domingo, 29 de enero de 2012

Día 132: Hasta Luego

Anoche soñé que perdía a Emilia. Era la misma sensación de duda e incertidumbre que sentí alguna vez con Pelirroja. Caminaba hacía mí y torció la vista tras sus gafas. La llamaba con desesperación y no me miraba. Sus ojos estaban clavados en la presencia de un hombre que desde lejos la miraba. Entonces más fuerte le gritaba y menos entendía porqué me dejaba. La duda era un barro que me tapó las narices. 

De repente Jack me llamó y me dijo que lo habían posicionado en Arica para cursar el año de formación en la escuela de Carabineros. De pronto noto que es el único amigo hombre que tengo. Mi mejor amigo. Y ahora estaba a punto de emprender el vuelo a cumplir sus sueños. Recordé cuando tenía 5 y el 7. Salíamos después de almuerzo en bicicleta a la Mestranza de San Bernardo. La vez que estuvimos en medio de una balacera. Cuando veiamos pornografía a escondidas de nuestros padres. Esos momentos de grandeza al empinanrse una botella de cerveza. Los consejos cuando como jil andaba llorando por alguna mujer. Los asados con la botella de bebida de litro en la mesa. Ir al persa. Ir al centro. Descubrimos a tropiesos lo que era la vida. Lo que era sufrir y haber estado a punto de elegir el camino equivocado. Entonces a veces me pregunto qué es. ¿Destino? ¿Hay algo que con el dedo empujó los horizontes y los cuela junto al de las personas que hoy viven la historia junto a nosotros? Fue una noche de invierno cuando llevé a Jack al sur de esta ciudad, la misma noche que conoció a Isabella.

Desperté con el sabor amargo de una noche de sueños y pesadillas. La mente da y quita. Recordé el día anterior. La tarde nos había devorado por completo y en la clandestinidad de besos y caricias, declaramos querernos, aunque no quepamos en el espacio y en la vida que vivimos.

Ilegales en una realidad equivocada.

viernes, 27 de enero de 2012

Día 131: Conexión

Hola. ¿Estás ahí? 

El universo parece tan bello esta noche. A veces me gustaría saber que hay en las estrellas que tan atentas nos miran. Los vehículos corren al revés. Me besas como si nunca más me fueras a ver. Como si fuera el adiós.

Sé que me extrañas. Es raro... Quizás un poco más arriba de esta realidad, de este estar, hay líneas de energía que permiten transportar los pensamientos. Toda una red que interconecta lo que en nuestros cerebros se genera. Te puedo escuchar. Te puedo sentir. Te sientas de forma extraña. Ya está oscureciendo. Sé cosas que no debería. Escucho lo que no debo. Estás tecleando un computador. Hablando con un hombre por teléfono. Nosotros no necesitamos un teléfono.

Te acuerdas que te hice explotar. Te imaginas a los dos en una playa, abrazados y sin nada que decir. Reímos y no nos complicamos. Juego a que te controlo. Y en verdad te controlo. Entonces te colas en mis huesos y en mi piel. No quieres que esto nunca acabe. No quieres que el siguiente segundo acabe, pero a la vez quieres estar en el siguiente. 

Bailamos en la disco. Nos miramos por primera vez hace unos años y quisas sentimos algo en ese momento, pero no lo notamos. Cuando ángeles eramos amigos. Quizás amantes también. Corría a tu árbol y te llevaba a la aurora. 

Mi celular vibra. Dice "Emilia. Llamada entrante". Te digo "Emilia, te quiero". Estoy tirado en el suelo y tú riendo. Estoy debajo de la cama. En el techo.

Hola ¿Estás ahí? Sí, sí sé que estás ahí y me escuchas perfectamente.

martes, 24 de enero de 2012

Día 130: Amanecer

Saltó de la cama, corrió y se volvió borrosa tras cada paso. Tomó su cartera. Le grité que regresara pero mi voz no se escuchaba. Abrió la puerta y salió.


