Día 7, Parte 5
“Deben buscar una pista” dijo un sobreviviente que
se paró de su asiento después de lo escuchado “Viña del Mar tiene aeropuerto”
agregó no aceptando lo del amerizaje.
“¿Y una autopista?” pregunté yo.
“Son demasiado inestables” dijo Perez desde su
puesto “El avión podría partirse por completo. Necesitamos a lo menos un
kilómetro de pista recta y lisa para aterrizar a este pajarito”
“¡Pudahuel!” volvió a insistir el hombre que ya se
había ganado al lado mío “Volvamos a Santiago”
“Tengo estrictas ordenes de dirigirme hacia el sur”
“¡Moriremos en el agua!” exclamó el tipo, un tanto
desesperado.
En eso, la densa atmosfera fue cortada a fuego por
el sonido intermitente de un pequeño parlante alojado en los paneles de control
de Silva.
“Teniente, tengo a tres buggys en el radar” dijo el
asistente “Vienen desde el sur. Pasaran a unos cien metros de nosotros”
John no respondió a la información. Sabía bien qué
eran aquellos tres puntos intermitentes que se podían ver en el radar. Al
parecer, aquellos buggys eran la razón por la cual no podíamos volver a
Santiago ni a Viña del Mar.
La intriga de lo que iba a suceder me estaba
ahogando. El avión comenzó a realizar un leve viraje hacia el oeste. En
aquellos angustiantes momentos, lo único que podía desear era no haberme subido
al Hércules. Irónicamente, me sentía más seguro corriendo por mi vida delante
de una horda de infectados más que ir arriba del avión, no sabiendo a dónde
íbamos y qué iba a ser de nosotros. De pronto, todo lo que parecía ser
seguridad tras el resguardo de la fuerza aérea, se convirtió en desconfianza e
intriga.
Sumido en aquellos oscuros pensamientos, fue cuando
se pudo oír el paso zumbante de los tres buggys, los cuales estremecieron por
completo al C-130
“Son F 16” dijo Silva “El sonido de su motor es
inigualable”
“Van a bombardear Santiago” dijo el hombre a mi
lado.
“Creo que es más que eso” dijo John, totalmente
hundido en el saber de lo que iba a ocurrir.
Lento caminó hacia la zona de los asientos, en
donde los demás sobrevivientes penumbrosos y asustados esperaban el desenlace
trágico de nuestro camino. El teniente se quedó en frente de las ventanillas
del lado derecho del avión, las cuales daban hacia al norte. Detrás, Santiago,
la Antigua Capital, era un pequeño oasis de luces palpitantes impidiendo el
total control de la oscuridad.
“Código Valparaíso quiere decir que la última base
en la ciudad fue invadida y que se logró escapar” dijo el piloto, mirando por
las ventanillas “Si era necesario, me dijo mi general, luego de activado ese
código, el presidente quebraría el tratado Costa Amistosa”
Odiaba que la gente hablara cosas como si uno
entendiera a cabalidad lo que estaban diciendo.
Fue cuando una luz potente y blanca llenó la cabina del Hércules, cegándonos a todos la visión. El ruido de un golpe desapareció. La luz se desvaneció con resistencia y logramos ver una bola gigantesca de fuego emerger desde la tierra, en forma de hongo, la cual se abrió en todas direcciones, tragándose por completo a Santiago en centésimas de segundo.
Luego vino el poderoso y gordo ruido de la
explosión.
No había que ser piloto para saber qué los aviones habían dejado caer una cabeza nuclear sobre la capital.
FIN CUARTA PARTE
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