martes, 30 de octubre de 2012

Día 208: Graves Encuentros

Día 15, Parte 3

Me tuve que sobreponer a mi mismo. Me tuve que anular, escondiéndome en algún lugar de mi mente. Tuve que desprenderme. La puerta la abrió una sonriente y dulce anciana que recibió con un caluroso abrazo a Joel. Era la inquilina que les había dado hospedaje. Yo lo único que podía hacer era peinar disimuladamente todo el fondo de la antigua casa, esperando encontrar a Sara. Pero ni rastro de su ser.
"Pase. Pase. Pase" me dijo la dama, dando una pequeñas palmadas en la espalda.
Nervioso y casi sin palabras me apronté al interior. Joel había torcido su caminar en la primera puerta que cortaba el pasillo. Ahí había ruidos que denotaban la presencia de otra persona. Antes de girar con él, escuché como iba dejando las bolsas del pack de comida sobre el suelo, para luego escuchar la voz de ella.
"Te demoraste, Joel"
Quise caer al sentir como un eléctrico escalofrío me rompió todo el sistema nervioso.

Las puertas del metro se abrieron en estación La Cisterna. Dejé que la gente bajara. Al final lo hice yo.

"Es que me encontré con un conocido en el super" le dijo Joel torciéndose para cerrarme un ojo.
Sara concentrada estaba lavando la loza del desayuno. Tanto así, que no se detuvo para saludar a su novio.

Sonriente y nerviosa me esperaba con las manos cruzadas detrás de la espalda. Sonriendole, demostrándole con la mirada que pensaba que era una loca, también me acerqué.

"Que bueno ¿Era de tu trabajo o algún compañero de universidad?" le preguntó ella.
"No" contestó él "Es un conocido de ambos"
Sara se detuvo de golpe, pero no se giró.
"¿De dónde?" continuó con el interrogatorio.
"Salúdalo tu misma, pues" le dijo Joel.
Sara ahora se giró de golpe para descubrir el misterio del conocido.
Por primera vez, desde hace dos semanas, nuestras miradas se volvieron a topar.

Cuando estuvimos a centímetros el uno del otro, no fuimos capaces de decir nada. Tan sólo nos mirábamos, sonriendo estúpidamente.
"No puedo más" rompió el hielo la pelirroja, abransadome con fuerzas y sellando meses de un exquisito tira y afloja con un apasionado beso.

De pronto noté que Sara comenzó a respirar de forma agitada, hasta que su mente y cuerpo no pudieron más de concebir el estimulo de verme ahí y estalló en un doloroso llanto.

