jueves, 29 de diciembre de 2011

Día 122: Tres Semanas

Nos deseamos la vida y un escape por tres segundos. Llegó el metro y así moría la tarde más exquisita en semanas. Había sido mía por algunas horas y ahora el tren se la volvía a llevar.
"Cuidate" me dijo.
Su boca sabia al sueño más placentero que se pueda imaginar.
Ahora no existe el nunca más. Ahora existe hasta en tres semanas más.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Día 121: Aló

"Hola"
"Hola ¿Cómo estai? Tanto tiempo" le dije.
"Bien. Con ene pega, un poco estresada, pero bien" contestó un tanto nerviosa como siempre.
"Eso es bueno. Tener arta pega" le dije riendo.
Abrí la cortina de mi pieza. Quizás eran las tres de la madrugada. Las estrellas difusas brillaban en lo alto del filmamento.
"Te quiero ver" dijo apurada.
Sonreí y le quise decir que sí, como cuando quise que la fotografia de Peliroja me gustara aún, pero sus ojos de niña tierna aparecieron frente a mí. Orgulloso mentí.
"Estoy con alguien" le dije soltando una risita nerviosa. "Disculpa. No es el momento indicado"
"Por lo menos lo intenté" dijo.
"Eso es bueno" le dije. No sabía cómo colgarle.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Día 120: Crisis

Un sábado estabamos tomando once con mis viejos e Ignacio. Yo había traído un pan de pascua que le compré a una compañera en la pega. Don Karev hizo unas tostadas y mi madre preparó palta y jamón en un plato. ¿Resultado? Mucha loza sucia que papá se ofreció a lavar. Obviamente gesto agradecido por mi vieja. La cosa es que después de las noticias empezó a lavar la loza de la once. Como habían algunos platos sucios del almuerzo, siguió con ellos. La cosa fue que después empezó a lavar el lavaplatos, el mueble. Corrió la cocina a gas y pasó lo mismo. Continuó con la puerta de la cocina. La mesa del desayuno. Las paredes. Con mi mamá lo mirabamos en silencio, un poco preocupados, un tanto divertidos.

Cuando se enoja, hace muebles.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Día 119: Estar

(La duplicación de los nombres con la historia anterior, es mera coincidencia. El relato a continuación es real)

La fobia a los temblores me dejó debajo del marco de mi puerta la madrugada del martes. Poco a poco el movimiento fue cesando y los perros se tranquilizaron. Mi corazón paró de golpetear con alegocia en mi pecho y la calma volvió. Aún atrapado por el sueño de las cuatro, volví a la cama y busqué ser envuelto por ese momento en que la adrenalina del miedo te abandona el cuerpo. Ese instante de relajo. Sin embargo no me pude volver a dormir. Algo había en el espacio que se mantenía inquieto y movedizo. Era algo queriéndome decir "Sucedió" Hasta lo podía escuchar susurrarme al oído.

Reíamos como siempre con María. Conversábamos de la vida y la pega. Era un martes en la mañana ajetreado y caluroso. En eso Jack me llamó al celular.
"Te llamo de vuelta" le dije y colgué.
Tomé el móvil.
"¿Qué pasó?"
"Falleció el tío de Isabella"
Silencio al final de la noche. La madrugada se oscureció más de lo debido a los ojos de Emilia. Un vacío le tragó el corazón y todo fue dolor. Todo se hizo lento, lento como la onda que se esparce en el agua después que la gota cayó. Lento como un beso esperado. Lento y negro. Negro y triste. El viento era el único sonido perceptible. Lo demás era todo sollozo. Fin de la historia y el luchador dio su último suspiro sobre su lecho de descanso. No sonrió ni se frunció. Sólo dejó de ser. Dejó de estar. Dio el paso que nadie conoce. Dejó de luchar.
Me di mil vueltas. Fui nadie. No sabía si actuar como me lo dictaba el corazón o hacer lo que me decía la cabeza. Entonces daba más vueltas, para apaciguar el calor de la lucha entre mis sensaciones y mis razones. Tomé el celular y pensé en llamarla, pero me arrepentí. Lo dejé caer sobre el escritorio. Otra vuelta más y volví a coger el movil. Ahora pensé en llamar a Isabella. Tenía que estar igual de mal. Sin embargo la voz de mi amigo me detuvo.
"La llamé y no me contestó"
No era el momento de decir palabras que quizás no servirían de mucho en un momento así.
Entonces me senté. Karina colgaba de su angustia. La quería abrasar y estaba tan lejos. Estaban jodidamente tan lejos las tres. Tomé el teléfono y llamé a mi viejo. Le conté lo sucedido.
"Hoy pasaré la noche donde Jack" le dije.
"Cuidate"

La noche llegó tan rápido como las noticias en la tarde. Isabella adolorida se quedó colgada de mi cuello.
"Gracias, amigo" me dijo acongojada.
Yo sólo pude quedarme ahí, observando detrás a pequeños grupos de personas conversando bajo las penumbras de los arboles. Era el último lugar en el mundo donde quería estar y a la vez no quería alejarme de ahí. La oscuridad se hacía grande al lado de la angustia y el dolor por lo sucedido. Caminamos lento. No quería entrar de los primeros. Topar mi mirar con la de Emilia tendría un resultado que no quería conocer. A Jack también le costó entrar. Él tampoco quería conocer el resultado de su encuentro. Entonces decenas de miradas curiosas se fijaron en nuestro llegar. Que largo fue el pesame de los padres de mi amigo a los padres de mi amiga. Luego pasamos nosotros y una larga mesa se desparramaba hacia la penumbra de la parte del patio en donde la bombilla de luz no alcanzaba a iluminar. Aferrada a ella expectantes la gran familia de Isabella comía algo después del largo y extraño día que murió tras la llegada de la noche. Y de entre ellos apareció Emilia.

Estar, aunque las palabras no amortiguen el dolor. Estar y sólo respirar. Nada más. Sonreímos y les dimos algunos segundo más de oxigeno. Porque aunque no se quiera, hay que seguir. Y esa idea cuesta formularla.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Día 118: Justicia


Parte Diez y Final

Lento y misterioso el hombre aferraba con sus grandes brazos los troncos húmedos de nieve sobre su dorso. Cabizbajo y torpe caminaba sobre el pedegroso y resbaladizo tierral que tenía que cruzar para llegar a su casa. El gorro de su casaca era lo único que lo protegia de la tormenta que llevaba dos días azotando el borde costero de Castro, y al parecer no tenía intenciones de retirarse. Un cielo oscuro de lluvia y nieve le seguía los pasos, amenazante de soltar una tempestad más violenta. Eder empujó con su hombro la puerta e ingresó al living de la cabaña. El frío reinante tenía en las brasas el fuego de la chimenea, así que se vio en la obligación de salir a cortar un par de leñas para avivar el calor. Lanzó los troncos recogidos y se quitó la casaca.
No recordaba el tiempo que llevaban ahí. Quizás un año. Quizás más. Quizás menos. En esos rincones del mundo la sensación y orentación del tiempo se distorcionan y los días parecían repetirse. En otras ocasiones se vivía el día anterior. A veces en años venideros. En un principio era incomodo vivir en esa incertidumbre, sumada a la de sentirse observado. Pero como la última, poco a poco se fue acostumbrado y en algún momento olvidó que era respirar sin saber qué día y qué hora estaba viviendo. Fue todo lo que recordó el muchacho cuando al ir a tomar el plato de porotos fríos, sintió que no estaba solo en la costa. Habían pasados meses para dejar de pensar que ojos atentos a un movimiento equivocado lo miraban, y ahora lo volvía a sentir.
"Sigue haciendo lo tuyo" pensó.
Tomó el plato y cruzó el living hasta la puerta de la pieza de Emilia. Abrió la puerta y observó a la joven tendida en la cama. La pieza pequeña, oscura y húmeda, tenía apresada hace doce meses a la que alguna vez fue la hermosa Emilia. Ahora su pelo rojo se perdía en un muñón de hilachas sucias y putrefactas, que a veces se pegaban a la almohada. Su blanca piel había perdido el tono bajo la suciedad de los catorce días sin tocar el agua y el jabón. Tenía la muñeca derecha aferrada al esqueleto de la precaria cama mediante unas esposas, en donde el metal de éstas habían logrado ir cortando poco a poco la piel de su brazo. La ropa desgastada por el tiempo y su propia orina servían de poco y nada en las frías noches sureñas. Y el dolor de la cicatriz de la bala percutada por su amigo aún se hacía presente en cada movimiento. Era el claustro ofrecido por Eder, para cuidarla y protegerla, como decía él.
"Coma porotitos" le dijo el joven.
Emilia despertó del mundo perfecto que creaba en sus horas de sueño, asustada encontrandose de golpe con su realidad; las tablas podridas del techo de lo que era su cuarto y el rostro inerte de su secuestrador, ofreciendole como el enfermero al internado una cucharada del plato de porotos que ella recordaba bien, hace unos tres días le había rechazado.
"Si no te comes la comida, te puedes enfermar" dijo el muchacho.
La joven corrió la cara hacia otro lado. Eder se quedó inmovil, observandola y sintiendo como de pronto y rápida la ira lo iba abordando otra vez. Lanzó la comida al suelo, le agarró con su mano izquierda la cara y a la fuerza le metió la cucharada de porotos en la boca.
"¡Come!" le decía, preocupandose que los granos que su amiga escupía volvieran a entrar por su boca.
Fue cuando nuevamente esa presencia le recordó estar cerca, dejando que un escalofrío le caminara por la espalda de abajo hacia arriba. El joven se quedó quieto sin soltar la cara de Emilia y luego se giró a mirar por la única ventana que dejaba entrar la tenue luz del día gris. De pronto el vidrio estalló y algo caliente se le metió entremedio de las costillas, obligandole a saltar hacia el suelo. La muchacha quedó desconcertada frente a tal escena, sintiendo fresca la sangre salpicada desde el costal del que alguna vez fue su amigo. Simplemente no podía asimiliar ni entender lo que sucedía. En eso, pasos decididos se escucharon junto a los quejidos de dolor de un herido Eder. Venían desde el living y llegaron hasta el umbral de la puerta. Desde ahí un hombre alto, de edad adulta y mirada decidida, les observaba como explorador a su tesoro pirata, pareciendo disfrutar el momento.
"Juan Le Pont" pudo mascullar aterrado Eder, el cual trató de levantarse y de llegar al velador que acompañaba a la cama. Alcanzó a abrir el pequeño cajoncito que componía al mueble y extraer el arma con la cual alguna vez Emilia le apuntó a la frente en una noche de llovisna. Pero don Juan se le adelantó y de una certera patada se la arrancó de la mano. El revolver se deslizó profundo bajo la cama.
El silencio se hizo de toda la cabaña. Desde lejos Javier observaba por la mira de su rifle cualquier situación de peligro que se pudiera presentar. El padre de Caroline, siendo testigo de que la justicia era una ciega anciana y caprichosa, sacó su arma y la apuntó directamente al rostro de Emilia. Era lo primero que había visto al entrar a la pieza; una muchacha sufriendo y victima de quizás que terribles atrocidades. No tenía idea qué había sucedido la noche de la muerte de su querida hija, pero nadie se merecía lo que ella estaba viviendo. Respiró profundo y miró por última vez a la muchacha, la cual sonriente y llorando le miraba directo a los ojos.
"Gracias" dijo Emilia. No había hablado en meses. La libertad había llegado al encontrar la mirada de un padre dolido. Había llegado al encontrar el perdón mudo de un hombre que encontraría la tranquilidad con su muerte.
Un tiro certero en la frente le silenció la vida.
Eder gritó del dolor al perder a la mujer que amaba más que a él mismo y todos sus deseos. Juan Le Pont decidió que la mente maestra en toda aquella desgraciada historia era ese pendejo cobarde tirado en el suelo. Con él saciaría un par de fantasias atoradas en los dos años de busqueda de el o los asesinos de su difunta hija.

