jueves, 17 de marzo de 2011

Día 31: Hermanos

Me dijo que el único local que había de completos y churrascos ahora aceptaba tarjetas de débitos. Donde vivimos, hay apenas unos 6 almacenes, y ese es el único donde venden comida chatarra. Así que, como era viernes en la noche, le dije que fuéramos a comprar unos As, ya que se los debía desde la tarde que me había acompañado a comprar la antena para el televisor. Mi madre le dijo que que abrigara y obedeció.

A Ignacio, y a la familia entera, le costó recuperarse de lo sucedido en Mayo del año pasado. Su epilepsia, sin razón alguna, había vuelto sin pedirle permiso a nadie. El núcleo cayó en crisis como hace mucho tiempo no lo hacía y costó volver a pararse. Sobre todo a mi hermano. No concebía la idea de que aquella maldita y negra pesadilla haya vuelto. Se suponía no volvería a aparecer después de la intervención radiologica a la cual lo habían sometido. Pero la vida, lamentablemente, como ocurre casi siempre, se dio el gusto de decir otra cosa. 
Ignacio pagaría caro las consecuencias.

No sé de quién vino el comentario. Yo me echaba la billetera al bolsillo para ir por los As, cuando alguien dijo "... que le sirva para cambiar esa cara de poto que tiene"
"Si po' Ignacio, deberías ya dejar de andar así" dijo Don Karev.
Mi viejo ya le había dado un sermón por el caracho. Y es que mi hermano tuvo que hacer octavo básico otra vez. Era eso que lo tenía así.

Me partía el alma verlo partir a esas consultas. Recordaba esas tardes cuando llegaban con él en brazos y mi vieja lloraba por los resultados de diagnósticos que yo a la edad de ocho o nueve años no entendía. Sin embargo, en esos momentos no nos decíamos mucho. En realidad, con Ignacio al principio la relación siempre fue tirante y chocábamos mucho. Ahora, sobre tiempos en que ya no tenemos diez y cinco, si no veintiuno y dieciséis, respectivamente, la relación mejoró sustancialmente, y no me guardé el apoyo en los momentos que lo necesitó. Mal que mal, se había quedado atorado en medio de la línea ferroviaria y el tren había chocado su auto sin previo aviso. Nos necesitaba a todos tirando de la cuerda que lo afirmaba para no caer a ese hoyo que se lo estaba tragando. Quizás tocó fondo y eso le costó el año escolar.

No somos de decirnos "te amo" o "te quiero" cuando nos despedimos. Si no mal recuerdo, han sido muy pocas las veces que se lo he dicho a mi madre. Menos a mi viejo. Las expresiones no van con la familia. Somos bien frío por ese lado. Pero cuando hay uno que cae, ahí estamos todos, sin excepción. 
"Ya estás en esto" le decía mi padre, refiriéndose a la repetición de curso "Pero no podí encerrarte en tu mundo. No vas a conseguir nada así. Debes ser fuerte y echarle para adelante, no más. La vida es así y no podemos echarnos a morir porque fallamos otra vez. Hay que persistir y si es necesario volver a caer, te caes, pero hazlo sabiendo que diste todo de ti"
Cuando don Karev habla, nadie más lo hace. Su tronante voz hace que los corazones se recojan.
Ignacio asintió, dispuesto a tomar el desafío, espero. 
Ojalá que sepa que todos estamos apoyándolo, esperando a que triunfe, aunque nadie lo diga.

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