martes, 31 de julio de 2012

Día 184: Adiós Regimiento

Adiós Regimiento. Te dejo caminando. Al frente el horizonte plano y nebuloso me espera. No sé qué ocurrirá mañana. Tus brazos son protectores; nada me haría daño. ¿Pero es vida la vida sin sufrimiento? Me enseñaste a caminar solo, y te lo demuestro partiendo, dejándote atrás, silencioso y omnipotente. Me enseñaste lo que era el amor. Lo que era perderlo. Viví mis tiempos, mis procesos. Me dejaste hacer y deshacer. Saciaste mi hambre agresiva e imparable. Me mostraste que nada cambia, sólo se transforma para volver al origen. Me dijiste que no era malo. Sólo estaba herido. Necesitaba aprender. Me enseñaste, Regimiento y no sabes lo agradecido que estoy. Tus años me devolvieron la esencia. Me dejaron creer en mí. 
El tiempo pasó, querido amigo. Crecí. La oscuridad fue derrotada por la luz de mi alma. Son pocas las cosas que me pueden derribar. Ahora necesito saber hasta donde puedo llegar. Necesito aprender el doble. Sufrir el doble. Desilusionarme. Creer que el amor real no existe. Vagar por el libertinaje. Y volver al origen otra vez. Necesito saber hasta donde puedo llegar. Pero tranquilo. Tengo la suficiente fuerza y coraje para creer que puedo mucho más que cuando llegué a ti. Soy un niño en cuerpo de hombre, pero créeme que puedo deducir cómo es la vida. Deja que otros me enseñen a descubrir que hay más allá de tus cimientos.

Cuando vuelva, estarás orgulloso de mí.

Hoy, 31 de Julio, después de 3 años y medio, dejo Tottus Plaza Puente Alto 2, para embarcarme camino a la Central. Gracias a todos los que estuvieron en mis procesos. Nunca dejé de aprender y espero nunca dejar de hacerlo.

sábado, 28 de julio de 2012

Día 183: Ida y Vuelta

El tiempo y la causa dejó que viniera por dos semanas a la capital. Estaba flaco y negro. Su mirar no era el mismo. Estaba sumido en un misterio sin resolver, tirado al final de algún cuartucho olvidado. Hablaba poco, perdido en recuerdos oscuros, en posibles vidas, en posibles anhelos. Yo lo miraba de lejos. No lo quería invadir. 
El tiempo pasó. Se fue poniendo viejo, como dice la trasandina. Como tararea Emilia cuando sale el sol y después de ponerse. La sonrisa le abandonó la boca. El cigarro se adueñó de ella. Y un gesto de distancia me se paró de su lado. Me cobijé en la esperanza de Isabella, que tanto me calma con su temple y me dice que lo esperemos.

Ahora llamo a Jack. Está en el aeropuerto. Entonces asumo que ahora sí no sabemos cuándo volverá. Hace tres días nos habíamos tomado un pisco, conversando como lo hacíamos hace cuatro años; de la vida, de nuestras compañeras y de lo que viene. Las primeras horas de su estancia habían sido el resultado del proceso de acople a esta realidad tan rica en cariño y palabras de aliento. Pero su esencia no se había perdido en ningún sentido. Sólo era la muralla que había formado los últimos cinco meses.
Quizás cuando lo vuelva a ver. Quizás en que momento de la historia volverá a aparecer.
Estos escritos pierden a uno de sus protagonista. 
Me dice que me cuide. Yo le digo que nos veremos pronto, pero aún no. Me dice que cuide a Emilia. Miro el mar, luego la observo a ella; está tendida en la cama esperando la hora para volver a Santiago. Me giro nuevamente hacia el horizonte. Testarudo el sol no quiere irse a China.
"Te amo, güeón. Buen viaje".
Silencio en la línea.

