viernes, 5 de octubre de 2012

Día 202: El 14

Cuando me bajo del taxi, el primer recuerdo que me detiene es el de la escena de ella corriendo lejos de mí. Moría por tener un auto y romper las calles para ayudarla, pero lo único que tenía en mi billetera era el pase de básica de Pablo. Debería estar tomando la micro, pero prefiero verla hasta que se pierda de mi vista. Prometí nunca más dejarla sola.
Ahora camino medio ansioso, medio apurado, con su regalo colgando de las manos. La noche me acompaña cómplice, como Isabella al celular. Hace unas dos horas había terminado de cruzar todo Santiago para llegar ahí. Hace media hora la había llamado para asegurarme que no se durmiera.
Me senté en una banca en la plaza de la esquina de su pasaje. Está medio dormida, medio despierta, esperando a que llame. Esperando a que coma. Esperando a que descanse. Esperando a verme, porque el miércoles había sido un día medio raro, pero por raro que sea, se queda. En una moto scooter llegan dos hombres. Se escabullen en la oscuridad y comienzan a perderse en el vicio.
Yo estoy a unos diez metros de ella, tratando de explicarme porqué la amo tanto, recordando que ella ya había dejado de hacerse esa pregunta. Ella está en el sillón pensando que estoy a cincuenta kilómetros. Hoy es una noche dulce, de sorpresa, una noche para olvidar que somos humanos. Es una noche para pensar que somos algo más.
Marco su número en el celular.
"¿Por qué no sales a la calle? Estoy afuera de tu casa" le digo.
Ella no me creyó... hasta que llegó a la reja.

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