miércoles, 30 de marzo de 2011

Día 35: Aceptar

Karina siempre me habla de la impactante confianza que genera en las personas. Quizás es por aquel extraño y bellisimo ángel que llevamos dentro. Quién sabe. Otra situación extraña que suma a las miles que tenemos que vivir todos los días. Las compartimos cada vez que nos pillamos en Messenger y nos reímos un poco de los demás. Eso sí, ella vive más los momentos en que almas extrañas llegan abriendo el corazón sin pensarlo. No ocurre así conmigo. 
Sin embargo, hace poco...

Su nombre no lo puedo revelar, tampoco quién es. La situación fue así. Hablamos desde hace dos semanas. Nos conocemos desde hace casi ocho años, pero recién venimos a saber del otro hace diez días. Hoy tuvo un problema con su pololo, y aunque no le interesa que él se enoje porque otro le posteó el Facebook, sufrió un colapso de llanto.
Se conectó y me habló. La consolé hasta donde las letras del chat permiten consolar y le hablé de que todo estaría mejor si pensara y meditara qué es lo que va mal, ya que no sabía el por qué de su llanto. Sólo le di un par de consejos, alternando las ventanas entre otras páginas web's y la carpeta de música. Palabras desinteresadas. Sin intención. Pero las personas tienen otro tipo de noción y recepción. Les arreglas el día sin proponertelo. Les das felicidad sin ellos interesarte. El problema es que inevitablemente te vuelves importante y no entienden el porqué.

Textual ella escribió:
sinceramente
*eres el unico ke me entiende
*bueno
*a nadie mas ke tu le he contado esto
*de nada
*nunka he confiado en nadie
*pero tu eres diferente
*siento ke te puedo contar hasta lo mas intimo 

Sólo dos semanas hablando. Ni siquiera sabe quién soy... Creo que es momentos de aceptar.

sábado, 26 de marzo de 2011

Día 34: Perverso

Cuando de deseos poderosos se trata, la mente se encorva como un gato a punto de saltar sobre lo que quiere.

Recordé bien el poleron que llevaba puesto. Nunca más, cuando fuera para allá, podría ponérmelo. Me coloqué el gorro y observé mi rededor. Como siempre, los blocks estaban quietos, entremedio de una penumbra desteñida a veces por la luz de algún poste valiente que se atreve a estar encendido. En la plaza había solo una pareja, escuchando música desde un celular. Saqué mi LG y busqué su número en el registro de llamadas entrantes. Nunca grabo con nombre aquellos números. Puede ser peligroso en caso de un eventual percance. Presioné el botón con el pequeño dibujo del auricular verde y se estableció la conexión.
Escuchar su voz fue adrenalinico. La noche era fría. El otoño había comenzado.
"¿Aló?"
"Hola. Soy yo"
"¿Cómo estai?" preguntó con una voz alegre de escuchar la mía.
"Muy bien... esperándote" le contesté perverso.
"¿ Esperándome?... ¿Estás conectado?" me preguntó confundida por lo dicho.
"No, no estoy conectado. No estoy en mi casa" le dije "Te estoy esperando en la plaza de Las Carmelias"
"¡Mentira!" me dijo.
"Te espero" le dije y colgué.
La mujer que estaba con el compadre cerca mío se rió estrepitosamente.
"Que erí güeón" le dijo.
No los conocía. Que me vieran con ella no significaba un peligro. Mi celular comenzó a vibrar en mi mano. Era su número.
Contesté.
"Me estai güebiando ¿Cierto?" me preguntó tratando de ahogar en seriedad su nerviosa risa.
"Afuera de tu departamento hay un vehiculo color rojo. No puedo ver que marca es porque no ando con los lentes" le dije.
Hubo una pausa.
"¡Eres un loco!" me dijo riendo "Dame dos minutos"
"Apúrate"

