jueves, 29 de diciembre de 2011

Día 122: Tres Semanas

Nos deseamos la vida y un escape por tres segundos. Llegó el metro y así moría la tarde más exquisita en semanas. Había sido mía por algunas horas y ahora el tren se la volvía a llevar.
"Cuidate" me dijo.
Su boca sabia al sueño más placentero que se pueda imaginar.
Ahora no existe el nunca más. Ahora existe hasta en tres semanas más.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Día 121: Aló

"Hola"
"Hola ¿Cómo estai? Tanto tiempo" le dije.
"Bien. Con ene pega, un poco estresada, pero bien" contestó un tanto nerviosa como siempre.
"Eso es bueno. Tener arta pega" le dije riendo.
Abrí la cortina de mi pieza. Quizás eran las tres de la madrugada. Las estrellas difusas brillaban en lo alto del filmamento.
"Te quiero ver" dijo apurada.
Sonreí y le quise decir que sí, como cuando quise que la fotografia de Peliroja me gustara aún, pero sus ojos de niña tierna aparecieron frente a mí. Orgulloso mentí.
"Estoy con alguien" le dije soltando una risita nerviosa. "Disculpa. No es el momento indicado"
"Por lo menos lo intenté" dijo.
"Eso es bueno" le dije. No sabía cómo colgarle.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Día 120: Crisis

Un sábado estabamos tomando once con mis viejos e Ignacio. Yo había traído un pan de pascua que le compré a una compañera en la pega. Don Karev hizo unas tostadas y mi madre preparó palta y jamón en un plato. ¿Resultado? Mucha loza sucia que papá se ofreció a lavar. Obviamente gesto agradecido por mi vieja. La cosa es que después de las noticias empezó a lavar la loza de la once. Como habían algunos platos sucios del almuerzo, siguió con ellos. La cosa fue que después empezó a lavar el lavaplatos, el mueble. Corrió la cocina a gas y pasó lo mismo. Continuó con la puerta de la cocina. La mesa del desayuno. Las paredes. Con mi mamá lo mirabamos en silencio, un poco preocupados, un tanto divertidos.

Cuando se enoja, hace muebles.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Día 119: Estar

(La duplicación de los nombres con la historia anterior, es mera coincidencia. El relato a continuación es real)

La fobia a los temblores me dejó debajo del marco de mi puerta la madrugada del martes. Poco a poco el movimiento fue cesando y los perros se tranquilizaron. Mi corazón paró de golpetear con alegocia en mi pecho y la calma volvió. Aún atrapado por el sueño de las cuatro, volví a la cama y busqué ser envuelto por ese momento en que la adrenalina del miedo te abandona el cuerpo. Ese instante de relajo. Sin embargo no me pude volver a dormir. Algo había en el espacio que se mantenía inquieto y movedizo. Era algo queriéndome decir "Sucedió" Hasta lo podía escuchar susurrarme al oído.

Reíamos como siempre con María. Conversábamos de la vida y la pega. Era un martes en la mañana ajetreado y caluroso. En eso Jack me llamó al celular.
"Te llamo de vuelta" le dije y colgué.
Tomé el móvil.
"¿Qué pasó?"
"Falleció el tío de Isabella"
Silencio al final de la noche. La madrugada se oscureció más de lo debido a los ojos de Emilia. Un vacío le tragó el corazón y todo fue dolor. Todo se hizo lento, lento como la onda que se esparce en el agua después que la gota cayó. Lento como un beso esperado. Lento y negro. Negro y triste. El viento era el único sonido perceptible. Lo demás era todo sollozo. Fin de la historia y el luchador dio su último suspiro sobre su lecho de descanso. No sonrió ni se frunció. Sólo dejó de ser. Dejó de estar. Dio el paso que nadie conoce. Dejó de luchar.
Me di mil vueltas. Fui nadie. No sabía si actuar como me lo dictaba el corazón o hacer lo que me decía la cabeza. Entonces daba más vueltas, para apaciguar el calor de la lucha entre mis sensaciones y mis razones. Tomé el celular y pensé en llamarla, pero me arrepentí. Lo dejé caer sobre el escritorio. Otra vuelta más y volví a coger el movil. Ahora pensé en llamar a Isabella. Tenía que estar igual de mal. Sin embargo la voz de mi amigo me detuvo.
"La llamé y no me contestó"
No era el momento de decir palabras que quizás no servirían de mucho en un momento así.
Entonces me senté. Karina colgaba de su angustia. La quería abrasar y estaba tan lejos. Estaban jodidamente tan lejos las tres. Tomé el teléfono y llamé a mi viejo. Le conté lo sucedido.
"Hoy pasaré la noche donde Jack" le dije.
"Cuidate"

