martes, 6 de diciembre de 2011

Día 114: El Último Samurai

Parte Seis

Un soldado le dijo al jefe de guardia de la quinta entrada a El Bosque que un vehículo iba en dirección hacia ellos a una preocupante velocidad. El jefe de la guardia, escondido a veces detrás de la oscuridad del humo que emanaba desde su cigarro, tomó los binoculares y observó la panorámica calle a bajo. Y así era, un Nissan se acercaba en dirección a ellos a alta velocidad. 
"Hoy día no hay cita, jefe" dijo el soldado, un cabro joven, vestido con blue jeans y una chaqueta de cuero gastada, con voz de preocupación al ver que el auto no bajaba la velocidad.
"No" dijo el jefe, un tipo tranquilo y de movimientos pausados "Preparense"
Al unisono, los demás hombres que custodiaban la quinta entrada, cargaron sus armas y se alistaron para derrivar al vehículo en caso de que si a dos cuadras de la posición en que estaban no se detenía. 

Trigésimo tercer bambú cortado. Una que otra astilla le había cortado la cara a Caroline, la cual aún más exahusta que al principio, volvía a dejar en el suelo la parte de la vara que el maestro le dejó en la mano.
"Tienes miedo" le dijo el hombre "No confías en ti. No crees en ti. No crees que puedes lograr lo que te propusiste"
La joven se levantó y observó a Eduardo, recordando que cuando lo vio en la disco, pensó que nunca iba a estar con él o que por lo menos nunca se iba a fijar en ella. Pero ahí estaba, sentado en las bancas del cuarto de entrenamiento, esperandola todas y cada una de las noches que ella asistía a entrenamiento. Quizás no hizo nada por tenerlo, pero sí había algo cierto: alguien creyó en ella.
Caminó a la orilla del tatami y cogió uno de los últimos bambús. Regresó al centro y con brazos temblorosos tomó posición de combate. El anciano admiró por algun momento la insistencia de la joven, jurando al mismo tiempo ser más agresivo con su sable para ver otra vez la vara cortada en dos.

Sigiloso Eduardo entró de noche al lugar en donde tantas veces entrenó con su novia. Iba a por la armadura de samurai que siempre les observó inmovil a un costado del cuadro de práctica. Sabía que no podría detener todas las balas que en algunos minutos más iban a buscar darle muerte. Proteger su cuerpo por completo con milenarioa traje sería tener para si una pequeña ventaja más.
"Fue propiedad del último samurai" le dijo el anciano maestro, mezclado con la oscuridad de la madrugada. Eduardo se giró a observale. Quizás opondría resistencia al robo de la armadura "Cayó bajo las balas de una ametralladora extraneja e invasora, pero cayó después de horas de pelea. Está hecha a base de acero y carbón. Es pesada, pero fiel a todo aquel que quiera defender algo preciado"
"Entonces me defenderá" dijo el joven.

"Don Javier" dijo por radio el jefe de la quinta entrada "Tenemos una situación"
"¿Qué ocurre?" preguntó el jefe de seguridad de la mansión de Juan Le Pont, asomandose por el balcón que daba a la zona oeste de El Bosque.
"Un intruso sin cita por la quinta. Procederemos a derrivarlo"
"Hagalo"
El jefe de la entrada cargó su usi automatica y con energías gritó:
"¡FUEGO!"
Y el repequiteo de las balas saliendo a toda velocida y después impactando sobre los vidrios y el capó del vehículo se hizo sentir como un poderoso estruendo en la tranquila noche que se aprontaba a morir. Los hombres no se detuvieron de disparar, hasta que vieron que el automovil, que tardó en detenerse, siempre rehusandose a parar, se estrelló violentamente contra un poste. El silencio se apoderó nuevamente de la población.
Javier, notando que la situación parecía volver a estar bajo control, tomó sus binoculares y observó desde la casa de su jefe qué sucedía en la quinta entrada. Los hombres, cautelosos y preventivos, se acercaban atentos a que desde el interior del automovil les respondieran el amistoso saludo de la misma manera. Sin embargo el único sonido que había era el del motor todo destrosado con una fuga que bencina.
"Al parecer el vehículo está vacio" informó el jefe de la quinta entrada por la radio.
"¿Qué pasa, Javier?" preguntó Juan Le Pont entrando al balcón.
"Deme un momento, señor" dijo el jefe de seguridad, tomando sus binoculares infrarojos y al mismo tiempo apuntandolos al lugar de los hechos.
De inmediato pudo ver el calor de los cuerpos de los soldados y el jefe de guardia, acaparados acercandose al vehículo. Pero preocupantemente dentro del auto no se veía nada de calor ¿Quién lo manejaba entonces? Supo al instante que el objetivo del vehículo no era entrar.
"¡Salgan de ahí!" gritó Javier por el radio.
Pero ya era demasiado tarde. Eduardo desde lejos accionó las cargas de dinamitas alojadas en el estanque de gasolina y una gran explosión sacudió a todo El Bosque...


Continuará...

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