Día 1, Parte 2

Desperté de golpe sobre el suelo. La luz del sol se filtraba entremedio de las cortinas metálicas. Me levanté y la cabeza se me partió en dos. Tenía la boca seca debido a la ingesta del ron. Mis ojos quisieron explotar. Me quedé inmóvil por algunos segundos para que mi cuerpo pudiera asimilar que había despertado. Al rededor no había presencia de ruido alguno. Todo era completa paz. Una extraña paz. Intenté abrir los ojos nuevamente con éxito. Fue entonces que de golpe la amargura de sentir que eran las cuatro de la tarde me ató la garganta. Los tímidos rayos del sol que bañaban la sala de ventas del minimarket generaban la sensación de que estaba próxima la hora para ir a almorzar. Pero la idea no tenía ni pies ni cabeza. No podían ser más de las ocho de la mañana. Mi relevo iba a llegar a esa hora, y como todavía no sonaba el timbre en la puerta de acceso para los empleados, todo apuntaba a que era muy temprano. ¿Que tan temprano? Miré la hora en mi reloj de muñeca y al no creerle, pestañee un par de veces para confirmar la hora informada. El invento suizo marcaba las 10 con 36 minutos de la mañana del 1 de Enero de 2012. Me había quedado dormido. La noticia no espantó la resaca en mi cuerpo. Es más, me quedé tendido en el piso, apoyado en mis dos brazos, tratando de escuchar si mi compañero estaba en la sala de cámaras de vigilancia. Pero nada. El silencio era mi compañero en aquel momento. Fue cuando sentí que estaba realmente solo. De nada me servía amar la tranquilidad de lo inerte rodeándome, sintiendo que inclusive más allá de las puertas no había absolutamente nadie. Me gusta la soledad porque me siento protegido en ella, pero ahora me sentía como un desconocido en sus dependencias. Paranoicamente temí. Me puse de pies. La resaca de golpe abandonó mi cuerpo. Agudicé más mis oídos. Sólo escuchaba los pasos de mis zapatos. Caminé con precaución hacia el pasillo que daba con la sala de cámaras, el cual penumbroso de fantasmas que no podía ver se alargaba con alegocía, alejándome de la puerta. Sintiendo que algo me perseguía, algo que me quería poner sus manos frías y húmedas sobre la espalda, di un pequeño trote hasta la puerta que yacía abierta. Adentro sólo las pantallas grabando todo lo que sucedía en el inhóspito supermercado. Miré otra vez la hora. No lo podía creer. Eran las 10 con 37 minutos. ¿Dónde estaba mi compañero? Quizás había llegado a las 8 de la mañana, había golpeado en reiteradas ocasiones la puerta y yo no contesté. Estaba tirado borracho sobre el piso en el pasillo de las galletas. Pero... ¿Por qué no llamó a mi celular? Saqué el aparato y revisé si tenía llamadas perdidas. Nada. Entonces la hipótesis de que había golpeado la puerta de acceso a los empleados hasta el cansancio se fue diluyendo. Sin embargo, no me pude tranquilizar. No sé si era la sensación de haber pasado solo el año nuevo, encerrado en un minimarket o el no saber qué había sucedido con mi relevo, pero no me podía quitar la angustia que me apretaba el pecho. ¿Qué hacer? Iban a ser las 11 de la mañana. En cinco horas más Sara iba a tocar la puerta de mi departamento e íbamos a hacer el amor toda la tarde. Me tenía que ir. Entonces tomé la radio de comunicación con mi central de operaciones y establecí contacto. No hubo respuesta a mi llamado.
"Atento central" dije nuevamente.
Nada. Me fijé que el waki-toky estuviera encendido y en el canal correspondiente. Todo bien. Volví a intentar, pero no hubo respuesta por parte de ellos.
"Quizás el operador está tirado en algún pasillo de algún supermercado" pensé.
Estupido.
Nuevamente alisté a mi celular para llamar a mi supervisor y comentarle la situación, pero el aparato no tenía señal. Salí de la sala pensando que la ubicación condicionaba la nula señal, caminando de vuelta a la sala de ventas. Pero no tuve lo que quería. "SOLO LLAMADAS DE EMERGENCIA" rezaba un mensaje en la pantalla. Más solo me sentí. Pero de inmediato me reprendí mi actuar. No podía desesperarme porque no tenía respuesta del exterior. Tal vez mi compañero tuvo una muy buena noche de año nuevo y todavía no se podía recuperar de ella. A mi supervisor se le había descargado la batería de la radio. Y mi celular no recibía señal porque el supermercado las hacía de bunker también. Tan sólo tenía que salir hacia afuera, tomar señal y volver a llamarle, contarle lo sucedido y esperar a que llegara el relevo de emergencia. Tenía que dejarme de pendejerías. Decidido volví a caminar por el pasillo que daba a la sala de cámaras, pero esta vez seguí derecho hasta la puerta de acceso para empleados del recinto. Digité la clave en la teclera de seguridad y luego de un fuerte chasquido de las cerraduras, la puerta estaba preparada para ser abierta. La empujé y al encontrarme con la escena que vi, creí que estaba atrapado en una pesadilla.
Tres personas, con sus ropas salpicadas en sangre y suciedad, caminaban torpe y lentamente dirección al norte en frente de mí. Atrás de ellos, a la mitad de un pasaje, otra persona caminaba a lo lejos perdida y sin dirección, con dificultad, como si el caminar fuera una tarea demasiado complicada. No entendiendo nada, me giré a observar la avenida principal, en donde se podía ver una micro del transporte publico volcada a la mitad de la berma. Cerca de ella, dos hombres mal heridos caminaban juntos, pero parecían no saber que lo hacían. Sus bocas estaban escalofriantemente abiertas, rebalsadas en sangre necrotica, dejando escuchar un gemido que jamás en mi vida había escuchado. Tal vez estaban quejándose. Tal vez estaban pidiendo ayuda.
No supe explicar que les había sucedido y porqué caminaban sin dirección. No supe explicar que había sucedido en mi ciudad la noche año nuevo. Lo único que pude entender en ese momento era que del grupo de tres personas que inútiles caminaban frente a mí dirección al norte, uno de ellos notó mi presencia. Era una mujer. Un blanco lechoso se había apoderado de su rostro herido por tres cortes que le abrían escabrosos la carne. Sus ojos completamente negros apuntaban hacia mí intentando entenderme. Los dedos de sus manos estaban recogidos a tal punto que me dolieron a mí las mías y los huesos de sus rodillas estaban expuestos a todo el aire. Los otros dos siguieron caminando sin verme. Ella se había quedado de pies sin dejar de observarme. Luego lentamente comenzó a torcer la cabeza, de un lado a otro, como buscando encontrarme el comienzo y el fin. Definitivamente ella no sabía qué era yo. Y como no lo sabía, quiso venir a comprobarlo con sus propias manos, porque de pronto y sin previo aviso inició una carrera al encuentro de mi cuerpo...