Lo tomó del pie y lo arrastró afuera de la pieza.



FIN

jueves, 15 de diciembre de 2011

Día 117: Volvamos

Parte Nueve

Eder le impuso a Emilia escapar al sur del país. Le dijo que era lo mejor, que allá podrían partir una nueva vida, lejos de la justicia y podría cuidarla de cualquiera que le quisiera dañar. Entonces ahí estaba otra vez esa extraña sensación de dependencia, abordándola por las piernas, pero algo más extraño aún sucedió; aquella sensación en su corazón se convirtió en rechazo y unas poderosas ganas de empezar a hacer por si misma las cosas la abordó. Aquello significaba empezar a hacer las cosas bien desde ya.
El parabrisas de la camioneta que su amigo le robó a Liz contenía la postal de la ruta 5 sur, recta y decidida dirigiéndose hacia el sur, dejando atrás a Concepción. Recta e irreversible.
"Volvamos" susurró Emilia.
"¿Qué?" le preguntó Eder, alternando su mirar entre el frente del camino y los decididos ojos de la muchacha.
"No voy a poder vivir toda mi vida escapando. Algo dentro de mí necesita que pague por todo lo que hice. Mi consciencia no aguanta todo lo que ha sucedido. Necesito volver y recibir justica..."
"¿Para qué?" la interrumpió su amigo "¿Para pasar el resto de tu vida en una cárcel? ¿Para que el padre de Caroline te asesine? ¿Eso quieres? Vas a vivir en un infierno si regresas..."
"Necesito mirar a ese hombre a los ojos y decirle que yo maté a su hija. No sé porqué, pero necesito de ese infierno... ¿Tú no?"
Eder no fue capaz de contestar. En algún momento le quiso decir que ella no había asesinado a Caroline y que en realidad él había sido, pero no lo hizo. La quería cuidar toda la vida.
"Vamos al sur" fue lo único que pudo articular.
"Deten el auto, Eder" dijo Emilia mirando hacia el frente.
El muchacho hizo caso omiso a la petición.
"¡Para la camioneta ahora!" exclamó
Eder frenó con precaución el vehículo y se aorilló en la verma. Los automoviles pasaban a una alta velocidad por el lado de ellos.
"Volvamos, Eder. Te va a hacer bien" intentó una vez más Emilia.
El joven negó.
"No voy a volver y tú tampoco" agregó.
Emilia lo observó frunciendo el seño, extrañada por la declaración. Su amigo se giró a verla y le sonrió.
Luego vino el golpe del ruido de la pistola percutandose y la joven sintió como una bala se le incrustaba en la cadera.
Los vehículos pasaba por fuera a una alta velocidad.


Continuará...

martes, 13 de diciembre de 2011

Día 116: Juan Le Pont

Parte Ocho

La hazaña de Eduardo, el último samurai, es recordada hasta el día de hoy. En las calles se cuenta del hombre que con un sable, una pistola y la oscuridad derrivó a diez pobladores y a los dos guardias que parapetados sobre los pilares de la entrada al jardin de la mansión Le Pont lo esperaron para darle muerte. Pero el muchacho tenía una misión y por algunas balas que rebentaron en su armadura y cuerpo no se iba a detener.
"¡Fuego!" gritó Javier cuando vio que el intruso había quedado bajo los potentes focos de luz del jardín de la casona.
"¡Don Juan!" gritó el desconocido.
Y la armadura del joven se estremeció bajo el estruendo de los proyectiles de rifle de los tiradores que juraron acertarle en todo el cuerpo.
Eduardo sintió como calientes dos balas le reventaron el antebrazo derecho y la cadera izquierda, bajo el polvillo de la polvora que hirviendo se coló en sus narices. Sin embargo, no sintió la ansiedad de correr y protegerse de lo que iba a ser una muerte segura. El sonido de las balas chocando contra su traje le dieron más fuerzas para gritar. La siguiente ronda sabía sería su fin.
"¡Don Juan!" gritó nuevamente Eduardo.
"¿Quién es?" se preguntó en voz baja Le Pont, el cual curioso de ver a quién no podían detener, salió de su casa al porche de su jardín, observando que Javier se aprontaba a dirigir un nuevo ataque al Samurai que cojeando seguía acercandose.
"¡Fuego!" gritó el jefe de seguridad.
Un nuevo ensordecedor ruido de rifles disparando se hizo sentir en la noche que caía bajo los primeros rayos del sol. Y el muchacho, guiado por la fuerza de su amor, recibió certeros tiros que le abrieron las carnes de la pierna derecha, le reventaron importantes arterias en su cuello y le hicieron volar el casco de guerrero.
"¡Alto!" gritó Juan.
Eduardo pudo sentir como poco a poco la vida se le iba a traves de los orificios dejados por el paso de las balas. Sus piernas lo abandonaron y tuvo que saber sostenerse sobre el filo de su sable, apoyandolo en el suelo.
"Detenganse" dijo Javier haciendo una seña a los francotiradores apostados sobre el techo.
Instintivamente Le Pont corrió a socorrer al hombre que tan sólo quería hablar con él.
El muchacho vio acercarse al que alguna vez fue el padre de su amada, corriendo lentamente, mientras que el campo de su visión se iba nublando igual de lento. Su cuerpo poco a poco fue adormeciendose. Don Juan lo alcanzó a coger antes que cayera al suelo. El chico estaba ahogandose en la sangre que se desparramaba por su garganta, con la caracteristica mirada de un hombre que sabe lo que viene y sólo queda decir algo que se memorable. A Eduardo lo memorable no le importa, él traía un mensaje.
"No tenía como entrar" dijo, trapicandose con la sangre en su traque inundada "No tenía otra forma"
En eso Javier llegó a ver lo que sucedía.
"Tranquilo"
"Ella..." el habla le costaba "Eder y Emilia son sus asesinos" logró mascullar.
Juan Le Pont sintió como el cuchillo de la incertidumbre se lo retiraban de golpe de su abdomen y por fin pudo respirar. Supo tambien que la voz de aquel joven que moría era la del muchacho que Caroline tanto le nombraba, dejandose caer sus ojos en un vaso de cielo estrellado.
"Caroline quería que lo supiera" dijo Eduardo y murió.
El sol asomó por la cordillera.



Continuará...




domingo, 11 de diciembre de 2011

Día 115: El Bosque

Parte Siete

Cuando El Bosque se ve amenazado, sus animales salen de sus cuevas a defender lo que es suyo. A pie y en camionetas salieron hombres y mujeres de todas las edades, armados hasta los dientes con peligroso armamento, a buscar al o los responsables que habían causado el atentado a la entrada oeste de la población. Posiblemente tal suceso había sido ocasionado para causar distracción y lograr la penetración en la ácida vigilancia por la cual eran conocidos los pobladores de la peligrosa localidad. Es por eso que chiflidos que indicaban lugares donde se podían esconder y ladridos de perros rabiosos de sentir a un intruso se esparcieron por todo el largo y ancho de la noche que comenzaba a aclarar. 
Javier le aconsejó a Le Pont volver a su dormitorio. Dos de sus hombres custodiarian armados la entrada a su lecho de descanso. Mientras tanto, francotiradores se apostaban sobre el techo de la lujosa casa, cargados hacia el oeste, peinando con sus milimetricas miras las moradas y calles aledañas a la explosión, buscando algo extraño a que disparar. Si querían asesinar al narcotraficante más poderoso de Chile, tendrían que antes sobrepasar a toda la guardia de su majestad, algo que nunca en los años de reinado de Le Pont había sucedido. Ansiosos los tiradores querían ver al postulante a romper la seguridad de don Juan.
Fue cuando en los pasajes frente a la entrada a la masión la luz se cortó.

