viernes, 13 de julio de 2012

Día 179: Carnada

Día 7, Parte 2


Lo que vino después fue demasiado rápido y escalofriante. Ramirez murió vaciando los cartuchos de la ametralladora que por algunos segundos detuvo el avance de la multitud de zombies que desbordó el perímetro de seguridad que colindaban con poblaciones al oeste de la escuela. Luego, gracias a postes de luz enfilados por las calles del recinto y las pistas de aterrizaje, cortando el reino de la oscuridad, pudimos observar como la horda ejecutaba una marcha casi organizada en dirección a nosotros. Tal escena me despojó de todo tipo de fuerza. Pero no podía flaquear en un momento así. Era tiempo de luchar.
“Belmar, niños y ancianos a la camioneta” ordenó John a uno de sus subordinados “Perez, armas y cascos de visión nocturna” apuntó a otro “Los demás, al Hércules” gritó.
Y los sobrevivientes, los demás pilotos, John y yo iniciamos el escape, corriendo entre los edificios de la base, prontos a encontrarnos con la pista.
En aquellos críticos momentos, ya se podía escuchar el fervor hambriento de las gargantas de todos los infectados, gimiendo y gritando, ansiosos de las presas que despavoridas corrían buscando alguna oportunidad de sobrevivir.
Corriendo junto al joven piloto, ya tocando el asfalto de la pista, me giré a observar el estado de los que escaparían en la camioneta. Sólo faltaba un anciano y dos niños por subir. No tendría problemas en arrancar. La horda venía a unos buenos metros más atrás.
“Tranquilo, Belmar es rápido con los vehículos” me dijo John jadeante.
Ahora miré hacia el frente. El C-130 estaba a unos quinientos metros, oculto esperando sumido en la oscuridad.
“¡Eliseo!” me gritó de pronto el piloto.
Tuve que volver a dirigir la vista hacia la camioneta que íbamos dejando atrás. Pero lo que alertó al uniformado venía más atrás y venía sorpresivamente corriendo. Era un infectado, de pelos largos, figura corpulenta, largos brazos y largas piernas, y el muy maldito se aproximaba al vehículo corriendo. Corría con perfecta sincronía, como un atleta jamaicano, sin ningún atisbo de dificultad o torpeza en sus movimientos. Era totalmente distinto al resto. Era ágil e inteligente.
Belmar encendió nervioso la camioneta, pero no alcanzó a conectar el primer cambio y el infectado se impactó contra el vidrio, rompiéndolo y aferrándose de sus carnes.
Los gritos desesperados de los niños y ancianos arriba del vehículo, nos hicieron frenar a nosotros y a una pareja que nos sucedía en el escape. Con John intercambiamos miradas; la horda llegaría primero que nosotros. Si regresábamos, moriríamos. No teníamos las suficientes municiones como para derribar al enjambre de infectados.
“¡¡¡Cristobal!!!” gritó la mujer.
“Ayúdennos” nos rogó el hombre con ojos de suplicio.
EL piloto y yo no volveríamos. Pero no fuimos capaces de explicarle tan drástica decisión. Entonces John sacó su arma de servicio y sin poder mirarle fijo a los ojos, se la entregó al hombre.
Entendiendo la señal, el tipo corrió en compañía de la mujer dirección a la camioneta, en donde un niño y una anciana habían logrado bajar.
“¡¡¡Cristobal!!!” seguía gritando la mujer.
Era un tanto difícil poder mirar toda la acelerada y veloz situación. La pareja ya estaba cerca. El infectado seguía comiéndose a Belmar. Y la horda, calculo más de ciento cincuenta, alcanzó el vehículo. Desesperados disparos se escucharon. Pude ver como el grupo que iba casi llegando al C-130 se giró a observar lo que sucedía y, al igual que nosotros, observaron como una pistola no fue suficiente para detener la voraz hambre de toda una multitud de infectados.




Continuará...

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