Fin Primera Parte

domingo, 22 de enero de 2012

Día 129: Secuestrado

468 días antes, Parte 2

La noche y la luna volvían a ser reinas de Frutillar. Era extraño escuchar la tranquilidad rondar por los pasillos de la posta después de una tarde tan movida.  Pero aquel momento relajante inyectado a la vena era lo mejor que podía estar sintiendo. Escribía los procedimientos realizados en la carpeta de nuestro paciente, mientras que sentada su lado cuidaba de los monitores que vigiliban su pulso y signos vitales. Lejano por el pasillo hacia la entrada, se podía sentir el abrir y cerrar apresurado de la puerta que daba al lobby del recinto. Hacia el otro extremo el eco de las voces de Jacinta y Lorena retumbaban distantes. Todo volvía a estar como siempre. En eso fue que el carabinero se estremeció levemente bajo un quejido. Me aproximé para descartar cualquier indicio de un nuevo colapso y de pasada confirmar que su conciencia estaba sintiendo los dolores de sus heridas en la cabeza y el pecho. Observé el monitor; su pulso se elevó unos cuantos digitos. Era lo obvio. Luego lo miré a él y noté que me observaba con extrañeza y a la vez un tanto tranquilo. Reacionó como todos los que despiertan en un lugar que no recordaban haber estado el segundo anterior. El problema era que entre aquel segundo y el anterior, había una distancia de cuatro horas. Entonces la extrañez y desorientación eran consecuencias protagonistas de los que vienen despertando.
"Hola. Soy la doctora Beatriz Jerés. Está en la posta comunal de Frutillar. Tuvo un accidente y fue derivado hasta acá. Tuvimos que detener una hemorragia en sus pulmones, así que todo lo que está sintiendo es parte de la anestesia" le expliqué.
Su mirada perdida se fue encontrando consigo mismo y demostró entender que su estancia en aquel cuarto era a causa del accidente que en esos instantes estaba recordando a cortes.
"¿Quién más..." preguntó y un dolor lo aquejó al hablar. Quizás una de sus costillas estaba rota.
Lamentablemente no tenía como saberlo. La posta no tenía los medios para tomar radiografias.
"¿Alguien más sobrevivió?" preguntó con dificultad.
¿Sobrevivir? La pregunta me dejó descolocada. ¿Sobrevivir a qué? En primera instancia pensé que posiblemente estaba sufriendo alucinaciones a causa de la anestesia y el sock del accidente. Pero luego mi parecer cambió al ver que su mirada de preocupación no se transformaba a la de confusión.
"Sólo usted llegó acá" respondí.
"Nadie más debe ir ahí" dijo de pronto.
"¿Ahí?"
"Nos enviaron al este de la región a desalojar a un pequeño grupo de indigenas, los cuales aparentemente resguardaban tierras de un alto valor mineral. Fue lo que escuché antes que salieramos. Sería una faena relajada. Sólo dar un par de tiros al aire y regresariamos a casa. Ibamos diez hombres..." dijo y se tuvo que detener para que las imagenes de lo sucedido pasaran nitidas frente a sus ojos. Luego me miró fijamente "Pero nos emboscaron. No eran de esos mapuches que ocupan blue jeans, camisas y hablan perfectamente castellano. No. Eran hombres de la tierra, que sólo entendían el mapudungun, vestidos con taparrabos de cuero de animal, ponchos de lana de ternero, armados con lanzas, arcos y piedras. Ellos no estaban dispuestos a ser intimidados por un par de disparos. Más que eso. Quisieron decir que se defenderían con todo lo que tenían. Frente a mí asesinaron a mi sargento y tres compañeros. Los demás arrancamos por el bosque y uno a uno fuimos siendo cazados"