La noche llegó tan rápido como las noticias en la tarde. Isabella adolorida se quedó colgada de mi cuello.
"Gracias, amigo" me dijo acongojada.
Yo sólo pude quedarme ahí, observando detrás a pequeños grupos de personas conversando bajo las penumbras de los arboles. Era el último lugar en el mundo donde quería estar y a la vez no quería alejarme de ahí. La oscuridad se hacía grande al lado de la angustia y el dolor por lo sucedido. Caminamos lento. No quería entrar de los primeros. Topar mi mirar con la de Emilia tendría un resultado que no quería conocer. A Jack también le costó entrar. Él tampoco quería conocer el resultado de su encuentro. Entonces decenas de miradas curiosas se fijaron en nuestro llegar. Que largo fue el pesame de los padres de mi amigo a los padres de mi amiga. Luego pasamos nosotros y una larga mesa se desparramaba hacia la penumbra de la parte del patio en donde la bombilla de luz no alcanzaba a iluminar. Aferrada a ella expectantes la gran familia de Isabella comía algo después del largo y extraño día que murió tras la llegada de la noche. Y de entre ellos apareció Emilia.

Estar, aunque las palabras no amortiguen el dolor. Estar y sólo respirar. Nada más. Sonreímos y les dimos algunos segundo más de oxigeno. Porque aunque no se quiera, hay que seguir. Y esa idea cuesta formularla.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Día 118: Justicia