Caroline pensó que su bambú era de acero. Fue sólo eso. Nada más. El silencio aisló todo el ruido. Y el filo del sable del viejo maestro cayó sobre el que ahora era un poderoso bambú. La vara de la novia de Eduardo no se cortó. El silencio se hizo más grande. El muchacho se tuvo que levantar de la impresión.

"¡Protegan la entrada!" gritó Javier, acorralado por los escalofrios de no saber a qué se enfrentaba.
De pronto algo o alguien logró penetrar El Bosque y poner en jaque la tan temida y respetada seguridad de la mansión Le Pont. Asustados los pobladores y vigilantes, encendieron sus linternas en sus armas y comenzaron a llenar de nerviosos aces de luz la calle en penumbra, buscando encontrar a lo que los quería atacar. Gritos cortados se dejaban sentir de vez en cuando, queriendo cubrir toda el área. Pero la ausencia de luz los tenía con desventaja. Y lo sabían muy bien. Los francotiradores, inhabilitados en la oscuridad, movían de un lado a otro sus miras tratando de encontrar al infiltrado.
Entonces Eduardo observó lo que se venía, escondido detrás de unos arbustos que se desparramaban entre la reja de una casa. En última línea cuatro francotiradores apostados sobre el techo de la mansión de Le Pont. En la entrada a la casa, otro francotirador esperando a verle. Era Javier apostando todas las cartas. En la misma entrada, dos guardias arriba de los pilares de la majestuosa cerca que rodeaba al quizás kilometrico y frondoso jardín de la casona de don Juan. Y por último, la primera línea, la trinchera, estaba compuesta por ocho o diez hombres que nerviosos buscaban con sus linternas y armas. Lo único que quedaba era intentar llegar, acción que colgaba de dos opciones: llegaba y le decía su ex suegro quienes fueron los asesinos de su hija o no llegaba y nadie entendía el por qué de su arremetida contra la legendaria y peligrosa población.

Eduardo decidió que hacerse el muerto era lo mejor. Eder lo estaba asfixiando y posiblemente lo asesinaría. Y quizás oportunidad para esclarecer la muerte de Caroline como la que se había presentado no aparecería más en mucho tiempo o quizás nunca. Entonces fingió espamos y guardó el poco aire que tenía. De pronto la presión causada por el que hace pocos segundos era su mejor amigo declinó levemente hasta que le quitó la almohada de la cara. Si chequeaba su pulso, Eder notaría que éste aún palpitaba en su cuello y volvería al ataque. El muchacho se preparó para irse a las manos y desechar la idea de la venganza a manos del padre se la joven asesinada. Pero su ex amigo se equivocó y creyendolo muerto, salió de la pieza.
Eduardo se quedó inmovil, esperando el próximo movimiento de su verdugo. Para su suerte lo único que se escuchó después fue el abrir y el cerrar de la puerta principal...


Continuará...



martes, 6 de diciembre de 2011

Día 114: El Último Samurai

Parte Seis

Un soldado le dijo al jefe de guardia de la quinta entrada a El Bosque que un vehículo iba en dirección hacia ellos a una preocupante velocidad. El jefe de la guardia, escondido a veces detrás de la oscuridad del humo que emanaba desde su cigarro, tomó los binoculares y observó la panorámica calle a bajo. Y así era, un Nissan se acercaba en dirección a ellos a alta velocidad. 
"Hoy día no hay cita, jefe" dijo el soldado, un cabro joven, vestido con blue jeans y una chaqueta de cuero gastada, con voz de preocupación al ver que el auto no bajaba la velocidad.
"No" dijo el jefe, un tipo tranquilo y de movimientos pausados "Preparense"
Al unisono, los demás hombres que custodiaban la quinta entrada, cargaron sus armas y se alistaron para derrivar al vehículo en caso de que si a dos cuadras de la posición en que estaban no se detenía. 

Trigésimo tercer bambú cortado. Una que otra astilla le había cortado la cara a Caroline, la cual aún más exahusta que al principio, volvía a dejar en el suelo la parte de la vara que el maestro le dejó en la mano.
"Tienes miedo" le dijo el hombre "No confías en ti. No crees en ti. No crees que puedes lograr lo que te propusiste"
La joven se levantó y observó a Eduardo, recordando que cuando lo vio en la disco, pensó que nunca iba a estar con él o que por lo menos nunca se iba a fijar en ella. Pero ahí estaba, sentado en las bancas del cuarto de entrenamiento, esperandola todas y cada una de las noches que ella asistía a entrenamiento. Quizás no hizo nada por tenerlo, pero sí había algo cierto: alguien creyó en ella.
Caminó a la orilla del tatami y cogió uno de los últimos bambús. Regresó al centro y con brazos temblorosos tomó posición de combate. El anciano admiró por algun momento la insistencia de la joven, jurando al mismo tiempo ser más agresivo con su sable para ver otra vez la vara cortada en dos.

Sigiloso Eduardo entró de noche al lugar en donde tantas veces entrenó con su novia. Iba a por la armadura de samurai que siempre les observó inmovil a un costado del cuadro de práctica. Sabía que no podría detener todas las balas que en algunos minutos más iban a buscar darle muerte. Proteger su cuerpo por completo con milenarioa traje sería tener para si una pequeña ventaja más.
"Fue propiedad del último samurai" le dijo el anciano maestro, mezclado con la oscuridad de la madrugada. Eduardo se giró a observale. Quizás opondría resistencia al robo de la armadura "Cayó bajo las balas de una ametralladora extraneja e invasora, pero cayó después de horas de pelea. Está hecha a base de acero y carbón. Es pesada, pero fiel a todo aquel que quiera defender algo preciado"
"Entonces me defenderá" dijo el joven.

"Don Javier" dijo por radio el jefe de la quinta entrada "Tenemos una situación"
"¿Qué ocurre?" preguntó el jefe de seguridad de la mansión de Juan Le Pont, asomandose por el balcón que daba a la zona oeste de El Bosque.
"Un intruso sin cita por la quinta. Procederemos a derrivarlo"
"Hagalo"
El jefe de la entrada cargó su usi automatica y con energías gritó:
"¡FUEGO!"
Y el repequiteo de las balas saliendo a toda velocida y después impactando sobre los vidrios y el capó del vehículo se hizo sentir como un poderoso estruendo en la tranquila noche que se aprontaba a morir. Los hombres no se detuvieron de disparar, hasta que vieron que el automovil, que tardó en detenerse, siempre rehusandose a parar, se estrelló violentamente contra un poste. El silencio se apoderó nuevamente de la población.
Javier, notando que la situación parecía volver a estar bajo control, tomó sus binoculares y observó desde la casa de su jefe qué sucedía en la quinta entrada. Los hombres, cautelosos y preventivos, se acercaban atentos a que desde el interior del automovil les respondieran el amistoso saludo de la misma manera. Sin embargo el único sonido que había era el del motor todo destrosado con una fuga que bencina.
"Al parecer el vehículo está vacio" informó el jefe de la quinta entrada por la radio.
"¿Qué pasa, Javier?" preguntó Juan Le Pont entrando al balcón.
"Deme un momento, señor" dijo el jefe de seguridad, tomando sus binoculares infrarojos y al mismo tiempo apuntandolos al lugar de los hechos.
De inmediato pudo ver el calor de los cuerpos de los soldados y el jefe de guardia, acaparados acercandose al vehículo. Pero preocupantemente dentro del auto no se veía nada de calor ¿Quién lo manejaba entonces? Supo al instante que el objetivo del vehículo no era entrar.
"¡Salgan de ahí!" gritó Javier por el radio.
Pero ya era demasiado tarde. Eduardo desde lejos accionó las cargas de dinamitas alojadas en el estanque de gasolina y una gran explosión sacudió a todo El Bosque...


Continuará...

domingo, 4 de diciembre de 2011

Día 113: El Sable y el Bambú

Parte Cinco


Eduardo recordó los sonidos del choque de la espada y el bambú. El maestro le decía a Caroline cómo era posible que una hoja de metal filoso y pesado no pudiera romper la frágil estructura del bambú. Jadeante la joven, apoyada en su sable, buscaba la respuesta a tan simple pregunta. El silencio se apoderó del cuarto de entrenamiento. También de su mente. Quería concentración para preocuparse de instalar bien las bombas en las zonas en donde deberían ir para conseguir el resultado que necesitaba.
“La fuerza de todas las cosas que hacemos viene desde nuestra mente” le decía el centenario hombre. El muchacho atento escuchaba las sabias palabras del maestro de su novia “Si deseas que el bambú sea más fuerte que el sable más peligroso, lo puedes hacer. Sólo debes aprender a conectar los pensamientos de tu mente con las extensiones de su prisión llamada cuerpo. Debes aprender a aliarlos”
“Es imposible cruzar El Bosque hasta la casa de Le Pont sin una invitación” le decía Salvo a Eduardo “Lo sabes bien”
“No tengo tiempo para conseguirme una invitación” le contestó el muchacho saliendo debajo del vehículo “El primer cupo disponible es en dos años más y para ese entonces estos hijos de perra serán unos desaparecidos. Tengo que hablar con él sí o sí” dijo decidido.
“Es imposible”
“Lamentablemente para mí, esta noche no conozco el significado de esa palabra” declaró Eduardo.
El maestro le entregó el bambú a Caroline, la cual dudosa lo recibió y al mismo tiempo le entregó el sable al maestro.
“No existe mala o buena arma. El malo o bueno es el luchador” fraseó el anciano.
“Pero es imposible que…”
“Imposible es un significado que debes borrar de tu memoria” interrumpió un tanto molesto el hombre “Si lo logras, podrás con tu bambú conquistar imperios”
Ambos tomaron posición de ataque. La sala volvió a quedar en silencio. Eduardo recordó la lluvia en la ventana de una tarde color damasco. Caroline exhausta dormía desnuda de espalda hacía él. Y sólo un siseo irrumpió la tranquilidad del lugar y luego vino el corte del bambú de su novia. La muchacha ni siquiera se movió de donde estaba. La parte de arriba de la vara cayó al suelo. El maestro había cortado el bambú con el sable. Caroline no lo pudo detener. Tampoco lo vio venir.
“Ve y coge otro bambú” le dijo el anciano indicándole una rumba de ellos en un rincón del cuarto de entrenamiento.
La joven, asustada y confundida aún, corrió hacia el lugar señalado y cogió otra vara de bambú. Regresó y tomó su posición de combate. Repentino fue el ataque de su maestro, dirigiendo el filo de la hoja del sable desde arriba hacia abajo, como cuando con un hacha se quiere cortar un pedazo de tronco. Caroline sólo alcanzo a cubrir y su segundo bambú se cortó sin resistencia en dos.
“¡Dile a tu mente que el bambú es más fuerte y filoso que mi sable!” gritó el anciano. “Ve por otro”