"No puede ser" fue lo único que pude modular.
"No se puede volver ahí" dijo grave y determinante "Será una masacre si se comienza una guerra contra ellos"
Detrás mío la puerta se abrió. Me giré de golpe. Era Lorena.
"Doctora, la buscan" me dijo.
Observé a mi paciente. Estaba perdido aún en los recuerdos del traumante encuentro. Me levanté y traté de recomponer mi impresionado rostro. Al salir, no pude evitar que el miedo me abordara. En el pasillo me esperaba el rostro de un serio y adulto integrante del ejercito, custodiado por tres soldados rasos de misma expresión.
"Buenas noches" dijo con una voz gruesa el hombre de mayor edad "Soy el coronel Pedro Miranda. Entiendo que hasta su posta llegó el cabo segundo Manuel Escobar ¿Eso eso así?"
Asentí.
"¿Cuál es su situación?"
"TEC en el área occipital del craneo. Microfracturas faciales. Tuvo hemorragia en sus pulmones, pero ya..."
"¿Está bien?" me interrumpió.
"Sus heridas son graves, pero está estable" le contesté altiva y molesta por su interrupción.
"¿Habló algo con él?"
Algo me dijo que responder con la verdad sería perjudicial para mí.
"No me gusta hacer hablar a los pacientes que han sido victimas de accidentes graves"
"¿Puede ser trasladado?"
 Su pregunta no llevaba pisca alguna de preocupación por el uniformado. Parecía estar desbordada en negligencia. Él venía a llevarselo, pero no para ofrecerle una pronta recuperación. Venía por algo más.
"Puede" le dije.
"No desmerecemos su actuar para con la institución, doctora. Es más, carabineros y el ejercito me hace extenderle los agradecimientos por su labor y profesionalismo, los cuales permitieron que este hombre sobreviviera al accidente. Sin embargo, su recinto no cuenta con lo necesario para que el cabo segundo tenga una pronta y efectiva recuperación. Se entiende que su traslado al hospital militar de la región es para beneficio de él y la tranquilidad de su familia" me explicó.
"Entiendo" dije.
"Por favor, firme esta acta de común acuerdo, para que usted y yo quedemos al tanto del traslado del carabinero" me dijo, poniendo frente a mí una hoja con muchas palabras que no quería leer.
Negarme habría sido inutil. Sólo tomé mi lapiz pasta negro y firmé con fuerzas la hoja.
Los tres soldados detrás del coronel pasaron raudos por mi lado y comenzaron a desconectar a Manuel. En ese momento sentí vergüenza por no haberle preguntado el nombre.
De pronto, en medio de toda la impotencia que me ahogaba al ver como se llevaban al hombre que había salvado, una palabra me chocó con violencia la cabeza... "Accidente". Miré al coronel y noté que una pequeña sonrisa se alojó timidamente en su boca. Dejarsela tan facil no iba con mi estilo. Invadir mi posta no era gratis.
"¿Qué le sucedió?" le pregunté.
Ahora él era el descolocado e incomodo hombre en toda aquella escena.
"Fue en un acto conmemorativo" respondió como el mago que estuvo a punto de fallar el truco "Su caballo se volvió loco y cayó sobre él"
Le desplegué una pequeña sonrisita, haciendole saber que no le creía nada. Manuel estaba siendo secuestrado frente a mis ojos y yo no podía hacer nada. Él me observó a cada momento, mientras que los tres soldados lo llevaban en la camilla hacía afuera. El coronel los siguió detrás. Lorena y Jacinta, notando al igual que yo lo extraño de la situación, se ganaron una a cada lado mío a observar como se iban.
Antes de cerrar la puerta tras él, don Pedro Miranda se volvió a mirarme para decirme con sus ojos sólo una cosa "Olvida todo lo que has visto. Es por tu bien"...


