miércoles, 24 de octubre de 2012

Día 206: Accidentes

Día 15, Parte 1

Iba en una micro camino al local de abastecimiento por las calles de Concepción, cuando un camión impactó la parte frontal del transporte.


Liliana era el nombre de la mujer con un desprecio en el rostro. La entendía. De pronto el ejército sitió su ciudad y la comida, el agua y la electricidad estaban siendo racionados hacia los interiores. Cerraron los centros comerciales, los cines. Cortaron el transporte público. No había accesos a las playas. Entonces de pronto la ONU interviene la ciudad y hay montón de soldados de todas las naciones circundando las calles.
De pronto Concepción tuvo que asumir el puesto de Nueva Capital. Fue un momento convulsivo.
Entonces la mujer asiente a todos los datos que le da el milico sin decir palabra.
“Acompáñeme” me dice cruzándose de brazos.
La ONU obligó a los pobladores a ceder sus hogares para recibir a los refugiados que estaban emigrando desde todos los puntos del sur del país. Hubo conflicto en un principio, pero a los penquistas no les quedó de otra.
Me dejó en una pieza con una ventana sucia y una cama destartalada. Salió y no me dijo nada.
A las nueve tomábamos el desayuno. El primer día le consulté por alguna lista de ingreso a la ciudad de los refugiados, compartiendo una taza de leche.
“No sé nada yo de esas cuestiones. No me interesan”
Liliana era una mujer de unos treinta y cinco, quizás. Su rostro demacraba cansancio y ansias muertas de que aquella invasión terminara. Su delgadez ayudaba a darle la imagen de una mujer que se esforzaba sin resultados. Su boca denotaba rastros de alguna vez haber sido una muchacha llena de luz.
Le pregunté a un soldado que me pillé una vez por las calles de la capital, pero tampoco tenía información. Inclusive fue más categórico declarando que dicha lista no se había escrito.
Entonces Sara estaba más lejos de mí. Sara era más imposible. Recordé el día que la llevé a conocer el departamento.

No me pasó nada. Fue el puro susto. Me bajé de la micro y consulté por otro punto de abastecimiento. Con la información me dirigí al lugar. Era un supermercado a los interiores de un centro comercial.

La primera vez que vi sonreír a Liliana fue el martes de la segunda semana del año. Estaba lavando su ropa, cuando me pidió si podía ir a buscar los packs de comida que la ONU estaba distribuyendo. Me quedó mirando con ternura y no con desprecio como siempre lo hacía al momento del desayuno, el almuerzo y la cena.
Los días que siguieron, fueron más gratos y cómodos. Me contó que su marido e hijo partieron a la región de O’Higgins, al frente. Ambos eran militares. Y que la invasión tan repentina de tanta gente le había acarreado desconfianza y temor. Por eso la pared puesta.
Agradecí el gesto de confianza. Era más llevadera la situación. Sin embargo no le comenté de mi búsqueda, que hasta el momento era infructuosa, y de la muerte de mis padres y hermano. Yo seguía siendo el mismo de siempre.

Estaba a punto de irme del supermercado, cuando mi vista se topó con la de un hombre que me observaba totalmente desconcertado y boquiabierto.
Al observarle por algunos segundos, mi mente choqueada no pudo asimilar a quién estaba viendo.

La noche del día 14, como tantas noches, la luz se había cortado. Me llevé el plato de tallarines con salsa al sillón y ahí cené. Liliana tomó una vela y la dejó encima de la mesa de centro. Vestía una sugerente blusa blanca, que terminaba en un glorioso escote. Sus pelos crespos ahora brillaban más. Sus ojos ahora tenían luz y sonrisa. Conversamos largo rato de la vida, de lo tragicómico de la situación. Hasta que alguna mirada se quedó deliciosamente suspendida. Una sonrisa coqueta y decidimos perder la vista en la oscuridad. Fue inevitable no recordar a Sara. Fue inevitable pensar que estaba muerta o que nunca más la iba a volver a ver. Entonces me giro y Liliana está a centímetros de mi boca, observándome en silencio, esperando a que el momento se quebrara.
Aquella noche hicimos el amor.

El hombre se acercó y casi llorando me abrazó con fuerzas.
“Eliseo” susurró.
Se alejó para mirarme otra vez. Yo no sabía cómo aguantarme el vomito.
“Joel” le susurré.

Continuará...

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