Seis minutos después, acelerando a todo lo que daba la motocicleta, me encontré manejando por la autopista que conectaba a Coquimbo con La Serena. Qué hubiese dado porque la maldita motocicleta fuera más rápido. Qué hubiese dado por poder teletransportarme para llegar primero que el escuadrón que iba a la caza de Ana María, Sara y el resto de médicos partidarios de la investigación. El tacometro marca ciento veinte kilómetros por hora, pero pareciera que voy caminando en una mala pesadilla, esas en donde algo te impide mover las piernas con libertad. Coquimbo quedó atrás. Al frente solo una maldita carretera oscura y luces de vehículos que van desapareciendo de la vista. La Serena queda a unos quince minutos, pero algo detrás me dice que está a cinco horas y que los militares ya están llegando.
"Espérame, Sara"
Es cuando un par de vehículos llama mi atención. De golpe todas las malas sensaciones se espantan y me pongo alerta. Disminuyo la velocidad hasta los cien. Y noto que mis sospechas se convierten en pruebas reales. A unos tres minutos de distancia tres jeep's del ejercito, entre ellos los dos que estaban frente a la casa en donde alojaba, van en caravana camino a La Serena. Nada los apura. Al parecer van a por una presa segura. Poco a poco comienzo a acercarme. Entonces es cuando tengo que decidir qué hacer. Al costado de mi dorso va colgando en una correa un revolver. Podría alcanzar al primer jeep del comboy y hacerlo estrellarse contra los demás. Pero y si el de atrás logra esquivarlo; los uniformados se bajarán y me ametrallarán junto con la motocicleta. Entiendo entonces que voy con desventaja. Apagué mis luces y me hice imperceptible frente a sus ojos. Los voy franqueando, pensando qué hacer. Tratar de detenerlos no era opción. En eso los médicos y Ana María se me cruzaron claros entre tantos oscuro pensamiento. Estaban advertidos ¿Podrían frenarlos? Era claro que el dialogo no era un arma. Sin embargo me tranquilizo un poco al recordar que John les proporcionó armas en caso de cualquier emergencia. Una pistola más podría hacer la diferencia. Acelero hasta ponerme al costado del primer vehículo militar. Lo adelanto un metro y enciendo las luces. El chófer se asustó y se lanzó de golpe hacia la berma. Los que venían atrás se vieron obligados a frenar. Fue en aquellos ventajosos segundos que aproveché el descuido y le exigí a la moto dar toda la velocidad que pudiera. Iba camino a la universidad.
Continuará...
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