miércoles, 28 de marzo de 2012

Día 152:La tercera Opción

He aquí la tercera parte de la historia de zombis. Una vez más, les agradezco el apoyo. Que la disfruten 

Día 1, Parte 4

Tenía esa incomoda sensación de saber la respuesta a lo que me habían preguntado, pero la respuesta no salía de mi boca. La tenía, como dicen, en la punta de la lengua. Me pasaba algo así, pero ahora era con mi memoria. Abrí la puerta, miré a esas personas que parece que no sabían que las habían atropellado un tren y creo… creo haber visto un vehículo rojo con la puerta del copiloto abierta. Mi primera opción, las más linda, era que el auto efectivamente estaba ahí. De esa opción, habían dos posibilidades: una, lograba arrancar el motor, de película, haciendo corte con los cables de bajo del manubrio, güeá que no sabía hacer o como cotidianamente todos encienden un vehículo, con las llaves. La segunda opción era que el auto no estaba, de la cual también derivan dos posibilidades. La primera era correr despavoridamente, con la mujer y sus amigos corriendo detrás de mí y morir en sus manos. La segunda posibilidad era correr y encontrar otro vehículo. Lo único que sabía era que quería salir de ahí.
Entonces, respirando hondo para que el miedo de una vez por todas me dejara tranquilo, me puse delante de la puerta y me concentré en escuchar lo que había afuera. Los hombres aún seguían en su ilógica marcha, gimiendo o quejándose levemente, como monstruos de lago. Menos decidido que la primera vez que lo hice, ingresé la clave en la teclera de seguridad. La puerta chasqueó y se abrió por segunda vez. En eso se escuchó la voz quejumbrosa de la mujer que me había perseguido detrás de la puerta, balbuceando estupideces al notar que la entrada volvía a quedar disponible.
Quizás no me quería hacer daño. Tal vez sólo quería ayuda nada más, y yo la rechazaba como un judío a una leprosa. Poco importaba si era así, porque con todas las fuerzas que tenía empujé la puerta e hice que se estrellara dolorosamente contra ella. Su cuerpo emitió un ruido seco al quebrarse de golpe una buena cantidad de huesos, para luego caer violentamente al suelo, azotándose la nuca contra el asfalto. Sus dos acompañantes, que caminaban dirección al norte a unos siete u ocho metros de nosotros, fueron alertados por los sonidos de enfrentamiento, girándose lenta y vanidosamente sobre si, observando al hombre que corría con una escopeta en las manos.   
El auto estaba. La puerta del copiloto estaba abierta. Pero no era rojo. Era azul. Cuando estuve frente a él, tuve que decidir si subir y descubrir si estaban o no las llaves, o detener de un disparo a los dos hombres que habían emprendido una lenta carrera pronta a mi encuentro. Quise ver si la escopeta servía. O si por lo menos yo sabía ocuparla. Apunté a los dos tipos que no se inmutaron al ver que los tenía en la mira de un arma que de seguro les iba a quitar la vida. Respiré hondo y me preparé para la sacudida del tiro. Un fuerte estruendo reventó el sonido del lugar. La lluvia de perdigones cayó sobre el rostro y pechos de ambos hombres, quedando más mal heridos de lo que estaban. Los dos, muertos al instante, se fueron de espaldas al cemento de la calle. Entré apresurado al vehículo por la puerta del copiloto, la cual no perdí tiempo en cerrar ya sentado en los mandos del automóvil. Sin dejar pasar más los segundos, fui a tocar el contacto y supe de inmediato que aquel iba a ser el único momento más feliz de todo ese extraño día. Las llaves colgaban silenciosas del él. Me fijé que el cambio estuviera en neutro. Busqué con mi pie derecho el acelerador y con el índice y el pulgar giré la llave para encender el motor. Sólo hubo un pobre repiqueteo de los mandos queriendo encender.
“Vamos. Enciende” susurré.
Pisé el acelerador levemente y volví a girar la llave. No sucedió nada. El motor parecía estar muerto. Entonces miré el indicador de bencina. La aguja estaba clavada en la letra “E”. No le quedaba combustible. Entonces de golpe me encontré con la tercera opción: El vehículo quizás no iba a tener gasolina...



Continuará... 

domingo, 25 de marzo de 2012

Día 151: Al Despertar

Al despertar, deben haber dos o tres segundos en que sólo sabes que lo que está al frente tuyo es un techo. Luego, imagino, la memoria debe saber que el jefe ha despertado y se encarga de recordarte quién eres...

