martes, 13 de diciembre de 2011

Día 116: Juan Le Pont

Parte Ocho

La hazaña de Eduardo, el último samurai, es recordada hasta el día de hoy. En las calles se cuenta del hombre que con un sable, una pistola y la oscuridad derrivó a diez pobladores y a los dos guardias que parapetados sobre los pilares de la entrada al jardin de la mansión Le Pont lo esperaron para darle muerte. Pero el muchacho tenía una misión y por algunas balas que rebentaron en su armadura y cuerpo no se iba a detener.
"¡Fuego!" gritó Javier cuando vio que el intruso había quedado bajo los potentes focos de luz del jardín de la casona.
"¡Don Juan!" gritó el desconocido.
Y la armadura del joven se estremeció bajo el estruendo de los proyectiles de rifle de los tiradores que juraron acertarle en todo el cuerpo.
Eduardo sintió como calientes dos balas le reventaron el antebrazo derecho y la cadera izquierda, bajo el polvillo de la polvora que hirviendo se coló en sus narices. Sin embargo, no sintió la ansiedad de correr y protegerse de lo que iba a ser una muerte segura. El sonido de las balas chocando contra su traje le dieron más fuerzas para gritar. La siguiente ronda sabía sería su fin.
"¡Don Juan!" gritó nuevamente Eduardo.
"¿Quién es?" se preguntó en voz baja Le Pont, el cual curioso de ver a quién no podían detener, salió de su casa al porche de su jardín, observando que Javier se aprontaba a dirigir un nuevo ataque al Samurai que cojeando seguía acercandose.
"¡Fuego!" gritó el jefe de seguridad.
Un nuevo ensordecedor ruido de rifles disparando se hizo sentir en la noche que caía bajo los primeros rayos del sol. Y el muchacho, guiado por la fuerza de su amor, recibió certeros tiros que le abrieron las carnes de la pierna derecha, le reventaron importantes arterias en su cuello y le hicieron volar el casco de guerrero.
"¡Alto!" gritó Juan.
Eduardo pudo sentir como poco a poco la vida se le iba a traves de los orificios dejados por el paso de las balas. Sus piernas lo abandonaron y tuvo que saber sostenerse sobre el filo de su sable, apoyandolo en el suelo.
"Detenganse" dijo Javier haciendo una seña a los francotiradores apostados sobre el techo.
Instintivamente Le Pont corrió a socorrer al hombre que tan sólo quería hablar con él.
El muchacho vio acercarse al que alguna vez fue el padre de su amada, corriendo lentamente, mientras que el campo de su visión se iba nublando igual de lento. Su cuerpo poco a poco fue adormeciendose. Don Juan lo alcanzó a coger antes que cayera al suelo. El chico estaba ahogandose en la sangre que se desparramaba por su garganta, con la caracteristica mirada de un hombre que sabe lo que viene y sólo queda decir algo que se memorable. A Eduardo lo memorable no le importa, él traía un mensaje.
"No tenía como entrar" dijo, trapicandose con la sangre en su traque inundada "No tenía otra forma"
En eso Javier llegó a ver lo que sucedía.
"Tranquilo"
"Ella..." el habla le costaba "Eder y Emilia son sus asesinos" logró mascullar.
Juan Le Pont sintió como el cuchillo de la incertidumbre se lo retiraban de golpe de su abdomen y por fin pudo respirar. Supo tambien que la voz de aquel joven que moría era la del muchacho que Caroline tanto le nombraba, dejandose caer sus ojos en un vaso de cielo estrellado.
"Caroline quería que lo supiera" dijo Eduardo y murió.
El sol asomó por la cordillera.



Continuará...




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