Corrí riendo por las calles de la Segunda Nueva Capital. Corrí no importando la presencia de los milicos en las calles. Corrí porque después de sesenta y siete días posiblemente había una opción, un camino... una cura.
Sin en veinte minutos llegaba a la casa en donde nos escondíamos con John, Silva y Enrique, el mismo trazo lo cubrí en diez minutos. La noche ya había cubierto casi por completo los cielos nortinos. Iba corriendo, ya un poco agitado, doblando en la esquina del pasaje en donde estábamos alojando, mirando la casa, cuando una explosión violenta me hizo frenarme en seco. Tres o cuatro segundos, dos bombazos y mucho fuego fueron suficientes para que la casa en donde nos refugiábamos estallara en mil pedazos. Mis compañeros sagradamente llegaban antes de las ocho de la noche a la morada. Ya faltaba poco para las diez.
Quedé estático, inmóvil inútil no sabiendo qué hacer. Una parte de mi quería correr y sacarlos a como diera lugar. La otra me decía que ya poco había que hacer. Fue cuando vi avanzando en forma sigilosa a dos vehículos. Eran jeep militares. Estaban estacionados en la otra esquina del pasaje y pasaron a una velocidad que les permitió verificar que la explosión le haya quitado la vida a todos los moradores. Instintivamente retrocedí y me cubrí en las sombras de las rejas de una casa. Los todo terrenos pasaron por mi lado sin detectarme. En cambio yo logré observar a todo un contingente militar en sus interiores, armados y protegidos. Avanzaron con mesura y precaución hasta que estuvieron a unos cincuenta metros del incendio que ellos mismos había provocado, y luego aceleraron dirección al norte... ¡Al Norte!
Corrí en dirección hacia la costa. Saqué el celular y disqué el último número que me llamó.
"Ana, fuimos atacados. Nos atacaron--"
"¿Quiénes?"
"Militares. Hicieron volar la casa en donde estábamos No sé si John y los demás están vivos. Deben refugiarse. Escapar. Yo voy en camino" le terminé de decir y colgué.
No quería gastar oxigeno explicando todo lo que vi y sentí.
Comencé a zigzaguear las calles. Pero ¿A dónde iba?... Tenía que viajar a La Serena. El coraje y la adrenalina no me darían para llegar corriendo hasta allá. Entonces comencé a buscar en los jardines de las casas algún vehículo vulnerable. Fue cuando entre todas las vueltas que me di, casi llegando a la carretera costanera, me topé con un almacén abierto y afuera una motocicleta encendida.
A los cinco segundos sólo escuche rugir el motor de la moto bajo mis pies y el "¡MARICON!" del conductor afectado que trató de perseguirme detrás.
Continuará...
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