Que momento más desagradable.

jueves, 22 de marzo de 2012

Día 150: Llega Luego

De pronto un flash y un silencio. De pronto un trueno y la expectación. De pronto de golpe el otoño se hace presente con la aparición de una nube gruñona. El tibio aire desaparece y el aroma de las hojas mojadas en el suelo envuelve el lugar. Ya era tiempo. La idea de un chaleco abrigador y una taza de leche con café caliente en las manos es casi tangible. El que cueste levantarse de la cama tibia se acerca con el silbido del viento cordillerano. El sonido de las zapatillas en el asfalto mojado. Una lluvia al atardecer estrellándose contra la ventana. Una siesta con sueños dulces. 

Algunos encuentran feas las estaciones invernales. Yo creo que es lo mejor que alguien pudo inventar.

martes, 20 de marzo de 2012

Día 149: De él

Me habla tanto de él, que ya me convence de que siempre será su vida... y yo... Yo solo seré una entretenida historia que contar.

domingo, 18 de marzo de 2012

Día 148: Antes de Dormir

Siempre me pasa que el penúltimo segundo antes de dormirme, me acuerdo que tengo que poner la alarma en el celular. 
En el último segundo mi cerebro funciona como nunca, pero no sirve de nada, porque en el siguiente segundo ya estoy dormido.

jueves, 15 de marzo de 2012

Día 147: Lo Peor de Nosotros

El otro día le grité a un hombre. El tipo tiene la misma edad de mi viejo. Pasó que técnicos de redes a cargo mío guardaron unos materiales y cajas en su bodega... bueno, da lo mismo lo que pasó. El punto es que de pronto me lo pillo, lo detengo y alzando los brazos le digo con ironía.
"¿Jefe, cual es la idea? ¿Por qué me desautorizó de esa forma frente a los técnicos?"
Don Claudio me respondió admirado por mi efervescente ira, pero no le quise dar espacio para explicación alguna. Alcé más la voz, sintiendo como todos se detenían a ver como el jefe más joven del local le discutía con energía al encargado de mantención.
Cuando noté que se me salieron algunos "güeones" y que él ya no hablaba, si no que atónito me miraba, me detuve. Él no dijo nada. En realidad sólo pudo modular "Bueno"... Debo haber sido claro.
¿Le grité a un hombre?... Si! Lo hice... Pero ¿Por qué?...
No me sentía mal. En lo absoluto. Es más, me sentía bien... Muy bien. Y no estaba envuelto por el hecho de que aquel día era el último de la huelga de trabajadores que duró once días, porque a esas horas aún no sabíamos que habían firmado acuerdo. No. Era porque me había deshecho de once días de estrés, clientes gritándome, jefes ausentes, decisiones mal tomadas, dobles turnos, dolores de rodilla y de clientes insultándome. 
De pronto, sin predeterminarlo, nos expusimos a un alto shock de situaciones que nos llevaron a los limites de tolerancia de nuestra mente y cuerpo. Yo mismo admito que, sin intención de hacerlo, probé hasta donde podía llegar estando frente a una situación así. El resultado casi fue caótico.

Cuando le conté a Hector, sólo podíamos mirar hacia atrás y notar que si seguíamos todos así, en cualquier momento alguien iba a salir herido. Había sido el día anterior cuando un hecho de tal magnitud se había presentando en las dependencias del local. La jefa de electro y Monica se habían enfrascado en una discusión frente a un cliente en la entrada del supermercado. Hace días que la niña mimada del local había estado echándole leña al fuego, pidiendo a Monica y sus supervisoras que hicieran pega extra, frente a todo lo que se tenía que atender debido a la ausencia excesiva de cajeras. La disputa la llevaron frente a don Alex, y envueltas en un nuevo intercambio de palabras, la jefa de electro sacudió con un golpe en la cabeza a la jefa de cajas... ¡Un golpe!.
En los tres años que llevo trabajando en el local, nunca siquiera había escuchado hablar de un intento de agresión entre dos trabajadores. 
Entonces diez días ya era demasiado. Esa misma tarde se supo de la delicada situación vivida por dos cajeras, las únicas que atendían el lineal de cajas, las cuales detuvieron sus funciones en un acto de señal que ya no podían más. Joselyn estuvo al frente del momento, critico ya que un cliente casi le abofeteó la cara, describiendo que cosas así en los días que venían serían difíciles de soportar.
Y así un montón de situaciones más, desparramadas durante los once interminables días de huelga.

¿Hay limites? A medidas que vamos creciendo y experimentando cosas, creo que se vuelven más difusos y distantes
¿Podremos parar?... Quizás un poco de adrenalina y de momento extremos nos hace bien de vez en cuando.

Al otro día, sábado, caminaba frente a un lineal de cajas ya con funciones restablecidas. La empresa y el sindicato habían llegado a un poco auspicioso acuerdo. Fue cuando de pronto observé que en dirección contraria venía caminando don Claudio. Como si el día anterior no hubiese ocurrido nada, arqueó las cejas y me despidió un amistoso "Buenos días"
"Hola" le respondí sonriendo.

