Inerte me doy vueltas por la casa. Es de madrugada. Un perro nervioso ladra a lo lejos. Las ideas divagan, deseosas de mezclarse en un momento único. Tanto silencio, parece haber detenido el tiempo. Pero mañana, por una obligación desconocida, hay que empezar a vivir una vida...
Fue movido por un deseo gigantesco. Tan inmenso, que transformó la realidad y lo dejó en aquel fragmento de tiempo. Era aquella calurosa tarde de sábado. El suceso ya estaba encima y sólo restaban unos diez minutos y un poco más para que ambos se conocieran. Sabía que era la única parte de su mente que tenía la capacidad de poder viajar por el espacio-tiempo y muchas cosas más. Por eso estaba ahí. Karev había logrado controlarlo y ahora tenía una misión entre las manos: evitar el momento. El problema era que al cambiar el hecho, otra vida se crearía y él se iría con aquella realidad. Aún así, el deseo de su dueño era más fuerte. Me contó que lo vio subirse al colectivo y la desesperación lo abordó.
No lo pensó y corrió a detener un vehículo.
"Es un recuerdo y somos propietarios de él. Podemos hacer lo que se nos antoje" me dijo.
"¿Qué chucha te pasa, güeón? le gritó el chófer acongojado.
"Bajate altiro, conchetumare" le dijo Demian, mostrandole su arma.
No hay fuerza más poderosa en el Universo que la desesperación de una obsesión. Quería que la suya por quedarse con nosotros fuera más fuerte que la de Karev por no conocerla, pero la del jefe ganaba.
"Estoy seguro que Karev no tiene idea que pasó. Estoy seguro que no sabe que estuvo a punto de perderme" me decía apenado.
Cuando se suponía tenía que chocar el colectivo en que iba Karev, logró apagar el motor del auto y volvió a la realidad. No cambió nada. El jefe la conoció.
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