Parte Diez y Final

Lento y misterioso el hombre aferraba con sus grandes brazos los troncos húmedos de nieve sobre su dorso. Cabizbajo y torpe caminaba sobre el pedegroso y resbaladizo tierral que tenía que cruzar para llegar a su casa. El gorro de su casaca era lo único que lo protegia de la tormenta que llevaba dos días azotando el borde costero de Castro, y al parecer no tenía intenciones de retirarse. Un cielo oscuro de lluvia y nieve le seguía los pasos, amenazante de soltar una tempestad más violenta. Eder empujó con su hombro la puerta e ingresó al living de la cabaña. El frío reinante tenía en las brasas el fuego de la chimenea, así que se vio en la obligación de salir a cortar un par de leñas para avivar el calor. Lanzó los troncos recogidos y se quitó la casaca.
No recordaba el tiempo que llevaban ahí. Quizás un año. Quizás más. Quizás menos. En esos rincones del mundo la sensación y orentación del tiempo se distorcionan y los días parecían repetirse. En otras ocasiones se vivía el día anterior. A veces en años venideros. En un principio era incomodo vivir en esa incertidumbre, sumada a la de sentirse observado. Pero como la última, poco a poco se fue acostumbrado y en algún momento olvidó que era respirar sin saber qué día y qué hora estaba viviendo. Fue todo lo que recordó el muchacho cuando al ir a tomar el plato de porotos fríos, sintió que no estaba solo en la costa. Habían pasados meses para dejar de pensar que ojos atentos a un movimiento equivocado lo miraban, y ahora lo volvía a sentir.
"Sigue haciendo lo tuyo" pensó.
Tomó el plato y cruzó el living hasta la puerta de la pieza de Emilia. Abrió la puerta y observó a la joven tendida en la cama. La pieza pequeña, oscura y húmeda, tenía apresada hace doce meses a la que alguna vez fue la hermosa Emilia. Ahora su pelo rojo se perdía en un muñón de hilachas sucias y putrefactas, que a veces se pegaban a la almohada. Su blanca piel había perdido el tono bajo la suciedad de los catorce días sin tocar el agua y el jabón. Tenía la muñeca derecha aferrada al esqueleto de la precaria cama mediante unas esposas, en donde el metal de éstas habían logrado ir cortando poco a poco la piel de su brazo. La ropa desgastada por el tiempo y su propia orina servían de poco y nada en las frías noches sureñas. Y el dolor de la cicatriz de la bala percutada por su amigo aún se hacía presente en cada movimiento. Era el claustro ofrecido por Eder, para cuidarla y protegerla, como decía él.
"Coma porotitos" le dijo el joven.
Emilia despertó del mundo perfecto que creaba en sus horas de sueño, asustada encontrandose de golpe con su realidad; las tablas podridas del techo de lo que era su cuarto y el rostro inerte de su secuestrador, ofreciendole como el enfermero al internado una cucharada del plato de porotos que ella recordaba bien, hace unos tres días le había rechazado.
"Si no te comes la comida, te puedes enfermar" dijo el muchacho.
La joven corrió la cara hacia otro lado. Eder se quedó inmovil, observandola y sintiendo como de pronto y rápida la ira lo iba abordando otra vez. Lanzó la comida al suelo, le agarró con su mano izquierda la cara y a la fuerza le metió la cucharada de porotos en la boca.
"¡Come!" le decía, preocupandose que los granos que su amiga escupía volvieran a entrar por su boca.
Fue cuando nuevamente esa presencia le recordó estar cerca, dejando que un escalofrío le caminara por la espalda de abajo hacia arriba. El joven se quedó quieto sin soltar la cara de Emilia y luego se giró a mirar por la única ventana que dejaba entrar la tenue luz del día gris. De pronto el vidrio estalló y algo caliente se le metió entremedio de las costillas, obligandole a saltar hacia el suelo. La muchacha quedó desconcertada frente a tal escena, sintiendo fresca la sangre salpicada desde el costal del que alguna vez fue su amigo. Simplemente no podía asimiliar ni entender lo que sucedía. En eso, pasos decididos se escucharon junto a los quejidos de dolor de un herido Eder. Venían desde el living y llegaron hasta el umbral de la puerta. Desde ahí un hombre alto, de edad adulta y mirada decidida, les observaba como explorador a su tesoro pirata, pareciendo disfrutar el momento.
"Juan Le Pont" pudo mascullar aterrado Eder, el cual trató de levantarse y de llegar al velador que acompañaba a la cama. Alcanzó a abrir el pequeño cajoncito que componía al mueble y extraer el arma con la cual alguna vez Emilia le apuntó a la frente en una noche de llovisna. Pero don Juan se le adelantó y de una certera patada se la arrancó de la mano. El revolver se deslizó profundo bajo la cama.
El silencio se hizo de toda la cabaña. Desde lejos Javier observaba por la mira de su rifle cualquier situación de peligro que se pudiera presentar. El padre de Caroline, siendo testigo de que la justicia era una ciega anciana y caprichosa, sacó su arma y la apuntó directamente al rostro de Emilia. Era lo primero que había visto al entrar a la pieza; una muchacha sufriendo y victima de quizás que terribles atrocidades. No tenía idea qué había sucedido la noche de la muerte de su querida hija, pero nadie se merecía lo que ella estaba viviendo. Respiró profundo y miró por última vez a la muchacha, la cual sonriente y llorando le miraba directo a los ojos.
"Gracias" dijo Emilia. No había hablado en meses. La libertad había llegado al encontrar la mirada de un padre dolido. Había llegado al encontrar el perdón mudo de un hombre que encontraría la tranquilidad con su muerte.
Un tiro certero en la frente le silenció la vida.
Eder gritó del dolor al perder a la mujer que amaba más que a él mismo y todos sus deseos. Juan Le Pont decidió que la mente maestra en toda aquella desgraciada historia era ese pendejo cobarde tirado en el suelo. Con él saciaría un par de fantasias atoradas en los dos años de busqueda de el o los asesinos de su difunta hija.

