jueves, 3 de noviembre de 2011

Día 104: Los Hijos de los Hombres que no Volveran

Capítulo Doce y Final
Parte 2

"¿Crees que asesinandome vas a conseguir espantar a los que liderarán el día de mañana el negocio?" preguntó un desnudo Heriberto Piña, amarrado al capó de su camioneta por las muñecas, viendo como el conscripto chileno sacaba de entre los pantalones una cuchilla de un porte nada despreciable.
"Estás equivocado" siguió el narco, buscando apelar por una oportunidad para vivir "Mi muerte no será nada. Es más, vas a despertar la furia de mis socios y familia y van a venir por este pueblucho. Gracias a ti y por la estúpida pena de la muerte de una niñita condenarás a El Muerto y el pueblo entero desaparecerá. Porque por aquí vendrán mis hijos y los hijos de ellos también y tus acciones no cambiarán nada. Esto nunca terminará. Así son las cosas en esta parte del mundo"
Ángelo le atravesó la mirada con la suya y acercándose dejó que la punta de la hoja del cuchillo tocara el final de su garganta.
"Tus hijos se mearán del miedo cuando les nombren la frontera y El Muerto" exclamó el conscripto.
El sol asomó su primer haz de luz por sobre la Cordillera. Majestuosa escena.
Y el soldado chileno dejó que el cuchillo se fuera abriendo paso por la piel del boliviano, desde el medio de las claviculas hasta debajo del ombligo, perseguido por un hilo de sangre que bajó hasta la cintura, mientras que Heriberto se desgarraba la garganta en un dolido grito. Angelo procuró ser cuidadoso con lo que hacía y es que no quería que el narco muriera o cayera en shock. Procuró ser cuidadoso para que  Heriberto sintiera todo el umbral de dolor que su cuerpo podía sentir.
Javier se olvidó que tenía que apuntar con su rifle al chofer de la camioneta. Pero no importaba. Su prisionero, al igual que él, atonito observaba el brutal  y lento homicidio, con tintes de tortura, quemando con un fierro caliente en su mente cada imagen de la piel desprendiendose del cuerpo y los gritos del pobre boliviano. Quería correr a detenerlo, pero el miedo y algo invisible lo tenía pegado como una llave a un imán al arido desierto nortino. No quería seguir escuchando y viendo lo que sucedía. Era demasiado para lo que podía soportar. Pero nadie lo detuvo. Así que lo único que se escuchó por algunos minutos fue el escabroso sonido de la piel de Heriberto rajandose bajo el paso del cuchillo de Angelo que lento y hambriento juró darle dolor y hacerlo lento... muy lento.

Heriberto río antes de dejar de respirar. Después de tanto sufrimiento y gritos, fue lo único que su mente pudo hacer. Sonreir y mirar el cielo celeste, sintiendo el frío dentro de sus entrañas abiertas al aire. Angelo se acercó a su chofer, que impactado al ver a su jefe todo destrozado no podía ni siquiera ponerse de pies.
"Llevenselo en la camioneta" fue lo único que Angelo le dijo. 
Una fuerza desconocida levantó al peón y seguido por el narcotraficante que lo acompañaba, levantaron lo que quedó del boliviano y lo echaron arriba.
El conscripto se giró hacia sus compañeros. Jadeaba de lo sucedido. Le había costado trabajo igualmente. Dar muerte no era cualquier cosa. Darla de esa manera tampoco. Los miró, uno por uno y no dijo palabra. Ellos tampoco, pero no porque no tenían nadar que decir. Algo se los impedía.
Angelo dejó el cuchillo en el medio del desierto antes de subirse al camión.

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