Cuando la vi, me paré del asiento. El tipo que estaba con la mina me vigiló el caminar. Tiene que haber notado mis extraños movimientos. Me alejé en dirección opuesta a ellos y a ella. La llamé de nuevo a su celular.
"¿Para dónde vas?" me preguntó.
"Sígueme. Es peligroso que nos vean aquí"
No me apuré, pero tampoco iba a paso de caracol. Mantenía una constante distancia para que no me perdiera de vista. No me giré a verla. La orden había sido clara. Llegué a la avenida principal y doblé dirección cordillera y crucé. El punto exacto estaba cerca. Me colé entre algunas pobladoras que se encontraban comentándose alguna copucha, mientras que compraban tomates y lechugas en la única verdulería a esa hora abierta. Los almacenes allá cierran tarde, porque sus dueños saben que la mayor afluencia de dueñas de casas ahogadas con algún chisme salen a esos de las doce de la noche para dejarlo salir. Y qué mejor que hacerlo mientras tantean si el tomate está maduro.
"Le voy a hacer ensalada a la chilena a este güeón pa' que lleve mañana"
Doblé hacia la izquierda y la avenida central quedó atrás. Por un momento estuve solo en aquella amplia y oscura calle, la cual se perdía en la eternidad de lo que era una boca de lobo dirección al norte, hasta que ella se internó también.
Crucé y la esperé bajo las alas de un antiguo y gigantesco árbol. La penumbra era total.
"Mi amor" me dijo y le tapé los labios con un beso.
La dejé sentir el calor de mis sentimientos guardados en todos los días de llamadas telefónicas y mensajes por el correo. Ella se pegó hacía mí y me hizo saber que la locura le había hecho perder la cabeza. Sus labios sabían igual que hace siete años. Eran los mismos sutiles y tibios besos desde la última vez que nos vimos.
"Te tengo dos noticias" le dije jadeante. Me silenció con un beso aún más candente "Una buena mala y otra mala"
"Quiero la buena primero. Quiero todo lo bueno" me dijo casi desesperada.
"La buena es que este momento es el más feliz que has vivido en mucho tiempo"
Me sonrió y me acarició los pelos.
"¿Y la mala?" preguntó.
"La mala es que... esto es un sueño"

lunes, 21 de marzo de 2011

Día 33: Léeme la Mente

"Tiempo sin salir" le dijo Demian, entrando al baño.
"Ene tiempo sin salir po'" agregó Guzt, mientras que se hidrataba el pelo, observándose en el espejo. "Quiero puro salir"
"¿Te puedo acompañar?" le preguntó Demian.
"¿En serio?" Guzt sonrió extrañado. 
Demian era el único que se acercaba amistoso al que era el rebelde del grupo. Nunca se oponía a su actitud ágil e incisiva. Siempre apoyó su política de resurgimiento en los tiempos de oscuridad en los que se vio inmerso el grupo. Y nunca dudó en defender su persona cuando Karev y Dones lo atacan por su actuar.
Los tiempos ahora son diferentes. Habían sido semanas arduas por motivo del cambio de puesto en el trabajo y no se había sentido en toda su plenitud la luz del cambio sufrido por los cuatros. Estaban con las mentes despejadas. Habían vuelto al camino perdido. Ahora los objetivos estaban claros. Era tiempo de relajarse un poco.
"Vamos. Pero no te quiero como lapa. Hoy día quiero bailotear harto y no quiero que me andí espantando a las ladys" agregó riendo.
"Tú tranquilo. Yo voy a andar en la mía"
"Así me gusta, Demian. Bien obediente"

La disco elegida por Ester fue la Xsezo. Gutz había pisado por última vez aquel lugar en Mayo del año pasado, junto a Karev, Isabella y Jack. Ahora lo hacía en compañía de Demian, viendo el momento como un reencuentro con las cosas que alguna vez perdió.
"Muchos recuerdos" dijo Demian, mientras bebía de su Sprite.
"Pero aquí estamos" dijo Guzt, respirando profundo.
Habían nuevos aires. 
La pista de baile estaba convertida en una caja llena de cuerpos sudados y excitados moviéndose al son de la música, mezclados en alcohol y jolgorio. Tiempos de desenfrenos. Hombres y mujeres se rosaban para encender más el momento y nadie criticaba lo que hacía el de al lado. Era un tipo de liberación hipocrita, porque era difícil poder moverse con tanta gente revolviéndose a tu alrededor. Así que no quedaba más que acercarse hacia la compañera de baile. Pegarsele para que el resto no te pasara a llevar.
En eso la mirada de Guzt se topó con otra que no esperaba. Quitó la vista y siguió bailando. Sin embargo, seguía sintiendo la fuerte presencia de aquella mirada. Se despedía de los tiernos ojos de una mujer de cuerpo casi perfecto, piel morena y una envidiable altura. Su pelo castaño oscuro y liso se acostaba radiante sobre su espalda y su cintura se guardaba curvada dentro de sus apretados jeans.
"Hay sólo un problema" le dijo Demian a Guzt.
"Ya lo vi"
El problema era un tipo de la misma edad de él quizás, de mirada oscura y brazos fuertes. Era su novio, el cual la protegía y celaba demarcando una fuerte barrera a su alrededor.
"¿Quieres saber qué piensa?" le preguntó el vidente.
"Ojalá pudiera saber, porque no entiendo la insistencia de su mirar" contestó Guzt, cruzando fugaces miradas con la morena.
"Déjame entrar en ti y sabrás" sugirió Dones.
"Yo sabía que erai gay, güeón" bromeó Guzt.
"Deja de decir estupideces y relájate" le dijo y desapareció.
En eso Guzt escuchó miles de voces que casi lo obligaron a arrancar del lugar. Fingió que nada pasaba y siguió bailando con su compañera. El problema fue que el ruido dentro de su cabeza era demasiado; la música y los que parecían ser murmuros se mezclaban provenientes de todas las direcciones como viejas que protestaban pegandole a las cacerolas.
"Hacelos callar" le pidió a Demian.
El ruido desapareció. Sólo quedó el retumbante sonido de la música en el ambiente.
"Eran los pensamientos de las personas que están acá" dijo.
"Así es" respondió.
"¿Y porqué Karev no quiere de esto?" preguntó casi excitado por el momento.
"Porque no cree en mí" contestó con palabras un tanto oscurecidas "Ahora enfocate en la mente que quieres escuchar" 
Guzt siguió bailando, torciendo la cintura al bum de los bajos de la canción que sonaba. Su compañera no sabía que para él no existía.
"Deja de mirarlo" escuchó de repente. Era la mente de su observadora "Mira para otro lado. O por lo menos disimula... No tenía idea que vendría"
Aquello era verdad. Para muchos integrantes en el grupo era desconocida la información de que Guzt asistiría a la fiesta.
"Entonces no es primera vez que me mira"
"Parece que no"
"Voy a llegar a la casa. Bajaré el colchón y dormiremos ahí. Ojalá que nos vallamos rápido, para..."
Era la mente del novio. Bailaba cerca de ella, siempre cuidándola de que nadie se atreviera a acercarse. Dejaba sentir la sensación de que no la soltaría en toda la noche, imaginando a cada momento lo que le haría al llegar a casa. Tuvo que salir de su cabeza.
"Que está fuerte este güeá"
"Wuoooo"
"Por la chucha, me llegó la regla"
"Me quiero ir y este gil no se pega nunca la avispá"
"¿Cómo estará mi hijo?"
"Sería peligroso meterse con ella" le dijo Demian.
"Él igual mira. Debe cachar que lo estuve mirando" pensaba ella.
"¿Por qué cresta soy del gusto de las minas comprometidas? ¿No puede aparecer una sin compromiso? Una niña de sonrisa linda, que esté estudiando algo relacionado con comercio. No sé. Siempre es la misma güeá" dijo un muy apestado Guzt.

