domingo, 27 de enero de 2013

Día 227: Vengo Solo

Un año y algunos días más cumple esta historia, historia que hoy acaba. Prometí alguna vez que duraría seis meses, pero el relato exigió más. Si la seguiste fielmente, te agradezco el tiempo y el afán de verla terminar. Quizás nunca había escrito un proyecto tan largo y hoy orgulloso le pondré punto final. 
He aquí la primera parte. Espero disfruten.


Día 17, Parte 1

Un cartel de fondo verde y letras blanca me avisa que a diez kilómetros de inhóspita carretera se encuentra Coquimbo. De alguna forma me tranquilicé y sentí que mi lucha ya encontraría el fin. Desde Los Vilos Sara no había ejecutado movimiento alguno. Su voz tampoco se había hecho presente. Fue cuando una bala entró por el parabrisas del jeep militar, haciéndolo estallar en mil fragmentos, obligándome a frenar. La ausencia de vehículos en la Ruta 5 Norte, me dio la libertad para alcanzar altas velocidades. Al momento del disparo que me hizo parar, iba a unos 120 kilómetros por hora. Por lo mismo, el vehículo militar demoró en detenerse, después del agudo chillido de las llantas raspando el asfalto.
Al levantarme, a lo lejos desde el norte, pude ver una caravana de tres vehículos y dos motocicletas acercándose. No me cabía duda que desde aquel grupo, que veloz se aproximaba, había salido el tiro que casi me dio muerte. Pensé en correr, pero la distancia que me separaba de mis verdugos me hizo deducir que la bala había sido disparada desde un rifle de largo alcance, puesta en manos de un profesional. Si corría, me darían muerte instantánea. Sería una estupidez.
No tuve que esperarlos mucho. Saltaron desde donde me vieron a la caza a toda velocidad y llegaron en pocos segundos. No sé si para mi desgracia o suerte, se trataba de un pelotón militar. Frenaron violentos frente a mi ubicación y provistos de las características mascarillas de guerra nuclear y fusiles de pesado calibre, se enfilaron en posición de tiro listos para derribarme.
"¡Bájate del auto con las manos arriba, conchetumare!" gritó uno.
La situación era critica. De momento no había suerte; sólo desgracia. Tembloroso, queriendo darles la tranquilidad que no haría nada, saqué mis manos abiertas por la ventana y luego abrí la puerta de mi lado. Pude contar a unos trece o catorce soldados, nerviosos y ansiosos, esperando a que cometiera una sola equivocación. Sara no decía nada. Fue cuando uno casi en cuclillas, siempre apuntándome con su fusil, se acercó veloz.
"¡Al suelo. Al suelo!" me gritó.
No dudé. Tan sólo me tiré al suelo boca a bajo. Con rapidez y violencia me registró los brazos, los costados, los bolsillos y las pantorrillas. El arma que siempre portaba estaba en el asiento del copiloto. No llevaba nada que los pudiera amenazar. Ni siquiera mi dignidad.
"Tu nombre" me preguntó el uniformado levantándome de un tirón.
"Eliseo"
Los demás soldados llegaron a registrar el jeep que había sacado desde el punto de control militar en la carretera del Itata, en Concepción. Si encontraban a Sara, me asesinarían ahí mismo.
"¿De dónde eres?" siguió con el interrogatorio.
"Soy de Santiago" le contesté, recordando mi departamento; el día que salí del supermercado y me encontré con la primera infectada, recordé a Joan colgado de la soga y cuando la bomba atómica hundió en un hoyo a la capital "Pero vengo desde Concepción" agregué. Sin tener que darme vuelta, escuché como los soldados se detenían a mirarme. Tenían frente a sus ojos un autentico sobreviviente de la caída de la Nueva Capital.
"¿Venías solo?" siguió el militar.
El silencio se apoderó de mi boca. Nunca en mi vida lo habría hecho y hasta el día de hoy le pido disculpas. Aquellos eternos segundos de duda fueron tan inevitables como recordar el momento en que me mostró la herida.
"Sí, vengo solo"
En eso un soldado abrió la maleta del jeep.
"Capitán. El vehículo está vacío"


Continuará...

1 comentario: