Anoche soñé que perdía a Emilia. Era la misma sensación de duda e incertidumbre que sentí alguna vez con Pelirroja. Caminaba hacía mí y torció la vista tras sus gafas. La llamaba con desesperación y no me miraba. Sus ojos estaban clavados en la presencia de un hombre que desde lejos la miraba. Entonces más fuerte le gritaba y menos entendía porqué me dejaba. La duda era un barro que me tapó las narices.
De repente Jack me llamó y me dijo que lo habían posicionado en Arica para cursar el año de formación en la escuela de Carabineros. De pronto noto que es el único amigo hombre que tengo. Mi mejor amigo. Y ahora estaba a punto de emprender el vuelo a cumplir sus sueños. Recordé cuando tenía 5 y el 7. Salíamos después de almuerzo en bicicleta a la Mestranza de San Bernardo. La vez que estuvimos en medio de una balacera. Cuando veiamos pornografía a escondidas de nuestros padres. Esos momentos de grandeza al empinanrse una botella de cerveza. Los consejos cuando como jil andaba llorando por alguna mujer. Los asados con la botella de bebida de litro en la mesa. Ir al persa. Ir al centro. Descubrimos a tropiesos lo que era la vida. Lo que era sufrir y haber estado a punto de elegir el camino equivocado. Entonces a veces me pregunto qué es. ¿Destino? ¿Hay algo que con el dedo empujó los horizontes y los cuela junto al de las personas que hoy viven la historia junto a nosotros? Fue una noche de invierno cuando llevé a Jack al sur de esta ciudad, la misma noche que conoció a Isabella.
Desperté con el sabor amargo de una noche de sueños y pesadillas. La mente da y quita. Recordé el día anterior. La tarde nos había devorado por completo y en la clandestinidad de besos y caricias, declaramos querernos, aunque no quepamos en el espacio y en la vida que vivimos.
Ilegales en una realidad equivocada.
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