Eduardo juró pensar en todas las posibilidades. Pero no encontró ninguna. Entonces supo que lo mejor que podía hacer para cruzar El Bosque; la peligrosa y violenta población que rodea a la casa de Juan Le Pont, era entrando de forma peligrosa y violenta. Sabía que intentarlo era ir con una pistola a enfrentar a todo un ejército, pero si no lo hacía ahora, nunca se lo iba poder perdonar. Iría con su bambú a enfrentarse con un sable en honor a la única mujer que amó y hacer justicia por su muerte. Entonces decidió darse un poco de ventaja con un auto colapsado en dinamita. Causaría mucha distracción la explosión de la carta bajo la manga, y quizás algunas muertes, lo que le serviría para avanzar unas cuadras camino al núcleo oscuro y agresivo de la población...


Continuará...


martes, 29 de noviembre de 2011

Día 112: El Profugo

Parte Cuatro

Inexperto era quién viniera subiendo las escaleras. Hacía demasiado ruido al posar los pies sobre los escalones, los cuales crujian tras cada toque. Ni mencionar el modo en que abrió la puerta de la cocina; quizás introdujo algún alfiler y escudriñó mucho hasta desajustar los engranajes de la perillas. Emilia había despertado cuando saltó la reja y desde entonces tenía su arma bien afirmada escondida bajo la almohada. Se puso de espalda a la puerta y frente al rincón, para así darle la sensación al ladrón que estaba durmiendo. Fue entonces cuando el intruso lentamente abrió la puerta de su pieza. Ese vacío en el estomago la abordó como siempre antes de un procedimiento, pero lo anulaba con un sock de adrenalina salida de sus duros riñones. Después de unos pasos y esa incomoda sensación de una presencia detrás, vino el silencio previo al ataque. Era el momento en que el ladrón o lo fuese que era la analizaba para decidir de qué forma atacar. Es el momento que hay que aprovechar, le dijeron en la escuela. De golpe sacó su arma, girandose noventa grados sobre si en su cama y dejó la punta de su revolver en la frente del intruso sumido en la oscuridad. Para su sorpresa, el sujeto no realizó ningún movimiento. Tal vez no se esperaba la instintiva reacción. Fue en eso que la lampara del velador se encendió y bajo la luz apareció el demacrado rostro de Eder.
"Me asuste, agüeonao" exclamó la joven dando un gran suspiro y cayendo de bruces en su cama. Pero de golpe su mente le avisó que era extraño que Eder haya cruzado todos los accesos de su casa, en silencio. Lo más parecido a un ladrón.
"¿Por qué no me llamaste para bajar a abrirte?" le preguntó extrañada.
Y su extrañéz pasó a preocupación cuando notó que la cara de su amigo estaba distorcionada por algún grave suceso concretado hace poco tiempo. Sus ojos de angustia reflejaban el temor alojado en su corazón.
"¿Qué pasó?"
A Eder le costó hablar. El hecho de decirle a Emilia todo lo que sucedió era aterrador para él. Por lo mismo el habla no le salía. Pero tuvo que obñigarse a botar todo. El tiempo no se detenía porque él tenía miedo.
"Eduardo lo supo todo" dijo tragico.
A su amiga se le dio vuelta el corazón y dejó sucio todo el lugar. Su quijada casi se dislocó de la impresión y su espalda pareció ser estrellada por una pared de hielo antartico.
"Perdoname" le dijo Eder acercandose. Emilia retrocedió como si de un desconocido escapara.
"¿Dónde está ahora?" le preguntó.
El muchacho no pudo contestar. Sólo dar a entender con su rostro que aquella respuesta era mucho peor que la noticia que le había dado.
Emilia se tapó la boca para que su corazón no saliera expulsado por ella de la impresión de lo que dedujo su mente quebrada.
"Tuve que silenciarlo" se atrevió a decir el joven.
Dos lágrimas cayeron de los ojos de la muchacha. Y recordó las pocas veces que se vio con Eduardo después de la muerte de Caroline. Lo acompañó en el cruel luto de de pronto descubrir que verdaderamente amaba a la fallecida adolescente y que la extrañaba con dolor y angustia, arrepentido cada día de haberla engañado con la que se suponía era la amiga del grupo.
Pero Eder había hecho que todo eso ya fuera cuento viejo. Tiempo para perder pensando que las cosas se pueden reparar no había. Entonces esa parte de su mente que enfría todo hizo su trabajo y pensó en cómo salir de tan precaria situación.
"¿Dónde está?"
"En mi pieza" contestó Eder.
"Vamos a buscarlo"

El silencio y la oscuridad eran dueños de la casa de Eder. Con sigilo observó si sus padres aún dormían. Así era. Entonces en puntillas caminó de la mano con Emilia hasta su pieza. Como él iba de los primeros, sería el primero también en entrar a la pieza y se encontraría nuevamente con la escalofriante imagen de su amigo asfixiado en el suelo. Detrás, la joven se preparaba para recibir el duro golpe de ver a su amado sin vida, mientras que se armaba de ideas para saber qué hacer con el cuerpo.
Fue cuando Eder quedó frente al umbral de la puerta, observando con los ojos desorbitados algo que lo dejó congelado.
"¿Qué..." le iba a preguntar su amiga cuando se encontró con la verdad.
El cuerpo de Eduardo no estaba.


Continuará...

sábado, 26 de noviembre de 2011

Día 111: Ahogame

Parte Tres

Eran las zapatillas que Eder llevaba puestas aquella terrible noche. Cuando se iba a cambiar ropa para acompañar a Emilia a la entrevista en la escuela de investigaciones, notó que sus deportivas estaban todas salpicadas de fragmentos de craneo, cuero cabelludo y sangre. Temblando y recordando el sonido de la cabeza de Caroline quebrandose bajo el peso de la roca, se las quitó y procuró lanzarlas en el último y más oscuro rincón de su closet, donde mamá no las pudiera pillar. El problema fue que se olvidó de ellas y nunca las sacó de ahí.
En la tarde había caído una triste y tenue lluvia. Eduardo buscó alguna que le acomodora, mientras le contaba el sueño que había tenido y fue cuando las encontró.
"¿Te acuerdas de las pesadillas que te contaba?" le preguntó a Eder quebrandose en llanto al dejar que su intuición dedujera todo lo que había sucedido la noche en que su novia desapareció "Pensaba que era mi mente perturbandome por lo que le había hecho a Caroline ¿Te acuerdas?"
Eder paralizado se puso entre él y la cama en la pieza, observandole mirar las zapatillas negras de la sangre necrotica y uno que otro pelo seco. Atormentado en escalofríos buscó saber qué era lo que posiblemente iba a suceder ahora que su mejor amigo se enteraba de todo y frente a eso, tomar una decisión.
"La veía quemarse, mientras me gritaba que bajara a salvarla. Y yo no podía hacer nada por que sombras negras me lo impedían" seguía diciendo Eduardo como en trance. No podía dejar de hablar.
Eder comenzó a llorar con él. Quizás alguna parte de su cuerpo se arrepentía del lamentable hecho. Su otra parte disimuladamente cogió con los dedos una almohada.
Su amigo, con los ojos sumidos en reflejos de luces generados por las lágrimas, levantó la vista para mirarle.
"¿Sufrió?" le preguntó quebrándose.
"Mucho" le dijo Eder, asintiendo.
Hubo un silencio. Un largo silencio. Y el asesino de Caroline, en un acto casi instintivo y sin previo aviso, tomó entre sus manos la almohada  y saltó sobre la cara de Eduardo, comenzando a asfixiarle. Eder decidió que si su mejor amigo seguía vivo, lo más probable era que trataría de atentar contra su vida comandado por el odio de haberle quitado de su lado a la mujer que verdaderamente amó. Tal vez lograría dejarlo muy mal herido y luego le haría hablar. Emilia iba a salir perjudicada si lo dejaba vivir.
Eduardo trataba por todos los medios de sacarase de encima a su verdugo, pero la fuerza que poseía éste eran inmensa y las oportunidades de poder respirar iban muriendo poco a poco.
"Caroline trató de golpear a Emilia" comenzó a explicarle Eder, a medida que más apretaba la almohada contra su nariz. "Fue un accidente. Ella cayó desde el barranco detrás de la Ándes"
Eduardo aún forcejeaba, pero con menos intensidad que hace unos segundos. Y gradualmente fue dejando de hacerlo más y más. Hasta que en un momento sus brazos se estremecieron bajo un espamo, luego se quedaron tiesos sobre el espacio para finalmente caer al suelo.
Más silencio.

