lunes, 31 de octubre de 2011

Día 103: Los Hijos de los Hombres que no Volveran

Capítulo Once 
Parte 1


Incomodo sonó el maldito teléfono en medio de la cálida noche. Con el sabor de las pesadillas de ese extraño último fin de semana en la base fronteriza Atacama, buscó el auricular en la omnipotente oscuridad. Era Angelo desde el otro lado.
"El gobierno nos traicionó, camarada" dijo loco como siempre "Te necesito"

De los cuatro narcotraficantes, uno resultó con la cabeza reventada y falleció al instante. Al que iba manejando, Javier lo tenía apuntalado con su fusil de guerra, con hambre de presionar el gatillo, extaciado por la situación que se mezclaba entre gritos y garabatos "Bajense los conchesumadres" Su respiración se aceleró y su corazón golpeteaba con rabia su pecho. Recordó el momento en que le echó la pastilla molida a la sopa del sargento, una de las mismas que le daban a los caballos de la base para que se adormecieran y poder así hacerle examenes que incluían meterles el brazo entero por el recto. A esas horas dormía como un caballito en su cama. Mientras que ellos tomaban detenidos a los narcos bolivianos que ilegalmente venían cruzando la frontera hacia el pueblo. Angelo tomó entre sus manos la ropa de Heriberto Piña y olvidando que el pobre hombre se había dado fuertes vuelcos dentro de su camioneta, lo levantó y lo dejó de pies. El boliviano, un hombre de contextura delgada y tonificada, aturdido por los golpes y una herida abierta en su frente, como pudo trató de estabilizarce y de entender que la cosa que lo había levantado era un muy extraño lobo negro. Trató también de recordar que mierda se había jalado para, después de un choque, llegar a ver a un lobo negro de pies. Los ojos oscuros de la bestia lo miraban fijos y atentos a lo que hacía. Entonces se giró hacía la luz y logró ver a sus hombres apuntalados con fusiles por soldados chilenos. Los habían atrapado. Al frente Pedro vestido de Judas, con la mirada baja, era la explicación a todo. Los había delatado y ahora tenía que dar una buena excusa para safar de la complicada situación.
"¿Por qué nos chocaron?" le preguntó a lo que para él era la alucinación de su mente podrida en drogas.
"¿Usted es Heriberto?" le preguntó Angelo.
El lobo negro hablaba. Haya sido lo que haya sido que se metió a la nariz, era muy bueno.
"Ese soy yo. Al que chocó con su camioneta, señor Lobo" contestó Heriberto.
Angelo dudó si los movimientos del narco eran los de un hombre borracho o los de uno aún aturdido por el choque. Sea lo que sea que todavía lo tenía con sus sentidos apagados, le hacía ver al conscripto como un extraño animal o una alucinación quizás. Entonces Martinez decidió tomar el cráneo del animal y quitárselo, así su rostro quedó al descubierto de la noche que lentamente comenzaba a teñirse de la luz del alba.
Heriberto rió estrepitosamente.
"¿Usted asesino a una niña en el bar del pueblo hace dos noches?" le preguntó Angelo.
Todos pusieron atención a la respuesta. El boliviano no dejaba de reír. El conscripto paciente esperaba, sintiendo cada segundo pasar del extraño momento.
"Eso da lo mismo" dijo finalmente "Lo que le hice a ella da absolutamente lo mismo. En realidad, a ustedes les tiene que dar lo mismo. Ustedes no puden hacer nada haya o no hecho algo. El ejercito no puedo interferir en estos tipos de situaciones. Sólo deben velar por la seguridad de la frontera, algo que también da lo mismo porque si se dan cuenta aquí no hay frontera. Y si llevamos más allá toda esta lamentable situación, ustedes no deberían estar aquí, porque tu, pendejo, no debes ni siquiera tener edad para cargar un fusil"
De repente quedó la sensación de que todo se había ido a la mierda y que el siguiente paso que había que dar era correr y olvidarse de ser soldados. Pero había uno que no movió musculo alguno. Ángelo se acercó y le clavó la mirada en la parte más profunda de su alma.
"¿Fue usted?" le volvió a preguntar.
"Si. Yo fui" dijo soltando una pequeña risita ironíca "¿Sabes lo estrechas que pueden ser las niñas de esa edad? Son lo mejor. Si no sabes lo que es sentir eso deberías experimentarlo. Es más, si dejamos este impás de lado, yo invito esta noche el primer trago y nos vamos de jarana hasta que no demos más ¿Qué dicen?"
"¿Por qué lo hizo?" le preguntó el conscripto. Parecía no escuchar lo que Heriberto decía.
El narcotraficante notó que sus palabras no iban a caer a los oidos de nadie y eso lo incomodó un tanto. Fue por eso que su rostro cayó en una seriedad amenazante de estallar en rabia.
"Porque yo le doy sustento a este pueblo que tu país olvidó. Por mí comen, duermen y beben agua. Es por mí que viven y pueden darle una vida digna a sus hijos. Gracias a mí el desierto aún no se los traga. Me deben mucho más que la zorra de una pendeja. Muchos más. En estos rincones del mundo, las personas nos regimos por otros tipos de leyes, diferentes a las tuyas. Así que pesca tu mierda de coraje y llevártelo de aquí, mira que poco te va a servir"
Sin previo aviso, Angelo cortó sus lacerantes y punzantes palabras con un derechazo que lo envió directo al suelo. Los demás soldados no dejaban de mirar los pasos que el conscripto iba dando. La sensación de ver que nada lo detendría y que todo llegaría muy lejos los tenía demasiado nerviosos. Querían arrancar, pero sabían que sería más terrorifico  ver el rostro de Ángelo molesto por la traición. Heriberto, aún más aturdido, como pudo buscó ponerse de pies. El conscripto, siendo calcomido por el recuerdo de las palabras del narcotraficante refiriéndose a lo sucedido con la pequeña, se quitó la piel que colgaba del resto de su cuerpo y cogió una soga que llevaba entre sus ropas. Pateó duramente en el estomago al boliviano que se venía parando y lo tomó de los pelos de la nuca, arrastrándolo hacía la camioneta. Lo dejó caer y amarró con la cuerda sus muñecas. La noche se ahogó en una manta azulada de muerte. Las estrellas arrancaron....


