Entrando a Septiembre, pensé que la tradición no iba a ser tradición. Jack a miles de kilómetros en Arica iba a dejar de ser participe, y con él ya no iba a ser tan tradición. Iban a ser cuatro años de las fondas en Calera y al parecer Isabella y yo íbamos siendo los únicos miembros vivos de la instancia. Pero Bonita, tan terca y porfiada, siempre en contra de las leyes, realizó una congregación y compró los pasajes de avión que traen a mi amigo de vuelta.
Ahora juntos salen a comprar una bebida para acompañar el almuerzo del 19, día de las glorias de las fuerzas armadas.
De mil hoja fue la torta que compré junto a Emilia para celebrar el cumpleaños de mi vieja. Y aunque escondió como media hora la vela para que no le cantáramos los 47, al final igual disfrutamos del manjar de pastel. Entonces mi madre se pilla con esa etapa en que le avisan que está pronta a cumplir la mitad de siglo y que de ahí para adelante es sólo una cuenta regresiva y un aviso; es corta la vida y hay que disfrutarla.
Jack llegó a eso de las ocho de la noche a Santiago. Su vuelo sufrió un desperfecto técnico en Iquique. Estuvo dos horas esperando a que se resolviera. Lo saludo con el mismo apretado abrazo de hace tres meses. Ahora está más compuesto. Más presente. Victima de un cansancio obvio y de un tostado característico del norte de nuestro territorio.
Y aunque costó, pero salió, a eso de las once de la noche junto a Isabella, su madre y su hermana, Jack y su madre y Emilia y sus dos hermanas, nos encontramos compartiendo el tan amargo Terremoto con algo de granadina para suavizar. Iba terminando así un fin de semana largo algo necesario. Un respiro en medio de la historia que tan rápido se precipitó. Una regresión exquisita a los origines del grupo, con la importante presencia de mi ángel.
Al final de la noche, después de compartir un té con los pollos, fuimos a caer a la cama en un merecido descanso. Las horas pasaron. La luz volvió a cubrir Santiago. Emilia estaba de nuevo ahí. No necesitaba nada más.
De mil hoja fue la torta que compré junto a Emilia para celebrar el cumpleaños de mi vieja. Y aunque escondió como media hora la vela para que no le cantáramos los 47, al final igual disfrutamos del manjar de pastel. Entonces mi madre se pilla con esa etapa en que le avisan que está pronta a cumplir la mitad de siglo y que de ahí para adelante es sólo una cuenta regresiva y un aviso; es corta la vida y hay que disfrutarla.
Jack llegó a eso de las ocho de la noche a Santiago. Su vuelo sufrió un desperfecto técnico en Iquique. Estuvo dos horas esperando a que se resolviera. Lo saludo con el mismo apretado abrazo de hace tres meses. Ahora está más compuesto. Más presente. Victima de un cansancio obvio y de un tostado característico del norte de nuestro territorio.
Y aunque costó, pero salió, a eso de las once de la noche junto a Isabella, su madre y su hermana, Jack y su madre y Emilia y sus dos hermanas, nos encontramos compartiendo el tan amargo Terremoto con algo de granadina para suavizar. Iba terminando así un fin de semana largo algo necesario. Un respiro en medio de la historia que tan rápido se precipitó. Una regresión exquisita a los origines del grupo, con la importante presencia de mi ángel.
Al final de la noche, después de compartir un té con los pollos, fuimos a caer a la cama en un merecido descanso. Las horas pasaron. La luz volvió a cubrir Santiago. Emilia estaba de nuevo ahí. No necesitaba nada más.
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