Lo tomó del pie y lo arrastró afuera de la pieza.



FIN

jueves, 15 de diciembre de 2011

Día 117: Volvamos

Parte Nueve

Eder le impuso a Emilia escapar al sur del país. Le dijo que era lo mejor, que allá podrían partir una nueva vida, lejos de la justicia y podría cuidarla de cualquiera que le quisiera dañar. Entonces ahí estaba otra vez esa extraña sensación de dependencia, abordándola por las piernas, pero algo más extraño aún sucedió; aquella sensación en su corazón se convirtió en rechazo y unas poderosas ganas de empezar a hacer por si misma las cosas la abordó. Aquello significaba empezar a hacer las cosas bien desde ya.
El parabrisas de la camioneta que su amigo le robó a Liz contenía la postal de la ruta 5 sur, recta y decidida dirigiéndose hacia el sur, dejando atrás a Concepción. Recta e irreversible.
"Volvamos" susurró Emilia.
"¿Qué?" le preguntó Eder, alternando su mirar entre el frente del camino y los decididos ojos de la muchacha.
"No voy a poder vivir toda mi vida escapando. Algo dentro de mí necesita que pague por todo lo que hice. Mi consciencia no aguanta todo lo que ha sucedido. Necesito volver y recibir justica..."
"¿Para qué?" la interrumpió su amigo "¿Para pasar el resto de tu vida en una cárcel? ¿Para que el padre de Caroline te asesine? ¿Eso quieres? Vas a vivir en un infierno si regresas..."
"Necesito mirar a ese hombre a los ojos y decirle que yo maté a su hija. No sé porqué, pero necesito de ese infierno... ¿Tú no?"
Eder no fue capaz de contestar. En algún momento le quiso decir que ella no había asesinado a Caroline y que en realidad él había sido, pero no lo hizo. La quería cuidar toda la vida.
"Vamos al sur" fue lo único que pudo articular.
"Deten el auto, Eder" dijo Emilia mirando hacia el frente.
El muchacho hizo caso omiso a la petición.
"¡Para la camioneta ahora!" exclamó
Eder frenó con precaución el vehículo y se aorilló en la verma. Los automoviles pasaban a una alta velocidad por el lado de ellos.
"Volvamos, Eder. Te va a hacer bien" intentó una vez más Emilia.
El joven negó.
"No voy a volver y tú tampoco" agregó.
Emilia lo observó frunciendo el seño, extrañada por la declaración. Su amigo se giró a verla y le sonrió.
Luego vino el golpe del ruido de la pistola percutandose y la joven sintió como una bala se le incrustaba en la cadera.
Los vehículos pasaba por fuera a una alta velocidad.


Continuará...