jueves, 26 de julio de 2012

Feriado

Me tomo un día libre para contarles que la apariencia del sitio cambió. No crean que es un nuevo blog ni nada por el estilo. Es sólo que nos encontramos en la tercera etapa del blogger, la penúltima. Partió con un ciudad de noche. Luego un atardecer. Ahora está en el día. Obviamente terminará con un amanecer en el día 365.
Eso.
Disfruten  =)

lunes, 23 de julio de 2012

Día 182: Tratado Costa Amistosa

Día 7, Parte 5

“Deben buscar una pista” dijo un sobreviviente que se paró de su asiento después de lo escuchado “Viña del Mar tiene aeropuerto” agregó no aceptando lo del amerizaje.
“No podemos ir a Viña” dijo un lapidario John.
“¿Y una autopista?” pregunté yo.
“Son demasiado inestables” dijo Perez desde su puesto “El avión podría partirse por completo. Necesitamos a lo menos un kilómetro de pista recta y lisa para aterrizar a este pajarito”
“¡Pudahuel!” volvió a insistir el hombre que ya se había ganado al lado mío “Volvamos a Santiago”
“Tengo estrictas ordenes de dirigirme hacia el sur”
“¡Moriremos en el agua!” exclamó el tipo, un tanto desesperado.
En eso, la densa atmosfera fue cortada a fuego por el sonido intermitente de un pequeño parlante alojado en los paneles de control de Silva.
“Teniente, tengo a tres buggys en el radar” dijo el asistente “Vienen desde el sur. Pasaran a unos cien metros de nosotros”
John no respondió a la información. Sabía bien qué eran aquellos tres puntos intermitentes que se podían ver en el radar. Al parecer, aquellos buggys eran la razón por la cual no podíamos volver a Santiago ni a Viña del Mar.
La intriga de lo que iba a suceder me estaba ahogando. El avión comenzó a realizar un leve viraje hacia el oeste. En aquellos angustiantes momentos, lo único que podía desear era no haberme subido al Hércules. Irónicamente, me sentía más seguro corriendo por mi vida delante de una horda de infectados más que ir arriba del avión, no sabiendo a dónde íbamos y qué iba a ser de nosotros. De pronto, todo lo que parecía ser seguridad tras el resguardo de la fuerza aérea, se convirtió en desconfianza e intriga.
Sumido en aquellos oscuros pensamientos, fue cuando se pudo oír el paso zumbante de los tres buggys, los cuales estremecieron por completo al C-130
“Son F 16” dijo Silva “El sonido de su motor es inigualable”
“Van a bombardear Santiago” dijo el hombre a mi lado.
“Creo que es más que eso” dijo John, totalmente hundido en el saber de lo que iba a ocurrir.
Lento caminó hacia la zona de los asientos, en donde los demás sobrevivientes penumbrosos y asustados esperaban el desenlace trágico de nuestro camino. El teniente se quedó en frente de las ventanillas del lado derecho del avión, las cuales daban hacia al norte. Detrás, Santiago, la Antigua Capital, era un pequeño oasis de luces palpitantes impidiendo el total control de la oscuridad.
“Código Valparaíso quiere decir que la última base en la ciudad fue invadida y que se logró escapar” dijo el piloto, mirando por las ventanillas “Si era necesario, me dijo mi general, luego de activado ese código, el presidente quebraría el tratado Costa Amistosa”
Odiaba que la gente hablara cosas como si uno entendiera a cabalidad lo que estaban diciendo.

Fue cuando una luz potente y blanca llenó la cabina del Hércules, cegándonos a todos la visión. El ruido de un golpe desapareció. La luz se desvaneció con resistencia y logramos ver una bola gigantesca de fuego emerger desde la tierra, en forma de hongo, la cual se abrió en todas direcciones, tragándose por completo a Santiago en centésimas de segundo.
Luego vino el poderoso y gordo ruido de la explosión.

No había que ser piloto para saber qué los aviones habían dejado caer una cabeza nuclear sobre la capital.


