Día 67, Parte 5
Pido disculpas por no tener las palabras para explicar lo que me sucedió. Debe ser lo más cercano a ser atropellado por un camión. Debe ser parecido a impactarse contra el suelo después de lanzarse del piso quince.
Pido disculpas por no tener las palabras para explicar lo que me sucedió. Debe ser lo más cercano a ser atropellado por un camión. Debe ser parecido a impactarse contra el suelo después de lanzarse del piso quince.
"Su pulso es bajo y respira con ayuda de una maquina, Eliseo" dijo de pronto Ana "Si bien el virus abandonó por completo su cuerpo, su cerebro no volvió a funcionar"
De fondo se escuchó un enfrentamiento a tiros.
"Ya llegaron" dijo uno de los doctores.
"¿Sigue viva?" le pregunté observando su angelical rostro.
Estaba durmiendo. Estoy seguro. Tan sólo dormía y no se había despertado. Estaba en mi pecho, con la boca medio abierta, durmiendo. Descansando. Las cortinas aleteaban sobre el viento y el sol daba sobre su rostro. Faltaba poco para el año nuevo. Estaba cansada. Habían sido días de arduo trabajo. De largos regresos a casa. Yo le cuidaba el dormir. Yo cuidaba sus sueños. Despertaría y me miraría. Sonreiría y luego me besaría. Me sacaría los pantalones y se colaría con mi cuerpo. Se dejaría sentir tibia sobre mi. Se agarraría los pechos de la desesperación.
"Si, pero posiblemente muera en las siguientes horas. La oxigenación no basta y lo más seguro es que sufra un colapso multisistemico" vaticinó la profesional.
Sara B2 fue el nombre que le dieron a la vacuna. Le dieron el nombre de la mujer que vivió hasta el final para dar vida a millones de personas que no conocía. El nombre de la mujer que hizo sobrevivir a toda una especie, pero que consigo se llevó mi alma.
De golpe se abrió la puerta y un grito cortó todo el aire.
"¡Todos al piso!"
Yo no me pude mover. Los soldados habían llegado hasta el laboratorio. Armados y con sus rostros encapuchados, tomaron detenidos a los médicos y a Ana. Como no obedecí, uno de ellos me derribó dándome con el fusil en las piernas. Luego me jaló de los brazos y me apresó con fuerzas.
"¡Tenemos la cura!" gritó Ana cuando se la llevaban.
"Esperen" dijo el uniformado que se había encargado de mí.
Hubo un silencio. El hombre se quedó estático pensando. Luego ordenó.
"Sabemos que tienen a una infectada en la universidad, lo cual estaba prohibido doctora. Eso es traición al país"
"Tuvimos, soldado. La infectada está curada" dijo Ana, apuntando a Sara.
Los seis soldados se giraron al mismo tiempo. Un silencio mortalizó por algunos momentos el laboratorio. El soldado que me tenía custodiado le plantó una mirada a otro que franqueaba el lado izquierdo de la cama en donde la paciente yacía. El soldado asintió.
"Soldados, descansen"
El uniformado, aparente capitán de la misión, me soltó y acto seguido se quitó el pasamontañas que cubría su rostro. También lo hizo el soldado que había asentido a una orden o confirmación, al cual reconocí al instante. Era Enrique.
Continuará...
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