Al final igual hubo un momento de baile con ella y otro de conversación. Estudió algo relacionado con la rama de la psicología y tenía un nombre harto raro. Pero a Guzt no le importaba... tan sólo observaba su atractiva sonrisa y el ir y venir de su mirar.



viernes, 18 de marzo de 2011

Día 32: Gula

Creo que frente a la vista tiene que verse espesamente jugoso y tiene que gotear sobre el plato. Su altura debe ser unos centímetros más grande del ancho que da la boca al estar abierta. El olor debe golpear un poco la nariz y tiene que tener sin falta el color verde y el rojo. En ese momento tus glándulas salivales secretan más saliva de la normal, y ésta se escurre viscosa por tu lengua. El estomago te grita que quiere más de lo que estás observando y si es posible acompañarlo con una bebida. Tu mente genera una imagen en donde hay tres más de los mismos sobre la mesa.  
Entonces dejas de pensar en todo y todos y lo coges entre tus manos. El tamaño puede llegar a excitar y te hace pensar en el siguiente que prepararás. Te paras del asiento, sintiendo que es más exquisito el saber que todos duermen. Obvio, son las tres de la madrugada. Abres el congelador del frizer y sacas la Coca heladita. Coges el vaso más grande y viertes casi quinientos c.c. de bebida negra y gasificada. Vuelves al asiento y dejas el vaso a un costado del plato. Tomas otra vez ese embrollo de lechugas, carne salteada en aceite, ají en abundancia, tomates rojos, palta verde y dos gordos panes. Que bien sabrá todo eso adentro. La Coca burbujea apurando el momento. Presionas un poco todo y obligas a tus mandíbulas a dislocarse. Tiene que entrar todo. Tu estomago abre la boca. Tu garganta se aprieta un poco para sentir el paso de la mezcla que crearán tus dientes y lengua. El mejunje hecho entre el jugo de tomate, el aceite de la palta y el ardor del ají llueve sobre tus pupilas gustativas. Es el primer roce. Luego la punta de tu lengua choca con la primera parte que morirá. La gran parte. La mejor. La más grande. Esa que tu quijada se esmera por mascar y arrancar una gran porción. Logras sentir la carne, el crujido de la lechuga, el deslizar del tomate. Los condimentos le dan picazón al interior de tus mejillas. Y disfrutas el momento como si fuera el último respiro de vida. Entre más esté llena la boca, mucho más placentero. Mucho más rico. No hay nada mejor. Sí, echarle un poco de Coca saltarina a la mezcla que sabe mejor que el almuerzo de mamá. Echas la cabeza hacía atrás a tal punto que tu frente quede perfectamente alineada con tu columna. Y tragas. Tu garganta se llena y el casi no respirar es adrenalinico.

Dejas el vaso en la mesa y tomas de nuevo el sandwich.

jueves, 17 de marzo de 2011

Día 31: Hermanos

Me dijo que el único local que había de completos y churrascos ahora aceptaba tarjetas de débitos. Donde vivimos, hay apenas unos 6 almacenes, y ese es el único donde venden comida chatarra. Así que, como era viernes en la noche, le dije que fuéramos a comprar unos As, ya que se los debía desde la tarde que me había acompañado a comprar la antena para el televisor. Mi madre le dijo que que abrigara y obedeció.