FIN

domingo, 28 de octubre de 2012

Día 207: Evacuación

Día 15, Parte 2

Joel hablaba y hablaba. Yo, en cero, no podía sacar palabra. Mi estomago aún se revolvía en un caldero ardiente de recuerdos y tensas sensaciones. Con la mirada gacha, esperando a que todo se acabara, o en su efecto empezara, caminé junto a él hasta su vehículo.
“Como llegamos en los primeros comboys, y todo era una revolución, los autos quedaban tirados en las calles. Así que para desplazarnos, tomé prestado uno” me explicó. “El nuestro quedó en las afueras de la base aérea, en Santiago”
Adentro del Chevrolet no había rastro de Sara ¿Había sucedido algo con ella? ¿Lo esperaba en algún otro lugar? Temblando, pero sin que él lo notara, me senté en el asiento del copiloto. Joel encendió el contactó y con precaución comenzó a recorrer las calles de la ciudad. Yo no iba atento al camino. 
“Es increíble” me dijo “De verdad que no lo puedo creer. De todos, tú eras el que meno esperaba fuera a sobrevivir. Y aquí estás, en contra de todas las leyes, rompiendo todas las reglas”
Su admiración ya comenzaba a molestarme. Sirvió por lo menos para olvidarme un poco de que quería saber qué había sucedido con Sara.
“Disculpa mi impresión” me dijo. Mi rostro tiene que haber denotado molestia “Es todo esto tan extraño. Hace dos semanas estaba en mi oficina, esperando la hora para salir. De pronto una mina dice que pasó algo en Puente Alto. No le puse atención. A los quince minutos varios se paran para ir a puestos de trabajos de compañeros que tienen puesta la radio. Dicen que tiraron a los milicos a las calles, porque los pacos no pudieron con una situación de revelación de un grupo de personas. A los diez minutos nos ordenan retirarnos a nuestros hogares. Puente Alto y La Florida estaba acordonados por la fuerza armada. Se hablaba de personas atacando violentamente a otras, pero se desconocían las causas. Pesqué el auto y me fui a buscar a Sara. Camino a la casa, escuchando la Cooperativa, decían que el presidente había ordenado evacuar la ciudad. Imagínate, era víspera de año nuevo y por una situación descontrolada estaban ordenando desalojar la capital. Teníamos que dirigirnos a Valparaiso. Había un taco horrible. La gente estaba desesperada. Entonces estoy a unas cuadras de la casa y por la radio dicen que el ejército sitió toda la zona sur de la capital. No se podía entrar. Llegué a la casa. Sara estaba sentada esperándome. Me dice que tiene que hablar conmigo. No la tomé en cuenta. Corrí al segundo piso, abrí un par de bolsos y eché algo de ropa. Ella no sabía lo que pasaba. Le dije que encendiera la tele. Ahí dijeron que ya no había que ir a Valparaiso. Temían que la infección se propagara a la costa. Había que llegar a la base aérea Capitán Manuel Avalos Prado. Entre todo el alboroto, ella se comunicó con sus papás. Habían escapado a Los Andes. Los míos iban camino al norte. Entonces empezó a pedirme que te fuéramos a buscar a ti, a Antonia y a Joan. Le dije que era imposible rescatar a Joan y Antonia. Estaban dentro del perímetro sitiado. Y me insistió ir por ti. Fuimos. Fuimos a tu departamento. Llegamos. Estaba desesperada. La entiendo. Quizás no quería irse sin primero haber intentado ubicarte. Entonces golpeamos a tu puerta y no contestaste. El tiempo corría. Le dije que nos fuéramos.  Ahí fue cuando sacó su lápiz labial y casi llorando escribió en tu puerta Capitán Manuel Avalos Prado.”
No lo pude creer. Era imposible. Era algo que no debía suceder. Sara sabía que estaba en el supermercado. Cuando supo que el local estaba dentro del perímetro cercado por el ejército, tiene que haber pensado en mil maneras de dejarme algún mensaje. Entonces recordé cuando me mandó el mensaje de texto aquel día en Octubre. El texto rezaba “La Cisterna”. Así, nada más. Me entregaba un acertijo y yo tenía que ser capaz de resolverlo. El problema fue que de forma instintiva tomé mi chaqueta y salí a buscarla. Sabía bien donde estaba.
Me sentí culpable de no haber pensando en ella cuando vi el mensaje en la puerta.
“Te emocionaste” me dijo de repente Joel.
Avergonzado noté que una lágrima rebelde se había asomado de mi ojo derecho.
“Ese mensaje me salvó la vida” le dije.
“¿Te dirigiste a la base?”
“No precisamente” contesté.
“Bueno, si le quieres dar las gracias, acompáñame. Ya llegamos a la casa” declaró.

Continuará...

miércoles, 24 de octubre de 2012

Día 206: Accidentes

Día 15, Parte 1

Iba en una micro camino al local de abastecimiento por las calles de Concepción, cuando un camión impactó la parte frontal del transporte.