Continuará...

miércoles, 26 de octubre de 2011

Día 102: Juan "El Lobo" Contreras

Capítulo Diez

La historia contaba de un tal Juan Contreras y su hazaña al salvar la vida de sus compañeros cuando tuvieron que cumplir un ejercicio de expedición. Iban sin armas. Sólo sus mochilas con lo justo para poder pasar la noche en el frío Atacama y un cuchillo por cada uno. Eran diez. Regresaron cuatro.
"Fue a la segunda noche cuando aparecieron el lobo negro y el blanco. Asesinaron en menos de un minuto a cinco conscriptos. Por lo que contaba Contreras, las bestias atacaban directamente al cuello de los soldados, por lo que no les dio tiempo de ni siquiera sacar las cuchillas para defenderse. Los demás corrieron despavoridos por el desierto..." relataba Rojas, mientras abría la puerta de la bodega "Pero no él. Juan Contreras experimentó la sensación de estar frente a la muerte y eso lo cambió por completo. Se enfrentó a los dos lobos y les ganó. Los desolló y llevó las pieles al cuartel en señal de que a él nada lo podía derrotar. Que era indestructible"
"Nunca había escuchado de él ¿Qué le pasó?" preguntó Angelo.
"A la semana de salir del reclutamiento, lo atropelló una micro en la esquina de Bandera con Moneda" declaró Rojas, al mismo tiempo que tomaba las pieles de los lobos "Están son las pieles que se guardaron en honor a su memoria. También fueron las que se usamos la noche de tu prueba" dijo Rojas.
Angelo Martinez, como descubriendo un tesoro, se acercó lento y entre sus manos tomó el traje del lobo negro asesinado aquella noche. Un escalofrío lo recorrió por completo, lento y electrico, al saber que aquel traje tenía completa conexión con su proceso. Estaba frente a su persiguidor, el que le había dado las armas para ser lo que era ahora. Estaba frente a él...

Heriberto Piña vio entre la negrura del desierto la figura de Pedro Montéz de pies. Su chofer detuvo la camioneta y le hizo una seña para que se acercara. Encontró extraña su presencia ahí. Siempre lo esperaba en el pueblo.
"¡Amigazo! ¿Nos viene a recibir?" le preguntó.
Fue en eso que dos luces aparecieron de la nada y la camioneta en que iba el señor Piña se volcó brutalmente después de ser impactada...


Continuará...

sábado, 22 de octubre de 2011

Día 101: La Niebla

 Capítulo Nueve


El despertar no fue el mismo. Había algo extraño en él que le hizo pensar que el estar en su cama era un error en toda la historia. Se levantó bajo la penumbra de una niebla que cubrió el valle por completo. Raudo se vistió y salió al patio de la base. El frío de la tempestad calma le golpeó la cara violentamente. La densidad de la bruma blanca permitía sólo ver algunos pasos más adelante. Todo lo demás era un misterio. El sargento miró la hora en su reloj de muñeca. Eran casi las once de la mañana. ¿Dónde están los demás? Se preguntó. El que no hubiera respuesta lo aterró un tanto. El silencio parecía salido de una pelicula de terror, en la cual de pronto los zombies salían corriendo para comerse su cultivada pansa. Entonces decidió quedarse quieto y escuchar. Y el silencio no fue tan silencio cuando un ruido se dejó sentir en la parte más profunda de la niebla. El sargento lo asimiló a el repiqueo de algo arrastrandose en la tierra lentamente. Si no hubiese estado la tempestad habría pensado que podía ser un soldado haciendo punta y codo o el penoso caminar de una tortuga. Pero la niebla era tan extraña y penumbrosa que su mente de inmediato disparó la imagen de un ente gordo, negro y peludo, arrastrandose hacía él deseoso de sus carnes, dotado de dientes que le darían una muerte segura y lenta.
"Por la cresta" susurró.
Se molestó con él mismo por pensar tanta estupidéz. Cosas así no existian. Así que prefirió ir a ver de donde provenía el sonido que aún permanecía, para saber qué cosa era y si esa cosa sabía algo de sus hombres. 

