miércoles, 23 de noviembre de 2011

Día 110: Zapatillas Sucias

Parte Dos

"¿Estai bien?" le preguntó Liz.
La velocidad que llevaba la camioneta hacía que su imagen del frente del camino se distorcionara. Eso lo llevaba un tanto mareado.
"Sí. Tranquila. Sólo estoy un poco aturdido y adolorido por el topón. Pero nada más" declaró Eder.
"Ibai super rápido" agregó la joven, que lo acompañaba en el asiento trasero del vehículo "¿Arrancabas de algo?"
De golpe el recuerdo de la almohada y los aleteos de su amigo se hicieron presente antes de contestar una mentira bien fabricada. Entonces la miró a sus grandes ojos cafés y recordó aquellos días que le gustaba demasiado estar con ella y verle sonreir. Aún le costaba trabajo olvidar que la forma en que sus labios se abrian tiernamente para sonreir era algo que lo transportaba a otro universo. La pensó por mucho tiempo, pero ella nunca lo hizo por él. Entonces se escondió bajo el personaje de un amigo consejero y que estaba ahí cuando las penas de amor la atormentaban. 
Liz era tan imposible como un atardecer eterno.
Entonces sólo le pudo sonreír y así hacerle entender que no le diría nada, ya que mentirle era una tarea difícil.
La joven notó que lo que le sucedía a su amigo era sumamente grave como para sonreir y tragarse la situación. Entonces le tocó el hombro a la chica que iba de copiloto en su camioneta y le pidió una pastilla.
"Güeona, quedan justo tres" le advirtió la rubia que se giró hacia ellos con una pequeña bolsa en la mano derecha.
"Pasame una. Yo hoy día paso" le dijo Liz.
La piloto, otra rubia, la tuvo que mirar por el espejo retrovisor para ver en su mirar que hablaba con decisión. La joven era de salir y olvidarse literalmente de quién era, perdiendose en la noche que tenebrosa se la llevaría a donde se le antojara. Y para lograr tal punto de inicio era necesario ingerir drogas y mucho alcohol. El último ya viajaba por todo su cuerpo. A la primera se la puso en la punta del dedo índice y se la ofreció a Eder.
El muchacho retrocedió con recelo.
"Tomatela. Te relajará" le dijo Liz, sonriendo.
A eso no se podía aguantar. Mirandola a los ojos, envolvió con sus labios la punta de su dedo y se tragó la pastilla blanca.

Recordó la asquerosa sensación del corte del profundo sueño por el vibrador dentro de su celular. Como pudo se liberó de las sábanas y cogió el movil entremedio de la oscuridad.
"Aló" dijo aún durmiendo.
"Disculpa que te llame tan tarde" le dijo Eduardo desde el otro lado de la línea.
"¿Pasó algo, güeón?" preguntó Eder despertando de golpe al escuchar a su amigo en el teléfono.
"Es una de esas noches, hermano" dijo el joven desde el otro lado "¿Me dejai entrar?"
"¿Dónde estai?"
"Afuera de tu casa" dijo con voz de niño travieso.
Eder se quedó tendido asimilando la idea de ver a su amigo de pies en la calle humedecida por la lluvia de la tarde. Se levantó y le dijo que bajaría a abrir la puerta.
Quizás Caroline hizo llover, pensó cuando recordó decirle a Eduardo que se quitara las zapatillas embarradas.
"Vai a dejar la alfombra pa' la historia si no te sacai esas zapatillas" lo retó aún medio dormido "Y mi vieja le va a poner cualquier color"
Su amigo de toda la vida se quitó las malogradas zapatillas y las dejó afuera de la puerta. Le pidió que le prestara un par. No había vuelta atrás para que todo el desastrate se desencadenara. Eder, olvidando el destructivo secreto que guardaba, le dijo que buscara un par dentro de su closet, mientras que él se lavaría un poco la cara para poder así despertar por completo. El muchacho, buscando las deportivas, le contaba porqué había aparecido afuera de su casa.
"Soñé que encontraba a Caroline, Eder. Corría a la puerta de entrada a mi casa porque alguién golpeaba y era ella" 
Su amigo omitía comentarios, envuelto por el calor del recuerdo del cuerpo de la ex polola de su amigo calcinandose a la orilla del río, diciendose así mismo que todo había sido por Emilia y que todo lo demás no importaba. Tenía que ser así; siempre lo más importante era su felicidad por sobre todas las cosas.
"Raro" fue lo único que comentó.
Y después de su palabra, hubo un silencio demasiado aterrador. Era como si de repente hubiese quedado solo en la casa.
"¿Eduardo?" llamó, pero no hubo respuesta.
Salió del baño y entró a su pieza. Su amigo estaba encorvado e inmovil a lado de su closet, observando algo que le impedía moverse...


Continuará...

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