A Ignacio, y a la familia entera, le costó recuperarse de lo sucedido en Mayo del año pasado. Su epilepsia, sin razón alguna, había vuelto sin pedirle permiso a nadie. El núcleo cayó en crisis como hace mucho tiempo no lo hacía y costó volver a pararse. Sobre todo a mi hermano. No concebía la idea de que aquella maldita y negra pesadilla haya vuelto. Se suponía no volvería a aparecer después de la intervención radiologica a la cual lo habían sometido. Pero la vida, lamentablemente, como ocurre casi siempre, se dio el gusto de decir otra cosa. 
Ignacio pagaría caro las consecuencias.

No sé de quién vino el comentario. Yo me echaba la billetera al bolsillo para ir por los As, cuando alguien dijo "... que le sirva para cambiar esa cara de poto que tiene"
"Si po' Ignacio, deberías ya dejar de andar así" dijo Don Karev.
Mi viejo ya le había dado un sermón por el caracho. Y es que mi hermano tuvo que hacer octavo básico otra vez. Era eso que lo tenía así.

Me partía el alma verlo partir a esas consultas. Recordaba esas tardes cuando llegaban con él en brazos y mi vieja lloraba por los resultados de diagnósticos que yo a la edad de ocho o nueve años no entendía. Sin embargo, en esos momentos no nos decíamos mucho. En realidad, con Ignacio al principio la relación siempre fue tirante y chocábamos mucho. Ahora, sobre tiempos en que ya no tenemos diez y cinco, si no veintiuno y dieciséis, respectivamente, la relación mejoró sustancialmente, y no me guardé el apoyo en los momentos que lo necesitó. Mal que mal, se había quedado atorado en medio de la línea ferroviaria y el tren había chocado su auto sin previo aviso. Nos necesitaba a todos tirando de la cuerda que lo afirmaba para no caer a ese hoyo que se lo estaba tragando. Quizás tocó fondo y eso le costó el año escolar.

No somos de decirnos "te amo" o "te quiero" cuando nos despedimos. Si no mal recuerdo, han sido muy pocas las veces que se lo he dicho a mi madre. Menos a mi viejo. Las expresiones no van con la familia. Somos bien frío por ese lado. Pero cuando hay uno que cae, ahí estamos todos, sin excepción. 
"Ya estás en esto" le decía mi padre, refiriéndose a la repetición de curso "Pero no podí encerrarte en tu mundo. No vas a conseguir nada así. Debes ser fuerte y echarle para adelante, no más. La vida es así y no podemos echarnos a morir porque fallamos otra vez. Hay que persistir y si es necesario volver a caer, te caes, pero hazlo sabiendo que diste todo de ti"
Cuando don Karev habla, nadie más lo hace. Su tronante voz hace que los corazones se recojan.
Ignacio asintió, dispuesto a tomar el desafío, espero. 
Ojalá que sepa que todos estamos apoyándolo, esperando a que triunfe, aunque nadie lo diga.

lunes, 14 de marzo de 2011

Día 30: Amor de Madre

Es un tanto difícil hablar de esto. Siento qué más allá de que blog sea un sitio público como todos los que conocemos en la red, lo utilizo para dar vistazos a temas personales y de cercanos míos (muy cercanos) para mostrar otros tipos de realidades, y buscar dar respuestas a preguntas simples y complicadas que muchas veces no tienen respuestas. También lo posteo para entretener con anécdotas varias o con historias salidas de los lugares más desconocidos de mi mente. Nunca subo historias que puedan causar morbo por la vida de los míos a desconocidos que pululan por este rincón. Y cuando dejo expuestos hechos de mi vida muy personales, lo hago sólo como terapia propia psicológica. Me sale más barato. Nunca cometería la estupidez de revelar por este medio secretos o problema íntimos de las personas que me rodean.
Sin embargo, hoy hubo algo que me tocó hondo. Sé que es algo normal, que ocurre tantas veces como las que yo respiro en el día, pero existe y hacernos los tontos no es suficiente. 

