Creo que frente a la vista tiene que verse espesamente jugoso y tiene que gotear sobre el plato. Su altura debe ser unos centímetros más grande del ancho que da la boca al estar abierta. El olor debe golpear un poco la nariz y tiene que tener sin falta el color verde y el rojo. En ese momento tus glándulas salivales secretan más saliva de la normal, y ésta se escurre viscosa por tu lengua. El estomago te grita que quiere más de lo que estás observando y si es posible acompañarlo con una bebida. Tu mente genera una imagen en donde hay tres más de los mismos sobre la mesa.
Entonces dejas de pensar en todo y todos y lo coges entre tus manos. El tamaño puede llegar a excitar y te hace pensar en el siguiente que prepararás. Te paras del asiento, sintiendo que es más exquisito el saber que todos duermen. Obvio, son las tres de la madrugada. Abres el congelador del frizer y sacas la Coca heladita. Coges el vaso más grande y viertes casi quinientos c.c. de bebida negra y gasificada. Vuelves al asiento y dejas el vaso a un costado del plato. Tomas otra vez ese embrollo de lechugas, carne salteada en aceite, ají en abundancia, tomates rojos, palta verde y dos gordos panes. Que bien sabrá todo eso adentro. La Coca burbujea apurando el momento. Presionas un poco todo y obligas a tus mandíbulas a dislocarse. Tiene que entrar todo. Tu estomago abre la boca. Tu garganta se aprieta un poco para sentir el paso de la mezcla que crearán tus dientes y lengua. El mejunje hecho entre el jugo de tomate, el aceite de la palta y el ardor del ají llueve sobre tus pupilas gustativas. Es el primer roce. Luego la punta de tu lengua choca con la primera parte que morirá. La gran parte. La mejor. La más grande. Esa que tu quijada se esmera por mascar y arrancar una gran porción. Logras sentir la carne, el crujido de la lechuga, el deslizar del tomate. Los condimentos le dan picazón al interior de tus mejillas. Y disfrutas el momento como si fuera el último respiro de vida. Entre más esté llena la boca, mucho más placentero. Mucho más rico. No hay nada mejor. Sí, echarle un poco de Coca saltarina a la mezcla que sabe mejor que el almuerzo de mamá. Echas la cabeza hacía atrás a tal punto que tu frente quede perfectamente alineada con tu columna. Y tragas. Tu garganta se llena y el casi no respirar es adrenalinico.
Dejas el vaso en la mesa y tomas de nuevo el sandwich.
Dejas el vaso en la mesa y tomas de nuevo el sandwich.
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