martes, 13 de diciembre de 2011

Día 116: Juan Le Pont

Parte Ocho

La hazaña de Eduardo, el último samurai, es recordada hasta el día de hoy. En las calles se cuenta del hombre que con un sable, una pistola y la oscuridad derrivó a diez pobladores y a los dos guardias que parapetados sobre los pilares de la entrada al jardin de la mansión Le Pont lo esperaron para darle muerte. Pero el muchacho tenía una misión y por algunas balas que rebentaron en su armadura y cuerpo no se iba a detener.
"¡Fuego!" gritó Javier cuando vio que el intruso había quedado bajo los potentes focos de luz del jardín de la casona.
"¡Don Juan!" gritó el desconocido.
Y la armadura del joven se estremeció bajo el estruendo de los proyectiles de rifle de los tiradores que juraron acertarle en todo el cuerpo.
Eduardo sintió como calientes dos balas le reventaron el antebrazo derecho y la cadera izquierda, bajo el polvillo de la polvora que hirviendo se coló en sus narices. Sin embargo, no sintió la ansiedad de correr y protegerse de lo que iba a ser una muerte segura. El sonido de las balas chocando contra su traje le dieron más fuerzas para gritar. La siguiente ronda sabía sería su fin.
"¡Don Juan!" gritó nuevamente Eduardo.
"¿Quién es?" se preguntó en voz baja Le Pont, el cual curioso de ver a quién no podían detener, salió de su casa al porche de su jardín, observando que Javier se aprontaba a dirigir un nuevo ataque al Samurai que cojeando seguía acercandose.
"¡Fuego!" gritó el jefe de seguridad.
Un nuevo ensordecedor ruido de rifles disparando se hizo sentir en la noche que caía bajo los primeros rayos del sol. Y el muchacho, guiado por la fuerza de su amor, recibió certeros tiros que le abrieron las carnes de la pierna derecha, le reventaron importantes arterias en su cuello y le hicieron volar el casco de guerrero.
"¡Alto!" gritó Juan.
Eduardo pudo sentir como poco a poco la vida se le iba a traves de los orificios dejados por el paso de las balas. Sus piernas lo abandonaron y tuvo que saber sostenerse sobre el filo de su sable, apoyandolo en el suelo.
"Detenganse" dijo Javier haciendo una seña a los francotiradores apostados sobre el techo.
Instintivamente Le Pont corrió a socorrer al hombre que tan sólo quería hablar con él.
El muchacho vio acercarse al que alguna vez fue el padre de su amada, corriendo lentamente, mientras que el campo de su visión se iba nublando igual de lento. Su cuerpo poco a poco fue adormeciendose. Don Juan lo alcanzó a coger antes que cayera al suelo. El chico estaba ahogandose en la sangre que se desparramaba por su garganta, con la caracteristica mirada de un hombre que sabe lo que viene y sólo queda decir algo que se memorable. A Eduardo lo memorable no le importa, él traía un mensaje.
"No tenía como entrar" dijo, trapicandose con la sangre en su traque inundada "No tenía otra forma"
En eso Javier llegó a ver lo que sucedía.
"Tranquilo"
"Ella..." el habla le costaba "Eder y Emilia son sus asesinos" logró mascullar.
Juan Le Pont sintió como el cuchillo de la incertidumbre se lo retiraban de golpe de su abdomen y por fin pudo respirar. Supo tambien que la voz de aquel joven que moría era la del muchacho que Caroline tanto le nombraba, dejandose caer sus ojos en un vaso de cielo estrellado.
"Caroline quería que lo supiera" dijo Eduardo y murió.
El sol asomó por la cordillera.



Continuará...




domingo, 11 de diciembre de 2011

Día 115: El Bosque

Parte Siete

Cuando El Bosque se ve amenazado, sus animales salen de sus cuevas a defender lo que es suyo. A pie y en camionetas salieron hombres y mujeres de todas las edades, armados hasta los dientes con peligroso armamento, a buscar al o los responsables que habían causado el atentado a la entrada oeste de la población. Posiblemente tal suceso había sido ocasionado para causar distracción y lograr la penetración en la ácida vigilancia por la cual eran conocidos los pobladores de la peligrosa localidad. Es por eso que chiflidos que indicaban lugares donde se podían esconder y ladridos de perros rabiosos de sentir a un intruso se esparcieron por todo el largo y ancho de la noche que comenzaba a aclarar. 
Javier le aconsejó a Le Pont volver a su dormitorio. Dos de sus hombres custodiarian armados la entrada a su lecho de descanso. Mientras tanto, francotiradores se apostaban sobre el techo de la lujosa casa, cargados hacia el oeste, peinando con sus milimetricas miras las moradas y calles aledañas a la explosión, buscando algo extraño a que disparar. Si querían asesinar al narcotraficante más poderoso de Chile, tendrían que antes sobrepasar a toda la guardia de su majestad, algo que nunca en los años de reinado de Le Pont había sucedido. Ansiosos los tiradores querían ver al postulante a romper la seguridad de don Juan.
Fue cuando en los pasajes frente a la entrada a la masión la luz se cortó.