Tuvo que reirse de si mismo cuando vio a Martinez colgando de la barra de ejercicios, haciendo abdominales con los ojos vendados y sin polera. Llevaba quizás ahí unos diez minutos ya que su dorso y frente transpiraban con entusiamos.
"Martinez" le dijo el sargento.
Angelo se detuvo al escuchar su voz. Luego aflojó las piernas y antes de caer, se giró en el aire y cayó de pies. Se quitó las vendas y se cuadró frente al sargento. 
"Martinez ¿Sabe dónde están los demás?"
"Están durmiendo, mi sargento" contestó Angelo.
"¿Durmiendo? ¿Pero por qué?"
Angelo Martinez, que cuando se dirigía a su sargento miraba en línea recta al frente para no topar su mirada, esta vez lo miró fijamente.
"Usted les dio el fin de semana libre a los hombres, señor. El cuartel nos ordenó volver mañana por la mañana debido al accidente en El Muerto. Los hombres están descansando de todo lo que ha pasado" dijo el conscripto.
De golpe el sargento recordó lo que había sucedido el día anterior y las consecuencias desparramadas. El comandante en el cuartel general militar de la región decidió que el batallón doce regresara de la base fronteriza por el accidente acaecido en el cerro El Muerto, que tuvo como desenlace la muerte del conscripto Chávez. Tenían que volver la mañana del lunes. Ahora era domingo.
"Disculpe, Martinez" dijo confundido el sargento "Hoy en la mañana desperté como si hubiese tenido una mala noche, llena de pesadillas. Pero no recuerdo haberme despertado o algun mal sueño. No sé. Es extraño" dijo y se detuvo al sentir un extraño olor "¿Huele a quemado?"
"El circuito de trote que hago todas las mañanas, pasa cerca del pueblo" dijo Angelo "Al parecer había un incendio en los interiores, pero no le avisé porque... nosotros no tenemos juridicción sobre ellos" dijo, buscando igualar la frase que la mayor autoridad de la base había ocupado el día anterior.
El sargento quedó anonadado. Impactado quizás. El problema era que no sabía que las tres casas que hace poco habían terminado de arder, después de hacerlo toda la noche, habían sido incendiadas por sus conscriptos por tratarse de moradas que en su interior contenían lo que fueron sofisticados laboratorios de cocaína y heroína. La situación había sido confesada por el lider de la comunidad. El negocio mantenía vivo al pueblo, ya que los compradores que provenían desde Bolivia cruzaban la frontera para llegar a comprar las drogas. Y en una de esas cruzadas, ocurrió el asesinato de la pequeña.
"Bien hecho, Martinez" le dijo el sargento "Que los pelaos preparen sus cosas para volver mañana temprano"
"Si, mi sargento"


Continuará...

miércoles, 19 de octubre de 2011

Día 100: Post Mortem

Capítulo Ocho

Javier recordó la mañana que vio salir a su amigo de la pieza con una mirada totalmente diferente. Ya no era un joven perdido en la vida. La casería de la noche anterior lo había dotado de coraje y valor y se notaba en su forma de caminar. Dio veinte pasos sin decir nada y luego miró el sol. Así se quedó un rato y luego observó su rededor. Javier sintió que Angelo no era el mismo. Mas allá de haberlo expuesto a la sensación de morir y dejar que eso lo hiciera un hombre, parecía ser un ser superior a todos. Con sólo estar de pies en medio del patio de la base, podía expeler inteligencia y voracidad. No era un hombre. Era un ente.
Ahora se metía al bar del pueblo con el primer hombre que cruzó palabra. Supo entonces que todo había llegado lejos, muy lejos, pero también sabía que para el conscripto loco esto era algo necesario. En eso Rojas se le acercó. Una mujer necesitaba hablar desesperadamente con él. De su falda colgaba un tímido pequeño. La dama, de pelos negros atados a un cole y manos que gesticulaban lo delicado de la situación, indicó el lugar en donde velaban a la niña asesinada. Como el doctor de la base y segundo al mando en la ilícita expedición, le ordenó a Rojas y dos soldados más resguardar la situación a las afueras del bar. Él junto a otros dos conscriptos acompañarían a la mujer camino al velorio.
Era inexplicable y nunca pudo encontrarle razón o motivo al cambio sufrido por Angelo. Había iniciado un camino sin regreso y eso le asustaba al pensar que era un hombre que no conocía los límites y tal forma de moverse podría transgredir las leyes humanas. Pero basta, pensó. La noche ya había llegado a límites inimaginables y él pensando en la base de las reglas que movían a su amigo. Siguiendo a la mujer que rapido se desplazó por calles oscuras, entró a una pequeña casa, provista de una puerta que le obligó a inclinarse un poco para que su casco no chocara con el umbral. Adentro un living atestado de demacrados rostros fantasmales iluminados por los fugaces aces de luz de desgastadas velas que pendían de oxidados candelabros. Y en medio escabroso el cuerpo de la niña envuelto en una sábana blanca. Javier recordó a su pequeña hermana jugando en el antejardín. Sintió hasta la brisa tibia de su querido Castro. Sin embargo, el frío del desierto atacameño se hizo sentir en todo su cuerpo en el momento que con cuidado y sigilo tomó el cuerpo inerte de la niña. Tenía seis años, le dijo su madre cuando consultó la edad.
"Sólo seis añitos" dijo acariciendole la frente blanca y fría.
El médico la llevó hasta su cuarto, un lugar oscuro como una cueva y silencioso como una iglesia. Le quitó la sábana y luego el vestido amarillo que llevaba puesto. Poseía la tipica corbatura estomacal de niño. El ombligo regresando a la posición que ocuparía toda la vida. Vida que le arrabataron. Sus senos aún era nada. Su cuello se retorcía con alegocía. Sus rodillas aún estaban sucias de tardes de juegos y sueños. Hijo de perra el que se atrevió a tocarla.

