martes, 24 de enero de 2012

Día 130: Amanecer

Saltó de la cama, corrió y se volvió borrosa tras cada paso. Tomó su cartera. Le grité que regresara pero mi voz no se escuchaba. Abrió la puerta y salió.


Día 1, Parte 2

Desperté de golpe sobre el suelo. La luz del sol se filtraba entremedio de las cortinas metálicas. Me levanté y la cabeza se me partió en dos. Tenía la boca seca debido a la ingesta del ron. Mis ojos quisieron explotar. Me quedé inmóvil por algunos segundos para que mi cuerpo pudiera asimilar que había despertado. Al rededor no había presencia de ruido alguno. Todo era completa paz. Una extraña paz. Intenté abrir los ojos nuevamente con éxito. Fue entonces que de golpe la amargura de sentir que eran las cuatro de la tarde me ató la garganta. Los tímidos rayos del sol que bañaban la sala de ventas del minimarket generaban la sensación de que estaba próxima la hora para ir a almorzar. Pero la idea no tenía ni pies ni cabeza. No podían ser más de las ocho de la mañana. Mi relevo iba a llegar a esa hora, y como todavía no sonaba el timbre en la puerta de acceso para los empleados, todo apuntaba a que era muy temprano. ¿Que tan temprano? Miré la hora en mi reloj de muñeca y al no creerle, pestañee un par de veces para confirmar la hora informada. El invento suizo marcaba las 10 con 36 minutos de la mañana del 1 de Enero de 2012. Me había quedado dormido. La noticia no espantó la resaca en mi cuerpo. Es más, me quedé tendido en el piso, apoyado en mis dos brazos, tratando de escuchar si mi compañero estaba en la sala de cámaras de vigilancia. Pero nada. El silencio era mi compañero en aquel momento. Fue cuando sentí que estaba realmente solo. De nada me servía amar la tranquilidad de lo inerte rodeándome, sintiendo que inclusive más allá de las puertas no había absolutamente nadie. Me gusta la soledad porque me siento protegido en ella, pero ahora me sentía como un desconocido en sus dependencias. Paranoicamente temí. Me puse de pies. La resaca de golpe abandonó mi cuerpo. Agudicé más mis oídos. Sólo escuchaba los pasos de mis zapatos. Caminé con precaución hacia el pasillo que daba con la sala de cámaras, el cual penumbroso de fantasmas que no podía ver se alargaba con alegocía, alejándome de la puerta. Sintiendo que algo me perseguía, algo que me quería poner sus manos frías y húmedas sobre la espalda, di un pequeño trote hasta la puerta que yacía abierta. Adentro sólo las pantallas grabando todo lo que sucedía en el inhóspito supermercado. Miré otra vez la hora. No lo podía creer. Eran las 10 con 37 minutos. ¿Dónde estaba mi compañero? Quizás había llegado a las 8 de la mañana, había golpeado en reiteradas ocasiones la puerta y yo no contesté. Estaba tirado borracho sobre el piso en el pasillo de las galletas. Pero... ¿Por qué no llamó a mi celular? Saqué el aparato y revisé si tenía llamadas perdidas. Nada. Entonces la hipótesis de que había golpeado la puerta de acceso a los empleados hasta el cansancio se fue diluyendo. Sin embargo, no me pude tranquilizar. No sé si era la sensación de haber pasado solo el año nuevo, encerrado en un minimarket o el no saber qué había sucedido con mi relevo, pero no me podía quitar la angustia que me apretaba el pecho. ¿Qué hacer? Iban a ser las 11 de la mañana. En cinco horas más Sara iba a tocar la puerta de mi departamento e íbamos a hacer el amor toda la tarde. Me tenía que ir. Entonces tomé la radio de comunicación con mi central de operaciones y establecí contacto. No hubo respuesta a mi llamado.
"Atento central" dije nuevamente.
Nada. Me fijé que el waki-toky estuviera encendido y en el canal correspondiente. Todo bien. Volví a intentar, pero no hubo respuesta por parte de ellos.
"Quizás el operador está tirado en algún pasillo de algún supermercado" pensé.
Estupido.
Nuevamente alisté a mi celular para llamar a mi supervisor y comentarle la situación, pero el aparato no tenía señal. Salí de la sala pensando que la ubicación condicionaba la nula señal, caminando de vuelta a la sala de ventas. Pero no tuve lo que quería. "SOLO LLAMADAS DE EMERGENCIA" rezaba un mensaje en la pantalla. Más solo me sentí. Pero de inmediato me reprendí mi actuar. No podía desesperarme porque no tenía respuesta del exterior. Tal vez mi compañero tuvo una muy buena noche de año nuevo y todavía no se podía recuperar de ella. A mi supervisor se le había descargado la batería de la radio. Y mi celular no recibía señal porque el supermercado las hacía de bunker también. Tan sólo tenía que salir hacia afuera, tomar señal y volver a llamarle, contarle lo sucedido y esperar a que llegara el relevo de emergencia. Tenía que dejarme de pendejerías. Decidido volví a caminar por el pasillo que daba a la sala de cámaras, pero esta vez seguí derecho hasta la puerta de acceso para empleados del recinto. Digité la clave en la teclera de seguridad y luego de un fuerte chasquido de las cerraduras, la puerta estaba preparada para ser abierta. La empujé y al encontrarme con la escena que vi, creí que estaba atrapado en una pesadilla.
Tres personas, con sus ropas salpicadas en sangre y suciedad, caminaban torpe y lentamente dirección al norte en frente de mí. Atrás de ellos, a la mitad de un pasaje, otra persona caminaba a lo lejos perdida y sin dirección, con dificultad, como si el caminar fuera una tarea demasiado complicada. No entendiendo nada, me giré a observar la avenida principal, en donde se podía ver una micro del transporte publico volcada a la mitad de la berma. Cerca de ella, dos hombres mal heridos caminaban juntos, pero parecían no saber que lo hacían. Sus bocas estaban escalofriantemente abiertas, rebalsadas en sangre necrotica, dejando escuchar un gemido que jamás en mi vida había escuchado. Tal vez estaban quejándose. Tal vez estaban pidiendo ayuda.
No supe explicar que les había sucedido y porqué caminaban sin dirección. No supe explicar que había sucedido en mi ciudad la noche año nuevo. Lo único que pude entender en ese momento era que del grupo de tres personas que inútiles caminaban frente a mí dirección al norte, uno de ellos notó mi presencia. Era una mujer. Un blanco lechoso se había apoderado de su rostro herido por tres cortes que le abrían escabrosos la carne. Sus ojos completamente negros apuntaban hacia mí intentando entenderme. Los dedos de sus manos estaban recogidos a tal punto que me dolieron a mí las mías y los huesos de sus rodillas estaban expuestos a todo el aire. Los otros dos siguieron caminando sin verme. Ella se había quedado de pies sin dejar de observarme. Luego lentamente comenzó a torcer la cabeza, de un lado a otro, como buscando encontrarme el comienzo y el fin. Definitivamente ella no sabía qué era yo. Y como no lo sabía, quiso venir a comprobarlo con sus propias manos, porque de pronto y sin previo aviso inició una carrera al encuentro de mi cuerpo...



Fin Primera Parte

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