Caroline pensó que su bambú era de acero. Fue sólo eso. Nada más. El silencio aisló todo el ruido. Y el filo del sable del viejo maestro cayó sobre el que ahora era un poderoso bambú. La vara de la novia de Eduardo no se cortó. El silencio se hizo más grande. El muchacho se tuvo que levantar de la impresión.

"¡Protegan la entrada!" gritó Javier, acorralado por los escalofrios de no saber a qué se enfrentaba.
De pronto algo o alguien logró penetrar El Bosque y poner en jaque la tan temida y respetada seguridad de la mansión Le Pont. Asustados los pobladores y vigilantes, encendieron sus linternas en sus armas y comenzaron a llenar de nerviosos aces de luz la calle en penumbra, buscando encontrar a lo que los quería atacar. Gritos cortados se dejaban sentir de vez en cuando, queriendo cubrir toda el área. Pero la ausencia de luz los tenía con desventaja. Y lo sabían muy bien. Los francotiradores, inhabilitados en la oscuridad, movían de un lado a otro sus miras tratando de encontrar al infiltrado.
Entonces Eduardo observó lo que se venía, escondido detrás de unos arbustos que se desparramaban entre la reja de una casa. En última línea cuatro francotiradores apostados sobre el techo de la mansión de Le Pont. En la entrada a la casa, otro francotirador esperando a verle. Era Javier apostando todas las cartas. En la misma entrada, dos guardias arriba de los pilares de la majestuosa cerca que rodeaba al quizás kilometrico y frondoso jardín de la casona de don Juan. Y por último, la primera línea, la trinchera, estaba compuesta por ocho o diez hombres que nerviosos buscaban con sus linternas y armas. Lo único que quedaba era intentar llegar, acción que colgaba de dos opciones: llegaba y le decía su ex suegro quienes fueron los asesinos de su hija o no llegaba y nadie entendía el por qué de su arremetida contra la legendaria y peligrosa población.

Eduardo decidió que hacerse el muerto era lo mejor. Eder lo estaba asfixiando y posiblemente lo asesinaría. Y quizás oportunidad para esclarecer la muerte de Caroline como la que se había presentado no aparecería más en mucho tiempo o quizás nunca. Entonces fingió espamos y guardó el poco aire que tenía. De pronto la presión causada por el que hace pocos segundos era su mejor amigo declinó levemente hasta que le quitó la almohada de la cara. Si chequeaba su pulso, Eder notaría que éste aún palpitaba en su cuello y volvería al ataque. El muchacho se preparó para irse a las manos y desechar la idea de la venganza a manos del padre se la joven asesinada. Pero su ex amigo se equivocó y creyendolo muerto, salió de la pieza.
Eduardo se quedó inmovil, esperando el próximo movimiento de su verdugo. Para su suerte lo único que se escuchó después fue el abrir y el cerrar de la puerta principal...


Continuará...



martes, 6 de diciembre de 2011

Día 114: El Último Samurai

Parte Seis

Un soldado le dijo al jefe de guardia de la quinta entrada a El Bosque que un vehículo iba en dirección hacia ellos a una preocupante velocidad. El jefe de la guardia, escondido a veces detrás de la oscuridad del humo que emanaba desde su cigarro, tomó los binoculares y observó la panorámica calle a bajo. Y así era, un Nissan se acercaba en dirección a ellos a alta velocidad. 
"Hoy día no hay cita, jefe" dijo el soldado, un cabro joven, vestido con blue jeans y una chaqueta de cuero gastada, con voz de preocupación al ver que el auto no bajaba la velocidad.
"No" dijo el jefe, un tipo tranquilo y de movimientos pausados "Preparense"
Al unisono, los demás hombres que custodiaban la quinta entrada, cargaron sus armas y se alistaron para derrivar al vehículo en caso de que si a dos cuadras de la posición en que estaban no se detenía. 

