lunes, 23 de julio de 2012

Día 182: Tratado Costa Amistosa

Día 7, Parte 5

“Deben buscar una pista” dijo un sobreviviente que se paró de su asiento después de lo escuchado “Viña del Mar tiene aeropuerto” agregó no aceptando lo del amerizaje.
“No podemos ir a Viña” dijo un lapidario John.
“¿Y una autopista?” pregunté yo.
“Son demasiado inestables” dijo Perez desde su puesto “El avión podría partirse por completo. Necesitamos a lo menos un kilómetro de pista recta y lisa para aterrizar a este pajarito”
“¡Pudahuel!” volvió a insistir el hombre que ya se había ganado al lado mío “Volvamos a Santiago”
“Tengo estrictas ordenes de dirigirme hacia el sur”
“¡Moriremos en el agua!” exclamó el tipo, un tanto desesperado.
En eso, la densa atmosfera fue cortada a fuego por el sonido intermitente de un pequeño parlante alojado en los paneles de control de Silva.
“Teniente, tengo a tres buggys en el radar” dijo el asistente “Vienen desde el sur. Pasaran a unos cien metros de nosotros”
John no respondió a la información. Sabía bien qué eran aquellos tres puntos intermitentes que se podían ver en el radar. Al parecer, aquellos buggys eran la razón por la cual no podíamos volver a Santiago ni a Viña del Mar.
La intriga de lo que iba a suceder me estaba ahogando. El avión comenzó a realizar un leve viraje hacia el oeste. En aquellos angustiantes momentos, lo único que podía desear era no haberme subido al Hércules. Irónicamente, me sentía más seguro corriendo por mi vida delante de una horda de infectados más que ir arriba del avión, no sabiendo a dónde íbamos y qué iba a ser de nosotros. De pronto, todo lo que parecía ser seguridad tras el resguardo de la fuerza aérea, se convirtió en desconfianza e intriga.
Sumido en aquellos oscuros pensamientos, fue cuando se pudo oír el paso zumbante de los tres buggys, los cuales estremecieron por completo al C-130
“Son F 16” dijo Silva “El sonido de su motor es inigualable”
“Van a bombardear Santiago” dijo el hombre a mi lado.
“Creo que es más que eso” dijo John, totalmente hundido en el saber de lo que iba a ocurrir.
Lento caminó hacia la zona de los asientos, en donde los demás sobrevivientes penumbrosos y asustados esperaban el desenlace trágico de nuestro camino. El teniente se quedó en frente de las ventanillas del lado derecho del avión, las cuales daban hacia al norte. Detrás, Santiago, la Antigua Capital, era un pequeño oasis de luces palpitantes impidiendo el total control de la oscuridad.
“Código Valparaíso quiere decir que la última base en la ciudad fue invadida y que se logró escapar” dijo el piloto, mirando por las ventanillas “Si era necesario, me dijo mi general, luego de activado ese código, el presidente quebraría el tratado Costa Amistosa”
Odiaba que la gente hablara cosas como si uno entendiera a cabalidad lo que estaban diciendo.

Fue cuando una luz potente y blanca llenó la cabina del Hércules, cegándonos a todos la visión. El ruido de un golpe desapareció. La luz se desvaneció con resistencia y logramos ver una bola gigantesca de fuego emerger desde la tierra, en forma de hongo, la cual se abrió en todas direcciones, tragándose por completo a Santiago en centésimas de segundo.
Luego vino el poderoso y gordo ruido de la explosión.

No había que ser piloto para saber qué los aviones habían dejado caer una cabeza nuclear sobre la capital.


FIN CUARTA PARTE

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