Don Adrián le pasó las llaves de la furgoneta a John. Nos despedimos con un cálido abrazo e iniciamos nuestro último viaje hacia Concepción.
Camino hacia el sur, recorriendo la costa, recordé los casi doscientos metros que nadamos para escapar de la masacre. Al tocar tierra, logramos observar como aún una flota de botes pesqueros y otros de la marina nos seguían buscando.
"Al parecer la república desapareció. El presidente fue destituido de su cargo por lo sucedido ayer. Y la ONU intervino el país" nos contaba don Andrián, el hombre que amablemente nos dio refugio en su morada, junto a su mujer "Los hombres poderosos en los pueblos y ciudades se apoderaron de ellos. Algunos para hacer el bien, otros para ejercer la tiranía. La comida escasea. No tenemos luz. Y pronto ocurrirá lo mismo con el agua. Entonces lo que más quieren es proteger a las comunidades de la infección. ¿Qué esperaban que hicieran cuando por la radio escucharon que un avión de la fuerza área, proveniente desde Santiago, estaba a punto de estrellarse en las costas?"
Quedarnos en la playa era mala idea. Subir al camino con el estanque, dos civiles y dos uniformados también era mala idea. Así que empezamos a caminar por la orilla costera. El sol de ese séptimo día ya estaba aclarando los parajes silenciosos y penumbrosos de niebla.
A las dos horas de caminata, una bocina nos hizo detenernos. Un anciano venía caminando desde la carretera costera. John se preparó para disparar, envolviendo con sus dedos la pistola que traía en la parte de atrás del pantalón. Nosotros nos quedamos esperando a lo peor. Sin embargo el desenlace sería distinto. Detrás del hombre, una mujer apareció siguiéndole. Era su esposa. El teniente soltó su arma.
"Yo les paso mi furgón. Si llevan con ustedes una puerta a la respuesta a todo este problema, yo les cedo mi vehículo. Tenemos el auto de Josefina. Nos podemos arreglar. Pero créanme cuando les digo que Concepción está sitiada. No dejan que nadie entre y que nadie salga. Sólo dicen que han visto salir y llegar aviones. Pero por tierra nada. Los que han tratado de cruzar, han sido heridos" nos contaba don Adrián cuando con mucho cariño doña Josefina había puesto platos con una herviente cazuela sobre la mesa.
Habíamos caído al sur de Constitución, en un pueblo llamado Las Cañas. Con el furgón de Adrián nos dirigimos hacía la ruta 5 sur. Entraríamos por la vía legal a Concepción. Íbamos con una misión entre las manos. Creíamos que no nos iban a recibir con disparos.
Bellos son los bosques que serpentean los bordes de la carretera que nos llevó hasta la Nueva Capital. Allá no había rastro de guerras, infectados y muerte. Era un golpe anímico a los espíritus. Lo que más necesitábamos.
Al final de la carretera, esperanzados pudimos observar el primer puesto de control.
FIN SEXTA PARTE
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