Liliana era el nombre de la mujer con un desprecio en el rostro. La entendía. De pronto el ejército sitió su ciudad y la comida, el agua y la electricidad estaban siendo racionados hacia los interiores. Cerraron los centros comerciales, los cines. Cortaron el transporte público. No había accesos a las playas. Entonces de pronto la ONU interviene la ciudad y hay montón de soldados de todas las naciones circundando las calles.
De pronto Concepción tuvo que asumir el puesto de Nueva Capital. Fue un momento convulsivo.
Entonces la mujer asiente a todos los datos que le da el milico sin decir palabra.
“Acompáñeme” me dice cruzándose de brazos.
La ONU obligó a los pobladores a ceder sus hogares para recibir a los refugiados que estaban emigrando desde todos los puntos del sur del país. Hubo conflicto en un principio, pero a los penquistas no les quedó de otra.
Me dejó en una pieza con una ventana sucia y una cama destartalada. Salió y no me dijo nada.
A las nueve tomábamos el desayuno. El primer día le consulté por alguna lista de ingreso a la ciudad de los refugiados, compartiendo una taza de leche.
“No sé nada yo de esas cuestiones. No me interesan”
Liliana era una mujer de unos treinta y cinco, quizás. Su rostro demacraba cansancio y ansias muertas de que aquella invasión terminara. Su delgadez ayudaba a darle la imagen de una mujer que se esforzaba sin resultados. Su boca denotaba rastros de alguna vez haber sido una muchacha llena de luz.
Le pregunté a un soldado que me pillé una vez por las calles de la capital, pero tampoco tenía información. Inclusive fue más categórico declarando que dicha lista no se había escrito.
Entonces Sara estaba más lejos de mí. Sara era más imposible. Recordé el día que la llevé a conocer el departamento.

No me pasó nada. Fue el puro susto. Me bajé de la micro y consulté por otro punto de abastecimiento. Con la información me dirigí al lugar. Era un supermercado a los interiores de un centro comercial.

La primera vez que vi sonreír a Liliana fue el martes de la segunda semana del año. Estaba lavando su ropa, cuando me pidió si podía ir a buscar los packs de comida que la ONU estaba distribuyendo. Me quedó mirando con ternura y no con desprecio como siempre lo hacía al momento del desayuno, el almuerzo y la cena.
Los días que siguieron, fueron más gratos y cómodos. Me contó que su marido e hijo partieron a la región de O’Higgins, al frente. Ambos eran militares. Y que la invasión tan repentina de tanta gente le había acarreado desconfianza y temor. Por eso la pared puesta.
Agradecí el gesto de confianza. Era más llevadera la situación. Sin embargo no le comenté de mi búsqueda, que hasta el momento era infructuosa, y de la muerte de mis padres y hermano. Yo seguía siendo el mismo de siempre.

Estaba a punto de irme del supermercado, cuando mi vista se topó con la de un hombre que me observaba totalmente desconcertado y boquiabierto.
Al observarle por algunos segundos, mi mente choqueada no pudo asimilar a quién estaba viendo.

La noche del día 14, como tantas noches, la luz se había cortado. Me llevé el plato de tallarines con salsa al sillón y ahí cené. Liliana tomó una vela y la dejó encima de la mesa de centro. Vestía una sugerente blusa blanca, que terminaba en un glorioso escote. Sus pelos crespos ahora brillaban más. Sus ojos ahora tenían luz y sonrisa. Conversamos largo rato de la vida, de lo tragicómico de la situación. Hasta que alguna mirada se quedó deliciosamente suspendida. Una sonrisa coqueta y decidimos perder la vista en la oscuridad. Fue inevitable no recordar a Sara. Fue inevitable pensar que estaba muerta o que nunca más la iba a volver a ver. Entonces me giro y Liliana está a centímetros de mi boca, observándome en silencio, esperando a que el momento se quebrara.
Aquella noche hicimos el amor.

El hombre se acercó y casi llorando me abrazó con fuerzas.
“Eliseo” susurró.
Se alejó para mirarme otra vez. Yo no sabía cómo aguantarme el vomito.
“Joel” le susurré.

