Al abrir la puerta, Liz alcanzó a notar la sensación de nerviosismo y arrepentimiento en los rostros de sus dos mejores amigos y luego fingir una perfecta cara de “Aquí nada pasó. Estamos entusiasmados por entrar a la fiesta”. Seguramente habían tenido un tropiezo casual en el Mazda de Eder que duró dos horas cogiendo, las mismas dos horas que llevaban de retrazo. Pero que más daba después de que se supo lo de Eduardo y Emilia. Ya nada era ético. La moral no importaba. Y además, Liz sabía bien que esos encuentros sexuales casuales con la persona que menos te lo esperas son los mejores. La sensación de excitación no se puede igualar. Era como soltar al león que Freud tanto nombra.
Así que, al igual que ellos, también fingió su brillante sonrisa y les dio un muy apretado abrazo a ambos.
“Pensé que no iban a venir los culiaos” dijo riendo.
“¿Tai loca? Ni cagando nos perdemos tu cumple, polla” le dijo Eder.
“No sé. El cumpleaños de la María Coja igual era hoy y dije Quizás estos güeones se fueron para allá”
“¿Cómo pensai esa güeá?” le preguntó Emilia “Nosotros somos tus mejores amigos. No íbamos a faltar a tu carrete por ir a donde la Coja”
“Ah ya. Menos mal. No saben lo feliz que estoy de que estén aquí” les dijo y los volvió a abrazar.
A pesar de todo lo que había pasado, Liz, Eder, Emilia y Eduardo eran un grupo fraternal, conformado hace demasiado tiempo y estaba nutrido de muchas historias que los mantenían unidos. El estar ahí borraba por un momento todas las cosas malas que habían ocurrido. Ir a esos carretes era como hacer borrón y cuenta nueva.
La casa estaba llenísima. Había gente por todos lados; en los sillones, en los pasillos, en la escalera, en la puerta del baño, en el baño, en el patio y en el jardín. Era un cumpleaños importante para la vida bohemia de la comuna, y no asistir era perderse una de las pocas buenas fiestas que habría en el año. A Emilia no le importaba eso. Sólo se preocupó de que el vaso se llenara hasta los ¾ de ron y lo que sobrara, en bebida. No le importó tampoco quién estuviera y tampoco a quién saludó. Tan sólo atravesó el living, el comedor y el patio entero para llegar a la mesa en donde había barra libre para servirse lo que quisiera. Quería olvidar a como diera lugar la escena en donde Caroline rodaba cuesta abajo azotándose la nuca contra las rocas.
Pero tuvo que detenerse.
“Espera, espera. Tú no eres así. Tú eres sociable. Compartes con los demás. Si notan que estás sola tomando en la mesa de los tragos, sospecharán que algo realmente malo te sucedió. Y cuando llegue el día en que algún fiscal o juez tenga que interrogar a uno de los que te está mirando y le pregunte si notó algo o alguien raro aquella noche, seguramente le dirá que me vio tomando más de la cuenta y que estaba muy aislada” pensó desesperada, con su vaso temblando en la mano, imaginando el día en que carabineros aparecería en su puerta.
Dejó de repente el trago sobre la mesa y se giró. Detrás suyo estaba Eduardo mirándola.
“Hola”...
Continuará...
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