FIN CUARTA PARTE

viernes, 20 de julio de 2012

Día 181: 20 Excusas y una Decisión desesperada

Día 7, Parte 4

“Silva, comuníquese con la base central en Nueva Capital” ordenó John, cuando ya llevábamos unos minutos de vuelo.
Perez se mantenía inamovible. No se giró a observar. No dijo palabra alguna. Tan sólo seguía atento a los mandos de vuelo.
“Comunicación establecida, teniente” dijo Silva, un chico de voz delgada y poca fuerza, comparable con su cuerpo.
El piloto tomó la radio y abrió la conexión.
“Habla el teniente John Benavides” dijo. Perez se giró para escuchar lo que iba a decir “Estamos en código Valparaíso. El octavo halcón ha salido del nido. Espero órdenes” dijo y le entregó la radio a Silva.
Un silencio me dijo que el teniente no explicaría nada de lo que estaba ocurriendo. Yo, en mi posición de civil y sobreviviente, no tenía las agallas para preguntarle. Sin embargo, tenía la sensación de que pronto veríamos los resultados del extraño protocolo que estaba siguiendo.
“Perez ¿Cuántos litros nos quedan?” preguntó de pronto.
El piloto se fijó en un indicador apostado a un costado de los controles de mando.
“420 litros, teniente” respondió Perez.
Fue cuando recordé que John nos había dicho que a las seis de la mañana cargarían con gasolina los estanques del avión. Tal situación no sucedió. Los infectados llegaron antes.
Un vacío en el estómago me obligó a aferrarme del cinturón de mi asiento. Estábamos volando con los minutos de bencina contados. No alcanzaríamos a llegar a Concepción.
“Situación” se escuchó de pronto decir por la radio.
“420 en el jarro. Llevo una docena de sobrevivientes. De nosotros, alcanzamos a salir tres” contestó.
Hubo un silencio. John se quedó esperando la respuesta.
“Fije curso a las siguientes coordenadas” dijo el hombre desde el otro lado y luego dictó un montón de parámetros que poco y nada entendí. Al mismo tiempo, Perez comenzó a mover sus controles, interruptores y palancas “Salga rápido de ahí y buena suerte, teniente” se dejó oír la radio y luego la comunicación se cortó
¿Sal rápido de ahí? Qué cresta estaba pasando.
“A toda máquina, piloto” repitió John.
“¿Qué pasa?” le pregunté al piloto.
Se giró y con un rostro de una pronta tragedia, me explicó.
“No cargamos el avión con gasolina antes de partir”
“¿Y a dónde vamos ahora?” seguí.
“Hacia la costa” saltó Perez desde atrás.
John no me dijo nada.
“¿Buscan una pista?” les pregunté.
Perez esta vez se quedó callado. El teniente demoró en contestar, pero lo hizo. No había cosa más inevitable que la verdad.
“Buscaremos el mar” declaró “Trataremos de amerizar”


Continuará...

martes, 17 de julio de 2012

Día 180: Adiós Santiago

Día 7, Parte 3


La camioneta y la pareja fue la gacela que sirvió para despistar a los leones. Al llegar a la rampa del Hércules, nos fue inevitable no mirar como uno a uno iban cayendo presa del hambre de la horda infectada. Que silencio más profundo en nuestras bocas. Incomparable a los gritos de dolor y terror de los que cayeron.
“Cierren la rampa” ordenó John “¡Enciendan los motores!”
Que frase más aliviadora. Era momento de partir.
El interior del C-130 era lo más parecido a una celda oscura e inhóspita de vida. El único acceso de luz, el frente del volador, nos permitía ver la silueta inamovible de los cansados sobrevivientes, que aferrados a lo que sea esperaban el despegue.
La cabina de pronto dio una corta y brusca sacudida. Perez, sentado en los controles de pilotaje, comenzó a activar pequeños interruptores alojados en un panel sobre su cabeza, el cual comenzó a iluminarse como el cielo durante la noche. Los cuatro motores se hicieron sentir de menos a más cuando el avión inició su leve y pausada carrera, comandada por la palanca de aceleración. Me senté para no arriesgar una caída innecesaria, esperando a que de una vez por todas estuviéramos en el aire.
La carrera del avión fue tomando cada vez mayor velocidad. La potencia de los motores se podía sentir en la nula resistencia que el viento hacia sobre el Hércules.
“Asistente. Fije curso” ordenó Perez al piloto de nombre desconocido, el cual se ubicaba unos pasos más atrás del panel de control del pilotaje. Parecía ser la estructura de comando de análisis y logística de vuelo. Frente a él, pantallas mostraban mapas satelitales y radares de detección infrarroja. 
“Orden denegada” intervino John sorpresivamente.
Un incómodo suspenso dejó a Perez sin habla.
“Teniente. Es el protocolo” contraataco el piloto que estaba haciendo despegar al C-130.
“Cabo, primero tenga al pájaro en el aire. Los protocolos vienen después” contestó el teniente.
Ahora entendía. John era el uniformado con más rango de los tres. Perez era su segundo y el asistente un simple técnico. Las formalidades y jerarquías no se habían degradado. Por eso también las ordenes al momento de escapar y la nulidad del protocolo que Perez estaba ejecutando.
Me puso nervioso el ver al piloto descolocado frente a la negación de su superior. Por su mirar y su temple, John tenía previsto hacer otra cosa.
El Hércules por fin despegó unos segundos más tarde. Atrás quedó El Bosque y la base aérea. Al frente un negro y omnipotente cielo nos indicaba el sur.