Trigésimo tercer bambú cortado. Una que otra astilla le había cortado la cara a Caroline, la cual aún más exahusta que al principio, volvía a dejar en el suelo la parte de la vara que el maestro le dejó en la mano.
"Tienes miedo" le dijo el hombre "No confías en ti. No crees en ti. No crees que puedes lograr lo que te propusiste"
La joven se levantó y observó a Eduardo, recordando que cuando lo vio en la disco, pensó que nunca iba a estar con él o que por lo menos nunca se iba a fijar en ella. Pero ahí estaba, sentado en las bancas del cuarto de entrenamiento, esperandola todas y cada una de las noches que ella asistía a entrenamiento. Quizás no hizo nada por tenerlo, pero sí había algo cierto: alguien creyó en ella.
Caminó a la orilla del tatami y cogió uno de los últimos bambús. Regresó al centro y con brazos temblorosos tomó posición de combate. El anciano admiró por algun momento la insistencia de la joven, jurando al mismo tiempo ser más agresivo con su sable para ver otra vez la vara cortada en dos.

Sigiloso Eduardo entró de noche al lugar en donde tantas veces entrenó con su novia. Iba a por la armadura de samurai que siempre les observó inmovil a un costado del cuadro de práctica. Sabía que no podría detener todas las balas que en algunos minutos más iban a buscar darle muerte. Proteger su cuerpo por completo con milenarioa traje sería tener para si una pequeña ventaja más.
"Fue propiedad del último samurai" le dijo el anciano maestro, mezclado con la oscuridad de la madrugada. Eduardo se giró a observale. Quizás opondría resistencia al robo de la armadura "Cayó bajo las balas de una ametralladora extraneja e invasora, pero cayó después de horas de pelea. Está hecha a base de acero y carbón. Es pesada, pero fiel a todo aquel que quiera defender algo preciado"
"Entonces me defenderá" dijo el joven.

"Don Javier" dijo por radio el jefe de la quinta entrada "Tenemos una situación"
"¿Qué ocurre?" preguntó el jefe de seguridad de la mansión de Juan Le Pont, asomandose por el balcón que daba a la zona oeste de El Bosque.
"Un intruso sin cita por la quinta. Procederemos a derrivarlo"
"Hagalo"
El jefe de la entrada cargó su usi automatica y con energías gritó:
"¡FUEGO!"
Y el repequiteo de las balas saliendo a toda velocida y después impactando sobre los vidrios y el capó del vehículo se hizo sentir como un poderoso estruendo en la tranquila noche que se aprontaba a morir. Los hombres no se detuvieron de disparar, hasta que vieron que el automovil, que tardó en detenerse, siempre rehusandose a parar, se estrelló violentamente contra un poste. El silencio se apoderó nuevamente de la población.
Javier, notando que la situación parecía volver a estar bajo control, tomó sus binoculares y observó desde la casa de su jefe qué sucedía en la quinta entrada. Los hombres, cautelosos y preventivos, se acercaban atentos a que desde el interior del automovil les respondieran el amistoso saludo de la misma manera. Sin embargo el único sonido que había era el del motor todo destrosado con una fuga que bencina.
"Al parecer el vehículo está vacio" informó el jefe de la quinta entrada por la radio.
"¿Qué pasa, Javier?" preguntó Juan Le Pont entrando al balcón.
"Deme un momento, señor" dijo el jefe de seguridad, tomando sus binoculares infrarojos y al mismo tiempo apuntandolos al lugar de los hechos.
De inmediato pudo ver el calor de los cuerpos de los soldados y el jefe de guardia, acaparados acercandose al vehículo. Pero preocupantemente dentro del auto no se veía nada de calor ¿Quién lo manejaba entonces? Supo al instante que el objetivo del vehículo no era entrar.
"¡Salgan de ahí!" gritó Javier por el radio.
Pero ya era demasiado tarde. Eduardo desde lejos accionó las cargas de dinamitas alojadas en el estanque de gasolina y una gran explosión sacudió a todo El Bosque...