Continuará...

martes, 17 de enero de 2012

Día 128: Año Nuevo

624 días antes, Parte 1

Caminaba dirección a mi oficina. El proyecto marchaba a una velocidad que nunca había esperado. Era tiempo de llegar a mi escritorio y poner manos a la obra. Las personas pasaban a mi lado y extrañadas observaban al hombre que se sonreía solo. En eso mi celular vibró con fuerzas desconocidas en mi bolsillo. Ahora recuerdo que lo que menos me importó era que el número no lo tenía registrado en mi agenda. Contesté y la voz seca de un hombre se dejó escuchar desde el otro lado.
“¿Don Eliseo Garrido?”
“Con él mismo” contesté sonriente. No podía olvidar el rostro del gerente de la corporación al ver mi proyecto.
El tipo se presentó, pero no tengo memoria de su nombre. Sólo recuerdo que cuando me dijo que era sargento de no sé que puta comisaría, el corazón me dio un vuelco.
“¿Qué sucede?”
“Hubo un accidente” dijo titubeante “Sus padres y hermano fallecieron”

Día 0, Parte 2

Un Red Label brilló extrañamente lejos en la estantería. Un Red Label sería tomarse el brazo de la mano que me habían tendido, aunque no niego que un hilo sabroso de saliva escurrió por mi garganta al ver su linda etiqueta roja. Pero no, empuñé fuerte la botella del Botrán que había elegido como compañero de fiestas en la que iba a ser una larga noche. Por lo menos iba a servir para estar en estado melancólico a eso de las doce. El eco del choque de las botellas al retirarla de la góndola, se esparció lento y quejumbroso por todo el espacio oscuro y solitario que era aquel minimarket. A eso de las nueve y media, cuando pasó la primera caravana de bomberos y ambulancias a toda velocidad de cordillera a mar, un sistema de ahorro de energía se activó  y la red iluminaría de los pasillos del local quedaron funcionando al cincuenta por ciento. Luz baja para una noche extraña y un tanto lenta. Unos veinte minutos más tarde, revisando que las cortinas metálicas que protegían el frente del local, todo de vidrio, estuvieran cerradas correctamente, se hizo escuchar otra caravana de sirenas ruidosas. Sin embargo, este grupo traía menos integrantes que el anterior. Quizás algún fuego incontrolado en una casa. Una cocina que no se apagó. Una parrilla encendida que se volcó. Qué sé yo. El punto era que había personas que lamentablemente iban a pasar un año nuevo más triste que el mío.
Extraño fue escuchar a la tercera caravana de vehículos de emergencia. Ocurrió a eso de las once con veinte minutos, cuando me alistaba a echarme un Like a la boca para relajar la ansiedad del sentir que el tiempo no avanzaba. Ahí pensé que no era una casa, si no un supermercado el que se estaba incendiando. Gracias al ron, imaginé que realmente era el supermercado en donde estaba el que era consumido por las llamas, y que yo, muerto por asfixia, estaba atrapado en el limbo de los que no se dieron cuenta que fallecieron y que las sirenas que podía escuchar a los lejos, en realidad, estaban a unos centímetros míos. Tuve que reír y darle una aspirada al cigarro. Todo fue silencio otra vez. La caravana se alejaba silenciosa dirección al oeste. Ahora era sólo yo y mi respiración y el segundero en mi reloj de muñeca, el cual perezoso se resistía a cumplir su función. En eso Sara se coló en mis pensamientos. Su cintura al bailar. Su sonrisa. Su mirar. La forma en que me besa. A veces me trata de usted. Me llama tarde cuando sola está. Se concentró al cocinar y la cortina de la cocina le tapó el rostro. El sol le entibió la piel y se la tiñó de un café claro. Nada la pudo despertar, así que le besé la frente. Abrí los ojos, miré el reloj. El segundero recién había marcado las 11:59 minutos. Al fin se iba el 2011. Me empiné la botella y dejé que el tostado sabor del ron me quemara la garganta con libre voluntad. Recordé el supermercado en llamas y a los bomberos que no podrán pasar las doce con su familia. 11:59 con 30 segundos, con 31 segundos, con 32 segundos, con 33 segundos, con 34 segundos. Pensé que quizás afuera se estaba acabando el mundo como dijeron esos indios culiaos y yo estaba ahí tomándome una botella de ron puro, sentado en el pasillo de las galletas. 11:59 con 51 segundos, con 52 segundos, con 53 segundos, con 54 segundos, con 55 segundos, con 56 segundos, con 57 segundos, con 58 segundos, con 59 segundos.