Angelo, sin pedir permiso, entró en la morada en donde el velorio había sido interrumpido hace quince minutos. En el living se encontró con el perturbado e impotente rostro de Javier.
"¿Dónde está?" preguntó el conscripto.
"En su pieza. He ordenado que la vistan. La volverán a traer para acá" contestó el médico.
"¿La examinaste?"
Javier asintió en silencio.
"El maldito borracho no me supo explicar qué le hizo el hombre que la mató..."
"La violó" lo interrumpió drasticamente el médico. Un silenció congeló el lugar. 
Acto seguido, María estalló en un ahogado llanto y cayó al suelo. 
"No puede ser"
"La violó y luego debe haberla lanzado al suelo. Su craneo se partió en dos. Eso la mató"...


Continuará...

domingo, 16 de octubre de 2011

Día 99: Toque de Queda

Capítulo Siete

Aún sentía el lacerante escalofrío que la recorrió cuando con delicadeza tomó el cuerpo y lenta lo llevó hasta la casa de María. Bajo la tenue y penosa luz de las velas que improvisadas pusieron por toda la casa, se observaba sus temblorosas y arrugadas manos. Angustiada buscaba por una buena explicación a lo sucedido, pero por aquellos rincones del mundo nadie llegaría con una buena excusa. Así que se llevó sus manos al pecho para apagar el fuego que la consumía por dentro, alimentado por la impotencia y la sensación de inseguridad al vivir ahí. Felices los que escaparon y una niña yacía muerta sobre una mesa que se consiguió en la misma taberna donde había muerto. Llorando la envolvió en la única sábana blanca que encontró en el viejo armario y besándole la mejilla la tendió sobre la mesa. Ahora María desconsolada lloraba aferrada en los brazos de la mujer que le dio cobijo cuando escapó desde Bolivia, rogando a los cielos a que le devolvieran a su niñita, pero la pequeña tendida boca arriba no se volvería a levantar. Alrededor del cuerpo, como oscuros fantasmas perdidos, pueblerinos venían a ver a la que había sido encontrada en el suelo del bar, siendo a veces alumbrados por las pequeñas llamas de las velas. Fue en eso, que emergiendo de la dominante oscuridad, apareció el concho de los Perez. Se le acercó y le susurró al oído que tenía que ir al bar. No había luna aquella noche. Sólo era un techo de millones y millones de estrellas, peleándose por ser la más brillante, formando caminos y ríos en el cielo, llegando a parecer que respiraba... que tenía vida. Al salir a caminar por las noches, siempre tenía la sensación que podía extender el brazo y tocarlas y dejarse llevar a puntos del Universo que nunca imaginó conocer. El retoño de los Perez la conducía aferrado a su mano por los pasajes oscuros y pedregosos del interior del pueblo, esquivando las casas hasta la calle principal, en donde estaba el bar. Se tuvo que detener para asimilar lo que veía. Afuera de la taberna habían estacionados dos jeeps de la base fronteriza del ejercito. Junto a ellos, unos seis conscriptos armados con fusiles tenían en fila a todos los borrachos que deben haberse estado sirviendo los litros y litros de vino que compraban para quedar como estaban, apostados sobre la pared de la misma taberna, con las manos sobre la cabeza. La mujer y el niño, cuidadosos de no ser descubiertos, se acercaron para escuchar lo que sucedía.
"Es difícil para mí pensar que el asesino de la niña es de otro pueblo" dijo uno de los conscriptos "La primera razón porque pienso eso es porque no hay pueblos en muchos kilómetros a la redonda. La segunda razón es porque, como a nosotros, ustedes no dejarían entrar a afuerinos a su pueblo ¿Por qué? Porque ustedes no quieren que el rededor vea cómo son las cosas aquí. Déjenme decirles que están equivocados. Ustedes viven dentro de un país y al vivir dentro de un país, aceptan ser gobernados por las personas que ustedes mismos eligen. Ustedes no se pueden gobernar así mismos. No tienen el derecho constitucional de hacerlo. Tampoco de imponer reglas. Menos de tener a esta gente viviendo así. Pero a partir de hoy eso cambiará radicalmente. Y cambiará entregandonos al asesino de la pequeña"
Hubo un silencio. Ninguno de los hombres apostados sobre la pared dijo palabra alguna. Era una forma muda de decir que se reusarían a cooperar. El problema era que el conscripto carecía de paciencia. Así que, sin ganas de perder el tiempo, se acercó al primero en la fila del lado derecho. Sin saberlo, estaba encarando al lider del pueblo. Un tirano sin valores que con grito y puño tenía al pueblo controlado para satisfacer sus propios y oscuros intereses.
"¿Ustede sabe quién fue?" le preguntó el conscripto.
El hombre levantó su desafiante y encolerica mirada, clavandola en la del decidido soldado.
"No"
El conscripto no le creyó. Pero sabía que con palabras no podría rescatar información alguna. Entonces se puso delante del viejo que temblando de miedo estaba de pies al lado izquierdo del lider del pueblo.
"¿Y usted?"
"No, mi señor" contestó sin bacilación.
El soldado supo que ninguno hablaría. Entonces decidió que el modo era errado y que con personas como las que viven en lugares tan alejados de la civilización había que ser extremadamente duros. Imponer el poder como lo había hecho al dejar el pueblo en toque de queda para poder proceder con más tranquilidad sería la única forma de hacerlos hablar. Así que le preguntó al tercero de la fila, un joven flacuchento y ojeroso, que miedoso lo miró.
"¿Y tú joven, sabes quién fue?"
El joven negó con la cabeza.
"¡¿Eres mudo?!" le preguntó el conscripto gritando y poniendo en su frente la punta del frió y pesado fusil.
"No, señor" contestó el adolescente quebrandose en un reprimido llanto de terror.
"¿Quién fue?" volvió a preguntar el soldado.
El joven giró su cabeza para intercambiar una fugaz mirada con el lider del pueblo. El hombre no se movió, pero con su sola mirada le dijo que guardara silencio. Sometido el chico, aceptó.
"No lo sé"
"¡Mientes!" gritó el conscripto, al mismo tiempo que cargaba su fusil. 
La mujer impactada por la escena, tomó la cabeza del pequeño Perez y con su vientre cubrió su vista. Algo malo iba a suceder y ella no quería que el niño viviera con aquel trauma.
"¡Es la verdad! Estabamos todos bebiendo, cuando la niña apareció muerta en el medio del bar. Todos nos levantamos a buscar al maldito que lo había hecho, pero..."
Y un disparó quebró la tranquilidad inestable. El chico fue silenciado por el paso de la bala que le voló los dientes y la nuca, bajo la atonita mirada de los pueblerinos detenidos y los conscriptos presentes. Un salpicón de sangre se desparramó por la pared y el cuerpo del joven cayó...

