jueves, 31 de enero de 2013

Día 228: Declaro Luchar

Día 43, Parte 1


No he escuchado razones, ni teorías de lo sucedido en Concepción. Tan sólo recuerdo las horas previas al debacle; los soldados escapando, los helicópteros volando hacia el norte. También recuerdo al alto mando dando la orden para dejar caer una bomba atómica sobre la capital del país. Recuerdo que no les tembló la voz al momento de dar el “vamos”. No he escuchado tampoco cómo partió toda esta pesadilla. Pero si juntamos uno más uno, creo pensar que estamos frente a un accidente colateral en base al afán de poseer una de las fuerzas más incontenibles de la existencia: el control. Alguien trató de crear algo indestructible y se les fue de las manos. Lo que sigue en la historia es un hombre borrando las huellas que él mismo va dejando sobre la arena.

Logré llegar a Coquimbo. Llevo más de un mes acá, no precisamente en una casa de alojamiento. Estoy prisionero en una clínica psiquiátrica militar. Me trajeron aquí luego de que me encontraran a pocos kilómetros de la ciudad. Llevo veintisiete días sin ver la luz del sol. Veintisiete días en otro monopolio de control, al cual no se le ve salida posible. Me han estudiado a cabalidad, tanto física como psicológicamente, ya que fui el único sobreviviente de la catástrofe de Concepción y han decidido que no me mezcle con la población que no le ha visto ni siquiera un pelo a los infectados. Hablan a escondidas de no generar una contaminación psicótica que pueda derrumbar internamente a la ciudad que ha sabido detener la expansión de la infección. Coquimbo tomó el mando de la nación luego de que la ONU abandonara el territorio declarándose incompetente de mantener la situación después de haber perdido a la Nueva Capital. El ejército se puso al frente nuevamente, hicieron una lista de todos los errores cometidos en la ciudad penquista y crearon un verdadero fuerte, al cual no he podido contemplar en forma total.

Hoy más que nunca tengo la sensación de no poder predecir qué ocurrirá el día siguiente. Quizás me hagan participe de un nuevo experimento y de mí historia y lo que vi no se sabrá nada, lo cual creo no puede suceder. Entonces mi joven existencia me da por fin una enseñanza; las historias son pequeños destellos del tiempo que se van disipando en el espacio, prevaleciendo solo las que duraron siglos o las que escriben los hombres con poder. Mi historia de cuarenta y tres días estaba a punto de desaparecer. Es por eso que escribo este diario que dejaré guardado en el ducto de ventilación de mi pieza. Espero algún día entregárselo a mi nieto o que el encargado de aseo lo encuentre después de limpiar el ducto que por alguna desconocida razón falló. Las hojas arrancadas serán para escribir lo que sucederá después de mi intento de escape y para relatar lo que vi en mi paso por Santiago.



Continuará...

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