El tiempo y la causa dejó que viniera por dos semanas a la capital. Estaba flaco y negro. Su mirar no era el mismo. Estaba sumido en un misterio sin resolver, tirado al final de algún cuartucho olvidado. Hablaba poco, perdido en recuerdos oscuros, en posibles vidas, en posibles anhelos. Yo lo miraba de lejos. No lo quería invadir.
El tiempo pasó. Se fue poniendo viejo, como dice la trasandina. Como tararea Emilia cuando sale el sol y después de ponerse. La sonrisa le abandonó la boca. El cigarro se adueñó de ella. Y un gesto de distancia me se paró de su lado. Me cobijé en la esperanza de Isabella, que tanto me calma con su temple y me dice que lo esperemos.

Quizás cuando lo vuelva a ver. Quizás en que momento de la historia volverá a aparecer.
Estos escritos pierden a uno de sus protagonista.
Me dice que me cuide. Yo le digo que nos veremos pronto, pero aún no. Me dice que cuide a Emilia. Miro el mar, luego la observo a ella; está tendida en la cama esperando la hora para volver a Santiago. Me giro nuevamente hacia el horizonte. Testarudo el sol no quiere irse a China.
"Te amo, güeón. Buen viaje".
Silencio en la línea.
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