La camioneta frenó. Eder le quitó la boca a la botella de vodka que venía bebiendo. De repente el mundo dejó de darle tanta vuelta. Las risas se escuchaban por doquier. Liz lo llevaba abrazado. Afuera se escuchaba el vibrar de música encajada.
"¿Dónde estamos?" preguntó el drogado muchacho.
"En la Bola" le dijo Liz.
El motor se apagó. Las puertas del piloto y copiloto se abrieron y ambas rubias bajaron.
"¿Vamos?"
De golpe Eder recordó que su mejor amigo yacía muerto en la pieza de su casa. De repente recordó que todo estaba realmente jodido y que no era momento de ir a la disco. Era el momento de actuar, antes que todo siguiera jodiendose más.
"Me voy a quedar aquí" le dijo a su amiga "No estoy bien"
"¿Seguro?"
El joven asintió.
Liz de pronto supo que haberse encontrado aquella noche con él le había causado demasiadas exquisitas sensaciones. Nunca lo había mirado de aquella forma, como en la que se desea a un hombre. Eder estaba ahí, drogado y masculino, corpulento y deseable. Entraría con sus amigas y volvería a la camioneta para emprender camino por la carretera hacia el sur junto a él y doblaria por algún camino no viable hacia la oscuridad de una parcela y se revolcarían juntos hasta el amanecer, dejando que el alcohol y el extasis los hiciera hacer cosas de un alto nivel de suciedad. Pensarlo hizo que su entrepierna experimentara un leve cosquilleo.
"Voy y vuelvo"dijo plantadole un beso en la boca "Esperame" y cerró la puerta.
Y todo lo que quería en el mundo se convertía en realidad. Un beso y lo más importante de todo, ser deseado por Liz. Pero era la noche equivocada. Lo que más importaba era Emilia y nada más.
Se pasó al asiento del piloto. Encendió el motor y arrancó del lugar.


Continuará...

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Día 110: Zapatillas Sucias

Parte Dos

"¿Estai bien?" le preguntó Liz.
La velocidad que llevaba la camioneta hacía que su imagen del frente del camino se distorcionara. Eso lo llevaba un tanto mareado.
"Sí. Tranquila. Sólo estoy un poco aturdido y adolorido por el topón. Pero nada más" declaró Eder.
"Ibai super rápido" agregó la joven, que lo acompañaba en el asiento trasero del vehículo "¿Arrancabas de algo?"
De golpe el recuerdo de la almohada y los aleteos de su amigo se hicieron presente antes de contestar una mentira bien fabricada. Entonces la miró a sus grandes ojos cafés y recordó aquellos días que le gustaba demasiado estar con ella y verle sonreir. Aún le costaba trabajo olvidar que la forma en que sus labios se abrian tiernamente para sonreir era algo que lo transportaba a otro universo. La pensó por mucho tiempo, pero ella nunca lo hizo por él. Entonces se escondió bajo el personaje de un amigo consejero y que estaba ahí cuando las penas de amor la atormentaban. 
Liz era tan imposible como un atardecer eterno.
Entonces sólo le pudo sonreír y así hacerle entender que no le diría nada, ya que mentirle era una tarea difícil.
La joven notó que lo que le sucedía a su amigo era sumamente grave como para sonreir y tragarse la situación. Entonces le tocó el hombro a la chica que iba de copiloto en su camioneta y le pidió una pastilla.
"Güeona, quedan justo tres" le advirtió la rubia que se giró hacia ellos con una pequeña bolsa en la mano derecha.
"Pasame una. Yo hoy día paso" le dijo Liz.
La piloto, otra rubia, la tuvo que mirar por el espejo retrovisor para ver en su mirar que hablaba con decisión. La joven era de salir y olvidarse literalmente de quién era, perdiendose en la noche que tenebrosa se la llevaría a donde se le antojara. Y para lograr tal punto de inicio era necesario ingerir drogas y mucho alcohol. El último ya viajaba por todo su cuerpo. A la primera se la puso en la punta del dedo índice y se la ofreció a Eder.
El muchacho retrocedió con recelo.
"Tomatela. Te relajará" le dijo Liz, sonriendo.
A eso no se podía aguantar. Mirandola a los ojos, envolvió con sus labios la punta de su dedo y se tragó la pastilla blanca.

Recordó la asquerosa sensación del corte del profundo sueño por el vibrador dentro de su celular. Como pudo se liberó de las sábanas y cogió el movil entremedio de la oscuridad.
"Aló" dijo aún durmiendo.
"Disculpa que te llame tan tarde" le dijo Eduardo desde el otro lado de la línea.
"¿Pasó algo, güeón?" preguntó Eder despertando de golpe al escuchar a su amigo en el teléfono.
"Es una de esas noches, hermano" dijo el joven desde el otro lado "¿Me dejai entrar?"
"¿Dónde estai?"
"Afuera de tu casa" dijo con voz de niño travieso.
Eder se quedó tendido asimilando la idea de ver a su amigo de pies en la calle humedecida por la lluvia de la tarde. Se levantó y le dijo que bajaría a abrir la puerta.
Quizás Caroline hizo llover, pensó cuando recordó decirle a Eduardo que se quitara las zapatillas embarradas.
"Vai a dejar la alfombra pa' la historia si no te sacai esas zapatillas" lo retó aún medio dormido "Y mi vieja le va a poner cualquier color"
Su amigo de toda la vida se quitó las malogradas zapatillas y las dejó afuera de la puerta. Le pidió que le prestara un par. No había vuelta atrás para que todo el desastrate se desencadenara. Eder, olvidando el destructivo secreto que guardaba, le dijo que buscara un par dentro de su closet, mientras que él se lavaría un poco la cara para poder así despertar por completo. El muchacho, buscando las deportivas, le contaba porqué había aparecido afuera de su casa.
"Soñé que encontraba a Caroline, Eder. Corría a la puerta de entrada a mi casa porque alguién golpeaba y era ella" 
Su amigo omitía comentarios, envuelto por el calor del recuerdo del cuerpo de la ex polola de su amigo calcinandose a la orilla del río, diciendose así mismo que todo había sido por Emilia y que todo lo demás no importaba. Tenía que ser así; siempre lo más importante era su felicidad por sobre todas las cosas.
"Raro" fue lo único que comentó.
Y después de su palabra, hubo un silencio demasiado aterrador. Era como si de repente hubiese quedado solo en la casa.
"¿Eduardo?" llamó, pero no hubo respuesta.
Salió del baño y entró a su pieza. Su amigo estaba encorvado e inmovil a lado de su closet, observando algo que le impedía moverse...


Continuará...

sábado, 19 de noviembre de 2011

Día 109: Caroline Le Pont

Yo no creo en las secuelas de las historias. Cuando la historia es buena y justita, hay que dejarla ahí. ¿Para qué sacarle el juego? No vale la pena. La historia misma se puede echar a perder. Entonces pasó que hace un tiempo subí una historia que fue del gusto de muchos. Sin embargo escuchaba una frase que se repetía al final de cada comentario que me hicieron llegar "Gusto a poco" ¿Le faltó algo a la historia? Me decían que le faltó algo al final. Algo así como una continuación. 
Leí la historia y decidí que sí, que algo le faltó. Es el relato de una fatídica y extraña noche que tuvo como consecuencia la muerte de Caroline, a manos de Eder, el mejor amigo de Emilia ¿Se acuerdan? Si no, les dejó los link's de la historia. Es rápida y audaz. Algo lacerante y fiel reflejo de la realidad de una juventud que adora los momentos de extasis.


He aquí el primer capítulo de su continuación. Espero les guste.



Parte Uno

Eder nunca había sentido esa sensación en las piernas. A veces no estaban. En otras ocaciones se movían como dos largos jamones de jalea de limón. Y era lo único que su mente le dictaba. Correr y no atreverse a hacer otra cosa. El cielo teñido en un marrón amanazante de una torrencial lluvia, se movía en silencio junto a él. La oscuridad de las calles lo alentaba a seguir y no a detenerse. El aire celoso se escapaba del espacio y riendose lo dejaba solo. 
Al cruzar la calle, alcanzó unicamente a ver dos fuertes puntos de luz acercandose a él.