En la pega somos algo más de trescientas personas. Al menos eso dice un cuadro que está en la entrada para los empleados, rodeado de los días que llevamos sin tener accidentes. Mas de trescientos destinos, mas de trescientas vidas. Todos diferentes entre sí. Sólo emulamos los cargos que ocupamos como empleados de Tottus. Habemos hermanos y hijos. Madres y padres. Abuelos y tíos. Sobrinos también. Hay futuros profesionales de todas las carreras que se puedan imaginar. Somos algo así como un pequeño pueblo. Hay familias y amigos. Parejas y enemigos. Buenos lideres y algunos jefes canallas. Y tras cada multipapel, hay miles de historias.
Hoy, por casualidad, con una supervisora del lineal de cajas, nos topamos con una que no nos dejó indiferentes. En el cajón en donde los propineros guardan sus bolsas, encontramos un cuaderno pequeño, comprado quizás en los cachureos de alguna feria, con una tapa en donde salía un tierno y rechoncho perro dibujado. Era el típico cuaderno de anotaciones que ocupan los cajeros para tomar apuntes de todos los comandos que se deben digitar en la caja. Yo ocupaba la agenda que me dieron en Duoc, y ahí tenía todas mis anotaciones. Éste era un cuaderno viejo y pequeño, desgastado por el uso. Lo abrimos con intenciones de encontrar el nombre de su dueña. No creo que unos de los chicos tenga un cuaderno con un tierno perrito dibujado en la tapa. El problema fue que no pillamos el nombre. Así que lo empezamos a hojear para ver si encontrábamos algún indicio de la propietaria, cuando en una de las hojas encontramos un largo escrito. A grandes rasgos y para no dejar claras pistas de quién es la persona, decía que se estaba llevando a cabo el juicio por la causa de sus hijos, los cuales habían sido violados. Tuvimos que para de leer. No piensen que habían escabrosos detalles. No. Sólo hablaba del tema judicial.
En eso llegó Monica.
"Eso es de ***" dijo "Dejen de leerlo"
"Jefa, sus hijos fueron violados" le dijo la supervisora.
"Sí. Todos" detalló seria.
"Me dio pena" dijo la supervisora mirándome.
Sus ojos se cristalizaron. Quizás su mente generó una escena en donde sus hijos corrían la misma mala suerte y el dolor la abordó por completo. 
Y es lo único que somos capaces de hacer, pensar en cómo sería si nos ocurre a nosotros, porque la mente no puede imitar el dolor que siente esa cajera por lo ocurrido a sus hijos. Sin embargo estaba ahí, sentada en su caja, luchando por llevarles el pan cada día, dejando que su amor por ellos se sobreponga a cualquier tipo de dolor.

Cuando llegué a casa, vi a Simón jugando afuera del condominio, tan feliz y despreocupado de la noche que ya caía. Se acercó a saludarme y lo abracé como nunca. Estaba sudado y agitado, pero siempre sonriente. Se alejó corriendo y siguió chuteando la pelota. Yo me quedé contemplándole un rato más de lo habitual.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Día 29: Él

Tercera Parte 


"¡Disculpa!" le dije asustado.
"Filo" me dijo muerta de la risa "Hacelo otra vez"
¿Otra vez?

"Sí, culiao. Otra vez. Tení que echar a andar esta güeá de auto" me grité.
Temblaba, no sé por qué y no lo podía detener.
La miré. Estaba semi inconsciente en el asiento del copiloto y al mismo tiempo se estaba riendo de mí.
Miré hacia el frente. La calle que circundaba el condominio parecía ser más larga y cada vez se tornaba más oscura. Devolví el cambio a neutro. Encendí el motor. El cambio a primera y me tranquilicé. 
"Lento. Suave... Tierno"
Hice el cambio y el vehículo avanzó exquisitamente. No hubo vibraciones ni ruido raros. Sólo el silbido del motor y la calle quedando atrás. Llegué a la esquina y giré en segunda hacia la plaza de Puente. Ahora no quedaba nada más que la Loma e interminables calles.

Habíamos trabajados juntos en la mañana. Fue el primer pensamiento de mi mente buscando respuestas. No noté nada raro. Sonreía de cualquier tontería, como siempre. Nada raro en Facebook. Nada raro en su hablar. Las cosas estaban bien con su novio. No recordaba haberle escuchado hablar de problemas. De todo el universo de personas que conozco, ella es la que menos problema se hace por la vida. ¿Entonces?... Todo carecía de sentido.
Volvió un poco en si. Ya habíamos llegado a Vicuña Mackena. Trató nuevamente de hablar. Quizás quería explicar. Yo intercambiaba la dirección de la mirada entre su presencia y la avenida. 
"E...eee" masculló otra vez.
¿E? ¿Que chucha empieza con E? ¿Algún nombre? Nadie cercano a nosotros empezaba con E. No lograba entender.
Me concentré en los pocos vehículos que recorrían Vicuña y me esmeré por llegar lo más pronto posible al hospital. Los segundos avanzaban y la sangre se posaba en el piso del vehículo. La vida no era nada más que un pedazo de tiempo estancado en lodo. En otra parte del mundo una pareja hacia el amor en un cuarto de estudio.

