domingo, 28 de octubre de 2012

Día 207: Evacuación

Día 15, Parte 2

Joel hablaba y hablaba. Yo, en cero, no podía sacar palabra. Mi estomago aún se revolvía en un caldero ardiente de recuerdos y tensas sensaciones. Con la mirada gacha, esperando a que todo se acabara, o en su efecto empezara, caminé junto a él hasta su vehículo.
“Como llegamos en los primeros comboys, y todo era una revolución, los autos quedaban tirados en las calles. Así que para desplazarnos, tomé prestado uno” me explicó. “El nuestro quedó en las afueras de la base aérea, en Santiago”
Adentro del Chevrolet no había rastro de Sara ¿Había sucedido algo con ella? ¿Lo esperaba en algún otro lugar? Temblando, pero sin que él lo notara, me senté en el asiento del copiloto. Joel encendió el contactó y con precaución comenzó a recorrer las calles de la ciudad. Yo no iba atento al camino. 
“Es increíble” me dijo “De verdad que no lo puedo creer. De todos, tú eras el que meno esperaba fuera a sobrevivir. Y aquí estás, en contra de todas las leyes, rompiendo todas las reglas”
Su admiración ya comenzaba a molestarme. Sirvió por lo menos para olvidarme un poco de que quería saber qué había sucedido con Sara.
“Disculpa mi impresión” me dijo. Mi rostro tiene que haber denotado molestia “Es todo esto tan extraño. Hace dos semanas estaba en mi oficina, esperando la hora para salir. De pronto una mina dice que pasó algo en Puente Alto. No le puse atención. A los quince minutos varios se paran para ir a puestos de trabajos de compañeros que tienen puesta la radio. Dicen que tiraron a los milicos a las calles, porque los pacos no pudieron con una situación de revelación de un grupo de personas. A los diez minutos nos ordenan retirarnos a nuestros hogares. Puente Alto y La Florida estaba acordonados por la fuerza armada. Se hablaba de personas atacando violentamente a otras, pero se desconocían las causas. Pesqué el auto y me fui a buscar a Sara. Camino a la casa, escuchando la Cooperativa, decían que el presidente había ordenado evacuar la ciudad. Imagínate, era víspera de año nuevo y por una situación descontrolada estaban ordenando desalojar la capital. Teníamos que dirigirnos a Valparaiso. Había un taco horrible. La gente estaba desesperada. Entonces estoy a unas cuadras de la casa y por la radio dicen que el ejército sitió toda la zona sur de la capital. No se podía entrar. Llegué a la casa. Sara estaba sentada esperándome. Me dice que tiene que hablar conmigo. No la tomé en cuenta. Corrí al segundo piso, abrí un par de bolsos y eché algo de ropa. Ella no sabía lo que pasaba. Le dije que encendiera la tele. Ahí dijeron que ya no había que ir a Valparaiso. Temían que la infección se propagara a la costa. Había que llegar a la base aérea Capitán Manuel Avalos Prado. Entre todo el alboroto, ella se comunicó con sus papás. Habían escapado a Los Andes. Los míos iban camino al norte. Entonces empezó a pedirme que te fuéramos a buscar a ti, a Antonia y a Joan. Le dije que era imposible rescatar a Joan y Antonia. Estaban dentro del perímetro sitiado. Y me insistió ir por ti. Fuimos. Fuimos a tu departamento. Llegamos. Estaba desesperada. La entiendo. Quizás no quería irse sin primero haber intentado ubicarte. Entonces golpeamos a tu puerta y no contestaste. El tiempo corría. Le dije que nos fuéramos.  Ahí fue cuando sacó su lápiz labial y casi llorando escribió en tu puerta Capitán Manuel Avalos Prado.”
No lo pude creer. Era imposible. Era algo que no debía suceder. Sara sabía que estaba en el supermercado. Cuando supo que el local estaba dentro del perímetro cercado por el ejército, tiene que haber pensado en mil maneras de dejarme algún mensaje. Entonces recordé cuando me mandó el mensaje de texto aquel día en Octubre. El texto rezaba “La Cisterna”. Así, nada más. Me entregaba un acertijo y yo tenía que ser capaz de resolverlo. El problema fue que de forma instintiva tomé mi chaqueta y salí a buscarla. Sabía bien donde estaba.
Me sentí culpable de no haber pensando en ella cuando vi el mensaje en la puerta.
“Te emocionaste” me dijo de repente Joel.
Avergonzado noté que una lágrima rebelde se había asomado de mi ojo derecho.
“Ese mensaje me salvó la vida” le dije.
“¿Te dirigiste a la base?”
“No precisamente” contesté.
“Bueno, si le quieres dar las gracias, acompáñame. Ya llegamos a la casa” declaró.

Continuará...

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