Les ocurrió eso que nadie se explica. De repente sus miradas se conectaron absorbidas por las millones de posibildades que existen de que entre las más de cien personas que bailaban bajo la oscuridad y los aces de luz de la disco sus ojos justo choquen a la misma altura, latitud y longitud. Pero sucedió. Y vuelta atrás no había. Las horas fueron avanzando y las ganas de saber a que olía y cómo bailaba el otro eran agoviantes. Llegaron a olvidar la forma de la cara de sus compañero y compañera de baile. El objetivo de uno era el otro. Entonces Caroline le dijo a su acompañante que iba al baño. Eduardo no le dijo nada a su compañera y la dejó bailando sola en medio da la pista. 
Se encontraron en la zona VIP del recinto, ubicada en el tercer piso. La muchacha peinaba con el mirar a la masa de gente moviendose al ritmo de la retumbante música, buscando al hombre que le había cambiado la forma de pensar en las coincidencias. Eduardo le dejó una vaso de ron y bebida sobre la barra en donde estaba apoyada. Caroline nerviosa y un poco impactada, le sonrió y miró el trago ofrecido.
"¿Cómo sabes que me gusta el ron?" le preguntó al oler el aroma del licor tostado.
"Cuando te vi, tuve una visión" dijo Eduardo, con una pequeña sonrisa alojada en sus labios "Vi que llegariamos acá y al invitarte a tomar algo, me dirías que te gusta el ron. Entonces, para no perder el tiempo, te lo compré altiro"
Caroline rió. Las sensaciones que los invadía crecían garrafalmente segundo a segundo. Intenciones de volver con sus parejas de baile no habían.
"Entonces estoy siendo acosada por un brujo" dijo ella.
"Mejor no diré que otras cosas vi" dijo el joven.
Ahora ambos rieron. 
Si Caroline hubiese sabido que meses más tarde terminaría calcinada al final de una cuesta por culpa del amor que nacía en esos momentos por Eduardo, quizás habría arrancado. Pero imaginación o persepción para saberlo no tenía, entonces se quedó ahí, en la barra, compartiendo con él.
"¿Por qué subiste?"
Eduardo se encogió de brazos.
"Quizás quería saber cómo se escuchaba tu voz o qué sentiría al estar a un metro de ti" agregó al gesto.
La muchacha le quitó la vista. Se sonrió y sorbió un poco de su ron.
"Yo creo que es lo único que vas a querer saber de mí" le dijo.
"¿También eres bruja?" le preguntó Eduardo.
"No. No es una visión. Es una certeza"
El joven no entendió. Su expresión en el rostro le dijo a Caroline que no sabía a donde quería llegar.
"Soy Caroline Le Pont" le dijo "Hija de Juan Le Pont"
Eduardo disimuló el escalofrió de terror que le recorrió la espalda al escuchar el apellido que acompañaba su nombre. Es más, logró fingir una cara de normalidad frente a la revelación.
"Valla" logró articular "¿Entonces le conoces?" bromeó.
Caroline le sonrió levemente. Pero quizás una broma con la identidad de su padre, el narcotraficante más peligroso y rico de Chile, no eran algo tan malo en ese momento que se suponía Eduardo debería haber salido corriendo.
"No es un atributo ser hija de él" comentó.
"Pero no creo que sea un impedimento para hoy día llegar un poco más tarde a casa" dijo Eduardo, tendiendole la mano.
La joven le observó los ojos y juró perderse en ellos. Sintió el frescor de la mano suave de el muchacho al tomarsela entre sus finos dedos y le dio un pequeño apretón de confianza.
"Llavame a donde quieras" le quiso decir, pero habría sido fuera de lugar.
Eduardo se dio la media vuelta y la invitó a perderse en la oscuridad de la disco.

Eder quedó arriba del capó de la camioneta que, antes que lo atropellera, le pareció conocida. Al frenar ésta, por efecto de la inercia, su cuerpo cayó al suelo y el dolor de la situación se hizo presente en toda su contextura. No le alcanzó ver venir. No fue lo suficientemente atento para detenerse. Tampoco rápido para esquivarlo. Sólo pudo quedarse de pies cuando vio que ya no podía hacer nada más.
En eso, desde la luz de los potentes focos delanteros del vehículo, una mujer asustada emergió y le ayudó a pararse. La chofer alcanzó a quitarle la velocidad que llevaba la carrocería, logrando así sólo botar al joven que despavorido cruzaba la calle corriendo.
"¿Eder?" le preguntó de repente la muchacha.
El joven, un tanto aturdido todavia, la observó más detenidamente y supo porqué la camioneta le era conocida.
 "Liz"...

Continuará...

martes, 15 de noviembre de 2011

Día 108: Lo que no Escribimos

¿Qué he hecho? 
Rara vez somos capaces de hacernos esa pregunta.
¿Qué hemos dejado plasmado para decir "Esta es mi historia"?
¿En qué momento dejamos de ser el factor sorpresa en los cuentos de los demás?
¿Cuando dejamos de escribir nuestra propia historia?
Quizás en algún momento perdemos la fe en que las cosas pueden ser como las imaginamos y simplemente nos dejamos llevar por la corriente de la vida y el tiempo. Olvidamos por un tanto el significado de dignidad y nos invade el sabor dulce de los vicios y los deseos falsos de la mente. Nos mentimos para fingirnos una realidad que parece ser buena, pero que al fin y al cabo no nos llena.

Como dijo un cantante, todas las noches son como una tarde de domingo por llover.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Día 107: El Informe

¿Has tenido esos sueños con mil historias? Esos que empiezan con un paseo en la playa y después una muerte en Alameda con Vicuña. Así de raro. Bueno, si pensamos bien las cosas, la realidad no se diferencia tanto de los sueños. En la mañana eres cuerdo y moral, y en la noche estás metido en grandes problemas. En la mañana tienes el control y al atardecer te has desbarracando del camino.

"La guatona Candy" me pidió hacer un informe de proporciones universales. De eso hace unos tres meses. El informe vio la luz y se convirtió en la página informativa de la administración del local. 
Cuando llegó María de sus licencias, tomamos la decisión de enseñarle a rellenar el informe para así entregarselo a los jefes temprano en la mañana. De eso hace tres días y aún está practicando.
Hoy como es el inventario general, entraré a las dos. Pero entrar a las dos no me salva de trabajar a distancia. Sí, soy de esos a los que llaman si es que hay alguna emergencia en el sistema del supermercado, no importando la hora y si estoy sentado en el baño. 

Entonces hoy estaba soñando que tenía sexo cuando en escena apareció don Alex preguntandome con el seño fruncido de dónde había sacado la información que había puesto en el informe. No le alcancé a explicar, cuando desperté y la tenue luz del día nublado me golpeó la cara. Como pasa hace días, ningún recuerdo se posó en mi mente. Estaba en blanco, como un vegetal, tirado en la cama. Fue cuando el celular encima de mi velador comenzó a vibrar. "Por la cresta" pensé. Lo tomé y vi el número. Desconocido. Y desconocido significa pega. Contesté. Era María.
"Karev, disculpa que te moleste" me dijo timida desde el otro lado.
"No te preocupes, Mari. Dime que te pasó"
"Lo que pasa es que estoy haciendo el informe de ventas para los jefes y parece que me equivoqué en algunas ventas" me dijo con voz temblorosa.
Entonces recordé a don Alex con el seño fruncido.
"¿De dónde sacaste esta información, Karev?" me preguntaba al mismo tiempo que la mujer entre mis brazos desaparecía.
Me sonreí. Sólo pude sonreirme.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Día 106: De Adrede

Uno no se imagina como los hechos que quebrarán tus creencias te chocan de golpe y en el momento menos esperado. Codiciosa y feroz se escabulló entre la oscuridad y me ató con su baile y sensualidad. Siempre me gustaron sus ojos coquetos, acompañados de sus pecas naranjas, pero nunca se lo pude decir. Tampoco se lo mencioné a Jack. Menos a Isabella. Sólo sabía que me gustaba caer cautivo en el verdor de sus pupilas que exquisitas me penetraban el alma y algo me querían decir. Pero fui tonto y en cinco años nunca pude predecir sus señales. Jugaba a que su atención sólo caía en la voz de su novio y en nadie más. Jugó a ser la mujer fiel. Intocable. Perfecta. Y yo me hice el tonto y nadie notó que la miraba cada vez que su cuerpo quedaba abandonado en la oscuridad de la fiesta. 
Esa noche, como nunca en los últimos cinco años, fue sola. Ella y yo aprovechamos la oportunidad para escribir la primera letra de la primera palabra de esta historia.
"Te conosco Karev" me susurró al oido.

Emilia me dijo que qué era lo quería. Sabía bien que quería su boca, pero para darle suspenso al inevitable momento, me hizo la pregunta. La Cisterna se congeló. Se dio la media vuelta y no la vi más. Y el carrete se veía como el primer capítulo de la historia. De eso hace unos nueves meses. Nueve meses esperando a ese extraño y exquisito momento en que me hizo saber que lo que más deseaba era tocar mi boca. 

Jack me dice que corra. Que tengo la oportunidad ahora. Que el tren sin regreso aún no parte. Guzt me dice que no lo escuche. Y yo no quiero escuchar. ¿Por qué? No sé. Joselyn me dice que es la adrenalina de saber que la situación es ilegal y que uno a eso se vuelve adicto. Es ahí cuando miro hacia atrás y veo todos los momentos que tratamos de dejarnos. Las discuciones y los momentos en que nos quedamos hasta las tres de la madrugada conversando. No importaba si hacía frío o teniamos sueño. La hora en el Shopdog. Su sonrisa. La vez que me dio de su perfume en la muñeca, arriesgando toda una vida... No la puedo dejar. Y el blog regresa a su temática. Que divertido.

