miércoles, 9 de marzo de 2011

Día 29: Él

Tercera Parte 


"¡Disculpa!" le dije asustado.
"Filo" me dijo muerta de la risa "Hacelo otra vez"
¿Otra vez?

"Sí, culiao. Otra vez. Tení que echar a andar esta güeá de auto" me grité.
Temblaba, no sé por qué y no lo podía detener.
La miré. Estaba semi inconsciente en el asiento del copiloto y al mismo tiempo se estaba riendo de mí.
Miré hacia el frente. La calle que circundaba el condominio parecía ser más larga y cada vez se tornaba más oscura. Devolví el cambio a neutro. Encendí el motor. El cambio a primera y me tranquilicé. 
"Lento. Suave... Tierno"
Hice el cambio y el vehículo avanzó exquisitamente. No hubo vibraciones ni ruido raros. Sólo el silbido del motor y la calle quedando atrás. Llegué a la esquina y giré en segunda hacia la plaza de Puente. Ahora no quedaba nada más que la Loma e interminables calles.

Habíamos trabajados juntos en la mañana. Fue el primer pensamiento de mi mente buscando respuestas. No noté nada raro. Sonreía de cualquier tontería, como siempre. Nada raro en Facebook. Nada raro en su hablar. Las cosas estaban bien con su novio. No recordaba haberle escuchado hablar de problemas. De todo el universo de personas que conozco, ella es la que menos problema se hace por la vida. ¿Entonces?... Todo carecía de sentido.
Volvió un poco en si. Ya habíamos llegado a Vicuña Mackena. Trató nuevamente de hablar. Quizás quería explicar. Yo intercambiaba la dirección de la mirada entre su presencia y la avenida. 
"E...eee" masculló otra vez.
¿E? ¿Que chucha empieza con E? ¿Algún nombre? Nadie cercano a nosotros empezaba con E. No lograba entender.
Me concentré en los pocos vehículos que recorrían Vicuña y me esmeré por llegar lo más pronto posible al hospital. Los segundos avanzaban y la sangre se posaba en el piso del vehículo. La vida no era nada más que un pedazo de tiempo estancado en lodo. En otra parte del mundo una pareja hacia el amor en un cuarto de estudio.

Agarré a bocinazos el frente del Sotero del Río. Las pocas almas que fumaban escondidas advirtieron la llegada del vehículo plomo, el cual venía haciendo mucho boche y al parecer corrieron por ayuda. En ese momento, por algo que aún no puedo explicar, el sonido desapareció. Mis pies no sonaron golpeando el suelo al correr en dirección a la puerta del copiloto. Tampoco mi grito de ayuda. Menos el ruido de los enfermeros corriendo con una camilla en dirección hacia mí.
¿Por qué? ¿Qué paso? ¿Fuiste tú? ¿"E" te lo hizo? Dime algo. Corrimos, mientras los paramedicos y enfermeros se gritaban entre si palabras mudas. La luz del edificio comenzaba a cegarme los ojos. Ella se remecía encima de la camilla, con los brazos rojos colgando a los lados, aferrándose a la vida... o queriendo desprenderse de ella.
"No puede entrar" me dijo un tipo de bigote chistoso y ojos saltones. 
Me lo quité de encima, avancé dos o tres pasos y otro enfermero, más corpulento y grande, me impidió la entrada. No luché más. A ella la inyectaban e intubaban. Conectaban cables a su cuerpo y se preocupaban de detener la hemorragia. Le daban oxigeno. La querían salvar. Los enfermeros corrían a su alrededor. La situación era grave. Algunos doctores de alto rango también se presentaron en el lugar. Podía escuchar gritos y nomenclaturas extrañas.
De repente, contra todo pronostico, se agitó con fuerzas, como incomoda por algo que recorrió su traquea. Desproporcionalmente su columna se arqueó hacia el techo, su pecho pareció exponerse y abrió la boca para gritar sólo dos letras
"¡¡¡ÉL!!!"
Luego volvió a su posición normal y todo fue silencio.
"¡La perdemos!" dijo un enfermero.
"Carguen el desfibrilador" ordenó un doctor.
No lo podía creer. Su cuerpo era sólo carne y huesos. No había ella. Sólo fluidos. Ni siquiera su sonrisa antes de dormirse entre mis brazos. El sonido de su voz se desvaneció penumbroso por la sala. Sus pechos ya no se movían al son de su respiración.
"¡Despejen!" gritó el doctor. Posó las paletas desfibrilantes en su pecho y realizó las descarga.
Había gritado "Él", pero no lo gritó como el autor de lo ocurrido... lo gritó como una advertencia. Algo así como "Cuidate".
Su pulso no volvía.
"Carguen a dos cincuenta" ordenó el doctor.
En aquel instante la presencia del ser que tanto temía, al que gritó con su último aliento y lo llamó "Él", apareció detrás mío.
Descargaron el choque eléctrico en su cuerpo, con miras a que su corazón volviera a latir. Se sacudió con violencia, pero seguía muerta.
Me giré lentamente, aterrorizado. Él había venido para llevársela. Era la suma de todos los miedos. Un tema que nunca quise enfrentar. Ahora estaba ahí, detrás mío. Estaba seguro de su presencia.
"¡Carguen a trescientos!" gritó el doctor.
Le di la espalda a la escena en que la que fue el amor de mi vida moría. Él me miraba sonriente, esperando el tren de las doce para llevársela. Era Demian.
"Ten cuidado en no creer en mí" me dijo

Ahí fue cuando desperté.



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