Ojala en mucho tiempo más no tenga que volver a ver lo peor de nosotros.

lunes, 12 de marzo de 2012

Día 146: David

Por lo único que creo que te tengo cariño es porque pusiste en mi vida a las personas que tenían que estar en ella. Fue lo que pensé cuando anoche Isabella me dijo que eramos un puto triangulo, y sin uno, somos nada más que una insignificante línea sin dirección. 
Jack estaba a miles de kilometros pensando en lo mismo.

sábado, 10 de marzo de 2012

Día 145: Imagen

Nadie le pone atención a las noticas de la tarde. Estamos preocupados de poner la mesa para el almuerzo o dándole clic al computador para que el reproductor de música corra. A veces uno se detiene a escuchar algo que le interese, para luego continuar con el hacer. Es en ese momento de ajetreo, que el concho de la familia se sienta a mirar las noticias de la tarde. No se lo dice a nadie. Tan sólo se acomoda en silencio en un rincón del sillón a escuchar y procesar lo que acontece en el país y el mundo a mediodía. Y obviamente, todo tipo de conclusión se la guarda para él al notar que nuestro interés a esa hora está pediente de otras cosas.
En uno de esos ir y venir, caché que estaban reporteando el tema de la cuaresma, entrevistando al arzobispado de la capital. El tipo, un sacerdote anciano, llamaba a los devotos católicos a realizar su aporte los días que se realice la colecta por la fecha anunciada. Fue cuando Simón enérgico interrumpió la noticia.
"¿Ese no era pedófilo?" preguntó.

domingo, 4 de marzo de 2012

Día 144: Accidentes

El verano me enseñó una cosa.
Las cosas que no son importantes, suceden por mera casualidad. Las que valen la pena son las que ocurren por algo que al principio no tienen explicación.
Camina sin preguntarte porqué y deja de pensar tanto...

Es, por lo menos, lo que yo estoy tratando de hacer.

jueves, 1 de marzo de 2012

Día 143: Flasback


La puesta de sol ya se aproximaba como un toque de pincel más para el recuerdo nitido. Podía respirar el aire de la montaña en plena costa, observando como a lo lejos se perdía la hilera de cerros plomos, acariciados por la luz de un sol agotado, los cuales borrosos se adentraban en el oceano. Le ensañaba a Ignacio como controlar al equino que montaba dirección al sur, sobre la arena que irrespetuosa nos dificultaba el andar, mientras que tibio en mis ojos se posaba la escena de el Cajón del Maipo. Era el último día de camping. Jack e Isabella trotaban a mi lado sobre las yeguas que había dispuesto el cuidador del establo para que pudieramos dar una vuelta. Había sido un fin de semana extraño.

Cuando volvimos esa tarde desde La Serena, observé mi celular en busca de algun mensaje o una llamada perdida. Efectivamente, habían tres llamadas perdidas de mi amigo. De inmediato cargué el dinero que tenía destinado para comunicarme con mi preciosa en Santiago y lo llamé. Me comentó un poco estresado que los días de entramiento como Carabinero iban un tanto exigidos. La disciplina y el control eran compañeros desagradables del día a día. Y como a mi madre, le provocaba un tanto de angustia ver a Los Andes tan café y arenesco. La playa la tiene a un cruce de calle, sin embargo ha estado sólo una vez en contacto con su arena, la mañana que los habían sacado a trotar bajo el sol emperador del norte. 
Me dijo que me había estado llamando.
"Dejo el celular en la casa, Jack. Es en caso de que tenga que contestar llamadas que no quiero" le expliqué.
Le conté también que estaba pasando algunos días en Coquimbo con mi familia. Y también le comenté de mi atropellada primera noche junto a Emilia.
"Te pasó lo mismo que a mí"
"Lo mismo, güeón"
"Estabas pensando en muchas cosas" me dijo.
"No lo sé. Ya pasó. Da igual"
Fue entonces que me comentó que también había estado llamando a Isabella, pero que no había encontrado respuesta.
"No sé, hermano. No he hablado con ella. Pero a penas llegue a Santiago, le preguntaré"
Obviamente quería una respuesta inmediata. Yo no la tenía. Y sinceramente tampoco quería llegar a la capital a buscarla. Sólo recé para que fuera un mal entendido. Un celular descargado o perdido.
"¿Sabes? Hoy pasee en caballo con Ignacio en El Faro y me acordé del fin de semana que pasamos en..." le estaba contando, cuando dejé de escuchar la interferencia caracteristica de una llamada por celular.
Miré la pantalla del movil y noté que la llamada se había cortado.
Me había quedado sin dinero.
Sonreí para mis adentros. Pero la preocupación me abordó al instante. Lo sentí solo. Lo sentí desamparado. Hablaba sin cansarce, como si no tuviera a quién contarle todo lo que estaba viviendo.