Continuará...

miércoles, 12 de octubre de 2011

Día 98: Recuperese, Rojas

Capítulo Seis

"Carabineros no llegó y no llegará. Los pobladores lo dijeron" habló el soldado "Pueblos fronterizos como estos no son gobernados por la entidad regional y tampoco la nacional. Son núcleos rurales olvidados por el gobierno. No reciben apoyo. No son gobernardos. Son parecido a una pequeña nación independiente. Y viven de lo que pueden rescatar en sus rededores. Tampoco hay calidad de vida. Están olvidados. Creo, sargento, que nosotros como entidad militar debemos ejercer soberanía y gobernar donde el gobierno no lo hizo. Debemos entrar al pueblo y saber qué pasó" le dijo, mirándolo fijo y penetrante a los ojos.
"No se hará, soldado. Y es mi última palabra..."
"¿Qué pasó en el pueblo?" interrumpió Javier la discusión.
"Al pasar por el poblado, camino al cuartel, notamos una situación extraña en sus calles. No quisimos entrar porque llevábamos el cuerpo de Chávez y lo que menos quería era causar impresión en los civiles" explicó el sargento. Otros soldados de la base yacían apostados en la puerta, atentos a la situación que ya se relajaba "Al volver, quisimos saber qué ocurría, pero un grupo de no más de treinta hombres nos impidió el paso..."
"Una civil se coló entre la horda y nos dijo que una niña había sido asesinada. Les pedimos nos dejaran entrar para chequear la delicada situación y nuevamente se negaron" continuó el soldado que exacerbado había encarado al sargento. "Dijeron que siempre han resuelto solos sus problemas, que Carabineros y el gobierno nunca habían entrado a las calles de su pueblo"
"Y nosotros no vamos a ser los primeros" siguió el sargento. "Soldado, usted ya ha causado varios problemas con su actitud de rebeldía. Siga haciéndolo y yo mismo me encargaré de devolverlo suspendido a Santiago" dijo el hombre, de bigote canoso y frente arrugada, saliendo veloz del cuarto.
"¿Qué edad tenía la niña?" preguntó desde atrás Dagoberto.
"Seis años" respondió el soldado. 
"Mi hija tiene seis años" dijo Rojas, recordando la sonrisa de su pequeña.
"Ella tenía una madre. ¿Tiene señora usted?"
"Si"
"¿No le gustaría a usted y su señora saber qué pasó con su hija si algo le hubiese sucedido?" preguntó el soldado, haciendo llegar de forma indirecta la pregunta a todos los oyentes.
"Claro que sí"
"Es obvio. Pero a esa señora que está en el pueblo nunca nadie le va a dar el derecho total de saber qué pasó con su pequeña hija. Por la negligencia del gobierno y la autoridad, no podrá existir la oportunidad de realizar una investigación, peritajes y todos los procesos que conllevan una delicada situación como esta. Y todo esto es culpa de una manga de borrachos que controlan el pueblo..."
"Desde hace años que la cosa es así en el pueblo" interrumpió uno de los soldados en la puerta.
"¿Y vamos a dejar que siga siendo así?" preguntó el loco, como Rojas le decía.
Hubo un silencio. Era difícil responder un "si", ya que responder que sí era desafiar las ordenes del sargento. Sin embargo, un pequeño sentimiento de impotencia crecía como hiedra por la columna en el cuerpo de todos los presentes. No era justo lo que estaba ocurriendo.
"Es nuestro deber ayudar. Para eso nos forman y no lo estamos haciendo. Y si no hacemos nada no deberiamos hacernos llamar soldados" terminó por decir.
El silencio se hacía mas denso y más profundo. Sólo las respiraciones y el golpeteo de los corazones de los escuchas era lo único que se percibía. Fue entonces que Javier decidió salir. Los demás, pensando en las palabras del radical hombre, lentos y cabisbajos hicieron lo mismo.
"Gracias" dijo Dagoberto "Gracias por cortar la soga allá arriba"
El soldado se acercó amable y posando su mano sobre el hombro derecho del soldado herido, le dijo:
"Recuperse, Rojas. Muy pronto vamos a estar de vuelta en ese pueblo"...


