Día 43, Parte 1
No he escuchado razones, ni teorías de lo sucedido
en Concepción. Tan sólo recuerdo las horas previas al debacle; los soldados
escapando, los helicópteros volando hacia el norte. También recuerdo al alto
mando dando la orden para dejar caer una bomba atómica sobre la capital del
país. Recuerdo que no les tembló la voz al momento de dar el “vamos”. No he
escuchado tampoco cómo partió toda esta pesadilla. Pero si juntamos uno más
uno, creo pensar que estamos frente a un accidente colateral en base al afán de
poseer una de las fuerzas más incontenibles de la existencia: el control.
Alguien trató de crear algo indestructible y se les fue de las manos. Lo que
sigue en la historia es un hombre borrando las huellas que él mismo va dejando
sobre la arena.
Logré llegar a Coquimbo. Llevo más de un mes acá,
no precisamente en una casa de alojamiento. Estoy prisionero en una clínica
psiquiátrica militar. Me trajeron aquí luego de que me encontraran a pocos
kilómetros de la ciudad. Llevo veintisiete días sin ver la luz del sol.
Veintisiete días en otro monopolio de control, al cual no se le ve salida
posible. Me han estudiado a cabalidad, tanto física como psicológicamente, ya
que fui el único sobreviviente de la catástrofe de Concepción y han decidido
que no me mezcle con la población que no le ha visto ni siquiera un pelo a los
infectados. Hablan a escondidas de no generar una contaminación psicótica que
pueda derrumbar internamente a la ciudad que ha sabido detener la expansión de
la infección. Coquimbo tomó el mando de la nación luego de que la ONU
abandonara el territorio declarándose incompetente de mantener la situación
después de haber perdido a la Nueva Capital. El ejército se puso al frente
nuevamente, hicieron una lista de todos los errores cometidos en la ciudad
penquista y crearon un verdadero fuerte, al cual no he podido contemplar en
forma total.
Hoy más que nunca tengo la sensación de no poder
predecir qué ocurrirá el día siguiente. Quizás me hagan participe de un nuevo
experimento y de mí historia y lo que vi no se sabrá nada, lo cual creo no
puede suceder. Entonces mi joven existencia me da por fin una enseñanza; las
historias son pequeños destellos del tiempo que se van disipando en el espacio,
prevaleciendo solo las que duraron siglos o las que escriben los hombres con
poder. Mi historia de cuarenta y tres días estaba a punto de desaparecer. Es
por eso que escribo este diario que dejaré guardado en el ducto de ventilación
de mi pieza. Espero algún día entregárselo a mi nieto o que el encargado de
aseo lo encuentre después de limpiar el ducto que por alguna desconocida razón
falló. Las hojas arrancadas serán para escribir lo que sucederá después de mi
intento de escape y para relatar lo que vi en mi paso por Santiago.
Continuará...
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