Día 1, Parte 1

Eran las doce. No tenía ninguna cornetita para hacer sonar. Al parecer el silencio se hizo más profundo...


Continuará...

domingo, 15 de enero de 2012

Día 127: No Rendirse

468 días antes, Parte 1

Fue todo rápido y agresivo. Recuerdo que dos corpulentos paramédicos embistieron la puerta de acceso al hospital, gritando que todos se hicieran a un lado en el pasillo. Luego dos paramédicas entraron raudas con la camilla de la ambulancia, y arriba de ella el herido del cual nos habían comunicado.
"Ataque sorpresivo a carabineros. Un herido grave en camino. Signos vitales bajos" chicharreó la radio.
Solté el lápiz y me asomé por la puerta de mi oficina hacia el mesón de atención. Ahí Lorena y Jacinta trabajaban sobre algunos exámenes. Les pedí que prepararan la sala de urgencias y todos los cuidados que solicitaba la abismante situación.
"¿Dónde?" me preguntó una de las funcionarias.
"Box 1" le dije.
La camilla pasó frente a mí y pude ver a un hombre muy mal herido, quizás inconsciente, tirado sobre ella. Su rostro ensangrentado por heridas en su cuero cabelludo, denotaba la brutalidad del ataque que había recibido. Detuvieron la camilla al lado de la tabla de urgencias y se alistaron para cambiarlo. Yo me ocupé de una de las puntas inferiores de la sábana. Desde el pasillo los paramédicos se hicieron parte del momento y también se ocuparon de uno de los lados de la manta que cargaba al maltrecho carabinero.
"Uno, dos, tres" dijo la paramédica que me había preguntado en dónde lo atenderíamos, una mujer treintona, de mirada decidida y una respingada nariz, la cual había tenido tiempo de amarrarse con un cole su negro pelo.
"Hombre de unos veinticinco años. Recibió una embestida por parte de un caballo.TEC abierto en la zona occipital. Fractura de clavícula. Posible hemorragia pulmonar" informó la mujer.
Lorena y Jacinta lo conectaron a las maquinas de monitoreo, al oxigeno y al suero. Los paramédicos retiraron la camilla para dejarnos trabajar. Escuchando todo lo que dijo la funcionaria, sólo pude imaginar el momento en que el caballo desesperado y nervioso por algo que lo alertó cayó sobre su dueño con toda su pesada corpulencia. Kilos y kilos de hueso y músculo sobre el rostro. Las posibilidades de darle una oportunidad de vida en un hospital tan austral como en el que me encontraba eran escasas.
"Signos vitales bajos" declaró Jacinta, pendiente del monitor.
"No tiene reflejos" dije grave, al chequear el estímulo de sus pupilas.
"Dificultad al respirar" me dijo Lorena.
"Intúbalo" le ordené.
Tomé mi estetoscopio y abriéndole la camisa verde, lo deslicé para escuchar qué diantres ocurría adentro de su pecho. Había fluidos importantes desparramándose por todos lados. Era todo un caos. Detrás, la señal sonora del monitor de su pulso me indicaba que estaba a punto de colapsar. Quizás no podría aguantar el mortal ataque que había recibido.
"¿Lo entubaste, Lorena?"
"Si, doctora" exclamó.
"Preocúpate de el TEC en su cabeza. Usted, ayúdelo con el respirador" le dije a la paramédico que comandaba al equipo.
Bajo la orden, mi enfermera corrió apresurada tras los implementos de limpieza y sutura. Había que ser ágiles y eficaces si lo que se quería era triunfar. Fue en eso que el intermitente pitido del monitoreo de su pulso pasó a convertirse en una tenue y sostenida nota.
"¡Colapsó!" gritó la paramédico.
Su corazón se había detenido... En ese momento sentí que todo se volvió lento y pesado. Los rostros de espanto de todos al ver que la vida de aquel hombre se apagaba, se desplegaban hacia el techo como horribles espectros en una mala pesadilla. Tenía que hacer algo.
"¡Paletas!" grité.
Jacinta corrió tras el carrito reanimador que con mucho esfuerzo el alcalde de Frutillar nos había comprado.
"200" pedí que cargara.
La maquina emitió un zumbido que fue de menos a más, y luego se encendió la luz que indicaba que ya estaba lista la carga. Posé con fuerzas las paletas sobre su pecho y me dispuse a realizar la descarga.
"Despejen"
Y pum. Silencio total... El pito de su corazón detenido se volvió a hacer presente.
"250" le ordené a Jacinta, la cual de inmediato configuró la carga.
Volví a generar la descarga. Su cuerpo se pegó penosamente a las paletas y luego volvió a caer a la camilla.
Nada.
"300" ordené nuevamente.
La enfermera no entendió mi insistencia. Los demás tampoco. Pensaban que el carabinero ya había partido. Yo no. Realicé la nueva descarga y fue lo mismo, el pito era el único que no dejaba de sonar.
"No te vayas" susurré.
Cargué yo misma la maquina. Me puse con fuerzas sobre su pecho y disparé.
Sonido magistral y omnipotente el de su pulso latiendo otra vez. Su corazón se puso en marcha nuevamente...