Continuará...

sábado, 20 de octubre de 2012

Día 205: Caminos

Día 9, Parte 4

Leandro agonizó dos minutos. Luego dejó de respirar. John dejó su mano sobre el asfalto y con paso firme se dirigió al capitán, no temiendo a la latente orden de abrir fuego en contra nuestra.
"Déjenos llevar ese estanque a Concepción" le pidió.
El capitán, boquiabierto, no pudo soltar palabra.
"Teniente" dijo de pronto Silva.
El uniformado se giró y pudo ver porqué el cabo había detenido su caminar. El muchacho que había sobrevivido a la zona cero, el que había llevado consigo el estanque de gas, el que había salido en el último avión desde Manuel Avalos Prado y había escapado de una matanza ejecutada por desesperados pobladores, ahora estaba de pies, respirando agitadamente, mirando con ojos completamente negros el cuerpo del teniente, jadeando hilos de sangre por sus labios... infectado.
Leandro había optado por la muerte para dar vida. Había sacrificado su existencia para salvar la de los demás. En ese momento, el capitán ya había decidido dejarnos pasar.
"Traigan una soga" le dije al soldado enmascarado "Hay que amarrarlo"
En eso, el joven comenzó a avanzar deseoso de devorarse a John. Nosotros tres no supimos qué hacer. Fue imposible no recordar el momento en que Joan se abalanzó sobre mi ser y trató de asesinarme. Sólo había que pensar que no había Leandro. Era únicamente carne, huesos y una insaciable hambre caníbal.  Aún así, teniendo todos esos antecedentes en mano, John no podía moverse. Parecía no formular la idea de tener que matar al infectado que se le estaba acercando.
Pero no fue necesario. Un francotirador puso una certera bala en la cabeza del muchacho, haciendo que un pedazo de cráneo y algunos sesos explotaran y cayeran en el suelo junto al cuerpo del infectado.

El cuerpo del sobreviviente fue lanzado a una fosa común, en donde otros cuerpos de infectados cazados ardían bajo un fuego eterno. John y Silva serían los encargados de llevar el estanque a La Serena en el comboy que saliera lo más pronto posible. Allá explicarían todo con lujo de detalle, acompañado del informe del capitán que vio como un chico saludable se convertía en zombie después de beber la toxina. Yo sería re ubicado en alguna casa de Concepción. De pronto todo por algún momento fue luz. Parecía que pronto despertaríamos de la pesadilla.
"Gracias por rescatarme" le dije a John después del abrazo.
"Algún día te contaré en detalle la historia de tu rescate" me dijo sonriendo "Ahora debes seguir buscándola"
Sara apareció durmiendo la tarde de la víspera de año nuevo. Sara me estaba esperando a la bajada del metro. Sara me dijo que me amaba la última vez que la vi.
Asentí esperanzado.
John y Silva se alejaron de mí en un jeep, portando el tanque de gas rescatado de la zona cero. Iban con un pedazo de luz en medio de toda la oscuridad.
Yo seguiría con mi búsqueda.


Continuará...