Continuará...

viernes, 13 de julio de 2012

Día 179: Carnada

Día 7, Parte 2


Lo que vino después fue demasiado rápido y escalofriante. Ramirez murió vaciando los cartuchos de la ametralladora que por algunos segundos detuvo el avance de la multitud de zombies que desbordó el perímetro de seguridad que colindaban con poblaciones al oeste de la escuela. Luego, gracias a postes de luz enfilados por las calles del recinto y las pistas de aterrizaje, cortando el reino de la oscuridad, pudimos observar como la horda ejecutaba una marcha casi organizada en dirección a nosotros. Tal escena me despojó de todo tipo de fuerza. Pero no podía flaquear en un momento así. Era tiempo de luchar.
“Belmar, niños y ancianos a la camioneta” ordenó John a uno de sus subordinados “Perez, armas y cascos de visión nocturna” apuntó a otro “Los demás, al Hércules” gritó.
Y los sobrevivientes, los demás pilotos, John y yo iniciamos el escape, corriendo entre los edificios de la base, prontos a encontrarnos con la pista.
En aquellos críticos momentos, ya se podía escuchar el fervor hambriento de las gargantas de todos los infectados, gimiendo y gritando, ansiosos de las presas que despavoridas corrían buscando alguna oportunidad de sobrevivir.
Corriendo junto al joven piloto, ya tocando el asfalto de la pista, me giré a observar el estado de los que escaparían en la camioneta. Sólo faltaba un anciano y dos niños por subir. No tendría problemas en arrancar. La horda venía a unos buenos metros más atrás.
“Tranquilo, Belmar es rápido con los vehículos” me dijo John jadeante.
Ahora miré hacia el frente. El C-130 estaba a unos quinientos metros, oculto esperando sumido en la oscuridad.
“¡Eliseo!” me gritó de pronto el piloto.
Tuve que volver a dirigir la vista hacia la camioneta que íbamos dejando atrás. Pero lo que alertó al uniformado venía más atrás y venía sorpresivamente corriendo. Era un infectado, de pelos largos, figura corpulenta, largos brazos y largas piernas, y el muy maldito se aproximaba al vehículo corriendo. Corría con perfecta sincronía, como un atleta jamaicano, sin ningún atisbo de dificultad o torpeza en sus movimientos. Era totalmente distinto al resto. Era ágil e inteligente.
Belmar encendió nervioso la camioneta, pero no alcanzó a conectar el primer cambio y el infectado se impactó contra el vidrio, rompiéndolo y aferrándose de sus carnes.
Los gritos desesperados de los niños y ancianos arriba del vehículo, nos hicieron frenar a nosotros y a una pareja que nos sucedía en el escape. Con John intercambiamos miradas; la horda llegaría primero que nosotros. Si regresábamos, moriríamos. No teníamos las suficientes municiones como para derribar al enjambre de infectados.
“¡¡¡Cristobal!!!” gritó la mujer.
“Ayúdennos” nos rogó el hombre con ojos de suplicio.
EL piloto y yo no volveríamos. Pero no fuimos capaces de explicarle tan drástica decisión. Entonces John sacó su arma de servicio y sin poder mirarle fijo a los ojos, se la entregó al hombre.
Entendiendo la señal, el tipo corrió en compañía de la mujer dirección a la camioneta, en donde un niño y una anciana habían logrado bajar.
“¡¡¡Cristobal!!!” seguía gritando la mujer.
Era un tanto difícil poder mirar toda la acelerada y veloz situación. La pareja ya estaba cerca. El infectado seguía comiéndose a Belmar. Y la horda, calculo más de ciento cincuenta, alcanzó el vehículo. Desesperados disparos se escucharon. Pude ver como el grupo que iba casi llegando al C-130 se giró a observar lo que sucedía y, al igual que nosotros, observaron como una pistola no fue suficiente para detener la voraz hambre de toda una multitud de infectados.