Agarré a bocinazos el frente del Sotero del Río. Las pocas almas que fumaban escondidas advirtieron la llegada del vehículo plomo, el cual venía haciendo mucho boche y al parecer corrieron por ayuda. En ese momento, por algo que aún no puedo explicar, el sonido desapareció. Mis pies no sonaron golpeando el suelo al correr en dirección a la puerta del copiloto. Tampoco mi grito de ayuda. Menos el ruido de los enfermeros corriendo con una camilla en dirección hacia mí.
¿Por qué? ¿Qué paso? ¿Fuiste tú? ¿"E" te lo hizo? Dime algo. Corrimos, mientras los paramedicos y enfermeros se gritaban entre si palabras mudas. La luz del edificio comenzaba a cegarme los ojos. Ella se remecía encima de la camilla, con los brazos rojos colgando a los lados, aferrándose a la vida... o queriendo desprenderse de ella.
"No puede entrar" me dijo un tipo de bigote chistoso y ojos saltones. 
Me lo quité de encima, avancé dos o tres pasos y otro enfermero, más corpulento y grande, me impidió la entrada. No luché más. A ella la inyectaban e intubaban. Conectaban cables a su cuerpo y se preocupaban de detener la hemorragia. Le daban oxigeno. La querían salvar. Los enfermeros corrían a su alrededor. La situación era grave. Algunos doctores de alto rango también se presentaron en el lugar. Podía escuchar gritos y nomenclaturas extrañas.
De repente, contra todo pronostico, se agitó con fuerzas, como incomoda por algo que recorrió su traquea. Desproporcionalmente su columna se arqueó hacia el techo, su pecho pareció exponerse y abrió la boca para gritar sólo dos letras
"¡¡¡ÉL!!!"
Luego volvió a su posición normal y todo fue silencio.
"¡La perdemos!" dijo un enfermero.
"Carguen el desfibrilador" ordenó un doctor.
No lo podía creer. Su cuerpo era sólo carne y huesos. No había ella. Sólo fluidos. Ni siquiera su sonrisa antes de dormirse entre mis brazos. El sonido de su voz se desvaneció penumbroso por la sala. Sus pechos ya no se movían al son de su respiración.
"¡Despejen!" gritó el doctor. Posó las paletas desfibrilantes en su pecho y realizó las descarga.
Había gritado "Él", pero no lo gritó como el autor de lo ocurrido... lo gritó como una advertencia. Algo así como "Cuidate".
Su pulso no volvía.
"Carguen a dos cincuenta" ordenó el doctor.
En aquel instante la presencia del ser que tanto temía, al que gritó con su último aliento y lo llamó "Él", apareció detrás mío.
Descargaron el choque eléctrico en su cuerpo, con miras a que su corazón volviera a latir. Se sacudió con violencia, pero seguía muerta.
Me giré lentamente, aterrorizado. Él había venido para llevársela. Era la suma de todos los miedos. Un tema que nunca quise enfrentar. Ahora estaba ahí, detrás mío. Estaba seguro de su presencia.
"¡Carguen a trescientos!" gritó el doctor.
Le di la espalda a la escena en que la que fue el amor de mi vida moría. Él me miraba sonriente, esperando el tren de las doce para llevársela. Era Demian.
"Ten cuidado en no creer en mí" me dijo

Ahí fue cuando desperté.



lunes, 7 de marzo de 2011

Día 28: La Danza de los Árboles

Segunda Parte


Sin exagerar, creo que se me olvidó hasta como hablar. Un calor electrizante me recorrió por completo el cuerpo, disminuyendo dolorosamente la velocidad en el momento que pasó por mi garganta y pecho. Miré hacia todos lados, encontrándome sólo con los pequeños árboles que se enfilaban hacia el norte por la calle, danzando al son del paso del tiempo; lentos y tenebrosos, bajo una oscuridad que se había encargado de alejar a todo tipo de vida de mi lado. Ni siquiera la presencia del conserje parecía estar cerca. No había nadie. Tampoco la luz de algún vehículo. Sólo los postes, el aire y esos árboles que parecían estar despidiéndose, moviéndose parsimoniosos de un lado a otro.
La miré nuevamente. Sus brazos brillaban envueltos en la espesa presencia de la sangre saliendo sin resistencia. Y si no hacía nada, toda la sangre de su cuerpo iba a terminar de vaciarse por aquellos escabrosos cortes, hechos con un solo objetivo: morir. En ese momento en que te das cuentas que eres el único que puede hacer algo, es difícil distinguir entre el sentimiento de angustia y el de coraje. Me quité la polera, liberándome del miedo, colgando mi ojo izquierdo en el exterior, esperando a que alguien apareciera.
Nadie vendrá. Eres tú y ella.
Con los dientes rasgué el cuello de mi preciada. La ocupaba para dormir. Tenía un estampado de Homero Simpons, el cual salía en una escena pegando un cartel en donde se podía observar la fotografía del gato de Lisa: Bola de Nieves. El felino, de mirada muerta, estaba parado en sus cuatro patas sobre cinco grandes letras: WANTED. Lo que causaba risa, era que en el estampado Homero, con un rostro entristecido por la desaparición del gato de su hija, estaba de espaldas, dejando ver al mismo felino incrustado en su trasero. Ahora su gran culo estaba cortado en dos, amarrado en los brazos de ella, estacando de forma penosa la salida del torrente sanguíneo. Apreté más las marras, esperando a que el espeso líquido dejara de salir. Quizás salía menos. Tal vez era un truco de mi mente. O quizás simplemente la vida me había puesto en su camino para salvarla. Una bomba atómica llena de preguntas quería explotar en mi cabeza. Pero no le pude dar en el gusto.
En ese momento me miró. Sus pequeños ojos aún se movían. Tragó saliva e hizo un esfuerzo por respirar.
“Ee” dijo. Se aquejó de un dolor y luego volvió a tomar fuerzas para hablar “E”
“E… ¿E qué?” le pregunté.
No hay tiempo para preguntar.
La tomé con brazos temblorosos y la jalé hacia el asiento del copiloto. Me pasé hacia el asiento del piloto, totalmente convencido de que no aparecería ayuda. No me quedó de otra. El hospital más cercano era el Sotero del Río y no aparecería nadie para ayudarme a llevarla. Era yo el que, sufriendo una amnesia total de las clases de conducción que ella misma me había dado, tenía que llevarla para optar a tenerla a mi lado algunos años más.
"Calmate" me susurré y me aferré al manubrio. Entre recuerdos vagos y difusos, traté de recordar aquellas noches en que hasta altas horas de la madrugadas reímos mientras me enseñaba a conducir. Acomodé la distancia entre el asiento, mis pies y los pedales. 
Desactiva el freno de manos. Pisa el embriague y pasa el cambio de neutro a primera.
"Y de a poco pisa el acelerador y al mismo tiempo suelta el embriague" me dije con la voz quebrada.
La desesperación de aún seguir ahí me ahorcaba la garganta.

