Cuando El Bosque se ve amenazado, sus animales salen de sus cuevas a defender lo que es suyo. A pie y en camionetas salieron hombres y mujeres de todas las edades, armados hasta los dientes con peligroso armamento, a buscar al o los responsables que habían causado el atentado a la entrada oeste de la población. Posiblemente tal suceso había sido ocasionado para causar distracción y lograr la penetración en la ácida vigilancia por la cual eran conocidos los pobladores de la peligrosa localidad. Es por eso que chiflidos que indicaban lugares donde se podían esconder y ladridos de perros rabiosos de sentir a un intruso se esparcieron por todo el largo y ancho de la noche que comenzaba a aclarar.
Javier le aconsejó a Le Pont volver a su dormitorio. Dos de sus hombres custodiarian armados la entrada a su lecho de descanso. Mientras tanto, francotiradores se apostaban sobre el techo de la lujosa casa, cargados hacia el oeste, peinando con sus milimetricas miras las moradas y calles aledañas a la explosión, buscando algo extraño a que disparar. Si querían asesinar al narcotraficante más poderoso de Chile, tendrían que antes sobrepasar a toda la guardia de su majestad, algo que nunca en los años de reinado de Le Pont había sucedido. Ansiosos los tiradores querían ver al postulante a romper la seguridad de don Juan.
Fue cuando en los pasajes frente a la entrada a la masión la luz se cortó.
Caroline pensó que su bambú era de acero. Fue sólo eso. Nada más. El silencio aisló todo el ruido. Y el filo del sable del viejo maestro cayó sobre el que ahora era un poderoso bambú. La vara de la novia de Eduardo no se cortó. El silencio se hizo más grande. El muchacho se tuvo que levantar de la impresión.
"¡Protegan la entrada!" gritó Javier, acorralado por los escalofrios de no saber a qué se enfrentaba.
De pronto algo o alguien logró penetrar El Bosque y poner en jaque la tan temida y respetada seguridad de la mansión Le Pont. Asustados los pobladores y vigilantes, encendieron sus linternas en sus armas y comenzaron a llenar de nerviosos aces de luz la calle en penumbra, buscando encontrar a lo que los quería atacar. Gritos cortados se dejaban sentir de vez en cuando, queriendo cubrir toda el área. Pero la ausencia de luz los tenía con desventaja. Y lo sabían muy bien. Los francotiradores, inhabilitados en la oscuridad, movían de un lado a otro sus miras tratando de encontrar al infiltrado.
Entonces Eduardo observó lo que se venía, escondido detrás de unos arbustos que se desparramaban entre la reja de una casa. En última línea cuatro francotiradores apostados sobre el techo de la mansión de Le Pont. En la entrada a la casa, otro francotirador esperando a verle. Era Javier apostando todas las cartas. En la misma entrada, dos guardias arriba de los pilares de la majestuosa cerca que rodeaba al quizás kilometrico y frondoso jardín de la casona de don Juan. Y por último, la primera línea, la trinchera, estaba compuesta por ocho o diez hombres que nerviosos buscaban con sus linternas y armas. Lo único que quedaba era intentar llegar, acción que colgaba de dos opciones: llegaba y le decía su ex suegro quienes fueron los asesinos de su hija o no llegaba y nadie entendía el por qué de su arremetida contra la legendaria y peligrosa población.
Eduardo decidió que hacerse el muerto era lo mejor. Eder lo estaba asfixiando y posiblemente lo asesinaría. Y quizás oportunidad para esclarecer la muerte de Caroline como la que se había presentado no aparecería más en mucho tiempo o quizás nunca. Entonces fingió espamos y guardó el poco aire que tenía. De pronto la presión causada por el que hace pocos segundos era su mejor amigo declinó levemente hasta que le quitó la almohada de la cara. Si chequeaba su pulso, Eder notaría que éste aún palpitaba en su cuello y volvería al ataque. El muchacho se preparó para irse a las manos y desechar la idea de la venganza a manos del padre se la joven asesinada. Pero su ex amigo se equivocó y creyendolo muerto, salió de la pieza.
Eduardo se quedó inmovil, esperando el próximo movimiento de su verdugo. Para su suerte lo único que se escuchó después fue el abrir y el cerrar de la puerta principal...
Fue cuando en los pasajes frente a la entrada a la masión la luz se cortó.
Caroline pensó que su bambú era de acero. Fue sólo eso. Nada más. El silencio aisló todo el ruido. Y el filo del sable del viejo maestro cayó sobre el que ahora era un poderoso bambú. La vara de la novia de Eduardo no se cortó. El silencio se hizo más grande. El muchacho se tuvo que levantar de la impresión.
"¡Protegan la entrada!" gritó Javier, acorralado por los escalofrios de no saber a qué se enfrentaba.
De pronto algo o alguien logró penetrar El Bosque y poner en jaque la tan temida y respetada seguridad de la mansión Le Pont. Asustados los pobladores y vigilantes, encendieron sus linternas en sus armas y comenzaron a llenar de nerviosos aces de luz la calle en penumbra, buscando encontrar a lo que los quería atacar. Gritos cortados se dejaban sentir de vez en cuando, queriendo cubrir toda el área. Pero la ausencia de luz los tenía con desventaja. Y lo sabían muy bien. Los francotiradores, inhabilitados en la oscuridad, movían de un lado a otro sus miras tratando de encontrar al infiltrado.
Entonces Eduardo observó lo que se venía, escondido detrás de unos arbustos que se desparramaban entre la reja de una casa. En última línea cuatro francotiradores apostados sobre el techo de la mansión de Le Pont. En la entrada a la casa, otro francotirador esperando a verle. Era Javier apostando todas las cartas. En la misma entrada, dos guardias arriba de los pilares de la majestuosa cerca que rodeaba al quizás kilometrico y frondoso jardín de la casona de don Juan. Y por último, la primera línea, la trinchera, estaba compuesta por ocho o diez hombres que nerviosos buscaban con sus linternas y armas. Lo único que quedaba era intentar llegar, acción que colgaba de dos opciones: llegaba y le decía su ex suegro quienes fueron los asesinos de su hija o no llegaba y nadie entendía el por qué de su arremetida contra la legendaria y peligrosa población.
Eduardo decidió que hacerse el muerto era lo mejor. Eder lo estaba asfixiando y posiblemente lo asesinaría. Y quizás oportunidad para esclarecer la muerte de Caroline como la que se había presentado no aparecería más en mucho tiempo o quizás nunca. Entonces fingió espamos y guardó el poco aire que tenía. De pronto la presión causada por el que hace pocos segundos era su mejor amigo declinó levemente hasta que le quitó la almohada de la cara. Si chequeaba su pulso, Eder notaría que éste aún palpitaba en su cuello y volvería al ataque. El muchacho se preparó para irse a las manos y desechar la idea de la venganza a manos del padre se la joven asesinada. Pero su ex amigo se equivocó y creyendolo muerto, salió de la pieza.
Eduardo se quedó inmovil, esperando el próximo movimiento de su verdugo. Para su suerte lo único que se escuchó después fue el abrir y el cerrar de la puerta principal...
Continuará...
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