Continuará...

lunes, 9 de julio de 2012

Día 178: La última noche

Día 6, Parte 5

Antes de bajarnos de la muralla, John divisó a un infectado a unos cien metros dirección sureste. Tomó su rifle de largo alcance y lo apuntó.
"Lleva un perro en las manos. Un perro que fue su almuerzo" dijo.
Yo me bajé y emprendí el regreso al campamento. El atardecer ya estaba dejándose derrotar por la noche, sumiendo a la Antigua Capital en una penumbra naranja oscura.
El rifle del piloto se disparó. El eco del tiro se expandió por toda la atmósfera.
"El ruido los atrae ¿Sabias?" le pregunté.
"Entonces tú hiciste el suficiente ruido para atraer a la horda que rodeaba la casa en donde estabas" lo dijo con un dejo de desdén, siguiéndome el caminar. 
"Eso no fue con intención" me defendí.
"Eliseo, entre los sobrevivientes hay niños, mujeres y hombres que no han perdido la esperanza. Esto no va a terminar en las próximas semanas, pero ellos creen que pasarán sólo algunos días en Concepción. Así que como podrás ver, no puedo tener a alguien que se rinda tan fácil frente a la situación" me dijo.
Detuve el caminar.
"Doce horas antes que me encontraras, había dado muerte a mi mejor amigo azotando su cráneo contra una pared. Como podrás ver John, estaba asimilando lo sucedido" le refuté "Ahora estoy de pies, creyendo, al igual que todo el campamento, que hay un mañana mejor"
El piloto se quedó en silencio.


Día 7, Parte 1

No recordaba haber estado en una noche tan silenciosa. Aferrado a una taza de café, haciendo la guardia junto a John y Leandro, un sobreviviente que contaba la historia de su travesía para llegar a la base, recordaba los momentos previos a la entrada al turno de noche en el supermercado; el viento cordillerano revoloteando las plantaciones en la vereda del frente. Después todo es un molesto ruido. Eran casi las tres de la madrugada. Cinco horas más tardes emprenderíamos el vuelo a Nueva Capital abordo del C-130, un monstruoso avión, de cuatro motores, que esperaba fiel al inicio de la pista. Sólo faltaba cargarle el combustible me contó el piloto, tarea que sus subordinados realizarían a las 600 horas.
"Trabajaba en el área de informática del local..." nos relataba el muchacho de unos veinte y tantos "Unos diez minutos antes que se bloquearan los accesos, el sistema falló súbitamente. Quedamos totalmente aislados de la red central de la cadena. No podíamos llamar, ni tampoco comunicarnos vía internet. Traté de solucionar el problema que me tenía de cabeza buscándole solución, pero no pude levantar las conexiones. Cuando iba a informar de lo sucedido a la gerencia del supermercado, los acceso se bloquearon con esas inmensas y pesadas puerta metálicas"
Ilustración de zombies. Regalo de mi prima diseñadora gráfica, Fernanda Vergara
Perdí la mirada en el bunquer donde dormían los últimos sobrevivientes a la catástrofe, convenciéndome definitivamente que todo había sido producto de un horrible atentado. Era un tanto difícil creer que las mentes enfermizas que crean el caos que vemos en las noticias, hayan llegado a nuestras tierras y de forma tan abrupta.
Fue cuando una ráfaga de disparos agitó la tranquilidad del lugar. Al mismo tiempo, alertados nos pusimos de pies. Los tiros venían desde el suroeste. John dispuso de su radio.
"Ramirez ¿Me copia? ¿Qué han sido esos disparos" preguntó nervioso el piloto al uniformado apostado en un punto de vigilancia que resguardaba el acceso trasero a la base.
Hubo un largo y suspensivo silencio. Los inquilinos en el bunquer comenzaron a levantarse asustados por la inusual situación.
"¡¡¡Nos invanden!!!" de pronto se escuchó por la radio chicharreante "¡¡¡Son demasiados!!!"


Continuará...

jueves, 5 de julio de 2012

Día 177: Teorias Traspuestas

Los dejo invitados a leer la cuarta parte de la historia de zombies, dividida en seis parte. Como siempre gracias y espero la disfruten.




620 días Antes

Ciego. Es la una calificación que me podía dar. Estaba en mi Mazda batallando con el pedazo de cordura que me quedaba. Fue facil derrotarla. Crucé la calle sintiendo como poco a poco los sonidos iban abandonando mis oídos. El único sentido que me tenía de pies era el de la ira por la venganza de mis padres. 
Abrí la reja. Creo que oí ladrar a un perro. Embestí la puerta y lo único que recuerdo es ver al chófer del camión que asesinó a mi familia sorprenderse al verme entrar. Al parecer su señora gritó del espanto. Yo sólo le conecté un puñetazo en la mejilla derecha que le torció el cuello bruscamente. Y luego perdí el control azotando su cara contra la mesa de madera, la cual procuré partir en dos.