Continuará...

domingo, 9 de octubre de 2011

Día 97: Tormenta de Arena

Capítulo Cinco

Dagoberto Rojas estaba teniendo una pesadilla del terrible momento en que vio que su compañero cortó la cuerda y su cuerpo se perdió en la penumbra del viento y la arena que tormentosa lo arrastró al vacío. Después vino una fuerte angustia en el pecho y mucha oscuridad. Despertó de un asalto en la cama del cuartel y Javier lo atajó para que no cayera de la cama.
"Tranquilo, Rojas"
Dagoberto, desorientado y descolocado, tenía la boca extrañamente seca y un punzante dolor en la frente. Dolor que lo obligó a calmarse y a volver a tenderse. Respiró hondo para tranquilizar su agitado corazón y buscó por todos los medios tratar de quitarse la imagen de aquella terrible pesadilla. Aún sentía la arena cayendole como agujas en la cara.
"¿Qué pasó?" preguntó.
Afuera era de día.
"Una tormenta de arena nos atrapó en El Muerto. Casi no volvemos"
Rojas de golpe recordó que la pesadilla no era tan pesadilla y que efectivamente había sido tragado por la fuerza de una tormenta que de golpe abdució al cerro que estaban escalando. Recordaba la pared café oscura avanzando sin obstáculo que pudiera detenerla, amenazante y poderosa, creciendo a medida que recorría metros.
"¿Cómo están los demás?"
Javier no fue capaz de contestar la pregunta al instante y tampoco fingir que todos estaban bien. Dagoberto notó la angustiante pausa en su respuesta.
"Chávez no soportó la caída. Según el ejercicio, si alguno salia herido, no importando la consideración de la situación del paciente, tenía que ser tratado aquí en la base" explicó el médico del cuartel "el Chávez no aguanto las heridas... Falleció"
Dagoberto Rojas también recordó que al último compañero fue a el Chávez, que detrás de él, le gritó que se "agarrara" fuerte del arnés. Después vino la negrura y la arena metiéndosele por la boca y nariz. Pero también recordó que la pesadilla no era tan pesadilla y que el maldito loco que lo sucedía en la cuerda de escalada era el que había cortado la cuerda.
"Ese conchesumadre" murmuró "¡Ese güeón fue!" gritó y un impulso lo hizo buscar levantarse de la cama para estrangular al que para él era el imbécil que había ocasionado toda la desastrosa situación.
"Rojas, calmate" le dijo Javier, obligandolo a volver a la cama, tomándolo de los hombros con sus brazos que no por ser de médico eran debiluchos "Ese conchesumadre, como decí tú, nos salvó la vida. Si no hubiese cortado la cuerda, la tormenta, más temprano que tarde, nos habría arrastrado a todos al acantilado. Cortar la cuerda dividía al grupo y las posibilidades de sobrevivir subían. Fue cuestión de suerte y pudo haber sido peor"
El silencio se apoderó de los labios y la mente de Dagoberto Rojas. Bajo una extraña tranquilidad brindada por las palabras de su compañero, notó que en su frente una banda de genero le afirmaba una bombeante herida.
En eso se escuchó una camioneta frenar toda la velocidad que furiosa tría. Luego la apertura y cerrado de una de sus puertas.
"¡Sargento, sargento!" se escuchó que alguien gritó.
La puerta de la pieza se abrió de golpe y un ofuscado sargento, clavando su enfurecida mirada, entró como un tren bala. Detrás de él el loco que había cortado la cuerda en el cerro lo venía siguiendo.
"Mira como quedó Rojas y acabamos de dejar a Chávez reventado en arena en el cuartel general ¿Y quiere que opte por una sugerencia suya?" exclamó el sargento "Entiendalo, soldado. No podemos interferir en el pueblo. Aquella población pertenece a la soberanía de la gobernación regional y carabineros. Esas son las entidades que pueden dirimir e investigar la situación. Nosotros no podemos interferir..."


