tratado de cruzar, han sido heridos" nos contaba don Adrián cuando con mucho cariño doña Josefina había puesto platos con una herviente cazuela sobre la mesa.
Habíamos caído al sur de Constitución, en un pueblo llamado Las Cañas. Con el furgón de Adrián nos dirigimos hacía la ruta 5 sur. Entraríamos por la vía legal a Concepción. Íbamos con una misión entre las manos. Creíamos que no nos iban a recibir con disparos.

Bellos son los bosques que serpentean los bordes de la carretera que nos llevó hasta la Nueva Capital. Allá no había rastro de guerras, infectados y muerte. Era un golpe anímico a los espíritus. Lo que más necesitábamos. 
Al final de la carretera, esperanzados pudimos observar el primer puesto de control.


FIN SEXTA PARTE



martes, 4 de septiembre de 2012

Día 194: Emboscada

Día 7, Parte 10

Me fue imposible acostumbrar el cuerpo a la fría agua, la cual parecía estar apunto de tocar la línea del congelamiento. Su salinidad hizo que mis ojos ardieran un poco aquellos extraños minutos bajo el agua, pero el pasar del tiempo me permitió tener los parpados abiertos y ver la oscura escena. Las linternas acuáticas eran las única que me dejaban recordar que estaba adentro de un avión sumergido en las profundidades del mar.
Con mi mano aferrada a la correa que prometí no soltar y mis dientes agarrando con fuerza la boquilla del pequeño tanque de oxigeno que me daría unos 30 minutos de aire, avanzamos tras el grupo de sobrevivientes que había salido del avión a traves del vidrio delantero roto. En el desconocido e infinito exterior, el océano, se podían ver haces de luces peinar el espacio. Posiblemente los llamados de auxilio emitidos por Silva habían sido captados por las radios de los costeños. Quizás eran pescadores. Quizás eran carabineros. No importando quienes nos buscaban, se pudo deducir otra incógnita; la zona centro sur del país aún no era alcanzada por la infección. En siete días habíamos perdido Santiago, pero el sur resistía.
Dejamos el estanque de gas sobre la punta del avión, esperando a que todos estuviéramos listo para activar las bolsas de aire del chaleco salvavidas adosado a él. Unos ocho metros sobre nuestras cabeza, el grupo de alrededor de una docena de sobrevivientes más Perez, nadaban hacia el núcleo del enjambre de luces que iban y venían. Estábamos ahí, contagiados de esperanza y vida, apunto de comenzar a emerger, cuando escuchamos un lejano y corto estruendo. De golpe nos giramos los cuatro hacia arriba y vimos una escena que nos terminó por congelar. El cuerpo de Perez y dos sobrevivientes hombres flotaban inmóviles en el agua, a centímetros de la superficie.
¿Qué había sucedido?
Quietos, siendo sólo espectadores, nos quedamos esperando. Los sobrevivientes que iban algunos metros atrás trataron de librarse de sus chalecos salvavidas para dejar de emerger. Otros nadaron en direcciones diferentes. En eso varios estruendos se dejaron oír y una lluvia de balas se apoderó de la escena. Cortando el agua a una alta velocidad, iban poco a poco alcanzado a los sobrevivientes, dándoles muerte inmediata. Las luces estaban concentradas en el grupo que trataba de escapar. En ese momento no fue necesario mirarnos para decirnos que no nos estaban rescatando. Nos estaban aniquilando. Estábamos siendo cazados.
Quedaban seis sobrevivientes. Un niño, dos mujeres y tres hombres. Entre ellos, el que había golpeado a John por lo de la bomba. Escapaban en direcciones diferentes. Las balas habían dejado de caer. Quizás se habían quedado sin arsenal. Podían bajar hasta nuestra posición y nadar con nosotros. Buscar otra salida. Pero desde arriba podían ver al grupo, porque no se hizo esperar la caída de un objeto pesado que girando rápido los alcanzó. Hubo dos segundos de silencio y la granada lanzada estalló. Una esfera blanca de espuma y potencia se expandió en instantes, absorviendo los cuerpos de los seis civiles.
Por algunos segundos no se pudieron ver. Luego la bola de espuma desapareció y pudimos ver a los sobrevivientes sin vida. Doce personas flotaban inertes en el agua.
Las luces seguían peinando la superficie.


Continuará...

sábado, 1 de septiembre de 2012

Día 193: Segundos

220 Días Antes


Acostumbraba con mi hermano a estar en la pieza de mis padres cuando llovía. Era mediados de junio de no sé qué día. Una tarde rojiza se había posado sobre Santiago acompañada de una fina y hermosa lluvia. Estaba sentado en la cama de mis padres, observándole darse contra la ventana.
"Me voy de aquí" le dije a Sara.
Estaba de pies en la puerta. Trató de subir por la escalera sin que la sintiera, pero su venir era inigualable. O quizás no era eso, si no la sola presencia de su alma acercándose.
"Joan y Antonia necesitan una casa. Con la herencia de mis padres, compraré un departamento cerca de aquí y me iré. Agradezco todo lo que hicieron aquí, pero no puedo permanecer más en este lugar. Estar aquí es vivir en el pasado, y yo no puedo seguir en ese pedazo de tiempo. Debo seguir" le expliqué.
Ella estaba sentada a mi lado.
"Les regalaré la casa a los chicos" 
Sonrió. 
"Te conseguí una entrevista" dijo de pronto "Fue lo único que pude conseguir con tu expediente manchado. Es una agencia de guardias" 
"Servirá para pagar las cuentas" le dije agradecido.
Luego siempre venía ese incomodo silencio, sosteniendo las miradas. En eso el agua entró por la puerta...

Día 7, Parte 9

Cuando me volvió el alma al cuerpo, me vi en la cola del avión, sumido en el fondo del agua. Lo primero que noté fue que el Hércules estaba totalmente detenido y que el agua se sentía cerca de tocar el punto de congelamiento. No perdí el tiempo. Con dos braceadas llegué a la superficie. De golpe el sonido me pobló los oídos. El agua entraba amenazante. Asustados los sobrevivientes esperaban el momento para salir. John se acercó nadando a mi posición. Me miró y notó que estaba consciente.
Detrás, entre la conmoción de cajas y personas flotando, transformadores explotando y la oscuridad conquistando el espacio, Perez apuntó con su arma el gigantesco vidrio frontal del avión y le dio tres certeros tiros. El colosal parabrisas estalló al instante y la fuerza del agua inundó todo el lugar.
Por algunos segundos no pude imaginarme saliendo de ahí. Tomé con fuerzas el tanque de oxigeno que me salvaría la vida, procurando ocupar los 30 segundos de aire que me iba a regalar la bocanada que iba a dar.
"¡No olviden el estanque de gas!" gritó John y se sumergió.
Le siguió Silva. Luego Leandro. Yo esperé hasta los últimos centímetros de espacio de oxigeno que quedó. Aspiré hondo y profundo y me sumergí.
Poco a poco la vista se fue acostumbrando a la salinidad del agua. Leandro, Silva y Benavides luchaban contra la densidad del agua para tomar el cilindro desde las correas. Mas atrás podía ver la borrosa imagen de los sobrevivientes nadando hacia la abertura dejada por el estallido del vidrio frontal. Perez los guiaría hasta la superficie.


Continuará...