lunes, 15 de octubre de 2012

Día 204: Morir para Vivir

Día 9, Parte 3

"Hay miles de historias con el origen de la zona cero" trató de defenderse el capitán "La tuya es una más, hijo"
"Yo estuve ahí" dijo Leandro, convencido de que no quería volver "Sobreviví escondido en una cámara de frío, escuchando cómo todo esto partió. Yo tomé uno de los galones de gas que liberó la toxina, el cual aún contiene unos litros de ésta"
El capitán ahora no dijo nada. De hecho, se quedó de pies escuchándolo.
"He viajado muchos kilómetros con el secreto, por miedo a que mis compañeros se descoloquen por tamaña noticia. Necesitaba llegar con el virus hasta acá. Quizás están llevando a cabo investigaciones o que sé yo. Quizás entregar este tanque de gas ayude a detener esto--"
"Todos quieren que esto se detenga" le interrumpió el soldado "Todos. Están tan desesperados porque todo esto acabe, que hasta inventan historias de cómo pudo haber partido esta catástrofe. Hay miles de teorías dando vueltas por ahí, pero el gobierno no se puede dar el lujo de gastar tiempo y recursos en investigar cada historia"
"¿Y qué saben?" pregunté yo.
El capitán quedó descolocado. No supo qué responder.
"La comisión investigadora se asentó en La Serena, lejos de la zona de catástrofe" me explicó el uniformado "No hemos tenido noticias positiva. Lo único que se sabe es que las personas infectadas contagian a otras mediante contacto de fluidos o mordeduras"
"¿Y lo de la evolución?" contraataqué.
"No es momento" me atajó John.
Me era difícil dejar pasar el hecho de la infectada que me había seguido hasta la casa de Joan y del infectado que corrió tras nosotros con perfecta sincronización. Dentro de todo lo inusual de la situación presente, aquellos dos sucesos rompían todos los límites. Si estábamos presenciando un proceso de evolución del virus, era tan importante que se supiera como también lo era la investigación de su origen.
"¿Entonces no saben qué gallina puso el huevo?" continuó Leandro.
Por fortuna, mi intervención pasó desapercibida.
El capitán negó a la pregunta del muchacho.
"Pero no porque digas que traes muestras de la toxina, los vamos a dejar pasar" agregó "Tienen tres minutos para retroceder, si no daré la orden de la apertura de fuego" dijo y dándose media vuelta se dirigió al jeep.
Leandro hizo lo mismo, pero camino al furgón. No sabíamos qué pretendía.
"¡¿Necesita una prueba, capitán?!" gritó el muchacho, abriendo la puerta lateral del vehículo, para luego bajar el tanque de gas.
El uniformado se detuvo. En ese momento sentí que era mejor salir de ahí. El soldado se estaba impacientando. Los francotiradores no tardarían en derribarnos a todos.
En eso, Leandro abrió una pequeña tapa de un tubo alojado a un costado del estanque de gas. Luego nos miró a todos con una extraña sonrisa en su boca y una mirada tranquila. Parecía ser un hombre entregado y dispuesto a dar todo por la causa que defendía. Estaba dispuesto a entrar, inclusive si eso envolvía el hecho de no hacerlo él.
"Encuentren la cura" nos susurró y levantando el tanque de gas, le dio dos tragos a su contenido.
Acto seguido, lo bajó y se secó los labios.
En ese instante nadie dijo nada. Todos estábamos esperando ver algo que nadie había visto que sucediera. Leandro en cualquier momento tenía que ser golpeado por el virus, convirtiendo lo en el enemigo.
"Capitán, yo no sé nada de mi familia" comenzó a decir el muchacho "No sé si están aquí, en Nueva Capital o murieron infectados en Santiago. Debería estar buscándolos para salvarlos de esta terrible catástrofe que afectó al país. Y le prometo que cada día quisiera estar con ellos y poder abrazarlos, protegerlos, porque cuando los tuve a mi lado, nunca ni siquiera les dije que los amaba. Pero tiene que haber un accidente de estas características para que nos demos cuenta que perdimos el tiempo en problemas estúpidos, pensando cosas horribles cuando hay tantas cosas bellas por las cuales perder la razón. Tienen que suceder cosas así para que nos demos cuenta que no hemos valorado ningún gramo al... qué está.. al lado--"
Leandro no pudo seguir articulando letra. Penosamente cayó al suelo, lentamente, hasta quedar completamente tendido.
John corrió en su auxilio...


Continuará...

martes, 9 de octubre de 2012

Día 203: El Virus

Que he recorrido camino con esta historia. Al frente tiene la séptima parte. Espero les agrade y la sigan. Queda poco para el final de esta narración. 
Disfruten.