Continuará...

domingo, 4 de diciembre de 2011

Día 113: El Sable y el Bambú

Parte Cinco


Eduardo recordó los sonidos del choque de la espada y el bambú. El maestro le decía a Caroline cómo era posible que una hoja de metal filoso y pesado no pudiera romper la frágil estructura del bambú. Jadeante la joven, apoyada en su sable, buscaba la respuesta a tan simple pregunta. El silencio se apoderó del cuarto de entrenamiento. También de su mente. Quería concentración para preocuparse de instalar bien las bombas en las zonas en donde deberían ir para conseguir el resultado que necesitaba.
“La fuerza de todas las cosas que hacemos viene desde nuestra mente” le decía el centenario hombre. El muchacho atento escuchaba las sabias palabras del maestro de su novia “Si deseas que el bambú sea más fuerte que el sable más peligroso, lo puedes hacer. Sólo debes aprender a conectar los pensamientos de tu mente con las extensiones de su prisión llamada cuerpo. Debes aprender a aliarlos”
“Es imposible cruzar El Bosque hasta la casa de Le Pont sin una invitación” le decía Salvo a Eduardo “Lo sabes bien”
“No tengo tiempo para conseguirme una invitación” le contestó el muchacho saliendo debajo del vehículo “El primer cupo disponible es en dos años más y para ese entonces estos hijos de perra serán unos desaparecidos. Tengo que hablar con él sí o sí” dijo decidido.
“Es imposible”
“Lamentablemente para mí, esta noche no conozco el significado de esa palabra” declaró Eduardo.
El maestro le entregó el bambú a Caroline, la cual dudosa lo recibió y al mismo tiempo le entregó el sable al maestro.
“No existe mala o buena arma. El malo o bueno es el luchador” fraseó el anciano.
“Pero es imposible que…”
“Imposible es un significado que debes borrar de tu memoria” interrumpió un tanto molesto el hombre “Si lo logras, podrás con tu bambú conquistar imperios”
Ambos tomaron posición de ataque. La sala volvió a quedar en silencio. Eduardo recordó la lluvia en la ventana de una tarde color damasco. Caroline exhausta dormía desnuda de espalda hacía él. Y sólo un siseo irrumpió la tranquilidad del lugar y luego vino el corte del bambú de su novia. La muchacha ni siquiera se movió de donde estaba. La parte de arriba de la vara cayó al suelo. El maestro había cortado el bambú con el sable. Caroline no lo pudo detener. Tampoco lo vio venir.
“Ve y coge otro bambú” le dijo el anciano indicándole una rumba de ellos en un rincón del cuarto de entrenamiento.
La joven, asustada y confundida aún, corrió hacia el lugar señalado y cogió otra vara de bambú. Regresó y tomó su posición de combate. Repentino fue el ataque de su maestro, dirigiendo el filo de la hoja del sable desde arriba hacia abajo, como cuando con un hacha se quiere cortar un pedazo de tronco. Caroline sólo alcanzo a cubrir y su segundo bambú se cortó sin resistencia en dos.
“¡Dile a tu mente que el bambú es más fuerte y filoso que mi sable!” gritó el anciano. “Ve por otro”

Eduardo juró pensar en todas las posibilidades. Pero no encontró ninguna. Entonces supo que lo mejor que podía hacer para cruzar El Bosque; la peligrosa y violenta población que rodea a la casa de Juan Le Pont, era entrando de forma peligrosa y violenta. Sabía que intentarlo era ir con una pistola a enfrentar a todo un ejército, pero si no lo hacía ahora, nunca se lo iba poder perdonar. Iría con su bambú a enfrentarse con un sable en honor a la única mujer que amó y hacer justicia por su muerte. Entonces decidió darse un poco de ventaja con un auto colapsado en dinamita. Causaría mucha distracción la explosión de la carta bajo la manga, y quizás algunas muertes, lo que le serviría para avanzar unas cuadras camino al núcleo oscuro y agresivo de la población...


Continuará...