Ejecuté la acción, el Fiat aceleró con fuerzas, se frenó de golpe y el motor se apagó...


domingo, 6 de marzo de 2011

Día 27: No te Vallas

Primera Parte

Me llamó al celular. La voz en el parlante parecía no venir de su boca. Sólo el  timbre de sus toscas letras me dejaron saber que era ella. La oscuridad y la resistencia que me ofreció el cuerpo para levantarme a tomar el móvil me dejaron saber que el momento se desencadenaba en el punto medio de la madrugada. Extrañes fue la primera sensación que pudo descargar mi cerebro que aún no estaba completamente encendido.
"Estoy afuera del condominio" me dijo.
Mientras me ponía una polera que pillé entremedio de la oscuridad y un short de mezclilla, Dones se despertó alertado por el ruido de mi trajín.
"¿Para dónde vas?" me preguntó.
"Ella me está esperando afuera del condominio" le dije, al momento que me ponía la última zapatilla.
"¡¿Afuera del condominio?!" me preguntó extrañado "Pero si son..." me dijo mirando su reloj de muñeca "son las 3:30 de la madrugada. ¿Cómo llegó hasta acá?"
"No lo sé" contestó la parte de mi cuerpo que aún dormía "En el auto del papá, quizás"
Cogí las llaves de la puerta de entrada al conjunto habitacional y bajé en cuclillas la escalera. Con la misma delicadeza abrí la puerta. No quería despertar a mis viejos y ser atrapado por una lluvia de preguntas. El condominio estaba inerte. Sólo el lejano sonido de los ecos de los grillos y la presencia de un cielo estrellado adornaba el lugar. Todo el resto era paz y silencio. Caminé rapido, alejandome de la casa, acercandome a su auto. Le había achuntado. Estaba el Fiat 100 plomo de su padre estacionado en la calle. Abrí la fría reja y salí. Lo primero que pude observar fue que su mirada apuntaba hacia los pedales del vehículo. Quizás tenía la cabeza apoyada en el manubrio. Jalé la perilla del lado del copiloto y me subí. Justamente estaba con la frente apoyada en la bocina del manubrio, sin embargo no parecía estar descansando o pensando. Sus brazos estaban apoyados sobre sus piernas y su pelo desordenado impedía verle el rostro. No estaba apoyada. Estaba afirmada.
"Oye" le dije. Al parecer, extrañamente, no había notado mi presencia. "Oye" repetí y le tomé la mano derecha.
Su brazo ensangrentado colgaba muerto de su hombro. Tal situación me permitió despertar completamente y el pedazo de alma que se había quedado en mi cama se adhirió de golpe a mi cuerpo. Le tomé los pelos castaños y le eché la cabeza hacia atrás. Su mirada estaba perdida y casi moribunda. Su piel estaba fría como  la superficie de la reja. Su cuerpo pesaba el triple. La traté de despertar y le grité pidiéndole explicaciones de por qué su brazo sangraba. Balbuceó estupideces. En eso, por casualidad mi mano se topó con su otro brazo, el cual también sangraba. En aquel instante comprendí que no era un accidente o algo parecido. Le tomé el brazo izquierdo y le observé la muñeca. Hice lo mismo con el derecho. Tenía sendos y profundos cortes. Uno en cada brazo. Pero no atravesando la muñeca de lado a lado. No. Ambos cortes la abrían desde la misma hasta casi llegar al codo. Y la sangre no fluía... gorgoteaba....