Le dije a Isabella que me avergonzaba pasar de crítico a criticado. Me dijo que no me preocupara. Que a ella no le importaba. Yo le dije que a mí sí.
"El sábado hablamos" me escribió.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Día 105: Maldita Santa Ana

De repente algo dentro me dijo "Si no la vas a dejar, te arrepentirás de no hacerlo toda la vida. Porque hoy quizás es la única oportunidad que tengas de verla... y las vas a dejar ir?... ¿Vas a seguir siendo el mismo cobarde?" 
La gente me chocaba, porque el metro había abierto sus puertas y con su pito de sonido digital alentaba a las abuelitas a correr para tener un lugar en el expreso que iba a Baquedano y no a Santa Ana como en algún momento de la reunión mi cerebro había decido, porque estúpidamente trasladé la combinación de la línea 2 con la 5 entre Plaza de Armas y Baquedano. Imposible; entre el kilómetro cero y plaza Italia sólo estaba Bellas Artes... ¿En qué estuve? El metro cerró las puertas. El de ella iba dirección al sur, quizás llegando a la combinación. No puedo dejarla ir. Debo ser lo suficientemente valiente para tomarla de la mano y saber qué es no TEMER. Me alejé de la multitud y la llamé.
"Pensé que Santa Ana estaba entre Plaza de Armas y Baquenado" le dije.
"No te escucho bien" acusó.
"¡Pensé que Santa Ana venía después de Plaza de Armas y que por lo mismo tomaríamos el metro juntos!" le dije. No podía creer lo que estaba haciendo "¿Aún estás en Santa Ana?" 
"Sí"
"Esperame ahí. Te iré a dejar a La Cisterna" le dije.
Una que otra persona me miró correr por las escaleras, saltando de a dos los escalones, no logrando entender donde había sacado el coraje para llamarla. Crucé el cambio de andén y llegué al otro lado. El metro tardó dos siglos en llegar. Llegó. Me subí. No entendía nada. Iba a quebrar meses de un tira y afloja exquisito, y es que las causas y las coincidencias habían fluctuado de tal manera que aquella tarde estaba destinada para los dos. Así de cursi conchetumare. Maldito metro que iba más lento que la cresta. Me decía a mí mismo que me iba a bajar y chantaría manso ni que reclamo en algún libro preparado para recibir el ardor de mis lacerantes letras "Servicio lento, con tendencia a hacer perder maravillosas oportunidades... aunque igual en la mañana, con toda la cosa de las rutas, me dejó llegar más temprano"
"Estación Santa Ana"
Ni me preguntí si el chofer era hombre o mujer. Mi mente bloqueó ese recuerdo. No puedo ser descriptivo de mi entorno en estos momentos. Aún alucino. La llamé otra vez y le pregunté donde estaba. En el mar de gente que se había convertido la combinación al vaciarse el tren, ella estaba esperando atenta apoyada en un pilar de ladrillos naranjos oscuros. Se había puesto los audifonos de su MP3. Algo la dejó escuchar el celular o por lo menos sentirlo vibrar.

Un desgarro nervioso me cortó el estomago en dos. Habíamos reído y dejado en el aire penetrantes miradas camino a casa. Morían así cuatro meses. Inconscientes del momento que se acercaba sin que nada lo pudiera detener, dejamos que la gente bajara, caminando lentos y haciéndonos los tontos. Ya afuera, el andén estaba temerariamente solitario. Una luz tenue nos acompañaba. Quizás eran los nervios que me estaban haciendo perder la visión. Se giró y me miró. Esta vez no se despidió de golpe.
"Me voy a ir en el ascensor" dijo.
"Floja" la descriminé y la abracé.
Fue el mejor abrazo que me han dado en el año. En ese momento me di cuenta que era lo único que quería. No había nada más. Era eso. Su cuerpo junto al mío.
"Me tengo que ir"
"Bueno" le dije y le besé su blanca mejilla.
No se quiso salir. Yo tampoco. Jugamos a que era divertido seguir tirando y aflojando. No podía creer lo que estaba pasando y a la vez sabía que en algun momento tenía que suceder. Toqué sus labios como si fueran la última puerta a la eternidad.

Emilia caminó lento por la escalera. Quizás no la vea nunca más.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Día 104: Los Hijos de los Hombres que no Volveran

Capítulo Doce y Final
Parte 2

"¿Crees que asesinandome vas a conseguir espantar a los que liderarán el día de mañana el negocio?" preguntó un desnudo Heriberto Piña, amarrado al capó de su camioneta por las muñecas, viendo como el conscripto chileno sacaba de entre los pantalones una cuchilla de un porte nada despreciable.
"Estás equivocado" siguió el narco, buscando apelar por una oportunidad para vivir "Mi muerte no será nada. Es más, vas a despertar la furia de mis socios y familia y van a venir por este pueblucho. Gracias a ti y por la estúpida pena de la muerte de una niñita condenarás a El Muerto y el pueblo entero desaparecerá. Porque por aquí vendrán mis hijos y los hijos de ellos también y tus acciones no cambiarán nada. Esto nunca terminará. Así son las cosas en esta parte del mundo"
Ángelo le atravesó la mirada con la suya y acercándose dejó que la punta de la hoja del cuchillo tocara el final de su garganta.
"Tus hijos se mearán del miedo cuando les nombren la frontera y El Muerto" exclamó el conscripto.
El sol asomó su primer haz de luz por sobre la Cordillera. Majestuosa escena.
Y el soldado chileno dejó que el cuchillo se fuera abriendo paso por la piel del boliviano, desde el medio de las claviculas hasta debajo del ombligo, perseguido por un hilo de sangre que bajó hasta la cintura, mientras que Heriberto se desgarraba la garganta en un dolido grito. Angelo procuró ser cuidadoso con lo que hacía y es que no quería que el narco muriera o cayera en shock. Procuró ser cuidadoso para que  Heriberto sintiera todo el umbral de dolor que su cuerpo podía sentir.
Javier se olvidó que tenía que apuntar con su rifle al chofer de la camioneta. Pero no importaba. Su prisionero, al igual que él, atonito observaba el brutal  y lento homicidio, con tintes de tortura, quemando con un fierro caliente en su mente cada imagen de la piel desprendiendose del cuerpo y los gritos del pobre boliviano. Quería correr a detenerlo, pero el miedo y algo invisible lo tenía pegado como una llave a un imán al arido desierto nortino. No quería seguir escuchando y viendo lo que sucedía. Era demasiado para lo que podía soportar. Pero nadie lo detuvo. Así que lo único que se escuchó por algunos minutos fue el escabroso sonido de la piel de Heriberto rajandose bajo el paso del cuchillo de Angelo que lento y hambriento juró darle dolor y hacerlo lento... muy lento.

Heriberto río antes de dejar de respirar. Después de tanto sufrimiento y gritos, fue lo único que su mente pudo hacer. Sonreir y mirar el cielo celeste, sintiendo el frío dentro de sus entrañas abiertas al aire. Angelo se acercó a su chofer, que impactado al ver a su jefe todo destrozado no podía ni siquiera ponerse de pies.
"Llevenselo en la camioneta" fue lo único que Angelo le dijo. 
Una fuerza desconocida levantó al peón y seguido por el narcotraficante que lo acompañaba, levantaron lo que quedó del boliviano y lo echaron arriba.
El conscripto se giró hacia sus compañeros. Jadeaba de lo sucedido. Le había costado trabajo igualmente. Dar muerte no era cualquier cosa. Darla de esa manera tampoco. Los miró, uno por uno y no dijo palabra. Ellos tampoco, pero no porque no tenían nadar que decir. Algo se los impedía.
Angelo dejó el cuchillo en el medio del desierto antes de subirse al camión.

lunes, 31 de octubre de 2011

Día 103: Los Hijos de los Hombres que no Volveran

Capítulo Once 
Parte 1


Incomodo sonó el maldito teléfono en medio de la cálida noche. Con el sabor de las pesadillas de ese extraño último fin de semana en la base fronteriza Atacama, buscó el auricular en la omnipotente oscuridad. Era Angelo desde el otro lado.
"El gobierno nos traicionó, camarada" dijo loco como siempre "Te necesito"

