Día 7, Parte 3
La camioneta y la pareja fue la gacela que sirvió para despistar a los leones. Al llegar a la rampa del Hércules, nos fue inevitable no mirar como uno a uno iban cayendo presa del hambre de la horda infectada. Que silencio más profundo en nuestras bocas. Incomparable a los gritos de dolor y terror de los que cayeron.
La camioneta y la pareja fue la gacela que sirvió para despistar a los leones. Al llegar a la rampa del Hércules, nos fue inevitable no mirar como uno a uno iban cayendo presa del hambre de la horda infectada. Que silencio más profundo en nuestras bocas. Incomparable a los gritos de dolor y terror de los que cayeron.
“Cierren la rampa” ordenó John “¡Enciendan los
motores!”
Que frase más aliviadora. Era momento de partir.
El interior del C-130 era lo más parecido a una
celda oscura e inhóspita de vida. El único acceso de luz, el frente del
volador, nos permitía ver la silueta inamovible de los cansados sobrevivientes,
que aferrados a lo que sea esperaban el despegue.
La cabina de pronto dio una corta y brusca
sacudida. Perez, sentado en los controles de pilotaje, comenzó a activar
pequeños interruptores alojados en un panel sobre su cabeza, el cual comenzó a
iluminarse como el cielo durante la noche. Los cuatro motores se hicieron
sentir de menos a más cuando el avión inició su leve y pausada carrera,
comandada por la palanca de aceleración. Me senté para no arriesgar una caída
innecesaria, esperando a que de una vez por todas estuviéramos en el aire.
La carrera del avión fue tomando cada vez mayor velocidad.
La potencia de los motores se podía sentir en la nula resistencia que el viento
hacia sobre el Hércules.
“Asistente. Fije curso” ordenó Perez al piloto de
nombre desconocido, el cual se ubicaba unos pasos más atrás del panel de
control del pilotaje. Parecía ser la estructura de comando de análisis y
logística de vuelo. Frente a él, pantallas mostraban mapas satelitales y
radares de detección infrarroja.
“Orden denegada” intervino John sorpresivamente.
Un incómodo suspenso dejó a Perez sin habla.
“Cabo, primero tenga al pájaro en el aire. Los
protocolos vienen después” contestó el teniente.
Ahora entendía. John era el uniformado con más
rango de los tres. Perez era su segundo y el asistente un simple técnico. Las
formalidades y jerarquías no se habían degradado. Por eso también las ordenes
al momento de escapar y la nulidad del protocolo que Perez estaba ejecutando.
Me puso nervioso el ver al piloto descolocado
frente a la negación de su superior. Por su mirar y su temple, John tenía
previsto hacer otra cosa.
El Hércules por fin despegó unos segundos más
tarde. Atrás quedó El Bosque y la base aérea. Al frente un negro y omnipotente
cielo nos indicaba el sur.
Continuará...
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