Día 0, Parte 5
Había siete mil almas queriendo una sola cosa. Habían siete mil voces
pidiendo lo mismo. Los unos se los exigían a los otros, presas de el no
entendimiento de toda aquella inusual situación. Entonces las amenazas y los
gritos se desparramaban venenosas como el virus por la sangre. Los clientes,
aferrados a las manos de sus hijos y en la otra con las bolsas de las compras, exigían
la apertura inmediata de las puertas de acceso. Por otro lado, los guardias y
empleados del hipermercado trataban en conjunto de calmar a la furiosa
multitud, buscando algo que no tenían: una explicación.
En la puerta uno, la primera puerta que se cerró,
había una gresca entre tres indignados hombres, padres de familia, y dos jóvenes
guardias que los trataban de controlar. Los primeros exigían la presencia de un
superior, la apertura de la puerta y una explicación. A lo que los otros les
contestaban que estaban haciendo todo lo posible por realizar las aperturas de
las puertas. El problema era que después de cinco minutos de un hermético y
escalofriante encierro, el "hacer todo lo posible" ya no les servía a
los enardecidos hombres, que más alzaban la voz bajo la exigencia de una
solución, apoyados por hombres entremedio de la multitud que tenía temerariamente
rodeados a los ya asustados guardias.
A unos cinco metros de ahí, frente al lineal de
cajas registradoras, otro grupo de hombres y mujeres encaraba al que era el
encargado de seguridad, junto a tres guardias, los cuales desesperados por el
creciente e incontenible caos, buscaban explicaciones por radio y celular a lo
que estaba sucediendo, siempre buscando calmar a los clientes.
La situación en la puerta número dos era similar.
"Don Andrés no contesta, señora María"
le dijo la funcionaria.
"Esto no es un accidente" susurró María
Angélica, observando desde el segundo piso como toda la masa de personas se
había contenido fuera de la sala de ventas, creyendo estar en un estadio de
futbol repleto hasta las gradas al escuchar ese efervescente murmullo de gritos
y reclamos. Supo que si no mantenía la calma de aquel gentío, la situación
podía empeorar más de lo que estaba. Entonces discando el número de carabineros
y bomberos, caminó en dirección hacia la entrada número uno.
"¡Sólo deben abrir la puerta!" gritaba
uno de los hombres en la puerta uno, con la jineta de protagonista de la fuerte
discusión.
"Caballero, estamos haciendo todo lo posible
por abrirla..."
"¡Eso es una mentira!" saltó otro de
más atrás "Esto es un condoro de ustedes. Se les activó el sistema de
seguridad y ahora no saben cómo abrirlo" agregó casi asfixiándose de tanto
esforzar la voz.
La multitud lo apoyó.
"Si supiéramos cómo abrir las compuertas, ya
lo habríamos hecho" intervino el encargado de seguridad del local
"¿Creen que los queremos tener retenidos?"
"Queremos al gerente del local, ahora"
gritó una mujer sepultada en la masa.
Muchos asintieron la solicitud.
"Estamos haciendo lo posible por resolver
rápido todo este problema. La presencia del gerente no solucionará
nada"
"¡Tráiganlo ahora!" exigió un joven que
de un salto emergió del gentío y con una botella de cerveza noqueó al encargado
de seguridad, lanzándolo al suelo. Después de la explosión del vidrio y la
cebada fermentada, el bullicio se acrecentó, aclamando la voz de la máxima
autoridad en el lugar. Un guardia salió en defensa del malogrado funcionario,
ya que al caer, el agresor lo remató de una patada en la cara. El joven le
conectó un derechazo al irresponsable que había comenzado la pelea, haciéndole
perder el equilibrio. Sin embargo, el funcionario fue inmediatamente reducido
por dos clientes, que sin lugar a dudas comenzarían a descargar su rabia contra
él.
"¡¡¡SILENCIO!!!" se escuchó decir la
voz de una mujer arriba de un mesón. Era María Angélica "No van a resolver
nada sacándose la cresta"
La multitud increíblemente se tranquilizó,
disponiendo atención a lo que la mujer tenía que decir. Tal calma, permitió a
otros empleados del supermercado llegaran a socorrer al guardia y al encargado
de seguridad.
"En estos momentos les soy sincera al decir
que lamentablemente no tenemos ni la más mínima idea de lo que sucedió. No
sabemos qué tipo de sistema de seguridad se ha activado. Pero si sé que como
supermercado estamos dando todo lo que tenemos para resolver rápido todas las incógnitas
que ustedes y nosotros tenemos, para poder salir lo más pronto posible de aquí.
Si gritan, se desesperan y golpean al personal, lo único que van a conseguir es
perder el tiempo y una demanda por agresión. Y estoy completamente segura que
ninguno de ustedes quiere pasar la noche de año nuevo en la comisaria. Nosotros
también tenemos familia y también queremos pasar las doce en casa. Así que
si se calman, se los agradezco mucho, porque así más nos ayudan.
En estos momentos bomberos y carabineros está
afuera del local, disponiendo de todos los recursos necesarios para poder
ingresar. Así que en muy pocos minutos salir de aquí va a ser un hecho..."
Fue cuando la electricidad se cortó en todo el
recinto y la oscuridad fue reina. El caos explotó en todo el lugar, generando
un griterío ensordecedor y estampidas de desesperadas personas queriendo echar
abajo las gruesas y negras compuertas que les impedían el salir. Se podían
escuchar los gritos de mujeres llorando, niños perdidos y hombres pidiendo la apertura
de los accesos. La multitud era un monstruo oscuro y gigantesco, yendo de allá
para acá, arrasando con todo lo que se le interponía en el camino.
A medida que el tiempo transcurría, se
comenzaron a hacer presente la asfixia de personas por aplastamiento, sobre
todo en el intento desesperado de todos por echar a bajo los bloques de metal.
En la oscuridad y los bruscos movimientos, los niños perdieron las manos de sus
padres que se esmeraron por no soltarlos. Los gritos conformaban lo que era un
tempestuoso mar capturado por una horrible pesadilla.
En eso, cuatro puntos del techo proyectaron un
potente torrente de luz, dejando el supermercado totalmente iluminado. El
silencio, paulatinamente, fue inundando el lugar otra vez.
Continuará...
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