lunes, 4 de febrero de 2013

Día 229: Fuga

Día 43, Parte 2

Marisa me preguntó lo de siempre. Las pesadillas, la irritabilidad, el apetito y las ganas de salir. Al principio no me dejaba ningún segundo a solas. Mi diagnostico era el de un hombre con posible cuadro de estrés psicótico. Había vivido momentos nocivos para mi salud mental.
Cuando la persona exacta supo de mi presencia en las dependencias de la clínica, comenzaron poco a poco a llegar los mensajes en la comida. Envueltos en una pequeña bolsita de papel, insertos en el arroz o el puré(dependiendo de lo que tocara), fueron apareciendo los mensajes. Recuerdo claramente el primero, el que ahora yace en mi bolsillo: “EL CONTROL ES LA FUERZA QUE PARECE TENERNOS A SALVO. PERO EN REALIDAD EL CONTROL NOS CIEGA, NOS PARALIZA Y NO NOS DEJA AVANZAR. EL CONTROL NO TE DARÁ OPORTUNIDADES. NO PODRÁS ESCAPAR. APARENTA MEJORAS Y LAS OCASIONES COMENZARÁN A LLEGAR”
Un día le dije a Marisa que las pesadillas habían dejado de ser tan oscuras. Después le comenté que me sentía mejor. Luego le mentí diciéndole que mi hambre comenzaba a aumentar. Y cuando llegaban las horas de su visita, dejaba de recordar que Sara estaba por ahí. Y digo estaba por ahí, porque si la hubiesen encontrado, posiblemente me habrían acusado de terrorista y me habrían puesto una bala en la frente. Sonreía más y sociabilizaba más. Creé un personaje. Marisa se lo comió.
Hace cinco días me deja alrededor de diez minutos solo. Le informé de eso a mí rescatista y en la comida de ayer me dejó en el puré la orden de escape y un mapa de los pasillos que tenía que seguir.
Minuto uno. Me paré de la camilla y lentamente abrí la puerta del cuarto. Entre marco y plancha, el soldado que escoltaba mi camino desde mi pieza hasta la consulta de la doctora y viceversa, esperaba distraído. Estaba a la derecha. Mi camino, por suerte, partía hacia la izquierda. Sin emitir sonido, notando que se entretenía con un celular, abrí la puerta lo suficiente para poder pasar sin hacer ruido. En cuclillas, silencioso, siempre observándole estúpido e ido, notando que nadie más apareciera en el largo pasillo, me desplacé hasta otra pieza. Ahí me quedé unos treinta segundos. Mis niveles de adrenalina habían subido peligrosamente en mi sangre. Si me atrapaban, me detendrían y registrarían, encontrando los mensajes enviados por mi rescatista. Si contaban con especialistas forenses, podrían examinar en profundidad los papeles, dar con él y también lo atraparían. Era un escape y dos opciones. Así de simple. Fue cuando vi una cotona blanca colgada en un perchero.
Minuto cuatro. Salgo de la pieza. Ahora más natural, pero de inmediato dándole la espalda al soldado. Siento como nota mi salir un tanto apresurado. Me tiene que estar clavando la mirada en la espalda. Pero la doctora no ha vuelto, así que aún cree que estoy en la consulta. Le quito velocidad a mi escape. Me aprendí de memoria el mapa. Tengo que doblar a los treinta metros hacia la derecha. ¿Qué veo? El final del pasillo y otro conectado a él. No sé si voy hacia el norte o el sur y el ir así me angustia. Pero sigo sin titubear. A los siete segundos estoy dando la vuelta a la esquina. Me pierdo de la vista del soldado. No sabía si sentir más terror o tranquilidad.
Minuto ocho. Nadie ha notado que soy un internado. El personaje de un hombre feliz y cuerdo resultaba. Es más, hasta me saludaban. Es cuando por fin llego hasta el punto en donde el mapa terminaba, después de recorrer pasillos interminables y escaleras altísimas. Pero la desgracia me atormenta otra vez. Pasé por el lado de un anciano que con trapero humedecía las cerámicas del piso con una parsimonia y tranquilidad admirables. El punto termina en un lugar donde quedan aún cinco metros de pasillo para llegar al final, acompañado de un ascensor. No hay más instrucciones. No hay más a donde ir. Todo termina aquí.
“Si yo hubiese sido un soldado y te hubiese visto así de desorientado, habría sospechado de que traes algo extraño entre manos” me dijo de pronto el anciano “Te habría preguntado qué te tenía por estos lugares y no habrías sabido qué responder. Entonces te habría pedido tu credencial de funcionario, pero tampoco la tienes. Habría deducido que eres un infiltrado y te habría tomado detenido”



Continuará...

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