Día 6, Parte 4 

"¿Saben algo de ellos?" le pregunté al piloto, observando la escalofriante escena.
"Nada. Sólo sabemos que hay grupos de doctores, científicos y militares reunidos en Concepción y La Serena tratando de averiguar qué fue lo que liberaron" me explicó.
"¿Liberaron?" le pregunté "Entonces fue intencional"
"Sabemos que fue en un supermercado. Los encerraron a todos y dejaron liberar el virus" me contó "Inclusive tenemos a sobrevivientes que trabajaban ahí y trajeron consigo uno de los galones que ocuparon para disparar la toxina"
"Un atentado" agregué.
"Por desgracia" dijo John con el rostro desfigurado, observando una escena que quizás nunca imaginó le tocaría observar. 
Frente a la extensa muralla de cal blanco que protegía a la escuela de aviación, estaba la Gran Avenida toda cubierta de vehículos de todos los tipos, apilados con desesperación y sin mediación, como peleándose por un lugar en el espacio. La imagen de todos queriendo llegar a la entrada, silenciosa y fantasmal, se perdía en los confines de la visión. Quizás habían mas de mil. Era el resultado de la llamada a escapar vía área de la ciudad. Era el resultado del atentado.
"¿Cómo alguien puede haber hecho algo así?" se preguntó de pronto.
"¿Te extraña?" le dije "Mira lo de las Torres Gemelas. Las estaciones de metro en Madrid. El doble atentando en Noruega, con ese hombre disparandole a todos esos jóvenes en la isla. Todas esas situaciones y lo que sucedió aquí, tienen orígenes y objetivos un tanto parecidos. Lo distinto es que esto se salió de control y aún no se detiene"
El silencio de los autos estacionados en las afuera nos envolvió por completo.
"Espero que lo que les llevamos, les ayude para dilucidar algo con respecto a la infección" dijo de pronto.
"Y que sea luego" le dije, buscando abordar un tema que se me clavó a fuego en la mente "¿Recuerdas a la infectada que derribaste en la escalera de la casa?" 
Asintió.
"La había visto antes" declaré.
Y así era. La luz del rifle de John me permitió ver y recordar al instante que aquella mujer era la misma con la cual me había topado a la salida del supermercado.
El piloto incrédulo me escuchaba.
"¿Crees que te siguió?" 
"Quizás. No lo sé. Tal vez fue sólo coincidencia. Lo único que sí sé es que me miró igual que la primera vez que nos encontramos. Me analizaba. Me estaba examinando" le dije.
Ahora la mirada de John se perdió en una posible teoria.
"¿Evolución?"
"Por eso te digo que pronto sepan qué es ese virus" 


Continuará...

domingo, 1 de julio de 2012

Día 176: Lluvias de Junio

Hoy día se cumplen dos años, cuatro meses, una semana y dos días desde que empezó a llover. Estoy en la azotea del Costanera Center, viendo como el agua se rebalsa por los costados del edificio. Al lado mío Carlos, un anciano indigente que logró sobrevivir, se ríe de la situación. Estamos prontos a encontrar la muerte. El agua copó todo el lugar. Su dominio se pierde en los confines de la visión.
No sé si fue un accidente o Dios se aburrió de nosotros, pero en estos momentos lo único que puedo recordar es al loco de Bandera con Agustina gritando "¡Se viene el diluvio! ¡Créanme! ¡Todo acabará!"
Y así fue. Ni si quiera las poderosas naciones encontraron la forma de salvarse. Todo el planeta sucumbió bajo el oscuro poder del agua.
Ahora está granizando. Pasa a veces.
Dejo esto escrito por si alguien lo encuentra y nos inscriben en algún record de supervivencia o algo así. Porque tampoco tuve polola o familia para decir en estas líneas "Siempre te amé" o "Siempre los amé"
Lo único que puedo decir es que fue extraño ver como terminaba la historia de la Humanidad.

Carlos ahora llora. El agua nos tocó los pies. No sé qué más decir. Ah! Nunca pude entenderme a mí mismo. Eso. No sé si sirva de algo decir que ha parado de llover y en estos momentos lo que parece ser una nave espacial está abriendo el cielo. En realidad, nunca supe nada.