martes, 4 de octubre de 2011

Día 95: El Lobo Negro, el Lobo Blanco y un Fusil

Capítulo Tres

El agua luchaba contra él y le hacía perder fuerzas. La orilla se veía cada vez más lejos y su garganta se secaba a cada segundo mucho más. Quizás había llegado su momento.
Sabía bien que su velocidad disminuía con el paso de los segundos que eran devorados por las persecución. Sabía que su cuerpo estaba agotando lentamente las energías. En aquel momento todo lo relacionado con resistencia y psicología servía de muy poco. La luna era su única guía en aquel angustiante momento y al parecer la podía oír alentándolo a seguir corriendo. Y a correr más fuerte se obligaba. Estiraba más las piernas, hasta que le dolieran y agitaba más fuertes los brazos. Fue en eso que un recuerdo le chocó la mente. Era él  corriendo bajo un sol calcinante el tercer día de su estancia en Atacama, con un fusil de guerra en la mano. El sargento les gritaba y los alentaba a ser hombres y no unas niñitas. Había que llegar a la trinchera y disparar. A pesar de sentirse transportado a la escena, inclusive llegando a sentir el intenso calor, sólo un momento se reprodujo con una especial lentitud frente a él; corría con su fusil en la mano derecha, el mismo que cargaba ahora, y notó una extraña diferencia: el peso. El de aquella calurosa tarde pesaba más que el que llevaba ahora. 
"No está cargada" pensó.
Quién haya sido el que lo dejó tirado en medio del desierto para que la inagotable bestia se lo comiera, quería divertirse con lo desgraciado que iba a ser su fin. Era lo primero que vio al despertarse tirado en la tierra; su fusil. Había cargado con él durante las horas de fuga y le brindó una pequeña cuota de energía para no dejarlo tirado por ahí. Sin embargo, cuando vio a la bestia, pensó que sería inútil usarla contra ella, ya que estaba totalmente seguro que las balas no la herirían y que la rabia y hambre en su ser crecerían por él. Ahora utilizaba sus fuerzas para girar su cadera y lanzársela. Fue cuando por primera vez contempló de tan cerca a su cazador. Era un ente oscuro, con pelos gruesos y pesados que salían en todas direcciones desde su cuerpo. Sus brazos delanteros se aferraban violentamente al piso, mientras que sus piernas provistas de gruesos músculos impulsaban mayor velocidad a un cuerpo que parecía medir unos dos metros y medios. Su rostro sumido en una negrura total, no parecían tener ojos. No había nada más terrorífico que un ser sin mirada. Parecía no tener vida y sus energías provenian de un mundo desconocido.
"Corre"
Quiso gritar pero ya casi no podía ver a la gente.
Entonces fue cuando supo que oportunismo se había acabado, si es que alguna vez hubo algo de oportunismo. Adelante, corriendo en contra suya, un ente de las misma características de su captor, sólo que con un fino pelaje color blanco, que brillaba bajo la luz azul de la luna, se aproximaba a una preocupante velocidad.
Ahora eran dos. Parecía como si se hubiesen comunicado entre sí, en donde el lobo negro le avisó al blanco que perseguía a un hombre que se resistía a morir y que sería divertido dejarlo como cena. Sin embargo, se propuso no ser una cena fácil de cazar y giró noventa grados hacía el norte, esperando que no apareciera un tercero...


Continuará...

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