De los cuatro narcotraficantes, uno resultó con la cabeza reventada y falleció al instante. Al que iba manejando, Javier lo tenía apuntalado con su fusil de guerra, con hambre de presionar el gatillo, extaciado por la situación que se mezclaba entre gritos y garabatos "Bajense los conchesumadres" Su respiración se aceleró y su corazón golpeteaba con rabia su pecho. Recordó el momento en que le echó la pastilla molida a la sopa del sargento, una de las mismas que le daban a los caballos de la base para que se adormecieran y poder así hacerle examenes que incluían meterles el brazo entero por el recto. A esas horas dormía como un caballito en su cama. Mientras que ellos tomaban detenidos a los narcos bolivianos que ilegalmente venían cruzando la frontera hacia el pueblo. Angelo tomó entre sus manos la ropa de Heriberto Piña y olvidando que el pobre hombre se había dado fuertes vuelcos dentro de su camioneta, lo levantó y lo dejó de pies. El boliviano, un hombre de contextura delgada y tonificada, aturdido por los golpes y una herida abierta en su frente, como pudo trató de estabilizarce y de entender que la cosa que lo había levantado era un muy extraño lobo negro. Trató también de recordar que mierda se había jalado para, después de un choque, llegar a ver a un lobo negro de pies. Los ojos oscuros de la bestia lo miraban fijos y atentos a lo que hacía. Entonces se giró hacía la luz y logró ver a sus hombres apuntalados con fusiles por soldados chilenos. Los habían atrapado. Al frente Pedro vestido de Judas, con la mirada baja, era la explicación a todo. Los había delatado y ahora tenía que dar una buena excusa para safar de la complicada situación.
"¿Por qué nos chocaron?" le preguntó a lo que para él era la alucinación de su mente podrida en drogas.
"¿Usted es Heriberto?" le preguntó Angelo.
El lobo negro hablaba. Haya sido lo que haya sido que se metió a la nariz, era muy bueno.
"Ese soy yo. Al que chocó con su camioneta, señor Lobo" contestó Heriberto.
Angelo dudó si los movimientos del narco eran los de un hombre borracho o los de uno aún aturdido por el choque. Sea lo que sea que todavía lo tenía con sus sentidos apagados, le hacía ver al conscripto como un extraño animal o una alucinación quizás. Entonces Martinez decidió tomar el cráneo del animal y quitárselo, así su rostro quedó al descubierto de la noche que lentamente comenzaba a teñirse de la luz del alba.
Heriberto rió estrepitosamente.
"¿Usted asesino a una niña en el bar del pueblo hace dos noches?" le preguntó Angelo.
Todos pusieron atención a la respuesta. El boliviano no dejaba de reír. El conscripto paciente esperaba, sintiendo cada segundo pasar del extraño momento.
"Eso da lo mismo" dijo finalmente "Lo que le hice a ella da absolutamente lo mismo. En realidad, a ustedes les tiene que dar lo mismo. Ustedes no puden hacer nada haya o no hecho algo. El ejercito no puedo interferir en estos tipos de situaciones. Sólo deben velar por la seguridad de la frontera, algo que también da lo mismo porque si se dan cuenta aquí no hay frontera. Y si llevamos más allá toda esta lamentable situación, ustedes no deberían estar aquí, porque tu, pendejo, no debes ni siquiera tener edad para cargar un fusil"
De repente quedó la sensación de que todo se había ido a la mierda y que el siguiente paso que había que dar era correr y olvidarse de ser soldados. Pero había uno que no movió musculo alguno. Ángelo se acercó y le clavó la mirada en la parte más profunda de su alma.
"¿Fue usted?" le volvió a preguntar.
"Si. Yo fui" dijo soltando una pequeña risita ironíca "¿Sabes lo estrechas que pueden ser las niñas de esa edad? Son lo mejor. Si no sabes lo que es sentir eso deberías experimentarlo. Es más, si dejamos este impás de lado, yo invito esta noche el primer trago y nos vamos de jarana hasta que no demos más ¿Qué dicen?"
"¿Por qué lo hizo?" le preguntó el conscripto. Parecía no escuchar lo que Heriberto decía.
El narcotraficante notó que sus palabras no iban a caer a los oidos de nadie y eso lo incomodó un tanto. Fue por eso que su rostro cayó en una seriedad amenazante de estallar en rabia.
"Porque yo le doy sustento a este pueblo que tu país olvidó. Por mí comen, duermen y beben agua. Es por mí que viven y pueden darle una vida digna a sus hijos. Gracias a mí el desierto aún no se los traga. Me deben mucho más que la zorra de una pendeja. Muchos más. En estos rincones del mundo, las personas nos regimos por otros tipos de leyes, diferentes a las tuyas. Así que pesca tu mierda de coraje y llevártelo de aquí, mira que poco te va a servir"
Sin previo aviso, Angelo cortó sus lacerantes y punzantes palabras con un derechazo que lo envió directo al suelo. Los demás soldados no dejaban de mirar los pasos que el conscripto iba dando. La sensación de ver que nada lo detendría y que todo llegaría muy lejos los tenía demasiado nerviosos. Querían arrancar, pero sabían que sería más terrorifico  ver el rostro de Ángelo molesto por la traición. Heriberto, aún más aturdido, como pudo buscó ponerse de pies. El conscripto, siendo calcomido por el recuerdo de las palabras del narcotraficante refiriéndose a lo sucedido con la pequeña, se quitó la piel que colgaba del resto de su cuerpo y cogió una soga que llevaba entre sus ropas. Pateó duramente en el estomago al boliviano que se venía parando y lo tomó de los pelos de la nuca, arrastrándolo hacía la camioneta. Lo dejó caer y amarró con la cuerda sus muñecas. La noche se ahogó en una manta azulada de muerte. Las estrellas arrancaron....


Continuará...

miércoles, 26 de octubre de 2011

Día 102: Juan "El Lobo" Contreras

Capítulo Diez

La historia contaba de un tal Juan Contreras y su hazaña al salvar la vida de sus compañeros cuando tuvieron que cumplir un ejercicio de expedición. Iban sin armas. Sólo sus mochilas con lo justo para poder pasar la noche en el frío Atacama y un cuchillo por cada uno. Eran diez. Regresaron cuatro.
"Fue a la segunda noche cuando aparecieron el lobo negro y el blanco. Asesinaron en menos de un minuto a cinco conscriptos. Por lo que contaba Contreras, las bestias atacaban directamente al cuello de los soldados, por lo que no les dio tiempo de ni siquiera sacar las cuchillas para defenderse. Los demás corrieron despavoridos por el desierto..." relataba Rojas, mientras abría la puerta de la bodega "Pero no él. Juan Contreras experimentó la sensación de estar frente a la muerte y eso lo cambió por completo. Se enfrentó a los dos lobos y les ganó. Los desolló y llevó las pieles al cuartel en señal de que a él nada lo podía derrotar. Que era indestructible"
"Nunca había escuchado de él ¿Qué le pasó?" preguntó Angelo.
"A la semana de salir del reclutamiento, lo atropelló una micro en la esquina de Bandera con Moneda" declaró Rojas, al mismo tiempo que tomaba las pieles de los lobos "Están son las pieles que se guardaron en honor a su memoria. También fueron las que se usamos la noche de tu prueba" dijo Rojas.
Angelo Martinez, como descubriendo un tesoro, se acercó lento y entre sus manos tomó el traje del lobo negro asesinado aquella noche. Un escalofrío lo recorrió por completo, lento y electrico, al saber que aquel traje tenía completa conexión con su proceso. Estaba frente a su persiguidor, el que le había dado las armas para ser lo que era ahora. Estaba frente a él...

Heriberto Piña vio entre la negrura del desierto la figura de Pedro Montéz de pies. Su chofer detuvo la camioneta y le hizo una seña para que se acercara. Encontró extraña su presencia ahí. Siempre lo esperaba en el pueblo.
"¡Amigazo! ¿Nos viene a recibir?" le preguntó.
Fue en eso que dos luces aparecieron de la nada y la camioneta en que iba el señor Piña se volcó brutalmente después de ser impactada...


Continuará...

sábado, 22 de octubre de 2011

Día 101: La Niebla

 Capítulo Nueve


El despertar no fue el mismo. Había algo extraño en él que le hizo pensar que el estar en su cama era un error en toda la historia. Se levantó bajo la penumbra de una niebla que cubrió el valle por completo. Raudo se vistió y salió al patio de la base. El frío de la tempestad calma le golpeó la cara violentamente. La densidad de la bruma blanca permitía sólo ver algunos pasos más adelante. Todo lo demás era un misterio. El sargento miró la hora en su reloj de muñeca. Eran casi las once de la mañana. ¿Dónde están los demás? Se preguntó. El que no hubiera respuesta lo aterró un tanto. El silencio parecía salido de una pelicula de terror, en la cual de pronto los zombies salían corriendo para comerse su cultivada pansa. Entonces decidió quedarse quieto y escuchar. Y el silencio no fue tan silencio cuando un ruido se dejó sentir en la parte más profunda de la niebla. El sargento lo asimiló a el repiqueo de algo arrastrandose en la tierra lentamente. Si no hubiese estado la tempestad habría pensado que podía ser un soldado haciendo punta y codo o el penoso caminar de una tortuga. Pero la niebla era tan extraña y penumbrosa que su mente de inmediato disparó la imagen de un ente gordo, negro y peludo, arrastrandose hacía él deseoso de sus carnes, dotado de dientes que le darían una muerte segura y lenta.
"Por la cresta" susurró.
Se molestó con él mismo por pensar tanta estupidéz. Cosas así no existian. Así que prefirió ir a ver de donde provenía el sonido que aún permanecía, para saber qué cosa era y si esa cosa sabía algo de sus hombres. 

Tuvo que reirse de si mismo cuando vio a Martinez colgando de la barra de ejercicios, haciendo abdominales con los ojos vendados y sin polera. Llevaba quizás ahí unos diez minutos ya que su dorso y frente transpiraban con entusiamos.
"Martinez" le dijo el sargento.
Angelo se detuvo al escuchar su voz. Luego aflojó las piernas y antes de caer, se giró en el aire y cayó de pies. Se quitó las vendas y se cuadró frente al sargento. 
"Martinez ¿Sabe dónde están los demás?"
"Están durmiendo, mi sargento" contestó Angelo.
"¿Durmiendo? ¿Pero por qué?"
Angelo Martinez, que cuando se dirigía a su sargento miraba en línea recta al frente para no topar su mirada, esta vez lo miró fijamente.
"Usted les dio el fin de semana libre a los hombres, señor. El cuartel nos ordenó volver mañana por la mañana debido al accidente en El Muerto. Los hombres están descansando de todo lo que ha pasado" dijo el conscripto.
De golpe el sargento recordó lo que había sucedido el día anterior y las consecuencias desparramadas. El comandante en el cuartel general militar de la región decidió que el batallón doce regresara de la base fronteriza por el accidente acaecido en el cerro El Muerto, que tuvo como desenlace la muerte del conscripto Chávez. Tenían que volver la mañana del lunes. Ahora era domingo.
"Disculpe, Martinez" dijo confundido el sargento "Hoy en la mañana desperté como si hubiese tenido una mala noche, llena de pesadillas. Pero no recuerdo haberme despertado o algun mal sueño. No sé. Es extraño" dijo y se detuvo al sentir un extraño olor "¿Huele a quemado?"
"El circuito de trote que hago todas las mañanas, pasa cerca del pueblo" dijo Angelo "Al parecer había un incendio en los interiores, pero no le avisé porque... nosotros no tenemos juridicción sobre ellos" dijo, buscando igualar la frase que la mayor autoridad de la base había ocupado el día anterior.
El sargento quedó anonadado. Impactado quizás. El problema era que no sabía que las tres casas que hace poco habían terminado de arder, después de hacerlo toda la noche, habían sido incendiadas por sus conscriptos por tratarse de moradas que en su interior contenían lo que fueron sofisticados laboratorios de cocaína y heroína. La situación había sido confesada por el lider de la comunidad. El negocio mantenía vivo al pueblo, ya que los compradores que provenían desde Bolivia cruzaban la frontera para llegar a comprar las drogas. Y en una de esas cruzadas, ocurrió el asesinato de la pequeña.
"Bien hecho, Martinez" le dijo el sargento "Que los pelaos preparen sus cosas para volver mañana temprano"
"Si, mi sargento"


Continuará...