Continuará...

jueves, 6 de octubre de 2011

Día 96: Rendirse

Capítulo Cuatro

Supo que moriría ahí, ahogado. Y el saber lo invadió en una sensación de tranquilidad.
Ya podía escuchar la agitación de las respiraciones de sus cazadores. Imaginaba como uno de ellos, quizás el negro que llevaba más tiempo asechandolo, se iría directo a su cráneo, mientras que el lobo blanco atacaría su estomago. Podía escuchar su corazón apunto de detenerse; sus pies pesados rasgando la tierra. Los brazos eran artefactos que rogaba cayeran de sus lados. Pero nada de eso iba a suceder. Fue entonces cuando aquella paz que experimentó cuando adolescente lo invadió por completo. Su cuerpo se preparaba para el final y él también ya lo hacía. Mal que mal, ya llevaba horas arrancando y sus perseguidores no dejarían de correr hasta que cayera ¿Para qué seguir luchando? Era inútil. La voz de la tranquilidad le dijo que sería lo mejor y que nada malo sucedería. Era su final. Iba a morir. Entonces fue que se detuvo.
Dejó de bracear. Dejaría que poco a poco el agua fuera llenando sus pulmones.
Jadeando del cansancio, mientras que las piernas le agradecían el haberse detenido, se secó el sudor de la frente y se giró. La bestia negra y la blanca, con dos pechos que agitados se movían, también se detuvieron a unos cuatro metros de él, observandole atentos a cualquier movimiento, pero no con actitud de ataque.
"Haganlo. No esperen más" dijo, liberándose de una inmensa presión alojada en su pecho.
Las bestias no se movieron.
"¡Sólo haganlo de una vez!... Matenme" dijo extendiendo los brazos, entregado al momento.
Pero las bestias no hacían más que mirarlo.
No entendió nada. ¿Querían darle más agonía? ¿Para qué? ¿No tenían hambre? ¿No era la hora de la cena?
"Por favor" gimió.
Y nada. Las bestías no se movían. Parecían petreficadas.
Fue cuando en su globo ocular un pequeño y lejano destello de luz se dejó sentir. Provenía desde el sur, cerca de las dunas y al pasar de los segundos se acercaba más. Luego eran dos destellos luminosos y el sonido de lo que parecía ser un motor.
Se dejó llevar y cuando el agua parecía que lo tragaría por completo, tocó tierra.
Una jeep del ejercito llegó hasta donde estaba. Arriba de él, Javier conducía y su sargento le observaba serio.
Las bestias se pusieron de pies en sus dos patas y sorpresivamente se quitaron las mascaras. Pudo así reconocer a dos de los concriptos que militaban en el cuartel.

Su mente poco pudo aguantar la idea de que todo había sido una farsa. Millones de preguntas lo abordaron. Un millón de todo lo colapsó y desmayado cayó al suelo...


Continuará...

martes, 4 de octubre de 2011

Día 95: El Lobo Negro, el Lobo Blanco y un Fusil

Capítulo Tres

El agua luchaba contra él y le hacía perder fuerzas. La orilla se veía cada vez más lejos y su garganta se secaba a cada segundo mucho más. Quizás había llegado su momento.
Sabía bien que su velocidad disminuía con el paso de los segundos que eran devorados por las persecución. Sabía que su cuerpo estaba agotando lentamente las energías. En aquel momento todo lo relacionado con resistencia y psicología servía de muy poco. La luna era su única guía en aquel angustiante momento y al parecer la podía oír alentándolo a seguir corriendo. Y a correr más fuerte se obligaba. Estiraba más las piernas, hasta que le dolieran y agitaba más fuertes los brazos. Fue en eso que un recuerdo le chocó la mente. Era él  corriendo bajo un sol calcinante el tercer día de su estancia en Atacama, con un fusil de guerra en la mano. El sargento les gritaba y los alentaba a ser hombres y no unas niñitas. Había que llegar a la trinchera y disparar. A pesar de sentirse transportado a la escena, inclusive llegando a sentir el intenso calor, sólo un momento se reprodujo con una especial lentitud frente a él; corría con su fusil en la mano derecha, el mismo que cargaba ahora, y notó una extraña diferencia: el peso. El de aquella calurosa tarde pesaba más que el que llevaba ahora. 
"No está cargada" pensó.
Quién haya sido el que lo dejó tirado en medio del desierto para que la inagotable bestia se lo comiera, quería divertirse con lo desgraciado que iba a ser su fin. Era lo primero que vio al despertarse tirado en la tierra; su fusil. Había cargado con él durante las horas de fuga y le brindó una pequeña cuota de energía para no dejarlo tirado por ahí. Sin embargo, cuando vio a la bestia, pensó que sería inútil usarla contra ella, ya que estaba totalmente seguro que las balas no la herirían y que la rabia y hambre en su ser crecerían por él. Ahora utilizaba sus fuerzas para girar su cadera y lanzársela. Fue cuando por primera vez contempló de tan cerca a su cazador. Era un ente oscuro, con pelos gruesos y pesados que salían en todas direcciones desde su cuerpo. Sus brazos delanteros se aferraban violentamente al piso, mientras que sus piernas provistas de gruesos músculos impulsaban mayor velocidad a un cuerpo que parecía medir unos dos metros y medios. Su rostro sumido en una negrura total, no parecían tener ojos. No había nada más terrorífico que un ser sin mirada. Parecía no tener vida y sus energías provenian de un mundo desconocido.
"Corre"
Quiso gritar pero ya casi no podía ver a la gente.
Entonces fue cuando supo que oportunismo se había acabado, si es que alguna vez hubo algo de oportunismo. Adelante, corriendo en contra suya, un ente de las misma características de su captor, sólo que con un fino pelaje color blanco, que brillaba bajo la luz azul de la luna, se aproximaba a una preocupante velocidad.
Ahora eran dos. Parecía como si se hubiesen comunicado entre sí, en donde el lobo negro le avisó al blanco que perseguía a un hombre que se resistía a morir y que sería divertido dejarlo como cena. Sin embargo, se propuso no ser una cena fácil de cazar y giró noventa grados hacía el norte, esperando que no apareciera un tercero...