Continuará....

viernes, 13 de enero de 2012

Día 126: La última Noche


Estreno nueva serie. La primera parte se dividirá en 5 entradas. Aquí su primer capítulo...

Día 0, Parte 1

Estiró los brazos hacia el cielo azul y la brisa hizo flamear su vestido floreado. Yo estaba tirado en el pasto y no me podía levantar, más estaba feliz de verle sonreír y luego mirar hacia arriba. El sol me golpeó fuerte el rostro. De pronto todo se oscurece y puedo sentir el aroma de su piel; una tarde de arduo trabajo, el hacer el amor y su perfume lavanda y fresas de cincuenta mil pesos. Las risas de su boca se alejan de a poco a medida que siento que voy despertando. Me siento tendido boca abajo sobre la cama y las sábanas desordenadas. El viento hace que las cortinas aleteen lentas y parsimoniosas, dejando ver a los lejos a un pequeño sol escondiéndose tímido detrás de los cerros, despidiendo una punzante estela color fuego y durazno sobre las nubes que penosas lo miraban caer. No me quería levantar. Ella dormía prisionera del cansancio de los días.

Algo me dijo que disfrutara cada aspirada del último cigarro que me fumé antes de entrar. La noche y el silencio ya se habían tragado a la ciudad. Eran pocas las personas que penumbrosas se arrastraban por los alrededores del recinto, al igual que uno que otro apresurado vehículo que veloz atravesaba la avenida a un costado del supermercado. Más allá de la vereda del frente podía ver parcelas detrás de empaladas, sumidas en oscuridad y quietud, las cuales rebalsadas en vegetación parecían navegar lentas con rumbo desconocido al son de la brisa de las montañas cercanas que me revolvía con disimulo el cabello. Colgué con fuerzas mi mochila sobre el hombro e ingresé por la puerta de empleados. Un frío y plomo pasillo vacío me condujo camino hasta la puerta blanca de la cual el jefe me había hablado. Antes de tocar, me fijé si en los alrededores aún quedaban personas gracias al sonido de alguna voz. Nada en absoluto. Que agradable sensación. Toqué dos veces. Adentro se escuchó el desplazamiento de una silla con ruedas y luego una brusca mano jaló de la perilla. Detrás apareció mi jefe, un hombre un poco más alto que yo, de mirada inhóspita de expresión y una muy cultivada barriga. No lo conocía, sólo habíamos cruzado palabras por teléfono cuando en un cambio de planes de último momento le tuve que contactar para recibir sus indicaciones y para que me informara en dónde cresta quedaba el supermercado.
"Todo esto por una semana de vacaciones ¿eh?" me hablaba al mismo tiempo que miraba la hora en su reloj y comenzaba a ordenar sus pertenencias. No le respondí el comentario. No le interesaba "Debe ser complicado pasar la noche de año nuevo lejos de los tuyos, aquí encerrado. Yo ni cagando podría hacerlo. Tengo dos hijas y a mi mujer. No podría pasar una noche de año nuevo lejos de ellas ¿Tú sí?"
"No tengo familia" le dije serio, dejando en claro con el tono de mi voz que no volvería a responder sus comentarios de lastima hacia mí.
Y en efecto no dijo nada, pero a los quince segundos siguió con el cacaraqueo.
"Bueno. Eres un cabro joven. Te quedan artos años nuevos más por disfrutar. Ojalá no te sientas tan solo esta noche"
"Tranquilo. Todo va a estar bien"
No se esperaba mi comentario. Una vez más descolocado por mi reacción, siguió ordenando sus pertenecías hasta que terminó. Se colgó su bolso en el hombro derecho y me observó con una extraña expresión de pena en su rostro. El compadre de verdad tenía lastima al saber que me iba a quedar toda la noche ahí.
"Que tengas buenas noches" me dijo tendiendo la mano.
Se la estreché con fuerzas.
"Sobre la mesa está la radio de comunicación con tu central, en caso de cualquier situación. En la oficina de administración hay una cerámica falsa, debajo hay una escopeta cargada. Municiones hay dentro del mismo escondite. Es ilegal tener armas en estos recintos, lamentablemente al ser un supermercado pequeño, no podrían recuperarse de un robo grande. Así que tomaron medidas. Por lo mismo te pido discreción"
Asentí. El hombre se dio la media vuelta, caminó hasta la puerta, la abrió y se quedó quieto. No podía ser más agonizante la espera para que se fuera de una vez por todas. Se giró sobre si y me miró con culpa en su mirar.
"Puedes sacar cigarros y algún copete de la sala. Yo borraré los videos cuando llegue el lunes en la mañana"
"Gracias"
"Mañana tu relevo llegará a las ocho del día. No te vayas a quedar dormido" dijo y salió.
Por fin me quedaba solo...


