Cuando de deseos poderosos se trata, la mente se encorva como un gato a punto de saltar sobre lo que quiere.
Recordé bien el poleron que llevaba puesto. Nunca más, cuando fuera para allá, podría ponérmelo. Me coloqué el gorro y observé mi rededor. Como siempre, los blocks estaban quietos, entremedio de una penumbra desteñida a veces por la luz de algún poste valiente que se atreve a estar encendido. En la plaza había solo una pareja, escuchando música desde un celular. Saqué mi LG y busqué su número en el registro de llamadas entrantes. Nunca grabo con nombre aquellos números. Puede ser peligroso en caso de un eventual percance. Presioné el botón con el pequeño dibujo del auricular verde y se estableció la conexión.
Escuchar su voz fue adrenalinico. La noche era fría. El otoño había comenzado.
"¿Aló?"
"Hola. Soy yo"
"¿Cómo estai?" preguntó con una voz alegre de escuchar la mía.
"Muy bien... esperándote" le contesté perverso.
"¿ Esperándome?... ¿Estás conectado?" me preguntó confundida por lo dicho.
"No, no estoy conectado. No estoy en mi casa" le dije "Te estoy esperando en la plaza de Las Carmelias"
"¡Mentira!" me dijo.
"Te espero" le dije y colgué.
La mujer que estaba con el compadre cerca mío se rió estrepitosamente.
"Que erí güeón" le dijo.
No los conocía. Que me vieran con ella no significaba un peligro. Mi celular comenzó a vibrar en mi mano. Era su número.
Contesté.
"Me estai güebiando ¿Cierto?" me preguntó tratando de ahogar en seriedad su nerviosa risa.
"Afuera de tu departamento hay un vehiculo color rojo. No puedo ver que marca es porque no ando con los lentes" le dije.
Hubo una pausa.
"¡Eres un loco!" me dijo riendo "Dame dos minutos"
"Apúrate"
Cuando la vi, me paré del asiento. El tipo que estaba con la mina me vigiló el caminar. Tiene que haber notado mis extraños movimientos. Me alejé en dirección opuesta a ellos y a ella. La llamé de nuevo a su celular.
"¿Para dónde vas?" me preguntó.
"Sígueme. Es peligroso que nos vean aquí"
No me apuré, pero tampoco iba a paso de caracol. Mantenía una constante distancia para que no me perdiera de vista. No me giré a verla. La orden había sido clara. Llegué a la avenida principal y doblé dirección cordillera y crucé. El punto exacto estaba cerca. Me colé entre algunas pobladoras que se encontraban comentándose alguna copucha, mientras que compraban tomates y lechugas en la única verdulería a esa hora abierta. Los almacenes allá cierran tarde, porque sus dueños saben que la mayor afluencia de dueñas de casas ahogadas con algún chisme salen a esos de las doce de la noche para dejarlo salir. Y qué mejor que hacerlo mientras tantean si el tomate está maduro.
"Le voy a hacer ensalada a la chilena a este güeón pa' que lleve mañana"
Doblé hacia la izquierda y la avenida central quedó atrás. Por un momento estuve solo en aquella amplia y oscura calle, la cual se perdía en la eternidad de lo que era una boca de lobo dirección al norte, hasta que ella se internó también.
Crucé y la esperé bajo las alas de un antiguo y gigantesco árbol. La penumbra era total.
"Mi amor" me dijo y le tapé los labios con un beso.
La dejé sentir el calor de mis sentimientos guardados en todos los días de llamadas telefónicas y mensajes por el correo. Ella se pegó hacía mí y me hizo saber que la locura le había hecho perder la cabeza. Sus labios sabían igual que hace siete años. Eran los mismos sutiles y tibios besos desde la última vez que nos vimos.
"Te tengo dos noticias" le dije jadeante. Me silenció con un beso aún más candente "Una buena mala y otra mala"
"Quiero la buena primero. Quiero todo lo bueno" me dijo casi desesperada.
"La buena es que este momento es el más feliz que has vivido en mucho tiempo"
Me sonrió y me acarició los pelos.
"¿Y la mala?" preguntó.
"La mala es que... esto es un sueño"
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