Continuará...

sábado, 1 de octubre de 2011

Día 94: La Casa Boliviana


Capítulo Dos

Alto en el cielo el sol naranjo con sus ardientes rayos el agua abría y él podía ver. Tal vez ese sería su fin y aquel su ataúd.  
No se dio cuenta cuando todo estaba bañado por una silenciosa luz azul. Aferró sus sudadas manos al rifle de guerra frío y temblando pidió por su vida o por despertar. Pero todo aquello era real y el dolor en sus costillas se lo hacía saber. Abrió los ojos y se encontró con el escalofriante esqueleto de la casa que lo albergaba. Quizás se había incendiado y nadie nunca pudo llegar a apagar las llamas ni a salvar a sus inquilinos. La luna, presente como co-protagonista llenaba siempre observadora con su luz todo el ancho y largo del silencioso desierto. Silencio que lo tenía sumido en un profundo mar de inseguridad y angustia al no saber qué había pasado, dónde estaba y qué había sido de su captor. No se tragaba la idea de que haya desistido de la desenfrenada persecución. Lo más posible era que estaba por ahí, esperando a que saliera, extendiendo más la agonía de su alma que sólo quería rendirse. ¿Por qué esperar? ¿Por qué no saltar sobre él y ya? Quizás poseía conciencia la bestia, pensó y por lo mismo estaba disfrutando el hecho de que la presa estuviera parapetada en una casa que no tenía nada de segura, temerosa y poseída por millones de pensamientos que en algún momento le iba a hacer cometer una estupidez.
"Sólo ven a matarme"
Se dispuso a volver a la orilla. El agua estaba fría.
En el momento que gimió por su madre, sacudió la cabeza y se propuso no caer en el pavor de la terrorífica escena. Llevaba demasiado tiempo vivo. Tal vez su oportunismo frente a la situación aún no acababa y todavía podía hacer algo. Correr por lo que alguna vez fue la puerta de la cabaña en donde vivieron conquistadores bolivianos, dueños que él decidió darle a la malograda morada, sería una mierda de decisión sin primero saber que había en las dunas. La luz reinante de la luna quieta con seguridad dejaría ver cualquier movimiento que se produjera sobre las alturas de las lomas que vigilaban el momento. El silencio también se agitaría si algo echara a andar una carrera desesperada. Fue entonces que usó su rifle como bastón y con sigilosos y calculados movimientos se levantó y giró sobre si para ver entremedio de tablas carbonizadas qué había en los cerros. Un manto tercio y fino azulado cubría por completo la tranquila superficie de las dunas. De vez en cuando, peinando con la mirada, un rebelde arbusto se resistía a hacer de los cerros un lugar lizo, salpicando como lunar en la cara la sombra en la tierra. Y detrás sólo oscuridad eterna e impenetrable. Nada, nada en las cercanías. Y loma arriba todo parecía igual, hasta que su vista chocó con el oscuro iris de la bestia que hipnotizada y maniática lo observaba desde la cima del cerro que había caído, para luego dar un salto y emprender nuevamente la persecución.
De golpe cada pierna le pesó unos cincuenta kilos. Como pudo se levantó y se dispuso a arrancar como lo había hecho horas antes. La bestia rugía y el quería llorar al sentir como el pecho se le apretaba de miedo. El rifle parecía ser un tanque en su mano izquierda así que se lo cambió a la derecha.
La luna le mostró lo que venía; mil kilómetros de desierto recto y llano. Nada más. Y en el más allá, a unos treinta minutos corriendo como lo estaba haciendo, un pequeño poblado boliviano...


Continuará...