Continuará...

lunes, 9 de enero de 2012

Día 125: Liberense

Guzt llegó en silencio, como aquel perro torpe que recibió una palmeteada por travieso. Se sentó a mi lado y contempló el fin del planeta. Al notar que extrañamente no venía con ninguna pesadez en la boca, crucé mis brazos sobre mi nuca y me acomodé a gusto en la silla de playa. Más allá del cielo un planeta erupcionaba desde el núcleo hacia fuera.
“Debemos liberar a Dones” dijo de pronto el rebelde del grupo. “Y a Demian también”
“¿Por qué el cambio de parecer?” le pregunté abriendo un ojo.
“Porque no servimos para hacer lo que estamos haciendo” dijo arrepentido.
Miré hacia el frente y sentí orgullo por él al escucharlo. Quizás por primera vez en su vida pensaba en el resto y así pudo sentir que mucho de él causaba desequilibrio en la fuerza.
“Me dolió lo que pasó” dijo de golpe. Sonrió y quizás la recordó “Nunca pensé que me iba a doler. Se suponía que tenía el control de la situación. Pensé que podía ser capaz de librarme de todo sentimiento, pero…”
Una explosión calló su declaración. Pero no pudo librarse de los sentimientos que la situación fue haciendo emerger. Eso quería decir.
“No servimos para el papel” le dije.
Negó mi afirmación.
“Entonces libéralos. Deben volver”
Me miró y me sonrió. Guzt es rebelde, pero no tiene un corazón malo. Desapareció y todo fue silencio. Iba camino al sub-mundo.

viernes, 6 de enero de 2012

Día 124: Correr

Si no hubiese habido gente al rededor, quizás habríamos hecho más que descubrir donde están los puntos que nos hacen explotar. Los vehículos pasaban y adornaban con sus luces fugaces la postal de la ciudad durmiendose. Tuve que coger mis maletas y volver a escapar. Tuve que soltar su mano.
Sé que somos seres conectados. Sé que me puedes escuchar. Rompe las reglas y destruye todo lo que te dije. Deja que me duela y vuelve a tocarme, que no hay nada mejor en el mundo que escucharte decir nada. Sé la falta de respeto a mis condiciones. Quiebra mis reglas. Llamame tarde que tu voz es lo único que quiero, más que el olvido, más que a otra. Vives en mis sueños y en los siguiente niveles de realidad. Eres lo que esperaba y a la vez lo que más aborresco sobre la Tierra. Eres más de lo que pedí.

Cuando mi vieja nos da pescado, siempre dice "Le sacaron todas las espinas, pero igual tengan cuidado"
Hoy día estoy atorado.

lunes, 2 de enero de 2012

Día 123: Nunca

Nunca te voy a poder despertar con el aroma de la leche y el café hirviendo en un tazón. Las cortinas no flameran bajo el alelo de los rayos del sol al alba. Esa sonrisa no estará. La mirada de agradecimiento. Y es que sabes decir todo con tus ojos. 
No caminaremos eligiendo los regalos de Navidad, riendo del ajetro de la gente. Nuestras manos no colgaran cuando busquemos cosas distintas en la tienda. No podremos decidir que llevarle a mi mamá. No podras decir que lindo collar.
Nunca podré decirte todo lo que me encanta el mar que está frente a nosotros. Que casi una vez me ahogé en él y aún lo considero un padre. No te acurrucarás en mi hombro y no te quedarás sin palabra. No te podré besar e invitar a volver a la cabaña que juntos compramos.
Serás siempre el sueño que se quiere volver a vivir después de despertar.
Serás la mañana de mi cumpleaños.
Serás todo lo que desee.
Pero nunca vas a estar.