lunes, 18 de febrero de 2013

Día 236: Los Diarios de Eliseo

Gracias a ti que diste algunos minutos de tu tiempo para leer esta historia que, cómo dije hace algunos capítulos, cumplió en su final más de un año. Es  extraño dejar a Eliseo y Sara. De alguna forma u otra representaron eventos en mi vida que la cambiaron para siempre. A veces sucede, eventos catastróficos te cambian la vida. Depende de nosotros hacernos mejores o peores personas.
Como dato, esta historia se compuso de 59 capítulos. Larguísima. 
Sin embargo, aquí estoy terminando uno de mis proyectos más largos y orgulloso le pongo fin. Espero disfrute.


Día 67, Parte Final

"La vacuna, derivada de la misma que detiene el avance de la meningitis, ya que el virus es una mutación de ésta, sólo elimina el proceso de floración en el cerebro y lo drena por completo" explicaba Ana a los presentes "El deterioro que sufre el cuerpo por la debilitación de los sistemas y la piel debe ser controlado con un tratamiento paralelo. Sara estaba en casi perfecto estado, a pesar de su desnutrición, situación opuesta a la que vive la población infectada que sobrevivió en Santiago y la que pulula en la zona centro y sur del país"
"¿Por qué no despierta?" preguntó el capitán.
"El virus es nocivo. Posiblemente deterioró o aniquiló varias células en el hipotálamo y cerebelo, que es donde se alberga. A demás de poseer una característica que nunca imaginamos adquiriría; logra crear dependencia de él en el cuerpo. Para la infección lo difícil es al principio: sobrevivir a los anticuerpos y al sistema inmunologico. Pero después el mismo cuerpo la provee de sangre y nutrientes para coexistir. Se vuelven uno. Es un solo ser"
Estuvimos frente a un evento de extinción. Quizás nadie nunca le había tomado real peso a la crisis que aún se vivía. Se preocuparon de lo social y de abrir fuego contra los infectados, pero son pocos los que saben a qué se enfrentaban.
"Se puede vacunar a los soldados que vayan al frente" dijo la doctora "Mientras tanto tendremos que seguir buscando un tratamiento que sane las células muertas en el cerebro. Y más allá, buscar qué células son las que perecen"
Entonces todos se silencian. Están esperando. Me están mirando. No hay nada que hacer con Sara. El virus, los días que estuvo en la cajuela del asiento trasero del jeep, se fue comiendo poco a poco sus células nerviosas. Poco a poco la fue volviendo loca. Poco a poco le fue quitando la vida. Quizás si hubiese llegado antes... Quizás.
De pronto siento una fina mano posarse en mi hombro derecho. Me giro. Es Ana.
"Eliseo--"
"¿Cómo se desconecta?" le pregunté.
Joan había muerto en mis manos. No era él. Era un infectado. Había caído una bomba atómica sobre Santiago. Encontré a Sara. Concepción fue invadida. Sara fue rasguñada por un agil zombie que trató de atacarnos. Fui prisionero de la dictadura en Coquimbo. John me rescató. John murió. Ana encontró la cura. Sara murió... Sara está muerta. Es una víctima más de lo que sucedió. Que yo la amara no iba a evitar que muriera. Todos vamos a morir, más tarde que temprano, pero lo vamos a hacer. Sara yace muerta en la cama en donde experimentaron y buscaron una cura para una de las infecciones más letales de todos los tiempos. Eso entendí. La mujer de mi vida murió y yo no era nada, ni nadie para poder detener la situación. Es más, había muerto hace varios días. ¿Qué esperábamos? Sus restos, al igual que su alma, tenían que descansar.
"¿Cómo se desconecta?" volví a preguntar.
"Debes presionar ese botón" me enseñó Ana.
Asentí, sintiendo como el corazón se me iba.
"Te esperamos a bajo" me dijo la doctora.
Levanté el rostro para mirar a Enrique. Había sido un infiltrado entre los infiltrados. Había esperado el momento justo para revelar todo nuestro plan. Había dicho "Esa es la casa" y pusieron explosivos y los hicieron volar. Él también me miró, avergonzado.
Todos se retiraron. Volví a estar solo, como aquella noche en el supermercado. Que lejana escena. Sin embargo podía sentir el olor del ron en mis narices y el sonido de las sirenas pasando "No vayan. Son infectados. Van a morir"
"Creo que nadie en la vida se conoce tanto como uno mismo. Sabemos qué cosas son las que nos duelen y cómo hacer para sanar. Sabemos los caminos que hay que tomar, pero porfiamos la situación y la alargamos. Conocemos nuestras actitudes, aptitudes y características  Somos un cristal ante nuestros ojos, pero nos hacemos los tontos. A veces no nos queremos reconocer" le dije a Sara entre lágrimas y sollozos  Alcé la vista y sin meditarlo mucho, presioné el botón. El respirador mecánico se apagó lentamente, como el sonido de su respiración. No pude aguantar el momento. Mis piernas cedieron y caí arrodillado a su lado. Tomé su mano izquierda y comencé a besarla en reiteradas ocasiones. Estaba fría.
"Yo me conozco, Sara. Te lo juro. Sé quién soy aunque a veces me pierda. Y estoy seguro que nunca jamás voy a amar a nadie como te amé a ti. Nos vemos pronto"
Silencio. Que profundo silencio.
Me quedé algunos minutos así, arrodillado, colgado de su mano. El tiempo se detuvo. Entonces fue cuando los delicados dedos de una mano fueron a tocar mi mejilla derecha. Qué suavidad. En algún momento creí haber muerto también y mi alma estaba cayendo en las manos de un ángel. Era así el paraíso  me pregunté. Oscuridad y una fuerte presión en el pecho, la mano me tomó del mentón y me levantó la cabeza. Era Sara. Sus ojos negros y redondos me miraban dudativos. Estaba sentada sobre la cama, respirando, mirando, dudando, viviendo. El corazón me dio un vuelco.
"¿Por qué estás llorando, mi amor?" me preguntó.


Para Emilia, que se atrevió a sobrevivir.
Se atrevió a saltar sin importar que había
del otro lado.
FIN



Los Diarios de Eliseo


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