miércoles, 21 de diciembre de 2011

Día 119: Estar

(La duplicación de los nombres con la historia anterior, es mera coincidencia. El relato a continuación es real)

La fobia a los temblores me dejó debajo del marco de mi puerta la madrugada del martes. Poco a poco el movimiento fue cesando y los perros se tranquilizaron. Mi corazón paró de golpetear con alegocia en mi pecho y la calma volvió. Aún atrapado por el sueño de las cuatro, volví a la cama y busqué ser envuelto por ese momento en que la adrenalina del miedo te abandona el cuerpo. Ese instante de relajo. Sin embargo no me pude volver a dormir. Algo había en el espacio que se mantenía inquieto y movedizo. Era algo queriéndome decir "Sucedió" Hasta lo podía escuchar susurrarme al oído.

Reíamos como siempre con María. Conversábamos de la vida y la pega. Era un martes en la mañana ajetreado y caluroso. En eso Jack me llamó al celular.
"Te llamo de vuelta" le dije y colgué.
Tomé el móvil.
"¿Qué pasó?"
"Falleció el tío de Isabella"
Silencio al final de la noche. La madrugada se oscureció más de lo debido a los ojos de Emilia. Un vacío le tragó el corazón y todo fue dolor. Todo se hizo lento, lento como la onda que se esparce en el agua después que la gota cayó. Lento como un beso esperado. Lento y negro. Negro y triste. El viento era el único sonido perceptible. Lo demás era todo sollozo. Fin de la historia y el luchador dio su último suspiro sobre su lecho de descanso. No sonrió ni se frunció. Sólo dejó de ser. Dejó de estar. Dio el paso que nadie conoce. Dejó de luchar.
Me di mil vueltas. Fui nadie. No sabía si actuar como me lo dictaba el corazón o hacer lo que me decía la cabeza. Entonces daba más vueltas, para apaciguar el calor de la lucha entre mis sensaciones y mis razones. Tomé el celular y pensé en llamarla, pero me arrepentí. Lo dejé caer sobre el escritorio. Otra vuelta más y volví a coger el movil. Ahora pensé en llamar a Isabella. Tenía que estar igual de mal. Sin embargo la voz de mi amigo me detuvo.
"La llamé y no me contestó"
No era el momento de decir palabras que quizás no servirían de mucho en un momento así.
Entonces me senté. Karina colgaba de su angustia. La quería abrasar y estaba tan lejos. Estaban jodidamente tan lejos las tres. Tomé el teléfono y llamé a mi viejo. Le conté lo sucedido.
"Hoy pasaré la noche donde Jack" le dije.
"Cuidate"

La noche llegó tan rápido como las noticias en la tarde. Isabella adolorida se quedó colgada de mi cuello.
"Gracias, amigo" me dijo acongojada.
Yo sólo pude quedarme ahí, observando detrás a pequeños grupos de personas conversando bajo las penumbras de los arboles. Era el último lugar en el mundo donde quería estar y a la vez no quería alejarme de ahí. La oscuridad se hacía grande al lado de la angustia y el dolor por lo sucedido. Caminamos lento. No quería entrar de los primeros. Topar mi mirar con la de Emilia tendría un resultado que no quería conocer. A Jack también le costó entrar. Él tampoco quería conocer el resultado de su encuentro. Entonces decenas de miradas curiosas se fijaron en nuestro llegar. Que largo fue el pesame de los padres de mi amigo a los padres de mi amiga. Luego pasamos nosotros y una larga mesa se desparramaba hacia la penumbra de la parte del patio en donde la bombilla de luz no alcanzaba a iluminar. Aferrada a ella expectantes la gran familia de Isabella comía algo después del largo y extraño día que murió tras la llegada de la noche. Y de entre ellos apareció Emilia.

Estar, aunque las palabras no amortiguen el dolor. Estar y sólo respirar. Nada más. Sonreímos y les dimos algunos segundo más de oxigeno. Porque aunque no se quiera, hay que seguir. Y esa idea cuesta formularla.

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