Día 9, Parte 2

No era opción volver. Detrás del camino que iba dejando la furgoneta, no había nada para nosotros. No teníamos a dónde volver. No teníamos historia de la cual aferrarnos. Todo lo que nos podía llegar a pertenecer estaba al frente, escondido en alguna parte del penumbroso futuro.
Entonces John comenzó a descender la velocidad del vehículo en el que íbamos, estacionándose frente a la barrera que impedía el paso en la carretera. Más adelante, a unos treinta metros, un jeep militar venía a encontrarnos, alejándose del puesto de control. La situación comenzaba a tensarse; no sería fácil entrar a la Nueva Capital.
De pronto el camino se había convertido en un cuello de botella. Lugar propicio para dejar aparcado un puesto de control.
"No es opción volver, chicos" dijo John y se bajó de la furgoneta.
Concepción estaba tras los frondosos cerros que llenaban la escena. Del jeep se bajó un soldado con una AK-47 en las manos. El piloto, ambos cubiertos con sendas mascarillas de oxigenación, lo franqueó camino a nuestro encuentro.
Fue inevitable no ponerse nervioso. Parecía estar experimentando una situación a punto de estallar. Una mala palabra y cualquiera de los dos bandos abriría fuego. En eso, alterado Silva comenzó a mirar las laderas de los cerro. Imité su acción encontrándome con otra preocupante situación; francotiradores, quizás unos siete, esperaban con los dedos en los gatillos a que la historia colapsara.
John estuvo a un metro del primer soldado que había bajado. La barrera era lo único que los separaba.
"Teniente" se cuadró el enmascarado, al cual sólo se le podían ver los agitados ojos.
"Capitán" lo saludo Benavides.
"Voy a ser claro y conciso con ustedes" comenzó a decir el hombre del otro lado, dándose una pausa para mirarnos a todos "Están prohibidos los accesos a la ciudad vía terrestre. Sólo un permiso del capitán de plaza puede dejarlos entrar"
"No lo tenemos" dijo John.
"Entonces tengo que pedir que se devuelvan. Tengo estrictas ordenes de impedir el acceso por esta entrada" repitió el hombre, tenso y deseoso de que el dialogo terminara.
"Necesitamos entrar" dijo el piloto "Traemos una carga preciosa"
Y ahí estaban otra vez utilizando una jerga que no podía entender.
"Lo siento. yo--"
"Venimos desde la zona cero" saltó Leandro desde atrás "Traemos lo que podría ser el virus que inició todo esto"
Un silencio inmortalizó el lugar. John tuvo que girarse a mirar al muchacho, con sus ojos desorbitados. El soldado que acompañaba al capitan se acercó y ambos se intercambiaron unas fugaz mirada. Silva y yo hicimos lo mismo. Sólo sabíamos que en el furgón traíamos un tanque de gas utilizado para liberar la toxina que infectó a más de dos mil personas a dentro de un supermercado. Pero nunca, en todo el trayecto hasta Concepción, Leandro había declarado traer la toxina propiamente tal...




Continuará...

viernes, 5 de octubre de 2012

Día 202: El 14

Cuando me bajo del taxi, el primer recuerdo que me detiene es el de la escena de ella corriendo lejos de mí. Moría por tener un auto y romper las calles para ayudarla, pero lo único que tenía en mi billetera era el pase de básica de Pablo. Debería estar tomando la micro, pero prefiero verla hasta que se pierda de mi vista. Prometí nunca más dejarla sola.
Ahora camino medio ansioso, medio apurado, con su regalo colgando de las manos. La noche me acompaña cómplice, como Isabella al celular. Hace unas dos horas había terminado de cruzar todo Santiago para llegar ahí. Hace media hora la había llamado para asegurarme que no se durmiera.
Me senté en una banca en la plaza de la esquina de su pasaje. Está medio dormida, medio despierta, esperando a que llame. Esperando a que coma. Esperando a que descanse. Esperando a verme, porque el miércoles había sido un día medio raro, pero por raro que sea, se queda. En una moto scooter llegan dos hombres. Se escabullen en la oscuridad y comienzan a perderse en el vicio.
Yo estoy a unos diez metros de ella, tratando de explicarme porqué la amo tanto, recordando que ella ya había dejado de hacerse esa pregunta. Ella está en el sillón pensando que estoy a cincuenta kilómetros. Hoy es una noche dulce, de sorpresa, una noche para olvidar que somos humanos. Es una noche para pensar que somos algo más.
Marco su número en el celular.
"¿Por qué no sales a la calle? Estoy afuera de tu casa" le digo.
Ella no me creyó... hasta que llegó a la reja.

martes, 2 de octubre de 2012

Día 201: Cabro Chico

Y para llenar el vacío de las Navidades, me compro cosas por internet con despacho a domicilio.

No hay sensación más exquisita que pasar el día entero esperando a que el regalo llegue a la casa.