jueves, 3 de marzo de 2011

Día 26: Buen Aniversario

Nos detuvimos en el semáforo del Monserrat. No le dije nada porque sabía que su paladar no era de cursilerías o cosas parecidas. No era importante para ella escuchar de mi boca lo que mi corazón decía. Era tercera vez que salíamos. Mucho menos me quería escuchar. El rojo fue inusualmente largo. Me tomó la mano y apoyó su cabeza en su brazo posicionado sobre la ventana del piloto del vehículo. En Eyzaguirre no había otro auto.
"Te eché de menos, Karev" dijo con los ojos brillosos.
Dio verde.
Me soltó, sin yo poder decirle algo y avanzó en primera. En eso un camión chocó nuestras vidas. Nos volcamos entremedio de vidrios rotos y fierros retorcidos. Jugué mal las cartas y la perdí.

"Chica" le dije desde mi ventana "Llámame"
Se acercó a la caja 16 y levantó el auricular del teléfono de facturas. Marcó el 2240 y mi teléfono de escritorio sonó. 
"Deja de bostezar" me dijo. Desde donde ella está me puede ver en la oficina de informática.
"Es una lagaña" le dije, rascandome el ojo "Oye, no voy a poder ir a almorzar contigo" 
"¿Por qué?" preguntó extrañada.
"Josy me dijo que tenía que ir ahora"
"Pero si ella está en contraloria" me interrumpió.
"Sí, pero sigue siendo la jefa de informática. Lo que pasa es que después tengo que volver a terminar los informes y tengo que ir ahora a comer"
"Pucha... bueno. Tendré que ir con la Eli"
"Si... oye... eeemmm... vamos a estar de Aniversario" le dije
Se giró a mirarme con una nerviosa sonrisa en el rostro. Obviamente no sabía de lo que hablaba.
"¿De qué?" me preguntó.
"Aniversario... cumplimos un año..."
Obviamente, a los oídos de cualquier persona, escucharnos decir que iremos a celebrar el aniversario de nuestro primer año da para pensar que celebraremos un año de relación, y de ser así tendría que haber dicho que hubo un receso y que no hubo descuento de tiempo, que estuvimos con parejas distintas y bla bla bla. Pero no es así.
"¿Un año?" me preguntó.
"Sí... un año"
"¿Cuándo es?"
"El año pasado fue un martes, pero ahora cae día miércoles" le dije.
"¿Querí ir a tomar?" me preguntó riendo.
"Obvio. El domingo que viene, hace un año, a eso de las once de la noche, te bajaste del colectivo. Así que el próximo miércoles, hace un año, fue cuando terminamos... bueno, en realidad, cuando tú terminaste conmigo"
Rió más y luego un silencio la abordó. Me miró y me dijo.
"Bueno, vamos a tomar"

martes, 1 de marzo de 2011

Día 25: La Desconocida

Inerte me doy vueltas por la casa. Es de madrugada. Un perro nervioso ladra a lo lejos. Las ideas divagan, deseosas de mezclarse en un momento único. Tanto silencio, parece haber detenido el tiempo. Pero mañana, por una obligación desconocida, hay que empezar a vivir una vida...

Fue movido por un deseo gigantesco. Tan inmenso, que transformó la realidad y lo dejó en aquel fragmento de tiempo. Era aquella calurosa tarde de sábado. El suceso ya estaba encima y sólo restaban unos diez minutos y un poco más para que ambos se conocieran. Sabía que era la única parte de su mente que tenía la capacidad de poder viajar por el espacio-tiempo y muchas cosas más. Por eso estaba ahí. Karev había logrado controlarlo y ahora tenía una misión entre las manos: evitar el momento. El problema era que al cambiar el hecho, otra vida se crearía y él se iría con aquella realidad. Aún así, el deseo de su dueño era más fuerte. Me contó que lo vio subirse al colectivo y la desesperación lo abordó.
No lo pensó y corrió a detener un vehículo.
"Es un recuerdo y somos propietarios de él. Podemos hacer lo que se nos antoje" me dijo.
"¿Qué chucha te pasa, güeón? le gritó el chófer acongojado. 
"Bajate altiro, conchetumare" le dijo Demian, mostrandole su arma.

No hay fuerza más poderosa en el Universo que la desesperación de una obsesión. Quería que la suya por quedarse con nosotros fuera más fuerte que la de Karev por no conocerla, pero la del jefe ganaba.
"Estoy seguro que Karev no tiene idea que pasó. Estoy seguro que no sabe que estuvo a punto de perderme" me decía apenado.
Cuando se suponía tenía que chocar el colectivo en que iba Karev, logró apagar el motor del auto y volvió a la realidad. No cambió nada. El jefe la conoció.